Organizaciones que acompañan a personas en situación de desplazamiento forzado por violencia condenaron que las autoridades nieguen ese tipo de delitos con el argumento de que “no hay denuncias penales”, por lo cual urgieron a reconocer la situación que se ha agravado en semanas recientes en zonas como Guadalupe y Calvo.
“Las organizaciones civiles hemos estado presentes cuando representantes de instituciones públicas de los tres niveles de gobierno niegan la existencia de este delito porque ‘no hay denuncias penales’ y ‘no hay amenazas directas’ hacia las familias desplazadas, como si se tratara de movilidad voluntaria de la población”.
Así lo señalaron la Consultoría Técnica Comunitaria (Contec) y el Colectivo en Prácticas Psicosociales y Acción Comunitaria, luego de una serie de enfrentamientos armados ocurridos en varias regiones del estado que han provocado que cientos de familias se muevan de su lugar de origen.
El problema si bien no es nuevo, si se elevó en años recientes por la confrontación entre grupos del crimen organizado en la lucha del territorio. Uno de los puntos más críticos es Guadalupe y Calvo, como lo ha registrado Raíchali.
En este sentido, las organizaciones acusaron que las autoridades violan los derechos humanos de personas desplazadas y las revictimizan al negar la existencia de este delito en Chihuahua. Esas agrupaciones han participado en caravanas realizadas desde la sociedad civil organizada para atender a personas que se encuentran en zonas de conflicto.
Al abandonar sus hogares, las víctimas de este delito sufren la violación a sus derechos, la falta de atención y de justicia por las fallas estructurales del aparato gubernamental y además, son revictimizadas al ser ignoradas deliberadamente por las y los gobernantes, explican las agrupaciones.
Una situación que les genera indignación es que las propias representaciones de gobierno han estado en zonas golpeadas por la violencia, pero aún así se niega el desplazamiento de manera oficial y ante la opinión pública.
En cambio, esas mismas autoridades dicen que muchas familias huyen de sus tierras por la falta de empleo o de alimentos. “Estas carencias son originadas precisamente por el clima de violencia generalizada en la región de la Sierra Tarahumara y que en muchas ocasiones ha cobrado víctimas inocentes. A esto se suma una sensación de terror que la impunidad ha generado”, apunta Contec y el Colectivo en Prácticas Psicosociales y Acción Comunitaria.
“Una vez más, el tema de la seguridad pública es fundamental, pues pareciera que las insuficientes acciones de los gobiernos encaminadas a garantizar la paz, favorecen un ambiente de enfrentamiento entre criminales y no así a la integridad y seguridad de las y los ciudadanos”, puntualizaron.
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Indicaron que el gobierno del estado asegura trabajar en un Protocolo de atención a personas víctimas de desplazamiento forzado interno y que sería motivo de consulta con las organizaciones civiles. Sin embargo, las organizaciones no han tenido noticias de ese documento.
Hemos insistido en que las víctimas de desplazamiento forzado son sujetos de derecho y que deben ser atendidas de manera focalizada y diferenciada. Incluso, algunas personas afectadas han tenido sentencias a su favor de tribunales que ordenan a los tres niveles de gobierno que las protejan e indemnicen, sin que esto se haya cumplido al momento, plantean en un comunicado conjunto.
El desplazamiento forzado interno es una de las consecuencias de los conflictos armados entre grupos criminales en el país.
Los Principios Rectores se los Desplazamientos Internos de la Organización de las Naciones Unidas indica que son víctimas de desplazamiento forzado “las personas o grupos de personas que se han visto forzadas u obligadas a escapar o huir de su hogar o de su lugar de residencia habitual, en particular como resultado o para evitar los efectos de un conflicto armado, de situaciones de violencia generalizada, de violaciones de los derechos humanos o de catástrofes naturales o provocadas por el ser humano, y que no han cruzado una frontera estatal internacionalmente reconocida”.
En México, la Ley General de Víctimas reconoce la existencia de este delito, aunque no lo define, y ordena la atención a las personas desplazadas por parte del Sistema Nacional de Atención a Víctimas, de la Comisión Ejecutiva y la Comisión Estatal de Víctimas, y de todas las instituciones involucradas en los tres niveles de gobierno. Este delito también está sancionado en el Código Penal del Estado de Chihuahua.
La serie fotográfica #PídemeUnRetrato busca acortar la distancia y crear un lazo entre quienes no pueden reencontrarse.
Gisela lleva sin abrazar a su hijo Edson más de 3.400 días.
Ella no lleva la cuenta, porque la distancia entre Caracas y Miami ha hecho que esos diez años se hayan vuelto eternos. El conteo lo hizo el fotógrafo venezolano Roberto Mata, quien se ofreció a hacerle un retrato a Gisela para regalárselo a su hijo, como parte de una serie fotográfica que busca acortar la separación que ha impuesto la migración venezolana en los últimos años.
“Yo lo extraño, pero no se lo digo porque se pone triste. Y no quiero eso”, se lee en la leyenda de la foto que publicó Mata en su cuenta de Instagram @robertomataphoto.
“Lo que yo quisiera poder hacer es visitarlo, cocinarle, hacerle sus postres. (…) Besitos, Edson, que Dios te bendiga”, cita a Gisela, que vive en Caracas.
Roberto cuenta que la idea de la serie #PídemeUnRetrato surgió a partir de su propia experiencia migratoria, que comenzó en 2019 cuando se mudó a Miami. “Tengo un hermano en Buenos Aires a quien no veía desde hace 7 años y finalmente en septiembre pude abrazarlo. Eso antes en Venezuela era impensable. No había razones para que estuviéramos tanto tiempo separados”, afirma Mata a BBC Mundo.
Entonces, pensó que podría ser útil haciendo lo que sabe hacer. “Yo he sido retratista toda mi vida”, asegura Roberto, quien comenzó a tomar fotos cuando tenía 12 años. “Pero lo mío siempre ha estado más vinculado a lo editorial, publicitario o corporativo. Esta vez, sería lo que no soy: un fotógrafo de portarretrato para crear un lazo adicional entre esas dos personas que están convencidas de que no se van a volver a ver”.
Comenzó publicando un particular aviso en su cuenta de Instagram que decía lo siguiente: “Se ofrece fotógrafo a domicilio para retratar a tu ser querido. A ese que, gracias a la distancia, llevas muchos años sin abrazar. Momento para que pele el diente frente a la cámara [sonreír] y te diga eso que no te ha dicho en todo este tiempo”.
Recibió un poco más de 100 solicitudes. Le llegaron historias de parientes en Estados Unidos, Suiza, Canadá, Argentina y España que deseaban tener un retrato actualizado de su familiar en Venezuela, reflejo de los numerosos destinos en los que se encuentra la diáspora de un país asolado por la crisis económica y política.
Descartó muchas y se quedó con aquellas que tuvieran más de 5 o 7 años separados, sin posibilidad de reunirse.
El retrato de Gisela fue el primero en publicarse el 24 de noviembre en su perfil de la red social. La mujer, de 71 años, sonríe a la cámara en el ambiente acogedor de la sala de su casa en San Antonio de los Altos, una localidad cercana a Caracas.
En el segundo retrato sale Maia, una niña de 9 años que tiene más de 2.400 días sin abrazar a su papá, que está en Europa. “Yo quiero dibujar con él, quisiera verlo pronto, porque tengo muchos años que no lo veo. Quiero que me lleve a un parque de diversiones”, le dice a Mata.
No luce triste en la foto. Todo lo contrario. Exhibe su mejor sonrisa, minutos antes de salir a su colegio. Y le pide a Mata que le envié a su papá una foto de una paloma “dálmata” que vio mientras se dejaba tomar la foto.
“Yo no quería convertir un regalo en una tragedia“, explica el fotógrafo. “Es un obsequio. Algo distinto. Bonito, con gente sonriendo. No quería armar un expediente. El drama ya está en la propia historia. No quería extenderlo más”.
Sin embargo, reconoce que no faltó quienes se quebraron cuando preguntó si creen que volverán a ver a su familiar. “Yo no puedo hacer nada para ver a Laura”, le contó Diamante (85 años) durante su sesión para el tercer retrato. “(Mi nieta) No puede venir, yo no puedo viajar sola, no tengo la capacidad, y si tuviera la capacidad de viajar, lo haría por poco tiempo“.
Diamante tiene más de 2.600 días sin abrazar a su nieta y entre ellas no existe la posibilidad de un reencuentro. “Yo adoro a Laura, la quiero ver, ella es mi sol… La aprieto fuerte, fuerte, al pecho, porque ella es la continuación de mi hija (fallecida). Mientras ella esté siento que también está mi hija”.
Mata confiesa que se contuvo más de una vez. Aunque lleva años retratando los problemas de Venezuela, el tema de la distancia le pega de cerca. Cuenta que son diez hermanos y sólo tres quedan en Venezuela.
“Uno de los peores castigos que se le puede hacer a una sociedad es separarla, sin la esperanza de un futuro mejor. La familia venezolana está rota y eso es irreparable. No tiene solución. Ya sea por la edad, los papeles o el dinero, no hay posibilidad de reencuentro. La fractura está hecha”.
Sin embargo, Paula (83 años) y Juan (89 años), por ejemplo, no pierden la esperanza. Llevan casi dos años sin abrazar a su nieto, Juan Pablo, y nadie les quita la idea de que volverán a encontrarse. “Yo estoy segura de que voy a poder ver a Juanpi, porque creo en Venezuela, en lo que estamos haciendo y, además, creo en mi salud”, dice.
Juan Pablo (27 años) esperó impaciente en Nueva York que le llegara la foto en la que aparecen sus abuelos. La vio a ella con sus labios pintados de rojo sonriendo al lado de su esposo, quien sale montado en una moto con una actitud inquebrantable a sus casi 90 años. De inmediato, le envío un mensaje de voz a Mata en agradecimiento:
“Vi la foto. Fue una verdadera genialidad que hayas montado a mi tato en la moto de mi primo. (risas) Me llenó de mucha buena energía. Ni me ha dado tiempo para la nostalgia, con eso te digo todo. Esta foto es lo que necesitaba para seguir adelante, subir a otro nivel y afrontar otra etapa de mi vida. Eso es lo que ha generado tu foto. Estoy con el corazón lleno”.
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Muchos venezolanos que han visto la serie #PídemeUnRetrato le aseguran a Mata que se sienten identificados con el tema de la distancia, aún cuando no tengan relación con los protagonistas de sus primeras imágenes.
Ese fue mi caso. Al ver sus retratos, pensé en mi hijo Andrés, que vive conmigo en Miami y lleva siete años sin ver a su abuela paterna en Venezuela. Ella sólo le celebró su primer cumpleaños. No puede viajar a Estados Unidos, porque no tiene visa y nosotros no podemos salir. Se lo comento a Mata durante esta conversación y su respuesta fue inmediata: “¡Vamos a retratarlo!”.
“Qué hermoso, estoy superemocionada, no te imaginas lo sensible que estoy con ese regalo”, dice su abuela al ver el retrato de Andrés.
“Es lo máximo que me han podido regalar en años. Cómo quisiera darle un abrazo fuerte”.
“Hemos naturalizado tanto la distancia que nos hemos desconectado”, reflexiona Mata. “El ánimo de este trabajo fotográfico es el reencuentro“.
Piensa seguir buscando historias en sus próximos viajes. Tiene previsto uno a Nueva York y otro a Alemania. Prevé publicar otro aviso ofreciendo su servicio de fotógrafo a domicilio con sus nuevas coordenadas. No se le puede contratar, aclara. Sólo contarle tu historia y pedirle a tu familiar que “pele el diente” (sonría).
Él se encargará de hacer el retrato y de enviarlo como lo que es: un regalo.
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