
Para entender mejor
“El Ajusco es un foco rojo”, dice Lucía García. El aumento de desapariciones que ha registrado la Ciudad de México tocó a su puerta el pasado 16 de septiembre, cuando su hijo Luis Óscar Ayala se dirigió hacia esta zona del Sur de la capital del país y no regresó a casa.
El profesionista de 48 años de edad iba con frecuencia al Parque Nacional con su familia para caminatas recreativas y desayunar en fin de semana. Ese día acudió sólo, en su automóvil, y su familia no volvió a tener conocimiento de su paradero.
Al revisar los registros de geolocalización de su reloj inteligente, sus familiares supieron que su última ubicación fue en Xalatlaco, Ajusco, y enseguida comenzaron labores de búsqueda en campo, con apoyo de policías y rescatistas que trabajan en la zona.

“Eso era una boca del lobo, porque estaba oscuro. No hay luz, no hay señal, no hay nada”, comparte Lucía García.
Los mismos agentes, que bajaron tarde desde el Ajusco tras las diligencias, le comentaron que no podían continuar a altas horas de la noche porque representaba un peligro.
“Dicen ‘la situación aquí es peligrosa’, y todo mundo lo sabe: los policías, los rescatistas”.
Con la desaparición de Luis Óscar Ayala, suman tres los casos que en los últimos tres meses se han registrado en la zona: la de Óscar, María Isabella Orozco y Ana Amelí García. Por ello, colectivos de búsqueda y familiares han exigido a las autoridades incrementar la vigilancia en el Ajusco.
“Yo creo que el Gobierno debería tomar cartas en el asunto, por lo menos advertir a los visitantes que no lo hagan [caminar] solos, que no se arriesguen a viajar o subir con desconocidos, porque la verdad es una zona muy peligrosa”, advierte García. “Está desolada totalmente, no hay señal, no hay luz”.
Lucía García tiene presente que su hijo desapareció de una manera muy similar a Ana Amelí, una joven estudiante que fue vista por última vez en el cerro del Ajusco el 12 de julio. Ella habría subido al Pico del Águila con un grupo, pero no se tiene registro de que haya descendido.
Vanessa Gámez, mamá de Ana Amelí, y Lucía García se conocieron mientras buscaban a sus hijos en inmediaciones de la carretera Xalatlaco. Esta vía comunica el sur de la Ciudad de México con el Estado de México.

Lucía recalca que desde el 16 de septiembre los días han sido una “espera interminable”, pues aunque la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México ya solicitó la sábana de llamadas y acceso a las cámaras de vigilancia del sistema C5, no hay pistas sobre el paradero de Óscar.
Debido a las faltas de información, ella y su familia han empezado a colocar lonas y panfletos con el rostro de Óscar, así como información que pueda ayudar para dar con su paradero: es un hombre de 1.70 metros de altura, usa lentes con graduación, tiene un tatuaje de Wolverine en la espalda y el día que fue visto por última vez usaba una sudadera gris, gorra y chamarra roja, y unos tenis también de color gris.
Como Óscar, María Isabella Orozco, de 16 años de edad, fue vista por última vez en la zona del Ajusco, el 2 de septiembre. La joven estudiante había salido de su hogar, tomó un camión público y llegó hasta los arcos de seguridad de la carretera a Cuernavaca alrededor de las 16 horas.
Ese día portaba pants y tenis negros, una mochila estampada con flores y una sudadera gris oscuro, datos que su madre Pilar Lozano ha dado para que la ciudadanía ayude en la búsqueda de su hija. Ella se ha hecho cargo de las diligencias en gran medida, señala, porque la Fiscalía local no ha seguido los protocolos requeridos para estas situaciones.

“La Fiscalía dice poco (…), lo poco que he logrado saber es por grupos completamente al margen la Fiscalía; como madres buscadoras y personas que, de una u otra forma, tocan la puerta y me ayudan a conocer un poco más”, comparte Lozano.
El proceso ha sido desgastante y revictimizante, opina. Además, se han retrasado acciones claves de la investigación, como entrevistar al chofer de la unidad que habría abordado Isabella, verificar si el camión tenía cámaras de vigilancia y revisar su contenido.
Tanto Lucía García como Pilar Lozano señalan que las cámaras de vigilancia del sistema C5 del Gobierno capitalino han fallado en la zona del Ajusco.
“Las cámaras… pues en realidad ahí no hay cámaras, ni luz, ni señal”, expresa con angustia la madre de Óscar.
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Para Pilar, las fallas en las grabadoras que están en la ruta del camión que habría tomado Isabella significa que no tienen manera de identificar el último punto donde estuvo.
“Se alcanza a ver que el camión ingresa al paradero, no obstante, no sabemos si se baja ahí, si se baja con alguien”, detalla. “El rastro se pierde, lo cual es muy lamentable porque los sistemas de seguridad con los que contamos en la Ciudad de México no están al cien como deberían, para procurar la seguridad de los ciudadanos”.

Del total de personas que se han registrado como desaparecidas en la Ciudad de México, el 80 % corresponde a personas que fueron reportadas en los últimos 7 años, es decir 5 mil 605 individuos que entre 2018 y lo que va de 2025 no han regresado a sus hogares.
En la alcaldía Tlalpan, a donde pertenece la zona del Ajusco, se han registrado de manera oficial 360 personas sin localizar; es la sexta demarcación con mayor número de desapariciones en la capital del país.
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Colectivos de búsqueda locales han advertido en años recientes que el Ajusco se ha convertido en un punto rojo de desapariciones, de tal manera que se han organizado búsquedas que han dado como resultado el hallazgo de restos humanos.
“No entiendo como una autoridad que está siendo alertada de situaciones de delincuencia tan delicadas, como las desapariciones, y evidentemente otro tipo de delitos, no toma acciones (…) más iluminación, más cámaras, más patrullas, no lo sé, pero fortalecer el brazo de seguridad con el que están cubriendo una zona donde pasan cosas que además no se están esclareciendo”, añade Pilar Lozano.

Desde estimular el cerebro hasta reducir el dolor, unirse a otros para cantar (así como cantar en soledad) puede traer amplios beneficios.
Estamos en esa época del año en la que el aire empieza a vibrar con voces angelicales, o a resonar con algún que otro himno vigoroso, mientras los villancicos transmiten su indomable alegría festiva.
Pero estos cantores, se den cuenta o no, mientras llenan centros comerciales, estaciones de tren, residencias de ancianos y la calle de tu casa con canciones jubilosas, también están mejorando su salud.
Se ha descubierto que cantar, aporta una amplia gama de beneficios —que abarcan desde el cerebro hasta el corazón— para quienes lo practican, especialmente si lo hacen en grupo. Puede unir a las personas, preparar nuestro cuerpo para combatir enfermedades e incluso suprimir el dolor. Entonces, ¿valdría la pena alzar la voz para celebrar?
“Cantar es un acto cognitivo, físico, emocional y social”, afirma Alex Street, investigador del Instituto de Investigación de Musicoterapia de Cambridge, quien estudia cómo la música puede ayudar a niños y adultos a recuperarse de lesiones cerebrales.
Los psicólogos llevan mucho tiempo maravillados de cómo las personas que cantan juntas pueden desarrollar un poderoso sentido de cohesión social, e incluso los vocalistas más reticentes se unen al cantar. Investigaciones han demostrado que personas completamente desconocidas pueden forjar vínculos inusualmente estrechos después de cantar juntas durante una hora.
Como era de esperar, cantar tiene claros beneficios físicos para los pulmones y el sistema respiratorio. Algunos investigadores han utilizado el canto para ayudar a personas con enfermedades pulmonares, por ejemplo.
Pero cantar también produce otros efectos físicos mensurables. Se ha descubierto que mejora la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Incluso se ha visto que cantar en grupos o coros refuerza nuestra función inmunitaria de una forma que simplemente escuchar la misma música no puede.
Existen diferentes explicaciones para esto. Desde un punto de vista biológico, se cree que cantar activa el nervio vago, que está conectado directamente a las cuerdas vocales y los músculos de la parte posterior de la garganta. La exhalación prolongada y controlada que implica cantar también libera endorfinas asociadas con el placer, el bienestar y la supresión del dolor.
Cantar también activa una amplia red de neuronas en ambos hemisferios del cerebro, lo que provoca que se activen las regiones que gestionan el lenguaje, el movimiento y las emociones. Esto, combinado con el enfoque en la respiración que requiere el canto, lo convierte en un eficaz calmante del estrés.
“Las respuestas de bienestar se hacen evidentes en voces, expresiones faciales y posturas más vívidas”, afirma Street.
Estos beneficios podrían tener raíces profundas. Algunos antropólogos creen que nuestros ancestros homínidos cantaban antes de poder hablar, utilizando vocalizaciones para imitar los sonidos de la naturaleza o expresar sentimientos.
Esto podría haber desempeñado un papel clave en el desarrollo de dinámicas sociales complejas, la expresión emocional y los rituales, y Street señala que no es casualidad que cantar forme parte de la vida de todos los seres humanos, tengan o no inclinación musical, señalando que nuestros cerebros y cuerpos están sintonizados desde el nacimiento para responder de forma positiva a las canciones.
“Se les cantan canciones de cuna a los niños y luego se cantan canciones en los funerales”, explica. “Aprendemos las tablas de multiplicar cantando y el abecedario mediante la estructura rítmica y melódica”.
Pero no todos los tipos de canto son igualmente beneficiosos. Cantar en grupo o coro, por ejemplo, promueve un mayor bienestar psicológico que cantar en solitario. Por esta razón, investigadores educativos han utilizado el canto como herramienta para promover la cooperación, el desarrollo del lenguaje y la regulación emocional en niños.
Los especialistas médicos también están recurriendo al canto para mejorar la calidad de vida de quienes sufren diferentes afecciones. Investigadores de todo el mundo han estudiado los efectos de unirse a coros comunitarios dedicados a sobrevivientes de cáncer y accidentes cerebrovasculares, personas con enfermedad de Parkinson y demencia, y sus cuidadores. Por ejemplo, cantar mejora la capacidad de articulación de los pacientes con Parkinson, algo con lo que se sabe que tienen dificultades a medida que la enfermedad progresa.
Cantar también representa una forma de mejorar la salud general, ya que se ha demostrado que es un ejercicio subestimado, comparable a una caminata rápida. “Cantar es una actividad física y puede tener beneficios similares al ejercicio”, afirma Adam Lewis, profesor asociado de fisioterapia respiratoria en la Universidad de Southampton, en Reino Unido.
Un estudio incluso sugirió que cantar, junto con diversos ejercicios vocales que realizan cantantes profesionales para perfeccionar el tono y el ritmo, es un ejercicio para el corazón y los pulmones comparable a caminar a un ritmo moderado en una cinta de correr.
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Pero los investigadores también se interesan en destacar los beneficios, a menudo poco reconocidos, de participar grupos de canto para la psique de las personas que viven con enfermedades crónicas a largo plazo. Street explica que cantar permite a estas personas centrarse en lo que pueden hacer, en lugar de en lo que no pueden.
“De repente, se genera una sensación de igualdad en la sala, donde los cuidadores ya no son cuidadores, y los profesionales de la salud también cantan la misma canción de la misma manera”, dice Street. “Y realmente no hay mucho más que logre eso”.
Entre quienes han demostrado beneficiarse más del canto se encuentran las personas con enfermedades respiratorias crónicas, algo que se ha convertido en un importante foco de investigación para Keir Philip, profesor clínico de medicina respiratoria en el Imperial College de Londres. Philip advierte que cantar no curará estas enfermedades, pero puede servir como un enfoque holístico eficaz que complementa los tratamientos convencionales.
“Para algunas personas, vivir con disnea puede provocar que cambien su forma de respirar, volviéndola irregular e ineficiente”, dice Philip. “Algunos enfoques basados en el canto ayudan en esto en términos de los músculos utilizados, el ritmo y la profundidad [de la respiración], lo que puede ayudar a mejorar los síntomas”.
Uno de sus estudios más destacados consistió en aplicar un programa de respiración desarrollado mediante el trabajo con cantantes profesionales de la Ópera Nacional Inglesa como parte de un ensayo controlado aleatorio en pacientes con covid-19 de larga duración. Durante seis semanas, los resultados mostraron que mejoró su calidad de vida y alivió algunos aspectos de sus dificultades respiratorias.
Al mismo tiempo, cantar no está exento de riesgos para las personas con afecciones subyacentes. El canto en grupo se vinculó a un evento de superpropagación en las primeras etapas de la pandemia de covid-19, ya que cantar puede emitir grandes cantidades de virus en el aire.
“Si tienes una infección respiratoria, es mejor faltar esa semana al ensayo del coro para evitar poner en riesgo a otras personas”, comenta Philip.
Pero quizás el beneficio más notable del canto es que parece contribuir a la autoreparación cerebral. Esto quedó ilustrado por la historia de la excongresista estadounidense Gabrielle Giffords, quien sobrevivió a un disparo en la cabeza durante un intento de asesinato en 2011.
A lo largo de muchos años, Giffords reaprendió a caminar, hablar, leer y escribir, gracias a terapeutas que utilizaban canciones de su infancia para ayudarla a recuperar la fluidez verbal.
Los investigadores han utilizado enfoques similares para ayudar a los supervivientes de un ictus a recuperar el habla, ya que cantar puede proporcionar las horas y horas de repetición necesarias para promover una nueva conectividad entre los dos hemisferios cerebrales, que a menudo se dañan tras un ictus agudo. También se cree que cantar mejora la neuroplasticidad del cerebro, lo que le permite reconectarse y crear nuevas redes neurológicas.
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Hay teorías de que cantar también podría ayudar a las personas con deterioro cognitivo debido a la intensa exigencia que impone al cerebro, que requiere atención sostenida y estimula la búsqueda de palabras y la memoria verbal.
“Existe una creciente base de evidencia que respalda los beneficios cognitivos del canto en adultos mayores”, afirma Teppo Särkämö, profesor de neuropsicología en la Universidad de Helsinki, Finlandia. “Sin embargo, aún sabemos poco sobre el potencial del canto para ralentizar o prevenir el deterioro cognitivo, ya que esto requeriría estudios a gran escala con años de seguimiento”.
Para Street, toda la investigación que demuestra los poderosos efectos del canto, ya sea a nivel social o neuroquímico, subraya por qué es una parte tan universal de la vida humana. Sin embargo, una de sus preocupaciones es que, a medida que las personas pasan cada vez más tiempo conectadas a la tecnología en lugar de entre sí a través de actividades como cantar, relativamente pocas personas experimentan sus beneficios.
“Estamos descubriendo mucho, especialmente en la rehabilitación de lesiones cerebrales”, afirma. Apenas están empezando a surgir estudios que demuestran que cantar puede tener estos efectos, incluso en personas con lesiones importantes. Es lógico que podamos beneficiarnos tanto, ya que el canto siempre ha desempeñado un papel fundamental en la conexión entre las comunidades.
Quizás sea una razón más para disfrutar el cantar villancicos alrededor del árbol de Navidad este año.
*Este artículo fue publicado en BBC Future. Haz clic aquí si quieres leer la versión original en inglés.
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