En un operativo sorpresa, fue detenido la tarde de este 23 de marzo el juez veracruzano, Florencio Hernández Espinosa, quien es acusado del delito de cohecho; concretamente es señalado de haber recibido dinero a cambio de liberar a personas, detenidas por delitos de alto impacto como homicidio doloso y secuestro, así como pederastia.
La detención del juez de control en el Juzgado de Proceso de Coatzacoalcos se llevó a cabo en la entrada del Poder Judicial del Estado, en ciudad de Xalapa, Veracruz. Allí, policías ministeriales lo esperaban con una orden de aprehensión. Florencio Hernández Espinosa acudió a dicho inmueble a una cita del Consejo de la Judicatura, donde atendería diligencias relacionadas con una suspensión por señalamientos de corrupción en su contra. El hoy detenido cumplía un año suspendido de su cargo.
El funcionario será presentado ante un juez en los juzgados de la congregación de Pacho Viejo, en el municipio de Coatepec. Apenas el pasado 24 de febrero, fue detenido Andrés “N”, ex auxiliar de sala en el distrito judicial de Papantla, quien fue vinculado a proceso por los delitos de abuso de autoridad, incumplimiento de un deber legal, cohecho y evasión de presos. En este caso también está involucrado el juez local, Rubén Reyes Rodríguez, excandidato a la alcaldía de Texistepec, Veracruz, por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Actualmente está prófugo de la justicia.
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De acuerdo con fuentes del Poder Judicial, Florencio Hernández Espinosa liberó a 70 personas durante siete meses que estuvo a cargo del Juzgado de Proceso de Coatzacoalcos. Las personas a quienes benefició con cambio de medidas cautelares para enfrentar sus procesos en libertad o decidió no vincularlos a proceso, fueron detenidas por los delitos de homicidio doloso, secuestros y pederastia.
En el mes agosto de 2022, familiares de una menor de siete años, acusaron que el juez Hernández manipuló pruebas para liberar a un empleado del área de mantenimiento del hospital regional Valentín Gómez Farías de Coatzacoalcos, acusado de abuso sexual.
Antes de su encomienda en Coatzacoalcos, estuvo al frente de un juzgado en el distrito de Zongolica, que se conforma por municipios indígenas y de alto rezago. En 2016, en el municipio de Zongolica, Florencio Hernández Espinosa fue señalado de libertar a un profesor denunciado de abusar secularmente a seis alumnas de una escuela primaria. El juez fue señalado por barras de abogados de esa región de beneficiar a personas acusadas de pederastia, convenciendo a las víctimas de que en esas regiones indígenas predominan los usos y costumbres.
En el año de 2019, se inscribió como candidato a Fiscal General de la República, siendo el único aspirante veracruzano de 27 que compitieron por el puesto que hoy ostenta Alejandro Gertz Manero. Ese mismo año, se inscribió en el proceso de elección de magistrados del Estado de Veracruz, aunque no fue seleccionado.
Un año más tarde, en 2020, compitió por el puesto de fiscal general de Veracruz, tras la remoción de Jorge Winckler Ortiz en ese cargo, que actualmente está preso y acusado de desaparición forzada de personas.
Florencio Hernández Espinosa, es licenciado en Derecho, con una maestría y doctorado en Derecho. Contaba con una carrera judicial de 27 años, la cual fue suspendida el pasado 23 de marzo.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo.
¿Existe alguna obra de ficción del pasado que pueda ayudarnos a comprender las preocupantes tendencias actuales?
Considerando la proliferación de referencias a la “neolengua” ofuscadora, líderes al estilo del Gran Hermano y sistemas de vigilancia ineludibles en artículos periodísticos, esta pregunta tiene una respuesta simple: “Sí, y esa obra es ‘1984’ de George Orwell”.
Tanto la izquierda como la derecha política consideran la novela que Orwell escribió en 1949 como el libro del siglo pasado que mejor se relaciona con el presente.
Pero hay otros que consideran la cultura del consumo y la obsesión por las redes sociales como las principales preocupaciones actuales. Entonces la respuesta es diferente: “Sí, y esa obra es ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley”.
Nosotros, sin embargo, pensamos que la respuesta es “ambas”.
En el largo debate sobre quién fue el escritor más profético de su época, Orwell, que fue alumno de Huxley en Eton, es generalmente el favorito.
Una razón de esto es que las alianzas internacionales que durante mucho tiempo parecieron estables ahora están en constante cambio. En 1984, su última novela, Orwell imaginó un futuro mundo tripolar dividido en bloques rivales con alianzas cambiantes.
En el breve periodo transcurrido desde que el presidente estadounidense Donald Trump inició su segundo mandato, sus políticas y declaraciones han provocado sorprendentes realineamientos.
Estados Unidos y Canadá, socios cercanos durante más de un siglo, están ahora enfrentados. Y en abril, un funcionario de Pekín se unió a sus homólogos de Corea del Sur y Japón para oponerse, formando un trío improbable, a los nuevos aranceles de Trump.
Quizás por eso existe un campo floreciente de “estudios orwellianos”, con su propia revista académica, pero no de “estudios huxleyanos”.
Probablemente también explica por qué “1984”, pero no “Un mundo feliz”, sigue figurando en las listas de los más vendidos, a veces junto con “El cuento de la criada” (1985) de Margaret Atwood.
“Orwelliano” (a diferencia del raramente conocido “huxleyano”) tiene pocos competidores aparte de “kafkiano” como adjetivo inmediatamente reconocible vinculado a un autor del siglo XX.
Por maravillosos que sean Atwood y Kafka, estamos convencidos de que combinar la visión de Orwell con la de Huxley ofrece un análisis más profundo. Esto se debe en parte a, y no a pesar de, la frecuencia con la que se ha contrastado la autocracia que describen Orwell y Huxley.
Vivimos en una época en la que todo tipo de sistemas de control limitan nuestras libertades de expresión, identidad y religión. Muchos no encajan del todo en el modelo que Orwell o Huxley imaginaron, sino que combinan elementos.
Sin duda, hay lugares, como Myanmar, donde quienes ostentan el poder recurren a técnicas que evocan inmediatamente a Orwell, con su enfoque en el miedo y la vigilancia. Hay otros, como Dubái, que evocan con mayor facilidad a Huxley, con su enfoque en el placer y la distracción. Sin embargo, en muchos casos encontramos una mezcla.
Esto es especialmente evidente desde una perspectiva global. Es algo en lo que nos especializamos como investigadores internacionales e interdisciplinarios: un académico literario turco radicado en el Reino Unido y un historiador cultural californiano de China, que también ha publicado sobre el Sudeste Asiático.
Al igual que Orwell, Huxley escribió muchos libros que no eran ficción distópica, pero su incursión en ese género se convirtió en su obra más influyente. “Un mundo feliz” fue muy conocido durante la Guerra Fría.
En cursos y comentarios, se solía comparar con “1984” como una narrativa que ilustraba una sociedad superficial basada en la indulgencia y el consumismo, en contraposición al mundo orwelliano, más sombrío, de supresión del deseo y control estricto.
Si bien es habitual abordar los dos libros a través de sus contrastes, también pueden tratarse como obras interconectadas y entrelazadas.
Durante la Guerra Fría, algunos comentaristas consideraron que “Un Mundo feliz” mostraba adónde podía llevar el consumismo capitalista en la era de la televisión.
Occidente, según esta interpretación, podría convertirse en un mundo donde autócratas como los de la novela se mantuvieran en el poder. Lo lograrían manteniendo a la gente ocupada y dividida, felizmente distraída por el entretenimiento y la droga “soma”.
Orwell, por el contrario, parecía proporcionar una clave para desbloquear el modo más duro de control en los países no capitalistas controlados por el Partido Comunista, especialmente los del bloque soviético.
El propio Huxley en “Un mundo feliz” revisitado, un libro de no ficción que publicó en la década de 1950, consideró importante reflexionar sobre cómo combinar, abordar y analizar las técnicas de poder e ingeniería social presentes en ambas novelas.
Y resulta aún más valioso combinar estos enfoques ahora, cuando el capitalismo se ha globalizado y la ola autocrática sigue alcanzando nuevas fronteras en la llamada era de la posverdad.
Los enfoques orwellianos, de corte duro, y huxleyanos, de corte suave, para el control y la ingeniería social pueden combinarse, y a menudo lo hacen.
Vemos esto en países como China, donde se emplean los crudos métodos represivos de un Estado del Gran Hermano contra la población uigur, mientras que ciudades como Shenzhen evocan un mundo feliz.
Vemos esta mezcla de elementos distópicos en muchos países: variaciones en la forma en que el escritor de ciencia ficción William Gibson, autor de novelas como “Neuromancer”, escribió sobre Singapur con una frase que tenía una primera mitad suave y una segunda dura: “Disneylandia con la pena de muerte”.
Este puede ser un primer paso útil para comprender mejor y quizás empezar a buscar una manera de mejorar el problemático mundo de mediados de la década de 2020. Un mundo en el que el teléfono inteligente en el bolsillo registra tus acciones y te ofrece un sinfín de atractivas distracciones.
*Emrah Atasoy es investigador asociado de Estudios Literarios Comparados e Inglés e Investigador Honorario del IAS de la Universidad de Warwick.
*Jeffrey Wasserstrom es profesor de Historia China y Universal, Universidad de California, Irvine.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia creative commons. Haz clic aquí para leer la versión original.
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