
Con la protección de la Guardia Estatal y el Ejército, pobladores de Los Guerra, municipio de Miguel Alemán, Tamaulipas, han comenzado a huir de sus casas obligados por los cárteles del Noreste (CDN) y del Golfo (CDG), quienes han comenzado una nueva batalla por el control del territorio de acceso a Estados Unidos.
Elefante Blanco recibió videos que muestran las casas abandonadas y los negocios pintados con mensajes de los grupos criminales, además de las tareas de los policías y soldados para ayudar a desplazarse forzadamente a las familias tamaulipecas.
El poblado de Los Guerra se ha convertido en el campo de batalla y en una frontera invisible en la región Ribereña. La pelea es por las entradas del tráfico de personas, droga, armas y dinero entre México y Estados Unidos.
De acuerdo con informes de inteligencia, el CDN controla los municipios de Nuevo Laredo, Nueva Ciudad Guerrero y Ciudad Mier, y una facción del CDG opera en Miguel Alemán, Camargo, Gustavo Díaz Ordaz y Reynosa.

La violencia no es una novedad para esta localidad ubicada a medio camino de una de las carreteras más peligrosas del país. Sus habitantes vivieron el terror surgido en 2010, cuando Los Zetas confrontaron al CDG. Sin embargo, hace 13 años el sitio del horror y el éxodo fue Ciudad Mier, hoy se vive en Los Guerra.
Elefante Blanco pudo confirmar el éxodo con pobladores de Los Guerra. Vía telefónica y suplicando anonimato, explicaron que la violencia se acrecentó en las semanas recientes, con el incendio y robo de casas, amenazas al transporte público, despojo de vehículos, bloqueo al comercio y desabasto de productos de la canasta básica.
“En cuestión de violencia mienten, nada ha cambiado en los últimos 13 años“, respondió una de las personas entrevistadas a la pregunta sobre la seguridad en la región Ribereña.
Hace una semana, militares y policías estatales ayudaron a más de 9 familias que decidieron proteger sus vidas mudándose de Los Guerra, tras una noche de balaceras que concluyó con la casa de una mujer consumida por las llamas.

El 25/o Regimiento de Caballería Motorizado del Ejército Mexicano, establecido hace más de siete años en Ciudad Mier, se ha encargado de proteger la movilización de la población.
En Miguel Alemán, poco más de 60 elementos de la Guardia Estatal tratan de frenar el campo de batalla, donde a diario son agredidos. No obstante, igual son señalados de colusión con el Cártel del Golfo, a quien culpan de “ahogar” económicamente el poblado rural para replegar al grupo rival.
Hace una semana, la población de Los Guerra hizo un llamado a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para que evite la operación de los cárteles que se confrontan durante la noche y madrugada. Hasta ahora no ha habido una respuesta contundente que frene el nuevo éxodo de familias en el norte de Tamaulipas.
Lee aquí completa la nota de Elefante Blanco.

En un mundo cada vez más estresante, muchos viajeros encuentran consuelo en la repetición: volver cada año a los mismos pueblos de esquí, suburbios costeros o sus cafés favoritos.
Durante los últimos 15 años, el fotógrafo Jason Greene y su familia han viajado desde la ciudad de Nueva York hasta Mont Tremblant, en Quebec, para pasar una semana del invierno boreal en la nieve.
“Tenemos una tradición: el primer día comemos paletas de jarabe de arce, patinamos sobre hielo y luego pasamos por la tienda de dulces local”.
La ciudad turística francocanadiense, dice, “ocupa un lugar especial en nuestros corazones porque allí todos aprendimos a esquiar y hacer snowboard”.
Para muchos viajeros, la novedad es el objetivo: tachar nuevos destinos y buscar nuevas sensaciones.
Pero un número creciente de personas, como Greene y sus cuatro hijos, hace lo contrario: regresa al mismo lugar cada año. Reservan la misma habitación, comen los mismos platos y recorren las mismas calles para encontrar comodidad en lo familiar, en lugar de la emoción del descubrimiento.
“Para muchas personas, hay una sensación de seguridad al volver a lo conocido”, afirma Charlotte Russell, psicóloga clínica y fundadora de The Travel Psychologist.
“Sabemos qué esperar, qué nos conviene… y [es] menos probable que enfrentemos desafíos inesperados”.
Este comportamiento, añade, suele atraer a personas abrumadas por su vida diaria, por lo que repetir las mismas vacaciones una y otra vez puede resultar muy reconfortante.
Esa sensación incomparable de tranquilidad fue lo que me llevó de nuevo a Lima, Perú, este mayo, exactamente un año después de mi primera visita, mientras escribía mi libro de viajes Street Cats & Where to Find Them.
Me alojé en el mismo hotel, comí el mismo sándwich en el mismo café, caminé por las mismas calles y dejé que muchos de los mismos gatos durmieran en mi regazo, disfrutando de la satisfacción que me había sorprendido la primera vez.
La profesora de sociología Rebecca Tiger ha regresado a Atenas ocho veces, con una novena visita programada este mes, por razones similares. “Siempre me quedo en Pangrati porque me encantan los cafés del barrio [y] sus gatos”, señala.
“Ahora tengo residentes locales con quienes mantengo contacto mientras estoy fuera y socializo cuando regreso”.
Tiger aprecia la familiaridad que ha cultivado con el tiempo y no se aburre gracias a la diversidad de experiencias que ofrece el lugar.
Los datos reflejan este cambio impulsado por la nostalgia.
Según el informe para 2026 Where to Next? de la plataforma de viajes Priceline, el 73% de los viajeros encuestados afirmó sentirse atraído por los lugares y experiencias que los marcaron, desde playas familiares hasta parques de diversiones.
El último informe global de viajes de Hilton confirma la tendencia: el 58% de los viajeros con hijos planea volver a destinos de su propia infancia, mientras que el 52% de los viajeros brasileños regresa a los mismos lugares año tras año.
La nostalgia y la comodidad son lo que ayuda a Greene y su familia a “dejar atrás el estrés de la vida y relajarse en nuestros lugares favoritos”.
No solo repiten su costumbre del jarabe de arce en la montaña.
Su rutina diaria en Mont Tremblant también se replica cada año: “Esquí y snowboard durante tres días seguidos, luego un día libre para pasear en trineo con perros, dar un paseo en carruaje u otra actividad invernal”.
Cuando la vida se vuelve difícil, es la anticipación de su viaje invernal -y la alegría que sienten juntos allí- lo que les ayuda a sobrellevarlo.
Russell señala que, desde una perspectiva neurocientífica, “los circuitos de recompensa en nuestro cerebro pueden volverse menos receptivos a medida que nos acostumbramos a visitar el mismo lugar”.
Sin embargo, volver puede seguir aportando beneficios para el bienestar, añade, destacando que suele ser más relajante ir a un sitio asociado con el disfrute porque seguimos “distanciados de las señales que asociamos con el estrés”.
Greene afirma que su familia no ha experimentado ninguna disminución en la emoción de hacer exactamente las mismas cosas en el mismo orden cada año.
Aun así, Tiger y yo intentamos añadir un toque de novedad a nuestras vacaciones repetidas y rutinas familiares.
Cuando visito Inglaterra, lo cual intento hacer varias veces al año, no es para repetir experiencias idénticas, sino para conocer estadios de fútbol, producciones teatrales y rutas de senderismo.
Si solo me quedara en Wandsworth y viera partidos en el estadio de Craven Cottage, mis vacaciones se volverían aburridas rápidamente.
En cambio, recorro el país, como en distintos restaurantes y dejo que mi curiosidad me guíe hacia nuevas aventuras. Según Russell, esta combinación ayuda a mantener viva la chispa de la exploración, al tiempo que ofrece comodidad.
Esto es importante, explica, porque “hay un punto en el que volver al mismo lugar empieza a ser problemático.
Si regresamos demasiadas veces y superamos nuestro “apetito” por él, se llama adaptación hedónica: acostumbrarse a las cosas placenteras y volver a nuestro nivel emocional original”.
Tiger plantea un argumento similar sobre su predilección por Grecia.
“El país sigue siendo nuevo para mí: nuevas playas, islas y pueblos rurales; hay tantos lugares por explorar que podría pasar toda una vida allí y no conocer ni una fracción de ellos”.
Si solo nos fijamos en los códigos de los aeropuertos de destino, nuestros viajes podrían parecer idénticos. Pero las experiencias que vivimos -Tiger en Grecia y yo en Inglaterra- son tan distintas que nuestros recorridos nunca resultan monótonos.
Crecí en los suburbios de Filadelfia y veía a los vecinos viajar en masa y entre el tráfico hacia la costa de Jersey cada verano. Iban al mismo pueblo, la misma playa, con las mismas atracciones en el mismo muelle y se alojaban en las mismas casas de alquiler.
Alguna vez me pregunté: ¿qué pasa cuando viajar deja de ser una ruptura con la rutina y se convierte en otra rutina más?
Ahora, en un mundo cada vez más estresante, entiendo el atractivo de buscar alegría en lo familiar, mientras doy un pequeño paso fuera de mi zona de confort para encontrar nuevas emociones en lugares conocidos.
A Tiger le encantan sus rutinas vacacionales en Grecia, pero admite que otras partes del mundo también le atraen.
“Siento mucha curiosidad por Japón, pero me gusta controlar el ritmo de mis días”, dice.
Su trabajo como profesora es agotador, al igual que su trayecto diario, por lo que se entiende cuando afirma: “Mi tiempo en Grecia es un respiro que agradezco, tanto porque es familiar como porque resulta extraño al mismo tiempo”.
Y añade: “Atenas casi se siente como un segundo hogar”.