
Para entender mejor
Fabián cursaba la primaria cuando los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, fueron víctimas de desaparición forzada la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. A 10 años, recuerda cómo esos hechos marcaron su infancia y adolescencia, tanto que eso lo impulsó a querer ser maestro normalista.
Ahora el joven estudia en las aulas y camina por los pasillos por donde alguna vez anduvieron los 43. Aunque son las mismas instalaciones, la normal de Ayotzinapa es otra a 10 años. Nunca volverá a ser igual. Cada muro y frase pintada en los edificios evocan a esa memoria colectiva. También es un recordatorio de que la impunidad prevalece en el caso.
La escuela es una de las 17 normales rurales que existen en el país. Su modelo educativo está enfocado a la formación política, social, educativa y cultural de sus alumnos y futuros maestros. La mayoría son hijos de campesinos, albañiles, comerciantes, obreros y amas de casa, a quienes el capitalismo ha excluido.

Los casi 600 jóvenes matriculados en la Normal Raúl Isidro Burgos saben quiénes fueron los 43 estudiantes. Es cómo si lo tuvieran tatuado en la piel o formara parte de su ADN. La escuela se encuentra en Tixtla, un municipio enclavado en la montaña a 17 kilómetros de la capital guerrerense: Chilpancingo de los Bravo.
Desde la entrada del plantel se anuncia que ahí estudiaron los 43 normalistas. En la parte de afuera hay pendones con los rostros de los jóvenes y, al cruzar la puerta, hay un monumento dedicado a ellos: un tronco cortado con tortugas alrededor y la frase “vivos los queremos 43”.

Fabián relata que el 29 de septiembre de 2014 llegaron normalistas de Ayotzinapa a la escuela primaria donde estudiaba. Fueron a difundir la noticia.
“Cargaban fotografías del compañero Julio César Mondragón, en ese tiempo no lo conocía, pero sabíamos por la foto que se había hecho viral en redes que le quitaron el rostro. En primera instancia, como niño, me entró miedo y pensé ‘en qué país estamos viviendo’. No tenía edad suficiente para ser consciente de todo lo que había pasado, pero sí fue un golpe duro”, comenta.
Incluso, afirma que hubo compañeros que querían ser maestros, pero después de la desaparición forzada de los 43 normalistas renunciaron a ese sueño. A Fabián le ocurrió lo contrario y se aferró a esa meta.
“Recuerdo que en ese tiempo Guerrero estuvo bastante activo y no sólo en el estado, sino normales de la Federación los buscaban de Norte a Sur y de Este a Oeste. Se unieron a la búsqueda de los 43 compañeros. Todo el pueblo mexicano estaba con ese coraje”, asegura.

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En la actualidad, Fabián estudia el tercer grado en la Normal. El plan de estudios establece que deben de cursar cuatro años. Hay dos licenciaturas: una en Educación Primaria, y la otra en Educación Primaria Indígena.
En los pasillos por donde alguna vez caminaron los 43 se siente su ausencia. Por todos lados hay pintas que los recuerdan, testigos de su existencia.
Hay reglas que cambiaron o se mantienen por ellos. Afuera del comedor hay una fila larga. Al esperar hay estudiantes que en su ropa tienen cintas de masking tape pegadas en la vestimenta para cubrir los logos de las marcas comerciales. El alumno que vigila la entrada comenta que hay formalidades que se mantienen dentro de la Normal, y una de ellas es que no pueden entrar al comedor con alguna marca que representa al capitalismo.

“No apoyamos a ningún partido político ni religión. Es por respeto a nuestros compañeros 43”, explica.
Abajo de donde está la biblioteca hay unas escaleras que desembocan a una cancha techada. Ese lugar no ha cambiado en 10 años. En el piso hay veladoras de color rojo que forman el número 43 y atrás hay igual número de pupitres con las fotografías con el rostro de los estudiantes, víctimas de desaparición forzada.
Los estudiantes entrevistados expresan que este gobierno ha intentado desacreditar el movimiento y criminalizar a los normalistas. Incluso dicen que esta administración pretende desaparecer a las normales rurales.
Al entrar a estudiar a estas escuelas, los normalistas deben elegir un pseudónimo. “A mí me dicen ‘Venceremos’, comenta uno de los jóvenes. “Venceremos” fue un himno de la Unidad Popular en Chile, y que en la actualidad los estudiantes de las escuelas normales entonan cada vez que concluyen un acto político.

El joven al que le dicen ‘Venceremos’ expresa que, desde la década de los 70, se criminaliza a los estudiantes rurales. Estas escuelas están cumpliendo 100 años de existencia, pues se fundaron en la época de los caudillos Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Y por sus aulas han pasado personajes como Genaro Vazquez y Lucio Cabañas, ambos luchadores sociales.
“Desde los 70´s nos criminalizan sin tener algún algún motivo. Ahora lo hacen porque salimos a manifestarnos, pero no salimos por gusto, sino porque hay motivos para hacerlo. Hay 43 compañeros que no aparecen y tenemos que estar haciendo ruido para que seamos escuchados, de otra forma no se puede lograr nada”, indica el joven.

Cada año que se cumple un aniversario de la desaparición forzada de los 43 normalistas, estudiantes de las 17 escuelas normales rurales realizan actividades para conmemorar los hechos, pero también para exigir la aparición con vida de los jóvenes.
“‘Somos nietos de la Revolución, hijos del 68 y hermanos de los 43’. Esta última frase tiene mucha relevancia, porque prácticamente las normales surgen a través de la Revolución. ‘Hijos del 68’. Después de la matanza de Tlatelolco nuestra Federación se volvió muy independiente al gobierno. ‘Hermanos de los 43’. Cuando llegas aquí te inculcan la hermandad, el compañerismo, y a un hermano nunca se le deja solo, por eso mismo nunca dejamos de buscarlos”, señala ‘Venceremos’.

Diez años después de la trágica noche de Iguala, la Normal Rural de Ayotzinapa mantiene viva la memoria de los 43, la memoria de Lucio Cabañas y de Genaro Vázquez, de Emiliano Zapata y del Ché Guevara. No sólo en los murales que adornan los edificios de dormitorios y aulas, sino en sus libros de texto, en su biblioteca y en la vocación de lucha social de sus profesores y alumnos.
No en balde, en la entrada a la escuela, junto a la palabra “Bienvenidos” hay una leyenda que advierte: “Ayotzinapa, cuna de la conciencia social”.


Cómo, dónde y cuándo los gatos perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos era un misterio que había intrigado a los científicos durante mucho tiempo.
Al más puro estilo felino, los gatos se tomaron su tiempo para decidir cuándo y dónde forjar vínculos con los humanos.
Según nueva evidencia científica, la transición de cazador salvaje a mascota mimada ocurrió mucho más recientemente de lo que se creía, y en un lugar diferente.
Un estudio de huesos encontrados en yacimientos arqueológicos sugiere que los gatos comenzaron su estrecha relación con los humanos hace solo unos miles de años, y en el norte de África, no en el Levante.
“Son omnipresentes, hacemos programas de televisión sobre ellos y dominan internet”, afirmó el profesor Greger Larson, de la Universidad de Oxford.
“La relación que tenemos ahora con los gatos comenzó hace unos 3 mil 500 o 4 mil años, en lugar de hace 10 mil años”.
Todos los gatos modernos descienden de la misma especie: el gato montés africano.
Cómo, dónde y cuándo perdieron su carácter salvaje y desarrollaron estrechos vínculos con los humanos ha intrigado a los científicos durante mucho tiempo.
Para resolver el misterio, los investigadores analizaron el ADN de huesos de gato encontrados en yacimientos arqueológicos de Europa, el norte de África y Anatolia.
Los científicos dataron los huesos, analizaron el ADN y lo compararon con registros genético de gatos modernos.
La nueva evidencia muestra que la domesticación de gatos no comenzó en los inicios de la agricultura, en el Levante. Ocurrió en cambio unos milenios después, en algún lugar del norte de África.
“En lugar de ocurrir en la zona donde la gente se estaba asentando inicialmente con la agricultura, parece ser un fenómeno mucho más propio de Egipto“, afirmó el profesor Larson.
Esto concuerda con lo que sabemos de la tierra de los faraones como una sociedad que veneraba a los gatos, inmortalizándolos en el arte y preservándolos como momias.
Una vez que los gatos se asociaron con las personas, fueron trasladados por todo el mundo y eran apreciados en los barcos como controladores de plagas.
Los gatos llegaron a Europa hace unos 2 mil años, mucho más tarde de lo que se creía.
Viajaron por Europa y llegaron a Reino Unido con los romanos, y luego comenzaron a desplazarse hacia el este por la Ruta de la Seda hasta China.
Hoy en día se encuentran en todo el mundo, excepto en la Antártida.
Y en un giro inesperado, los científicos descubrieron que un gato salvaje convivió durante un tiempo con la gente en China mucho antes de que aparecieran los gatos domésticos.
Eran los gatos leopardo, pequeños felinos salvajes con manchas similares a las de los leopardos, que vivieron en asentamientos humanos en China durante unos 3.500 años.
La relación temprana entre humanos y gatos leopardo era esencialmente “comensal”, en la que dos especies conviven sin causarse daño, explicó la profesora Shu-Jin Luo, de la Universidad de Pekín.
“Los gatos leopardo se beneficiaron de vivir cerca de las personas, mientras que los humanos no se vieron afectados en gran medida o incluso los acogieron como controladores naturales de roedores”, añadió.
Los gatos leopardo no fueron domesticados y siguen viviendo en libertad en Asia.
Curiosamente, se han cruzado gatos leopardo con gatos domésticos para dar lugar a gatos bengalíes, que fueron reconocidos como una nueva raza en la década de 1980.
La investigación se publicó en la revista Science y en Cell Genomics .
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