Más de 37 mil personas habitan en las colonias aledañas al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México “Benito Juárez”. Para ellas y ellos, vivir cerca del puerto aéreo significa estar expuestos a derrames de hidrocarburos que les provocan dolores de cabeza y mareos, y hacer su vida cotidiana a lado de un sitio que desde hace más de 15 años ha estado contaminado y que, a la fecha, no tiene un plan de remediación.
Pedro es uno de esos miles de habitantes. Ha vivido durante más de 20 años en CTM Aragón, una de las colonias atravesada por el ducto de turbosina que lleva el combustible de Azcapotzalco al puerto aéreo, pero fue hasta el año pasado que empezó a detectar un olor a hidrocarburos en la zona, el cual las autoridades atribuyeron a tomas clandestinas que hicieron grupos criminales. Pedro es un nombre ficticio de este vecino del Aeropuerto, quien pidió reservar su identidad por miedo a represalias.
Este olor se debía a la turbosina, una sustancia compuesta por químicos como el benceno –que es cancerígeno–, etilbenceno, tolueno, y derivados que han sido catalogados como “probablemente cancerígenos” por la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades (ATSDR) del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos.
Pedro, junto con otros vecinos, comenzaron a denunciar los hechos en febrero de 2024, tanto con la Secretaría de Protección Civil capitalina como en redes sociales, pero no han obtenido respuesta íntegra a sus preocupaciones, e incluso ya recibieron amenazas de las cédulas delictivas, por lo que pidieron omitir sus nombres reales por su seguridad.
“Estamos sobre una bomba del tiempo”, dice, “estamos ahí porque ese es nuestro patrimonio, pero por ejemplo, mi mamá no sale de la casa por el aroma. Si tuviéramos a dónde cambiarnos, muchos ya lo hubiéramos hecho”.
Sumado a las tomas clandestinas, se han derramado miles de litros de turbosina en dos ocasiones en la estación de combustible. Además, el uso continuo de combustibles en el área y la falta de atención integral a las filtraciones han generado un significativo pasivo ambiental en el subsuelo. El ducto de turbosina y la estación de combustibles conforman una infraestructura completa que, aunque es operada por dos empresas distintas, ha causado contaminación en el subsuelo del AICM y las colonias aledañas.
El AICM se encuentra en el norponiente de la Ciudad de México, sobre terrenos que fueron utilizados para la aeronáutica militar y civil desde inicios del siglo XX. El hoy Aeropuerto “Benito Juárez” se surte de combustible, para los más de 300 mil vuelos que operan cada año, por medio de un ducto de turbosina que está a cargo de Petróleos Mexicanos (Pemex). Este tubo desemboca en la Estación de Combustibles, que es administrada por Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA).
La misma estación se ubica encima de suelos contaminados con turbosina y trazos de gasavión. El total de suelos afectados podría llenar poco más de 4 albercas olímpicas, o más de 14 mil metros cúbicos.
La Estación de Combustibles del AICM se encuentra justo detrás del Deportivo Oceanía ubicado en la Alcaldía Gustavo A. Madero de la capital del país. Del lado sureste colinda directamente con la colonia Pensador Mexicano, en la Alcaldía Venustiano Carranza; y hacia el norte y noroeste con la colonia San Juan de Aragón III Sección de la Alcaldía Gustavo A. Madero.
En tanto, el ducto de turbosina que surte al AICM de combustible atraviesa las colonias Cuchilla del Tesoro, San Juan de Aragón secciones III, IV y V; Narciso Bassols, Fovissste Aragón, CTM Aragón, y Ciudad Lago, en el municipio mexiquense de Nezahualcóyotl.
Las calles de las colonias no son sólo habitacionales, pues hay comercios, escuelas, jardines de niños, bibliotecas y centros comunitarios.
Tan sólo de las manzanas que colindan directamente con la zona de la Estación de Combustibles, se calcula que hay 4 mil personas viviendo alrededor de este sitio contaminado, con base en cifras del Inventario Nacional de Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Sin embargo, el total de pobladores de las colonias que colindan con la Estación de Combustibles y el ducto de turbosina –que es operado por Petróleos Mexicanos (Pemex)– es de aproximadamente 37 mil personas.
Desde febrero de 2024, vecinos de las colonias Narciso Bassols, Fovissste Aragón, CTM Aragón y San Juan de Aragón secciones IV y V denunciaron un fuerte olor a gasolina en varias avenidas y en coladeras cerca de sus viviendas.
No fue hasta inicios de julio, cuando el olor se extendió también a la colonia Cuchilla del Tesoro y se produjo un incendio en el límite entre esta colonia y Ciudad Lago, en el municipio mexiquense de Nezahualcóyotl, que Pemex y bomberos locales intensificaron labores de desazolve para limpiar los drenajes y medir los niveles de explosividad en las alcantarillas, el cual indicaron que era nulo.
En ese momento, técnicos de Pemex y elementos de la Fiscalía General de la República (FGR) explicaron que la presencia de hidrocarburos en los drenajes se debía a que había tomas clandestinas a lo largo del ducto de turbosina.
Las autoridades también negaron que el incendio que se produjo el 1 de julio haya estado relacionado con la infraestructura a cargo de Pemex, pero en los vecinos se cimbró el miedo de que sus colonias tuvieran el mismo destino que Analco, en Guadalajara, hace 33 años, cuando la tragedia del Sector Reforma se cobró la vida de más de 200 personas por una explosión causada por la filtración de miles de litros de gasolina en el drenaje.
“En Jalisco, el accidente que hubo, lo mismo: lo minimizaron, que no pasa nada, que hay una fuga de combustible, y en dos o tres días ya estaban volando casas, autos, camiones y demás”, expresó Pedro.
En las inmediaciones del AICM, Pemex se comprometió a cambiar la infraestructura y hacer que el ducto fuera más profundo para evitar que fuera comprometido. Asimismo, removió la tierra del camellón sobre la Avenida 604 que había sido contaminada por turbosina, pero sin previamente hacer estudios de caracterización para determinar cuánto suelo había sido afectado.
Igualmente, participó el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) para hacer estudios de contaminación en el aire; y se mandaron a hacer estudios de caracterización por parte de la Secretaría de Medio Ambiente capitalina (Sedema) para determinar el nivel de afectación en el suelo.
“Nos dijeron que la turbosina no es inflamable, la turbosina no hace daño, la turbosina no huele, que tú puedes convivir con la turbosina como si nada”, dijo Pedro sobre la información que dio Pemex en las primeras juntas.
Sin embargo, la misma hoja de datos de seguridad que maneja Pemex para la turbosina lo clasifica como un “líquido inflamable” y marca como medidas de prevención que se mantenga fresco y alejado del calor, superficies calientes, chispas, llamas al descubierto y otras fuentes de ignición.
Asimismo, indica como riesgo para la salud “peligro por aspiración”, y en particular por contacto con la piel o en caso de ingestión. Si bien señala que “No se cuenta con datos significativos para demostrar causar cáncer”, uno de los componentes de la turbosina es el benceno, que múltiples fuentes –entre ellas el Departamento de Salud estadounidense– señalan como cancerígeno.
Técnicos de Pemex Logística, junto con la autoridad de aguas en la Ciudad de México SACMEX y Protección Civil local hicieron estudios del porcentaje de explosividad en las zonas afectadas, y aunque todos los resultados arrojaron cero, los vecinos desconfiaron de la autoridad.
“Al enterarnos que la turbosina sí tenía afectaciones, no solamente a nosotros como seres humanos, sino también al medio ambiente, se comprometen a cambiar la tierra por donde corre todo el derecho de vía, que era donde estaba contaminada la tierra, y a limpiar en lo más posible el drenaje, porque obviamente el drenaje también estaba contaminado”, explicó Ana, otra vecina de las colonias que pidió resguardar su identidad por amenazas de grupos criminales.
Los vecinos no han recibido todavía los resultados de los estudios de caracterización, por lo que no saben en qué nivel los suelos de sus colonias pueden estar contaminados.
“Si no hubo un estudio en el derecho de vía, ¿qué te dice que este metro está contaminado y el siguiente metro no? Si no hubo una reparación, más que la cantidad que ellos [Pemex] determinaron que iba a sacar tierra y hasta ahí”, comentó Ana.
Entre la posibilidad de que se detecten nuevas tomas clandestinas y haya derrames, junto con su temor de la exposición a químicos cancerígenos, los habitantes de la zona aledaña al AICM han reiterado su miedo de perder sus colonias por la turbosina.
“Todos tenemos hijos, nietos, sobrinos, y nuestra primera preocupación fue por ellos. Por el futuro que les vamos a dejar, pero también muchos tienen su sustento y su medio de vivir en estas colonias, así como muchos”, expresó la vecina de la Alcaldía Gustavo A. Madero.
“Es gente que vive ahí en la colonia, y ha sido su vida y va a ser la herencia de sus hijos, sus nietos y por una casa que lucharon. Nosotros llegamos antes que la turbosina”.
El fin de la confrontación Este – Oeste supuso la liberación de grandes recursos económicos que Europa destinó a desarrollo y gasto social. La reducción de ese gasto militar tiene ahora efectos indeseados para el viejo continente.
“Bajamos la guardia. Redujimos nuestro gasto en defensa a menos de la mitad. Creíamos que disfrutábamos de un dividendo de la paz. Pero, en realidad, solo teníamos un déficit de seguridad. El tiempo de las ilusiones ya terminó”.
Con esas palabras, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, hizo un llamado para que el viejo continente aumente su gasto en defensa para rearmarse de forma rápida y contundente.
En un discurso el pasado 11 de marzo ante el pleno del Parlamento Europeo, la funcionaria reconoció que el orden de seguridad europeo estaba siendo sacudido y que las ilusiones sobre las que se asentaba estaban hechas añicos.
“Europa está llamada a asumir un mayor control de su propia defensa, no en un futuro lejano, sino hoy. No con pasos graduales, sino con la valentía que la situación exige. Necesitamos un refuerzo de la defensa europea y lo necesitamos ya”, dijo.
Detrás de la necesidad de este cambio está, en primer lugar, la invasión rusa de Ucrania iniciada en 2022 y que significó todo un sacudón para el viejo continente. A ello se le sumó más recientemente el cambio de política de Estados Unidos desde el inicio del segundo mandato de Donald Trump, cuyas palabras y acciones han puesto en duda hasta qué punto Washington sigue respaldando a sus tradicionales aliados transatlánticos frente a Moscú.
Ha sido este giro el que les ha dado una mayor urgencia a los planes de rearme en torno a los cuales los gobiernos europeos han estado negociando y deliberando durante las últimas semanas.
En un mensaje televisado, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, resumió la situación en estos términos: “Mantenemos nuestro compromiso con la OTAN y nuestra colaboración con Estados Unidos, pero debemos hacer más: debemos aumentar nuestra independencia en materia de seguridad y defensa. El futuro de Europa no puede decidirse en Washington ni en Moscú. Y sí, la amenaza ha regresado al Este, y la inocencia, por así decirlo, de los últimos 30 años, desde la caída del Muro de Berlín, es cosa del pasado”, dijo.
Macron, además ha ofrecido compartir el llamado paraguas de seguridad nuclear de Francia –su capacidad de disuasión nuclear– con sus socios europeos.
Su referencia a la necesidad de que Europa incremente su “independencia” de EE.UU. apunta a un problema crítico: la fortaleza militar de la OTAN y sus capacidades operativas y de inteligencia se apoyan en gran medida en Estados Unidos, sin el cual los países europeos enfrentarían dificultades para apoyar la defensa de Ucrania ante Rusia e, incluso, para la protección de países miembros de la OTAN y de la Unión Europea.
Pero, ¿cómo surgió esta dependencia europea en materia de seguridad? Parte de la respuesta se halla en un elemento mencionado por Von der Leyen: los llamados “dividendos de la paz”.
En la década 1980, en los años finales de la Guerra Fría, muchos líderes en Europa y Norteamérica comenzaron a hablar sobre cómo el fin de la confrontación Este – Oeste podía traer consigo la paz y el inicio de una época de mayor prosperidad.
Esta era una posibilidad muy importante para los países europeos que durante cuatro décadas habían vivido bajo el miedo de ser el escenario de una nueva guerra mundial derivada del choque entre el bloque comunista encabezado por la Unión Soviética y el bloque capitalista, liderado por EE.UU.
Para protegerse de esta posible confrontación -que nunca se materializó- los países europeos dedicaron muchos recursos al gasto militar no solamente para tener capacidad de defenderse, sino también para disuadir cualquier posible agresión.
Esta estrategia obligaba a destinar una parte sustancial de los fondos nacionales a la defensa.
Para el año 1990, los gobiernos de Bélgica, España e Italia gastaban 4% de su presupuesto en defensa; Alemania, casi 5%; mientras que Francia y Reino Unido destinaban 7% y 10% respectivamente, de acuerdo con un trabajo de los investigadores Florian Dorn, Niklas Potrafke y Marcel Schlepper publicado en 2024 por el Ifo Institute y el Instituto Leibniz de Investigación Económica de la Universidad de Múnich.
Así, los “dividendos de la paz” -término popularizado por George H. W. Bush y Margaret Thatcher a principios de la década de 1990- eran concebidos como las ganancias en crecimiento económico y bienestar social que podían derivarse de reducir el gasto militar y redestinar esos recursos hacia áreas como salud, educación e infraestructura pública.
En un artículo publicado en 2015, el economista Erik Berglof , quien en la actualidad preside el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, destacaba que los beneficios económicos del fin de la Guerra Fría fueron mucho más allá del recorte en los gastos de defensa.
“Los flujos comerciales y de inversión se han normalizado, y un sistema económico terriblemente derrochador y ambientalmente destructivo ha sido reemplazado por uno que, aunque dista mucho de ser perfecto, es mucho más eficiente en el uso de recursos y menos desastroso para el medio ambiente. Atribuir un valor económico a las mejoras en los derechos humanos, como la libertad de expresión y el derecho a viajar, es mucho más difícil, pero, si se calculan adecuadamente, es probable que estos beneficios para el bienestar social general sean aún mayores”, apuntaba.
En cualquier caso, el cálculo del impacto económico de los dividendos de la paz e, incluso la existencia misma de estos, ha sido un tema de debate entre expertos debido, entre otras cosas, a que no hubo una transferencia explícita de los fondos ahorrados en defensa hacia otras áreas del gasto público.
Al mismo tiempo, en algunos casos, los gobiernos manifestaron su preferencia por simplemente reducir el gasto fiscal.
Esa era, por ejemplo, la postura del entonces presidente de EE.UU., George HW Bush.
“Se declara un dividendo cuando se obtienen ganancias y nuestro gobierno opera con un enorme déficit. Por lo tanto, quienes dicen que hay que tomar el dinero de este acuerdo y gastarlo en algún proyecto federal deben entender que el pueblo estadounidense quiere solucionar este déficit y quiere que la economía crezca”, dijo al ser consultado sobre los dividendos de la paz en una rueda de prensa en junio de 1992 tras una cumbre histórica con el entonces mandatario ruso, Boris Yeltsin, en la que firmaron un acuerdo para la reducción de las armas nucleares.
“Por lo tanto, no me comprometo a que los ahorros que podamos obtener gracias a este amplio acuerdo se destinen a algún proyecto de gasto federal”, agregó.
En un discurso pronunciado en 1991, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher advirtió sobre reducir en exceso los presupuestos militares, destacando que los países debían conservar su capacidad de defenderse.
“El punto más importante que debemos destacar hoy es que el único dividendo real de la paz es, sencillamente, la paz. Nuestra generación ha disfrutado de ese dividendo gracias a la inversión de miles de millones de dólares y libras en defensa”, dijo.
Los presupuestos de defensa de los países ubicados a ambos lados del telón de acero cayeron de forma marcada con el fin de la Guerra Fría.
En términos de Producto Interno Bruto (PIB), el gasto militar de Reino Unido pasó de 4,04% en 1989 (año de la caída del Muro de Berlín) a 2,07% en 2021 (el año previo a la invasión rusa de Ucrania), de acuerdo con cifras del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri).
En el mismo periodo, el gasto en defensa de Francia pasó del 2,88% al 1,91%; en el caso de Alemania el cambio fue de 2,53% a 1,32%; Países Bajos, de 2,52% a 1,40%; Bélgica, de 2.46% 1,04%; y España, de 2,36% a 1,35%; de acuerdo con la misma fuente.
Los gastos militares también se redujeron en los países del antiguo bloque comunista. Por ejemplo, Rumania pasó de 4,21% a 1,85%; Bulgaria, de 4,40% a 1,52%; y Hungría, de 2,79% a 1,32% del PIB.
En el caso de EE.UU., los fondos destinados a defensa pasaron de 5,87% del PIB en 1989 hasta 3,09% en 1999, pero volvieron a incrementarse tras los ataques del 11 de Septiembre de 2001.
Aunque resulta difícil cuantificar en qué medida estos recortes en defensa se convirtieron en “dividendos de la paz”, los economistas Florian Dorn, Niklas Potrafke y Marcel Schlepper hicieron una estimación tomando como punto de referencia cuánto dinero habrían tenido que gastar en defensa estos países si hubieran tenido siempre que cumplir con el 2% de gasto militar acordado por la OTAN.
De acuerdo con esos cálculos, los países europeos acumularon desde el fin de la Guerra Fría hasta 2023 un dividendo de la paz de US$1,95 billones (1,8 billones de euros).
“Francia y Reino Unido son los dos únicos países entre las cinco mayores economías europeas que no cobraron ningún dividendo de la paz, si se asume que el objetivo de 2% de la OTAN es suficiente. En el otro lado están Alemania, España e Italia, con dividendos de la paz anualizados que oscilan entre 8.000 millones de euros [US$8.680 millones] y 20.000 millones de euros [US$21.710 millones]”, escriben.
“Desde 1991, Alemania ha acumulado 680.000 millones de euros [US$738.000 millones] en dividendos de la paz”, agregan.
Estos economistas sostienen que los ahorros logrados por el recorte de los gastos militares se tradujeron en una expansión del gasto público en otras áreas. De hecho, estiman que una vez ajustados a la inflación, en promedio los presupuestos gubernamentales de los gobiernos europeos se duplicaron entre el final de la Guerra Fría (o el momento en el que los países se unieron a la OTAN) y 2023.
Librados de las amenazas de la Guerra Fría, los gobiernos europeos dejaron caer su gasto en defensa y aumentaron -incluso mucho más allá de los dividendos de la paz- su gasto social.
“Desde 1990, los países europeos han expandido sus estados de bienestar social a un nivel que no se ha visto respaldado por el desarrollo económico general”, escriben Dorn, Potrafke y Schleppe.
Agregan que en el caso de los estados que se unieron a la OTAN durante la época de la confrontación Este – Oeste, el gasto social ha crecido en una proporción mayor que la economía, que la inversión que los presupuestos públicos.
“Hoy en día, tanto los presupuestos públicos como la economía, ajustados a la inflación, son aproximadamente 1,9 veces superiores a los de 1990. En contraste, el gasto social ha crecido hasta 2,4 veces su tamaño original”, apuntan.
“El gasto social es, con diferencia, la mayor partida de gasto de los gobiernos europeos. De media, la mitad del presupuesto público europeo se destina a gasto social, como subvenciones a los sistemas de pensiones o a la redistribución a hogares con bajos ingresos y desempleados”, agregan.
¿Cómo fue esto posible? No solamente por el fin de la Guerra Fría, sino también en gran medida gracias a las garantías de seguridad ofrecidas por EE.UU.
“Dado que el tratado de la OTAN establece que un ataque contra un miembro se considerará un ataque contra todos ellos, las capacidades de defensa de Estados Unidos proporcionaron, en esencia, un bien público a todos los demás miembros. Inevitablemente, esto ofrece grandes oportunidades de sacar ventaja, siempre que Estados Unidos, la superpotencia militar mundial, esté dispuesto y sea capaz de comprometerse con credibilidad a defender a sus socios europeos”, señalan Dorn, Potrafke y Schleppe.
Así, mientras EE.UU. siguió invirtiendo en el sector militar, la mayor parte de los socios europeos de la OTAN estuvieron gastando menos en esa área.
Eso explica por qué en la actualidad EE.UU representa 70% del gasto en defensa da la OTAN, mientras que en 1990 (en plena Guerra Fría) era responsable del 61%.
Esa diferencia no solamente se traduce en que Washington dispone de más y mejores equipos militares, sino también en una fuerte dependencia de los países europeos que -como ha dejado patente la guerra en Ucrania- no disponen de las armas ni de los sistemas de defensa necesarios o suficientes para hacer frente a Rusia sin el apoyo de EE.UU.
Para subsanar esta brecha, desde inicios de este siglo se viene hablando en el seno de la OTAN de la necesidad de que todos los países miembros se comprometan a gastar 2% de su PIB en defensa.
Esa idea se plasmó en un compromiso en 2006, pero los avances hacia ese objetivo fueron pocos y lentos, incluso tras la invasión rusa de Ucrania.
Ahora las cosa parecen estar cambiando.
A mediados de 2023, el entonces secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció que, en promedio, los miembros de esa alianza estaban aumentando sus gastos de defensa en un 18% ese año. “El mayor aumento en décadas”, aseguró.
Eso permitiría que 23 de los 32 países estarían alcanzando el objetivo de 2%.
Ese avance notable, sin embargo, luce insuficiente en caso de que Estados Unidos decida retirar su apoyo militar a Ucrania o ponga en duda su compromiso con la defensa colectiva pactada en la OTAN.
Esas posibilidades han encendido las alarmas en Europa y han impulsado una serie de encuentros que buscan reforzar la independencia europea en materia de defensa.
Con miras a ello, la Comisión Europea ha propuesto la iniciativa ReArm Europe que apunta a movilizar hasta unos US$868.000 millones (800.000 millones de euros) para financiar inversiones en defensa.
Esta propuesta contempla tres mecanismos distintos. Por una parte, activar una excepción al Pacto de Estabilidad de la UE que limita el déficit fiscal y el endeudamiento en el que pueden incurrir sus miembros, para permitir que aumenten sus gastos militares sin que esto acarree una penalización.
Según estimaciones de la Comisión Europea, si cada país aumenta su gasto militar en 1,5% de su PIB en promedio, eso les permitiría disponer de unos US$705.000 millones en el lapso de cuatro años.
El segundo mecanismo corresponde al establecimiento de un mecanismo que disponga de unos US$163.000 millones en préstamos para inversiones en defensa de los Estados miembros.
“Nos referimos a ámbitos de capacidad paneuropeos. Por ejemplo: defensa aérea y antimisiles, sistemas de artillería, misiles y municiones, drones y sistemas antidrones; pero también a otras necesidades, desde la ciberseguridad hasta la movilidad militar. Esto ayudará a los Estados miembro a aunar la demanda y a comprar conjuntamente”, señala la Comisión Europea en su propuesta.
El tercer mecanismo consistiría en orientar fondos existentes en el presupuesto de la UE para realizar inversiones de corto plazo en el sector de defensa.
¿Será esto suficiente?
En primer lugar, hay que preguntarse si es posible.
“Hay que pensar cuáles son las consecuencias de estos gastos más allá de las compras de armas y del fortalecimiento del sector”, dice Diego Lopes, investigador senior de Sipri, en conversación con BBC Mundo.
“Si estamos invirtiendo ahora con deuda para la compra de armas, en el futuro habrá que pagar esos fondos y los intereses que generen a través de impuestos o de recortes de gastos en otras áreas”, dice.
“Hay impactos. Por ejemplo, si van a crear nuevos impuestos hay que ver cuáles. Si son impuestos regresivos, esto tiene impacto en la distribución de rentas y en la igualdad en el país. Entonces, no es solamente la defensa, hay que pensar las consecuencias de estos gastos más más allá de la defensa”, agrega.
Indica que hay algunos países, como Italia, que tienen niveles de endeudamiento muy alto y que difícilmente pueden seguir sosteniendo, probablemente tendrán que hacer recortes en otras áreas como, por ejemplo, hizo Reino Unido al recortar la ayuda internacional, o con cortes en los gastos de seguridad social.
“Este es un proceso de cambio no solamente de los presupuestos, sino también institucional y económico para sostener esos gastos en el futuro. Eso se está debatiendo ahora: cómo hacer para que estos incrementos sean sostenibles desde el punto de vista económico y fiscal”, apunta.
Más allá de los aspectos financieros, Lopes indica que los países europeos tienen muchos asuntos por resolver y muchas decisiones que tomar.
Explica que la industria de defensa en Europa está muy fragmentada, lo que crea ineficiencias.
“Hay directivas de la Unión Europea para fortalecer las compras de armas intrabloque, pero la implementación aún no está completa. Es un proceso burocrático muy complejo y también de inversión. ¿Van a comprar armas de su propia industria?, ¿van a comprarlas de otro país? Es un problema de acción colectiva muy complejo”, dice.
Destaca, por ejemplo, que los países europeos suelen comprar gran parte de su armamento a empresas de EE.UU., pero advierte que seguir haciéndolo sin más implica permitir que Washington siga teniendo influencia, lo que impediría lograr el objetivo de aumentar la autonomía estratégica propuesto por Macron.
Pese a estas dificultades, Lopes es optimista.
“La guerra de Ucrania fue un choque para los europeos, que estaban casi en un estado de inercia en estos temas, pero ahora tendrán que arreglar o crear nuevos mecanismos de defensa dentro del continente. Este plan ReArm Europe es una indicación muy clara de lo que están haciendo”, dice.
“Hay un cambio en las relaciones trasatlánticas, pero también en como Europa ve su relación consigo misma. Creo que ahora vamos a entrar en un periodo de mayor cooperación de los europeos en estos temas y también de no ser tan dependientes de Estados Unidos. Entonces, las cosas han cambiado de una manera fundamental”, concluye.
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