El desplazamiento forzado en Chihuahua es una problemática grave que afecta principalmente a comunidades indígenas y rurales, pero son poco visibles los impactos psicoemocionales de las personas y de las comunidades, explicó la experta en acompañamiento psicosocial Karina Baltazares, en el marco del Día Mundial de la Lucha contra la Depresión que se conmemora el 13 de enero.
Un ejemplo de desplazamiento forzado reciente es el caso de la comunidad de Cinco Llagas, en el municipio de Guadalupe y Calvo, cuando el 2 de septiembre de 2024, la violencia ejercida por civiles armados obligó a más de 300 personas a abandonar sus hogares.
También está el caso de la comunidad de Dolores y rancherías aledañas, del mismo municipio, que se han quedado prácticamente solas.
El fenómeno no es nuevo en México. Desde la década de 1970 el desplazamiento forzado ha sido documentado, y entre 2015 y 2020 el Censo de Población y Vivienda del INEGI registró a 2 mil 877 personas desplazadas en Chihuahua debido a la violencia o la inseguridad delictiva.
De acuerdo con Karina, en acompañamiento psicosocial el desplazamiento forzado implica una violencia que quiebra los proyectos de vida.
“Las familias no tenían intención de cambiar (de lugar para vivir), de moverse a otro lugar, sino que se ven forzadas a hacerlo porque tienen que salvar la vida”, señala.
Baltazares también señaló que esta problemática social es una consecuencia de otras violencias que preceden al desplazamiento. “Es una forma de afrontar esas violencias que se estaban viviendo en territorio”, declaró.
El desplazamiento forzado no sólo se limita a los conflictos entre grupos delictivos, también se puede ver en la explotación indiscriminada de los recursos naturales, el desarrollo de megaproyectos turísticos y mineros, así como en la falta de consulta a las comunidades indígenas, lo que ha provocado que las familias tengan que salir de su territorio, agregó Karina.
“No solamente es que lleguen las transnacionales y quieran expropiar, sino que llegan con un plan (…) y a veces pues esto viene acompañado de violencias. Ya sabemos mucho de estas historias de caciques locales que se han apropiado de forma fraudulenta de los derechos ejidales, estas violencias que existen, estas amenazas, estas torturas, estas desapariciones”, explicó Baltazares.
Las personas que dejan su tierra de manera forzada, pierden todo lo que habían construido, pero también otras cuestiones simbólicas y más espirituales: “En las comunidades rarámuri, por ejemplo, dejar sus animales es algo que que sufren mucho, a mí me tocaba escuchar, pues esta tristeza este dolor porque las los animalitos se quedaron allá y quién les va a dar de comer y qué va a pasar con ellos (…) se trata ese dolor más allá de esas concepciones que tenemos”.
Además de las pertenencias materiales, se pierden elementos simbólicos como los rituales, la identidad, la pertenencia, se fracturan con el despojo, así como los vínculos comunitarios, colectivos y familiares particularmente. Las prácticas que les enseñan desde niños para ser “buenos rarámuri” a través del trabajo, de cuidar a los animales, la convivencia, donde se aprende “a caminar el territorio”, se ven impactadas con el desplazamiento forzado, acotó Baltazares.
“Que las familias se desplacen también implica una ruptura en las comunidades y, sobre todo, en los ciclos. En Baborigame, ahí hay pequeños ranchos que ya están vacíos completamente”, refirió le experta.
Un ejemplo es el caso de la familia de Julián Carrillo Martínez, líder rarámuri de la comunidad de Coloradas de la Virgen asesinado el 24 de octubre de 2018 por defender su territorio. Tras su muerte, su esposa y toda su familia tuvieron que huir de su hogar, sin oportunidad de realizar los rituales tradicionales por la muerte del jefe de familia, para que pudiera descansar en paz.
Lee aquí completa la nota de Raíchali.
La isla del Ártico es el declarado objeto de deseo de Donald Trump, pero la idea de incorporarla a Estados Unidos no es nueva.
Donald Trump ha vuelto a apuntar a Groenlandia al plantear de nuevo que Estados Unidos la compre o se haga con ella por otros medios.
Trump dijo esta semana que para Estados Unidos adquirir la isla es “una necesidad absoluta” para garantizar su “seguridad económica” y no descartó el uso de la fuerza militar para lograrlo.
El interés de Estados Unidos en hacerse con ella no es nuevo, pero se ha reavivado en los últimos años a medida que el deshielo provocado por el cambio climático aumentaba las expectativas de apertura de nuevas rutas para la navegación y un mayor acceso a las materias primas estratégicas que alberga.
Los analistas identifican la creciente rivalidad con China y Rusia como otra de las razones por las que el presidente electo ha vuelto a desempolvar la vieja aspiración estadounidense de adueñarse de Groenlandia.
Pero Trump tiene un problema: Groenlandia forma parte del reino de Dinamarca y, según afirman tanto el gobierno nacional danés como el gobierno autónomo groenlandés, “no está en venta”.
Pese a ser la mayor isla del planeta, Groenlandia es también el territorio más escasamente poblado, con alrededor de 56.000 habitantes, la mayoría inuit (conocidos antes como esquimales).
Como cerca de un 80% de su superficie está helada, la población se concentra en la costa sudoccidental, en torno a la capital, Nuuk.
La economía local se basa principalmente en la pesca y depende en gran parte de los subsidios que aporta el gobierno danés, que representan aproximadamente una quinta parte del Producto Interno Bruto de Groenlandia.
En los últimos años han aumentado las expectativas y el interés por sus recursos naturales, como las tierras raras, el hierro y el uranio, que podrían ser más fáciles de explotar como resultado del deshielo provocado por el calentamiento del planeta.
Aunque ubicada geográficamente dentro de Norteamérica, Groenlandia forma parte de Dinamarca desde hace tres siglos.
A Groenlandia llegaron exploradores y colonos nórdicos desde finales del siglo X, pero para el siglo XV sus asentamientos habían desaparecido.
Hasta que, en 1721, el misionero Hans Egede comandó una expedición tras la que colonos daneses comenzaron a instalarse en las cercanías de lo que hoy es la ciudad de Nuuk y Groenlandia se convirtió en territorio danés.
Groenlandia es, como las Islas Feroe, un territorio autónomo dentro del Reino de Dinamarca.
Gobernada como una colonia, permaneció aislada y apenas desarrollada hasta mediados del siglo XX.
En 1953 fue oficialmente incorporada al Reino de Dinamarca y sus habitantes se convirtieron en ciudadanos daneses.
En 1979 la isla adquirió el estatus de territorio autónomo tras un referéndum en el que se decidió que el gobierno local se encargaría de la mayoría de los asuntos, reservándose la seguridad y la defensa al de Copenhague.
En 2009 Dinamarca aprobó tras un nuevo referéndum entre los groenlandeses una ley que amplió las competencias del gobierno local y abrió la puerta a una posible independencia de Groenlandia tras negociaciones entre los gobiernos de Copenhague y Nuuk.
Desde que Trump comenzó a plantear que Estados Unidos le compre Groenlandia a Dinamarca, el gobierno danés ha respondido que son los groenlandeses quienes deben decidir su destino, lo que refleja el reconocimiento al derecho a la autodeterminación de la isla, algo que admite el gobierno danés.
El ministro de Exteriores de Dinamarca, Lars Lokke Rasmussen, lo mostró el pasado miércoles en su respuesta a los últimos comentarios de Trump: “Reconocemos plenamente que Groenlandia tiene sus propias ambiciones. Si se materializan, Groenlandia se independizará, pero sin la ambición de convertirse en un estado de Estados Unidos”.
En Copenhague reconocen que durante años no han prestado la atención necesaria ni invertido lo suficiente en Groenlandia y ya han comenzado a tomar medidas para mantenerla dentro del reino.
El primer ministro groenlandés, Múte Egede, sin embargo, ha abogado por la independencia, rechaza su incorporación a Estados Unidos y recientemente llamó a Groenlandia a “romper los grilletes del colonialismo”.
Efectivamente, en otras épocas Estados Unidos se expandió mediante la compra de territorios que estaban en manos de potencias europeas.
En 1803 le compró Luisiana a Francia, en 1819 Florida a España y en 1867 Alaska a la Rusia de los zares.
Dinamarca también fue parte de esos tratos, ya que en 1917, en plena Primera Guerra Mundial, le vendió las Indias Occidentales Danesas, unas islas que poseía en el Caribe, que pasaron a llamarse Islas Vírgenes de Estados Unidos y desde entonces han estado bajo soberanía de Washington.
El gobierno estadounidense ya contempló comprarle a Dinamarca Groenlandia cuando en 1867 adquirió Alaska.
La idea rondó las mentes y los escritorios de políticos de Washington en diferentes épocas hasta que la Segunda Guerra Mundial alteró radicalmente el escenario.
Con Dinamarca ocupada por las tropas de la Alemania de Hitler, fuerzas estadounidenses tomaron control de Groenlandia, iniciando una presencia militar que se mantendría durante décadas.
Según le dijo a BBC Mundo Mark Jacobsen, de la Real Escuela de Defensa Danesa, “la ocupación de Groenlandia fue inicialmente casi una invitación de Dinamarca ante la amenaza nazi y al terminar la guerra el gobierno danés le dijo a Estados Unidos que esa amenaza había desaparecido, pero la respuesta de Estados Unidos fue que no tenía ninguna intención de retirarse, sino de aumentar su presencia ante la nueva amenaza de la Unión Soviética”.
En 1946, convencido de la importancia estratégica de la isla del Ártico, el entonces secretario de Estado estadounidense, James Byrnes, ofreció al embajador danés en Washington US$100 millones en lingotes de oro por ella. La oferta fue rechazada de plano por el gobierno danés.
Finalmente, cuando asumió que los militares estadounidenses no iban a marcharse de la isla, Dinamarca firmó en 1951 con Estados Unidos un acuerdo que regulaba su presencia en Groenlandia.
Washington mantuvo allí elementos de su sistema de alerta temprana antimisiles y la Base Aérea John Thule, hoy convertida en la Base Espacial Pituffik.
Las palabras de Trump han reabierto una cuestión que parecía zanjada.
Y no se trata solo de Groenlandia. El presidente electo ha manifestado que Estados Unidos debe asegurarse también el control del Canal de Panamá y anexionarse Canadá, sin descartar medidas de fuerza para lograrlo.
A solo unos días de que vuelva al poder, analistas y diplomáticos de todo el mundo se preguntan cuán seriamente hay que tomarse sus comentarios.
El ex primer ministro de Groenlandia Kuupik V. Kleist le dijo a la CNN que no ve “nada en el futuro que allane el camino hacia una venta” y el secretario de Estado del gobierno de Joe Biden, Antony Blinken, descartó que vaya a consumarse.
Jacobsen le dijo a BBC Mundo que “la percepción tanto en Groenlandia como en Dinamarca es que (la de Trump) es una visión desfasada del mundo”.
Pero quizá aquel mundo que las grandes potencias se repartían sin atender otra consideración que la de sus intereses esté, como Trump a la Casa Blanca, a punto de volver.
Haz clic aquí para leer más historias de BBC News Mundo.
También puedes seguirnos en YouTube, Instagram, TikTok, X, Facebook y en nuestro nuevo canal de WhatsApp, donde encontrarás noticias de última hora y nuestro mejor contenido.
Y recuerda que puedes recibir notificaciones en nuestra app. Descarga la última versión y actívalas.