Apenas habían pasado 30 horas desde el asesinato de dos de sus más cercanos colaboradores, cuando la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, encabezó un acto público. Sonreía, obligada a aparentar cierta normalidad, pero era una mueca con labios apretados, que la dejaba ver afectada por la pérdida de su secretaria particular y su asesor de mayor confianza.
El asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz despertó alertas en el equipo del gobierno capitalino, que reforzó el operativo de seguridad alrededor de Brugada, con revisiones minuciosas a los asistentes al único evento público que encabezó ayer, inspección previa del sitio con perros adiestrados para detectar explosivos, y vigilancia de policías uniformados y vestidos de civil.
Desde la noche del martes, cuando velaron a los servidores que acompañaron a Brugada desde que fue alcaldesa de Iztapalapa, las vialidades alrededor de la casa funeraria Gayosso Sullivan, en la alcaldía Cuauhtémoc, tenían una fuerte presencia policial.
A dos cuadras a la redonda había al menos una patrulla, y sobre la calle José Rosas Moreno, donde está la entrada principal de Gayosso, estaba estacionada una camioneta del Ejército y elementos de la corporación, así como de la Secretaría de Marina, uniformados y con armas largas, además de los policías de la Secretaría de Seguridad Ciudadana local.
La mandataria capitalina llegó alrededor de las 21:00 horas del martes para dar su pésame a las familias y honrar a sus compañeros difuntos, en su habitual camioneta Chevrolet. Sus simpatizantes, quienes flanqueaban ambos lados de la calle con mantas exigiendo justicia para Guzmán y Muñoz, gritaron a su llegada: “¡No estás sola!”.
Brugada, vestida de negro, se acercó, como en otros actos políticos, a abrazar y saludar a los ciudadanos brevemente antes de entrar a la funeraria. Alrededor suyo, a no más de cinco pasos, los escoltas resguardaban el área.
Al velorio asistieron también integrantes del gabinete capitalino como Nadine Gasman, Alejandro Encinas e Inti Muñoz; así como funcionarias del gobierno federal, como la exfiscal y actual consejera jurídica de la Presidencia, Ernestina Godoy; la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, y la titular de la Secretaría de las Mujeres, Citlalli Hernández.
Entre ellos y demás asistentes se abrazaban y expresaban sus pésames, pero omitían hacer cualquier comentario a la prensa. Sólo Encinas, de manera concisa, dirigió unas palabras: “Esperamos que haya justicia. Ni un paso atrás, vamos a seguir adelante”.
Clara Brugada reanudó actividades oficiales el día después del homicidio de su secretaria particular y coordinador de asesores, con la inauguración del Sistema Público de Cuidados en el Pilares “Ratón” Macías, en la colonia Buenos Aires. El sitio, previo a la llegada de la mandataria, fue inspeccionado por un grupo de policías, incluso con binomios caninos.
En las calles aledañas había patrullas y policías en motocicletas, así como frente al acceso del recinto. Los elementos de la entrada vestían ropa de civil, pero tenían aparatos auriculares para estar en comunicación entre ellos; e hicieron una revisión de los asistentes que ingresaron para acompañar a la Jefa de Gobierno en el recorrido de la nueva “Casa de las tres R”, como se le bautizó al espacio dedicado al Sistema Público de Cuidados.
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La memoria de Ximena Guzmán y José Muñoz seguía tangible, en los rostros de los funcionarios mientras presentaban el espacio y sus amenidades con escasas sonrisas, y fue la Secretaria de Inclusión y Bienestar Social, Araceli Damián, quien puso en palabras la reciente tragedia.
“Queremos comentar con ustedes que, dado lo acontecido, la triste noticia que tuvimos el día de ayer, y en el contexto de la inauguración del Sistema de Ciudadanos, vamos a denominar a esta Casa de las Tres Erres, la ‘Casa de Ximena Guzmán’, en honor a nuestra compañera Ximena”, dijo la funcionaria durante la develación de la placa conmemorativa.
“El día de ayer, asesinada de forma cobarde, pero que su legado quedará en nuestros corazones junto con el de Pepe. Los queremos y honramos con este acto el día de hoy”.
Tras el anuncio, Damián ofreció el micrófono a la Jefa de Gobierno, quien se limitó a sonreír, aplaudir y conducir a la comitiva hacia sus asientos para dar la declaratoria oficial de inauguración. En su discurso, no hubo mención alguna al fallecimiento de Guzmán y Muñoz.
Brugada, de vuelta a sus actividades políticas, dio a conocer las funciones del Sistema Público de Cuidados, recibió un ramo de flores y dos abrazos de condolencias, y se retiró en su camioneta junto con su equipo de seguridad. Sólo tuvo un evento público, pues en la tarde, acompañaría a la familia de José Muñoz para darle sepultura.
La familia de Muñoz, coordinador de asesores de Brugada desde que ella fue Alcaldesa en Iztapalapa y asesor en la Cámara de Diputados, despidió a su ser querido en el Panteón de Dolores, a donde arribó también la Jefa de Gobierno el miércoles por la tarde.
Mientras que la entrada principal del cementerio lucía normal y estaba abierto al público, a las 14:30 horas las dos camionetas de la Policía capitalina estacionadas afuera, así como un camión normalmente utilizado para transportar a múltiples elementos, avanzaron sobre Avenida Constituyentes para custodiar la segunda entrada del panteón por la que entró la mandataria capitalina.
Afuera, un vigilante del sitio se coordinó con escoltas vestidos de civiles para filtrar entre familiares y amistades de Muñoz, ciudadanos que visitaban las tumbas de sus seres queridos, y los demás, a quienes negaron el acceso. “Está la jefa de Gobierno”, se excusaron.
Al igual que en la presentación del Sistema Público de Cuidados, en el Panteón Dolores policías hicieron una revisión con binomios caninos previo a la llegada de la Jefa de Gobierno, refirieron trabajadores del cementerio.
Los asistentes del funeral se juntaron bajo carpas blancas, rodeados de coronas de flores –algunas de las cuales llegaron en camionetas del Gobierno capitalino– para brindar unas últimas palabras a Jesús Muñoz.
A escasos 50 metros alrededor del servicio funerario, unas tres personas con radios y auriculares monitoreaban el área y hacían rondines, mientras los deudos del difunto despedían a su compañero, amigo y familiar.
Entre los árboles y las lápidas, un grito unido atravesó el cerco de las escoltas, encabezado por los compañeros de Muñoz: “¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!”.
El artista del siglo XIX contribuyó a la creación de un sentido de identidad mexicana, y fue, además de pintor, un polímata.
“José María Velasco, mexicano. Pinto México”.
Así firmó en la esquina inferior derecha la que se consideraba como su obra maestra, “Vista del Valle de México desde el cerro de Santa Isabel”, en 1877.
La había pintado explícitamente para enviarla a la Exposición Universal de París de 1878.
Parece haber querido dejarle claro al mundo no meramente quién era él, sino que lo que estaban viendo era ese joven país que hacía apenas 10 años se había librado del austriaco Maximiliano de Habsburgo a quien Napoleón III había instalado como emperador de México para establecer un imperio satélite en América.
Tal vez no debía haberse preocupado, al fin y al cabo, para entonces ya era conocido, en México y en el exterior.
De hecho, José María Velasco había recibido numerosas distinciones, una de ellas justamente de manos del emperador Maximiliano en 1864, así como la medalla de oro de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes de México de 1874 y 1876, y la medalla de oro de la Exposición Internacional de Filadelfia.
La pintura de 1877 tuvo tal éxito en París que le pidieron que hiciera copias, y una de ellas fue entregada al papa León XIII.
No fue la única vez que triunfó en la capital francesa.
En la Exposición Universal de 1889 presentó 68 de sus obras y, contó en una carta:
“… los cuadros míos han producido mucho efecto, agradan bastante y se han sorprendido de ver que en México se puedan pintar estas obras que juzgan de bastante mérito“.
“Ayer he recibido la Condecoración de Caballero de la Legión de Honor, es una recompensa que me honra mucho y la considero como una gran distinción“.
Así, acumuló premios, elogios y admiración, no menos de sus alumnos en la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), donde fue profesor de artistas como Diego Rivera, desde 1868 hasta 1903.
Y sin embargo, durante sus últimos años dejó de estar tan presente.
Tanto, que su muerte no fue registrada en la prensa mexicana hasta dos días más tarde, como constató la periodista Kathya Millares en Nexos.
Uno de los dos diarios que informaron sobre su fallecimiento fue El Imparcial, dando poco más que datos de su funeral.
El Diario se extendió más, señalando que “El anciano señor Velasco había dado prestigio al arte nacional, pues en exposiciones de gran nombradía, efectuadas en París, Viena, Madrid, Italia, Milán, Chicago y otras, había conquistado los primeros diplomas y los primeros premios”.
No obstante, ese relativo olvido fue rápidamente remediado por las autoridades con exposiciones, celebraciones y conmemoraciones.
Pronto, le aseguraron un lugar insigne en la cultura oficial, no sólo por sus dotes artísticas sino también por contribuir a cimentar la identidad mexicana.
Hasta el día de hoy, las obras de José María Velasco son conocidas en su país, aunque quienes las encuentren familiares quizás no sepan quién las pintó.
Pero fuera de México, se le recuerda poco, y a veces nada.
¿Por qué?, se preguntó el artista británico Dexter Dalwood, quien vive en México y se interesó en la pintura de Velasco.
Paso seguido, le propuso a la National Gallery de Londres, con la que tiene una larga relación, hacer una exposición, con él como cocurador.
La idea fue acogida.
“Por feliz coincidencia, el evento marca los 200 años de las relaciones diplomáticas entre México y Reino Unido”, le dice a BBC Mundo Daniel Sobrino Ralston, también curador de la muestra.
Esa no fue la única feliz coincidencia.
“Velasco es un pintor muy eminente del México del siglo XIX, y pensamos que encajaba muy bien con el arte que tenemos en la National Gallery, sobre todo con una serie de exposiciones que hemos hecho sobre paisajes nacionales de ese siglo”.
Hasta ahora, explica, “las que no han sido europeas, han sido de artistas de países angloparlantes”.
Velasco se convirtió en la excepción en esa serie de paisajistas del siglo XIX.
Más que eso: aunque la prestigiosa galería ha adquirido y exhibido obras de artistas latinos y latinoamericanos, “esta es la primera vez que la National Gallery dedica una exposición a un artista latinoamericano”, destaca Sobrino.
Así, más de un siglo después de su muerte, Velasco se ganó otra distinción.
José María Tranquilino Francisco de Jesús Velasco y Gómez-Obregón nació en Temascalcingo en 1840, el mismo año en el que nació en Francia Claude Monet, iniciador y líder del Impresionismo.
A pesar de ser parte de la misma generación de artistas, mientras los europeos revolucionaban el arte, Velasco hacía lo contrario.
“No era un innovador”, señala el curador.
“Tiene su estilo, su objetivo, y no cambia mucho. Mantiene el estilo romático de su maestro Landesio, pero llega a un estilo un poco más realista, objetivo, científico”.
Ese maestro, el pintor italiano Eugenio Landesio, enseñaba en la Academia de San Carlos, la primera academia de Bellas Artes en el continente americano (ahora parte de la UNAM), y dejó una marca indeleble en Velasco.
Su obra siempre mantuvo ese acento romántico que busca exaltar la naturaleza, en línea con el movimiento artístico de la última parte del siglo XIX que estaba dando sus últimos coletazos.
Como concordaba con el canon del momento, mientras que las pinturas de los impresionistas eran rechazadas en las exposiciones del Salón en Francia, las de Velasco eran aceptadas, y laureadas.
“Es un artista muy sobrio, muy serio”, indica Sobrino.
José María Velasco sazonó ese academicismo de origen europeo con toques de la tradición y el paisaje de su país.
E hizo precisamente lo que declaró en esa esquina de esa pintura: pintó México.
Particularmente su México, pues, así como no exploró otros caminos en el arte, a diferencia del común de los paisajistas, Velasco no era muy dado a partir con sus pinceles y pinturas a lugares distantes en busca de horizontes desconocidos.
Viajó poco y ni siquiera pintó en su periplo más largo, a la Exposición Universal de 1889, cuando recorrió Europa durante un año.
Según su biógrafo Luis Islas García, de esa experiencia cosechó “fotografías de los principales monumentos; extrañeza por el Impresionismo; alarma por las costumbres y una publicidad merecida”.
“La extrañeza, mejor, el desdén que tuvo por la pintura que conoció en Europa le salvó de influencias quizá perniciosas, y siguió pintando con su estilo propio, sin preocuparse de los pintores extranjeros”, añadió ese autor.
En tierras remotas, conoció la nieve, pero en su obra solamente aparece en los picos de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. También conoció el mar, pero sólo lo pintó una vez.
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A todas luces, lo que lo inspiraba infinitamente era su entorno, desde los detalles de la topografía, flora y fauna, hasta los panoramas magníficos e inagotables, así como los cambios introducidos por los humanos, incluida la llegada de la industrialización.
Esos humanos, sin embargo, a menudo están ausentes.
“La figura humana sólo aparece cuando necesita subrayar la desolación o la grandeza solitaria de la naturaleza, en medio de la cual el hombre es siempre un intruso”, observó el poeta, ensayista y premio Nobel Octavio Paz en 1942.
Cabe anotar que Paz no tenía una opinión muy amable del pintor.
“Frío, riguroso, insensible y lúcido, JMV sólo es una mitad del genio. Pero es una mitad que nos advierte de los peligros de la pura sensualidad y de la sola imaginación”, concluyó.
No obstante, la apreciación del arte cambia dependiendo del momento y de los ojos que lo miran.
Muchos aprecian no sólo el registro que dejó de una época, sino la majestuosidad de sus paisajes, así como sutilezas en tonalidades y luces, y la manera en la que plasmó capas de historia, celebrando la identidad mixta mexicana.
“Hay como un proyecto intelectual que transmite a través de su obra: te cuenta de la historia, te cuenta de la ciencia”, apunta Sobrino.
Efectivamente, Velasco solía retratar más que un paisaje; retrataba historia.
A veces, esa historia era larga, como la que aparece en sus cuadros del Valle de México.
En el fondo, la modernidad: los contornos de la capital de la República, al lado del lago Texcoco.
Hacia el centro, la basílica de Guadalupe, una huella del pasado colonial.
Está en la ladera del cerro del Tepeyac donde, según la tradición católica, se le apareció la Vírgen de Guadalupe al indígena Juan Diego en el siglo XVI, cuando empezó la conquista española y las tradiciones se mezclaron.
En primer plano, la pintura recuerda el pasado prehispánico, con una indígena y sus dos hijos.
En la versión de 1877 que aparece al principio de este artículo, los indígenas fueron reemplazados con dos símbolos patrios: un nopal y un águila.
Según la leyenda, los mexicas escucharon el llamado del dios Huitzilopochtli de ir a buscar su tierra prometida, que reconocerían cuando vieran un águila posada en un nopal con una serpiente en su pico.
La encontraron en una isla en medio de unas lagunas en el centro de México, y ahí fundaron Tenochtitlan, hoy el centro histórico del DF.
La obra llegó a conocerse como México 1877, un indicio de su importancia para la identidad nacional de México.
En otros de sus cuadros, se remonta aún más atrás en el tiempo.
“Estaba enterado de desarrollos recientes en geología, los cuales indicaban que la edad de la Tierra era de millones de años en lugar de miles, como se pensaba”, explica Sobrino.
“Comenzó a estudiar la forma en que se depositan las rocas”.
Y ese Valle de México tan cercano a sus afectos era un lugar ideal.
“Su base es volcánica, por lo tanto los geólogos estaban muy interesados en cómo se formó, y él decidió observar más de cerca esas increíbles rocas erráticas glaciares”.
Las retrató tan bien que cuando envió una de sus pinturas a EE.UU. en 1876, “la geóloga mexicana María Lamberson la usó para ilustrar su conferencia acerca de geología”.
Su maestría en pintar las rocas no sorprende al tener en cuenta que, como muchos artistas de la historia, a Velasco le interesaba profundamente la ciencia.
En la Academia había estudiado botánica, zoología, geografía y arquitectura, y tras graduarse siguió instruyéndose sobre estas y otras materias.
Esos conocimientos se volcaban en el lienzo, produciendo imágenes puntillosamente exactas.
Al mirarlas con detenimiento descubres detalles que justifican el que Octavio Paz lo llamara anfibio, por ser un artista que vivía entre el arte y la ciencia.
“En Velasco se da una convergencia de monumentalidad y de capacidad para reproducir en el grano más fino el detalle de las rocas, plantas y cielos”, afirmó el escritor Adolfo Castañón.
“Esto no podría haberse dado sin una formación de dibujante científico”, añadió.
Su legado, de hecho, se extiende a las ciencias naturales y sociales.
Creó una serie de estampas sobre la evolución de la flora y fauna terrestre y marina, que convirtió en fuente de estudio de la ciencia en su país, por lo que en 1881 fue nombrado presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural.
Durante los últimos años de su vida, a José María Velasco le afligió el corazón, literal y figurativamente.
Pero ni su deterioro físico ni la tristeza que lo invadió impidió que siguiera pintando.
Una de las obras más llamativas de esa época es “El Gran Cometa de 1882”, el cual fue tan brillante que podía ser observado incluso durante el día, cerca del Sol, y fue visible a simple vista en México hasta febrero de 1883.
“Cuando lo vio, Velasco hizo algunas anotaciones, pero sólo lo pintó en versión grande en 1910”, explica Sobrino.
“Muestra de una manera poco común cuán consciente estaba de la situación política mexicana pues en ese año fue el del fin del régimen de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución Mexicana”, añade.
Además, en 1910 se avistó el cometa Halley.
Con su cola blanca reflejada en un lago plateado que se disuelve en la sombra, el cometa de Velasco es una metáfora.
Evoca momentos cargados de simbolismo en México, como el avistamiento del cometa por Moctezuma en 1517, antes de la llegada de los españoles en 1519, conectando largas historias y momentos de gran cambio, resalta el curador.
Siguió pintando hasta el fin de sus días, aunque a una escala más pequeña.
Sus últimas obras eran tamaño postal.
El 26 de agosto de 1912 tomó una de esas tarjetas de 9×14 centímetros en las que para entonces recreaba con óleo las imágenes que guardaba en su imaginación.
Y, “según María Elena Altamirano Piolle, la bisnieta de Velasco -cuenta Sobrino-, pintó el cielo por la mañana y murió por la tarde”.
*La exposición “José María Velasco, A View of Mexico” estará en la National Gallery de Londres hasta el 17 de agosto de 2025 y a partir el 27 de septiembre en The Minneapolis Institute of Art en EE.UU.
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