Para entender mejor
La Fiscalía General de Aguascalientes inició una carpeta de investigación por la filtración y publicación de fotografías del asesinato de le magistrade Jesús Ociel Baena y su pareja Dorian Daniel Nieves.
“Se abrió carpeta de oficio CI/AGS/30817/11-23 por las fotos que se filtraron y andan circulando en redes sociales, así como el certificado de defunción”, detalló la dependencia.
En las imágenes aparecen los cuerpos en las condiciones en las que fueron encontrados por las autoridades, estas fueron publicadas en las redes sociales de un comunicador y posteriormente en periódicos locales.
La filtración de imágenes viola el Artículo 183 del Código Penal Estatal, que establece sanciones de hasta 3 años de prisión para quien difunda o permita la difusión de cuerpos sin vida, sin la autorización de las familias de víctimas o de las autoridades.
Y el Artículo 225 del Código Penal Federal conocido como Ley Ingrid por delitos contra la administración de justicia, cometidos por servidores públicos por la filtración de imágenes de víctimas de violencia.
Además de las fotografías también se filtró el certificado de defunción el cual incluye datos personales de le magistrade y las causas de muerte.
Jesús Ociel Baena Saucedo, magistrade del Tribunal Electoral de Aguascalientes, fue localizade sin vida el 13 de noviembre en su domicilio, en el lugar también encontraron el cuerpo de su pareja Dorian Daniel Nieves.
Ese mismo día, en un mensaje a medios de comunicación, el fiscal de Aguascalientes, Jesús Figueroa Ortega, afirmó que “no hay evidencia que haya estado una tercera persona en el lugar de los hechos”.
Incluso manifestó que las heridas pudieron ser provocadas entre elles, pero “todavía no estamos concluyendo con el levantamiento de indicios”, dijo.
Por su parte, Manuel Alonso García, secretario de seguridad de Aguascalientes, detalló que el hallazgo de le magistrade y su pareja fue realizado por la persona que hace el aseo en la casa donde habitaban.
Tras la versión de la Fiscalía, familiares de Ociel Baena rechazaron que le magistrade haya sido asesinade por su pareja quien después se quitó la vida.
“Son mentiras, (elles) eran unas personas muy tranquilas, muy pacíficas, se querían mucho, en (elles) no existía la maldad, es falso todo eso”, dijo la hermana de le magistrade del Tribunal Electoral de Aguascalientes.
En entrevista con medios, Cinthya Baena también reveló que cuatro días antes de su fallecimiento Ociel Baena había recibido amenazas de muerte y recordó que su familia pidió a Ociel que se cuidara y tomara precauciones, debido “a la batalla muy difícil que llevaba en contra de todos”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) hizo un llamado a la Fiscalía de Aguascalientes para investigar los fallecimientos de le magistrade Jesús Ociel Baena Saucedo y de Dorian Daniel Nieves Herrera sin ignorar su condición de género y las amenazas previas contra le magistrade.
Además, informó que inició una queja de oficio por el tratamiento poco adecuado dado hasta ahora por las autoridades ministeriales de la entidad.
Ociel Baena había solicitado medidas de protección, entre ellas un escolta de la Guardia Nacional, para evitar “un atentado contra su vida e integridad física” ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. El 26 de julio, el pleno de la Sala Superior ordenó que la solicitud fuera remitida al Mecanismo de Protección Integral de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, y a la Fiscalía de Aguascalientes.
En el documento, el Tribunal señala que en la solicitud de medidas de protección, le magistrade manifestó que “el homicidio de un activista de los derechos de las personas LGBTTTIQ+ (Ulises Nava), perpetrado el pasado 15 de julio, se encontraba dirigido a su persona”.
A Ociel se le asignó un elemento de la Policía Estatal de Aguascalientes que le cuidaba cuando se encontraba en funciones relacionadas con su trabajo.
Aún cuando contaba con la custodia policial, este lunes 13 de noviembre, le magistrade fue hallade sin vida junto con Dorian, su pareja, ambos con heridas de arma blanca, dentro de su domicilio, ubicado en Aguascalientes.
Durante siglos, las pastoras wakhi de Pakistán viajaron a remotos campos de montaña para dar de pastar a sus rebaños. Los ingresos generados fueron fundamentales para transformar su comunidad.
Ayudaron a pagar la atención médica, la educación y el primer camino construido para salir de su valle y conectar con el resto del mundo.
Pero esta forma de vida está desapareciendo.
La serie 100 Mujeres de la BBC se unió a ellas en uno de sus últimos viajes a las regiones de pastoreo.
Nuestro trayecto hasta los pastizales del Pamir es traicionero. Los empinados senderos de montaña serpentean y se retuercen: un paso en falso y se acabó.
Las mujeres silban y gritan a las ovejas, a las cabras y a los yaks para evitar que se desvíen de los estrechos senderos y caigan por la ladera de la montaña.
“Antes había mucho más ganado que ahora”, dice Bano, de unos 70 años. “Los animales saltaban de aquí para allá y desaparecían. Algunos regresaban y otros no”.
En años pasados, cada verano decenas de pastoras wakhi hacían este viaje a través de las escarpadas montañas del Karakoram, en el noreste de Pakistán, con sus hijos pequeños a la espalda.
Entonces dejaban a los hombres en casa para trabajar en el valle de Shimshal.
Hoy en día sólo quedan siete pastoras.
Caminamos ocho horas al día bajo la lluvia, la nieve y un calor abrasador. El viaje que antes les tomaba a las mujeres tres días, a nosotros nos lleva cinco.
Las pastoras, aunque ancianas, siempre van muy por delante del resto mientras nos aclimatamos a la altura.
La amenaza de deslizamientos de tierras está siempre presente y el ruido sordo de los cascos de las ovejas vibra en el suelo, haciendo caer rocas y polvo.
En el pasado era aún más difícil. Antes las pastoras no contaban con chaquetas térmicas ni calzado apropiado para caminar por este terreno.
“Solíamos usar túnicas sencillas. Íbamos descalzas y caminábamos así sobre el hielo”, dice Annar, de 88 años.
Afroze, que ahora tiene 67 años, recuerda haber sido la primera mujer del valle en conseguir un par de zapatos.
“Mi hermano me regaló dos pares cuando me casé”, cuenta. “La gente solía venir sólo para verlos. A menudo los tomaban prestados, junto con mi vestido, para las bodas”.
Cuando finalmente llegamos a Pamir, a casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, los exuberantes pastos verdes aparecen ante nosotros y los arroyos de reluciente agua glacial se abren paso a través del paisaje, rodeados de escarpados picos cubiertos de nieve.
“Hemos caminado por estas tierras junto a nuestras madres y abuelas. Y como nosotras, ellas eran pastoras, batían mantequilla y hacían yogur“, evoca Annar, mientras las mujeres cantan y bailan.
Un grupo de 60 casas de piedra, abandonadas y cerradas, dan pistas de un estilo de vida en desaparición.
Al ser la pastora de más edad, Annar besa la puerta de uno de los ranchos, dice una oración y entra llevando una hornilla con hojas ardiendo.
“Nuestros mayores nos enseñaron a utilizar la planta spandur. Nos dijeron que la tuviéramos siempre cerca, ya que aleja los problemas”, dice mientras se asegura de que el humo toque a todos los animales.
En el pasado, para ahuyentar a los lobos y leopardos dormían en los tejados, incluso en las condiciones climáticas más adversas. También fabricaban trampas y quemaban hogueras.
“Por la noche estaba completamente oscuro”, expone Annar, “no teníamos luz ni antorchas y ni siquiera veíamos lo que habíamos perdido hasta la mañana siguiente”.
También recuerda momento muy duros. Como cuando un verano enterraron a 12 niños en los pastizales. Entre ellos estaban su hijo y su hija.
Y es que en las montañas no había médicos ni centros de salud.
“Me quedé con las manos vacías, así como ahora”, suspira Annar, abriendo y cerrando los puños, sintiendo todavía el dolor de hace casi 60 años.
Con el paso de los años, las pastoras se convirtieron en exitosas empresarias.
“Recolectábamos leche de los animales para hacer yogur y productos lácteos. Esquilamos las ovejas e hicimos cosas para llevar al pueblo”, dice Bano.
La comunidad wakhi dependía del trueque y, a cambio de sus productos, la gente construía chozas y casas para las mujeres.
Afroze ganó lo suficiente para construir dos casas, una en Shimshal y otra más lejos, en Gilgit, la ciudad más cercana.
“He ganado mucho con este lugar”, dice con orgullo. “Pagó las bodas de mis hijos. Pagó su educación”.
La combinación del pastoreo de las mujeres y la agricultura de los hombres supuso un punto de inflexión para toda la comunidad, que estuvo desconectada del resto del mundo hasta principios de la década de 2000.
Las dos actividades ayudaron a financiar la única carretera que sale del valle de Shimshal y que une el pueblo con la autopista Karakoram que se extiende entre Pakistán y China.
Los viajes que antes duraban días se redujeron a horas y la vida se transformó. Hubo un mejor acceso a la atención médica y la educación y surgieron nuevas ideas.
El hijo de Bano, Wazir, lleva ahora una vida muy diferente. Dirige una empresa turística que organiza excursiones de senderismo, montañismo y visitas culturales.
“Nuestras prioridades cambiaron cuando se abrió la nueva carretera”, afirma. “Fue entonces cuando comencé mi negocio”.
Fazila, de 24 años, es propietaria de la primera casa de huéspedes en el valle de Shimshal, que su padre construyó antes de fallecer.
Su madre es pastora, aunque su mala salud le impidió ir a los pastizales este año.
“Nuestras madres nos animaron a centrarnos en los estudios en lugar de pastorear. Nos dijeron que lo hiciéramos para no pasar las mismas dificultades que ellas“, explica.
“Tenemos la libertad de hacer lo que queramos. Si no hubiera seguido mis estudios, estaría viviendo la misma vida dura que ellas. El ciclo habría continuado“.
Mientras conduce su jeep por las escarpadas montañas, Wazir está de acuerdo: “Gracias a nuestras madres tenemos médicos, ingenieros y muchos otros profesionales”.
Sentadas juntas compartiendo recuerdos, las pastoras ancianas están felices de ver que sus hijos están bien, pero hay un matiz de tristeza porque los viajes a los pastos del Pamir ya no son viables.
“El pastoreo es más que un trabajo. Sentimos un fuerte vínculo con Pamir. Es hermosa como una flor. Es nuestro tesoro“, dice Afroze.
Y mientras Annar camina lentamente hacia el cementerio donde enterró a sus hijos, sus ojos se llenan de lágrimas.
“Quiero morir en Pamir para poder ser enterrada junto a mis hijos”, dice. “Cuando vuelvo a los pastizales, vuelvo a ellos”.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.