–Esto es una desgracia. El agua se lo llevó todo. ¡Todo! –exclama, llevándose las manos a la cabeza, la señora Marbeli Gallegos, de 50 años, y dueña de un puestecito de artesanías en Playa Revolcadero, Acapulco, donde el pasado 24 de septiembre el huracán ‘John’ dejó al menos 15 muertos y millonarios daños materiales en múltiples colonias de un puerto que, menos de un año antes, ya había sido arrasado por otro huracán, ‘Otis’.
A continuación, la mujer se seca el sudor que le cae por el rostro debido al fuerte calor y a la humedad acapulqueña, y pasea la mano por lo que quedó de su localito de artesanías: un puñado de escombros y paredes desperdigadas por el suelo, y un montón de fierros retorcidos que ya no servirán ni como chatarra. A ella, al menos, le quedaron los escombros, dice resignada. Otros comerciantes no tuvieron esa suerte, pues la tromba de agua que trajo John arrasó, literal, con la calle que desemboca hasta el mar, llevándose una carretera y al menos cinco locales que yacían bajo el agua.
—Otis también nos afectó en esta playa, pero no tanto. Se llevó muchas láminas y cristales de los puestos, pero nada más. En cambio, con este otro huracán, con ‘John’… ¡no bueno! –exclama de nuevo la señora mirando al cielo cargado de nubarrones grises, que vuelven a amenazar con más lluvia–. Ese huracán lo que trajo fue mucha agua, tierra y lodo. ¡Demasiada agua! Estuvo cuatro días lloviendo sin parar y por eso se acumuló en la laguna que está cerca y todo reventó.
Doña Marbeli agarra la escoba con la que trata infructuosamente de limpiar el pedacito de suelo donde se levantaba su pequeño negocio, y comienza a barrer.
—En menos de un año lo hemos perdido todo dos veces –sentencia la mujer, que vuelve a exclamar enojada–: ¡Dos veces!
Gabriela Palma, también de 50 años, tenía un puesto de miscelánea y un pequeño restaurante de mariscos, muy cerca del local de Marbeli. Ella, como el resto de los locatarios de esta playa que comenzaba a prepararse para la temporada alta de Navidad y la llegada de turistas, también lo ha perdido todo en cuestión de días.
–Estamos en una situación crítica –dice la mujer–. Apenas nos estábamos levantando de Otis, cuando nos llegó este huracán que, para nosotros aquí, fue aún peor. Porque ‘Otis’ al menos nos dejó en pie nuestros puestos, que son nuestro sustento, pero John nos dio muy feo en la torre. El agua destruyó todo. Mire nuestros locales: son pérdida total.
Muy cerca del lugar donde se levantaban los comercios de ambas señoras, la imagen de una carretera estrecha completamente destruida y hundida parcialmente, en el caudal de agua salada que corre hacia desembocar en el mar abierto de Playa Revolcadero, da cuenta del alcance de los estragos de John.
A un costado de lo que queda de carretera, hay una estructura colapsada de lo que eran unos baños públicos. La estructura, o lo que queda de ella, está semihundida en el agua que se acumuló en la zona por las lluvias.
–Yo tenía trabajando ahí 45 años. Perdí mi patrimonio y mi fuente de trabajo –lamenta la señora Tomasa Lorenzo, la dueña del baño público. A unos pocos metros, en la laguna salada que desemboca en el mar, un vecino instaló una rudimentaria red que atraviesa de punta a punta la laguna donde pequeños peces se quedan atrapados. De esa pesca, más la que hacen otros vecinos al final del pequeño malecón de la zona, se han estado alimentando los vecinos ante la falta de ayuda en esta comunidad.
Sobre esto, cabe señalar que la Guardia Nacional y el Ejército informaron que desde el pasado 23 de septiembre ya se repartieron más de 130 toneladas de víveres en Guerrero, y también en otros estados afectados, como Oaxaca, Colima y Michoacán. Asimismo, señalaron que se han activado 86 albergues por el paso de John, refugiando a 3 mil 455 personas a las que se les da atención médica y alimentación, y que se han repartido más de 10 mil despensas, 26 mil 580 litros de agua, y 15 mil raciones calientes de tortillas.
Por su parte, la Secretaría de Marina informó en un comunicado ayer que lleva repartidas 5 mil 220 despensas y 41 mil 760 litros de agua en diversos municipios de Guerrero, incluido Acapulco.
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Sin embargo, en lugares afectados como esta Playa Revolcadero, muy cerca de la Zona Diamante hotelera de Acapulco, así como en otras zonas damnificadas de la parte alta de la ciudad, como en Alta Progreso, y en otras colonias que están a las afueras, como la Kilómetro 21, los vecinos señalan que, o no están llegando aún las despensas con alimentos a una semana del huracán, o lo están haciendo muy lentamente.
—Aquí nadie nos ayuda. Una semana ya, y nada. ¡Ni una despensa! –dice enojada la señora Tomasa Lorenzo, junto a los restos de su negocio colapsado.
–Necesitamos que Sheinbaum volteé a mirar para acá, porque aquí todo es pérdida total y nos hemos quedado sin trabajo –agrega entre lamentos la mujer, en referencia a la primera gira presidencial de Claudia Sheinbaum, quien ayer miércoles visitó el puerto de Acapulco poco antes de las 16 horas, aunque no hizo un recorrido por las colonias dañadas, sino que permaneció en la base que la Marina tiene al inicio de la costera Miguel Alemán, cerca de la colonia Icacos, donde se reunión con autoridades estatales e integrantes de su gabinete.
En un local contiguo al de la señora Tomasa, la comerciante Arely Palma, de 44 años, permanece sentada, mientras observa a un grupo de jóvenes que están arriba de un tejado tratando de evaluar los daños de su inmueble. Junto a Arely hay un poste de tendido eléctrico que, a pesar de que se suponía que se había cortado la luz en la zona, comenzó a emitir chispas ante la mirada preocupada de unos empleados de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) que ya estaban trabajando en la zona.
–Tenía tres locales y todos se los llevó ‘John’ –comenta la mujer con gesto de un cansancio profundo.
–Ahora estamos tratando de salvar un poquito de lo que haya quedado en las bodegas –dice apuntando con la cabeza a la persiana roja metálica que tiene detrás–. Pero sí, se llevó tres locales que tengo de aquel lado de la laguna, la casa y los locales de mi mamá y de mis hermanas. La Playa Revolcadero se acabó. No había llovido así aquí desde que tengo uso de razón.
A continuación, la mujer hace una pausa y mira por unos segundos los localitos destruidos que tiene enfrente, al otro lado de la laguna salada.
–Yo llegué a pensar que esto era la fin del mundo –sonríe de nuevo sin ganas–. Que era el fin de todo.
Arely cuenta que ella, junto a por lo menos 20 integrantes de su familia, incluido niños y personas mayores, corrieron para resguardarse en las alturas de un cerro próximo, donde se encontraron ante la negativa de un hotel que no quiso resguardarlos por tratarse de una “propiedad privada”
–Nosotros ahogándonos aquí abajo, y ellos corriéndonos, que porque es una propiedad privada. Pero la verdad es que no nos salimos de ahí, porque, ¿para dónde íbamos a correr, pues? –pregunta la comerciante, que como las otras vecinas entrevistadas también denuncia que a una semana del impacto de John ninguna autoridad se ha presentado en la zona.
–No nos han dado nada, ni nadie del gobierno se ha venido a presentar aquí. Ninguno de los tres niveles de gobierno. Estamos solos.
Francisco Mejía Castañón también es concesionario de Playa Revolcadero. Sentado en una silla de plástico, junto a un montón de maleza y de troncos que arrastró la corriente de agua, y frente a un pequeño caudal de agua donde se acumula la basura pestilente de una semana, el hombre también lamenta que nadie haya ido a visitarlos ni a repartir enseres básicos.
–Queremos que las autoridades vengan y nos den un poco de esperanza. Que nos digan cómo vamos a salir de esta tragedia –pide el comerciante.
Por la tarde, la presidenta Claudia Sheinbaum llegó por carretera al puerto de Acapulco poco antes de las cuatro de la tarde. En la entrada de la base naval a la que llegó para reunirse con autoridades estatales y locales para evaluar los daños de John, la esperaba una multitud de personas entre algunas estudiantes de una universidad de Guerrero, medios de comunicación expectantes por la primera gira presidencial de la nueva mandataria, y damnificados que llegaban de colonias alejadas de Acapulco, como la Kilómetro 21, y de municipios aledaños y de la zona serrana, como Técpan de Galeana.
—Lo hemos perdido todo, queremos que la presidenta nos ayude, como hizo el presidente –dijo un damnificado de la colonia Kilómetro 21, donde los aguaceros dejaron un puente dañado y a cientos de personas incomunicadas y sin posibilidad de llegar al puerto para trabajar.
Sheinbaum entró en coche a la base, pero al parecer salió por vía aérea, en helicóptero de la Marina, pues no se encontraba en el convoy que salió unas tres horas más tarde, a las 18.30. Como ya sucedió con el presidente López Obrador el año pasado durante la contingencia por Otis, la nueva presidenta tampoco recorrió las colonias más afectadas por el huracán John.
A la salida del convoy de camionetas escoltadas por elementos de la Marina, las personas que se acercaron al lugar para ver a la mandataria se dividieron entre quienes lanzaban porras –“Es un honor estar con Claudia hoy”, gritaban emulando el ‘Es un honor estar con López Obrador”–, y quienes, cansados después de esperar más de tres horas de pie para entregarle fotografías de sus viviendas y negocios destrozados por John, se marchaban a casa cabizbajos y decepcionados.
“Es un enfoque integral, que combina incentivos financieros con educación pública y regulaciones estrictas”, le dice un experto surcoreano a BBC Mundo.
“Estoy acostumbrada. Para mí es un hábito”.
Yuna Ku es periodista del Servicio Coreano de la BBC y vive en Seúl. La joven paga por reciclar sus restos de comida, que coloca en máquinas con sensores ubicadas en distintos puntos del complejo de 2.000 apartamentos donde reside.
El reciclaje de residuos de alimentos en Corea del Sur puede parecer complejo a primera vista, pero ha transformado al país en un ejemplo para otras naciones.
Jae-Cheol Jang es profesor del Instituto de Agricultura de la Universidad Nacional de Gyeongsang, en el sur del país, y es coautor de un reciente estudio sobre el sistema coreano de reciclar residuos alimentarios.
“Según los datos más recientes que tenemos del Sistema Nacional de Manejo de Residuos, de 2022, en Corea del Sur se procesan cada año cerca de 4,56 millones de toneladas de restos de alimentos (de hogares, restaurantes y negocios menores)”, le dice Jang a BBC Mundo.
“De esa cantidad, 4,44 millones de toneladas son recicladas para otros usos. Eso significa que se recicla en torno al 97,5 % de los residuos de comida“.
El porcentaje es extraordinario.
Si lo comparamos con el caso de Estados Unidos, por ejemplo, la Agencia Ambiental de ese país estima que de los 66 millones de toneladas de residuos de comida generados en 2019 por restaurantes, hogares y supermercados, cerca del 60 % acabó en vertederos.
Naciones Unidas calcula que en 2019 el desperdicio de alimentos en viviendas, establecimientos de venta al por menor y restaurantes ascendió a nivel global a 931 millones de toneladas.
Y destaca este problema cada 29 de septiembre en el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida (en la cadena de producción) y el Desperdicio (en hogares y restaurantes) de Alimentos.
¿Cómo logra Corea del Sur reciclar sus residuos alimentarios en forma tan eficiente? ¿Y qué pueden aprender otros países?
El sistema coreano es fruto de un esfuerzo de décadas.
En 1996 Corea del Sur reciclaba solo el 2,6 % de sus residuos de alimentos, pero esto cambió durante la rápida transformación de la economía que venía de los años 80.
“La década de los 80 fue un período fundamental para el desarrollo económico de Corea del Sur”, señala el profesor Jang.
“Con la industrialización y urbanización también surgieron problemas sociales, y uno de ellos fue el manejo de residuos“.
Corea del Sur, un país de más de 50 millones de habitantes, también tiene una alta densidad de población, de más de 530 personas por km cuadrado.
En Perú, por ejemplo, la densidad es menor de 30 habitantes por km cuadrado.
Los cambios económicos en Corea del Sur significaron un aumento de vertederos, algunos cercanos a zonas pobladas, y esto generó protestas.
Los restos de comida mezclados con otros tipos de basura no solo causan mal olor y producen efluentes líquidos, sino que contribuyen al cambio climático.
Los residuos de alimentos, cuando se descomponen, son una fuente de metano, un gas de efecto invernadero aún más potente que el dióxido de carbono.
Campañas ciudadanas exigieron una respuesta al problema de los vertederos.
“Había un fuerte sentido de comunidad destinado a abordar los problemas sociales juntos, y las políticas de gestión de residuos del gobierno combinadas con esfuerzos a nivel nacional nos llevaron a donde estamos hoy”, afirma Jang.
En 1995 se aprobó un sistema de pago por el volumen de residuos generado, sin separar aún restos alimentarios de la basura en general.
En 2005 se prohibió por ley tirar restos de comida en vertederos. Y en 2013 se implementó el actual sistema de Pago por Peso de Residuos de Comida, Weight Based Food Waste Fee o Wbfwf por sus siglas en inglés.
El sistema sigue evolucionando a medida que avanza la tecnología, pero se basa en un principio básico: “debes pagar cada vez que tiras tus restos de comida“.
El sistema de pago por residuos de alimentos varía según la región o distrito, e incluso entre diferentes bloques de apartamentos.
Pero en general hay tres opciones.
1. Comprar bolsas autorizadas
En caso de usar bolsas para tirar restos de comida, es obligatorio hacerlo en las bolsas autorizadas.
“En el caso de mis padres, que viven en una casa, ellos compran las bolsas y cuando están llenas las colocan en el jardín por el olor. Las bolsas son recogidas una vez por semana por el servicio municipal”, le dice Yuna a BBC Mundo.
Hay bolsas de distintos tamaños. Una de tres litros cuesta 300 won surcoreanos, unos 20 centavos de dólar. Una de 20 litros cuesta US$1,5.
2. Comprar calcomanías
Los negocios de comida suelen usar calcomanías o stickers que deben comprar previamente. Las calcomanías necesarias son luego colocadas en cada recipiente de residuos según el peso.
Los restos de comida sin consumir en casas y restaurantes pueden ser considerables en Corea del Sur debido a una tradición culinaria del país, el banchan, una gran variedad de platillos que acompañan al plato principal.
3. Usar máquinas con identificación por radiofrecuencia
Hasta junio de este año Yuna compraba bolsas, pero su bloque de apartamentos pasó a un sistema automatizado.
La joven coloca sus residuos en máquinas con identificación por radiofrecuencia, RFID por sus siglas en inglés, que permite la transmisión de datos por ondas de radio a un centro remoto.
“Cada día pongo los residuos en un pequeño recipiente de acero. Y cada tanto lo llevo hasta la máquina, que está cerrada. La máquina se abre cuando coloco mi dirección, o la toco con una de las tarjetas que me dieron al mudarme aquí y que identifican cada apartamento”.
La máquina automáticamente pesa los residuos de comida. En algunos casos el costo es deducido en ese momento de la tarjeta de crédito del usuario. En otros, como en el caso de Yuna, la máquina computa cada uso y el costo se agrega a la factura mensual de servicios públicos como el agua.
“Lo que pagas por mes depende de cuántos residuos tiras”.
La joven, que vive sola, paga por tirar sus residuos de comida menos de US$5 al mes.
“Siento que las máquinas con RFID son más intuitivas que las bolsas”, dice Yuna.
“Personalmente creo que este sistema hace que la gente sea más cuidadosa con sus desperdicios, porque ves el peso exacto cada vez que los tiras“.
Además de las máquinas en edificios de apartamentos, en algunos distritos hay camiones equipados con RFID que pesan los recipientes grandes al recolectarlos y calculan el costo.
Yuna señala que en general la población cumple con el sistema de reciclaje, que además de reglamentos para restos de comida, incluye normas y recipientes diferentes para aluminio, plástico, papel y otros materiales.
Si alguien bota residuos de comida en forma no autorizada debe pagar multas. La infracción puede verificarse en el caso de negocios por la baja cantidad de residuos computados, o por cámaras de seguridad.
“En mi edificio hubo una advertencia, por ejemplo, con este mensaje: ‘recientemente alguien tiró residuos de alimentos en forma no permitida. Tenemos cámaras de seguridad y estamos observándote. Así que si sigues haciendo esto deberás pagar una multa'”.
En el caso de los hogares las multas pueden superar los US$70, dependiendo de la frecuencia de la infracción.
En el caso de empresas, dice Jang, las multas pueden superar 10 millones de won surcoreanos, que equivalen a más de US$7.000.
Los restos se reciclan con diferentes fines.
Los principales usos según datos de 2022 son ración para animales (49 %), abono (25 %) y producción de biogás (14 %), explica Jang.
El sistema de reciclaje en Corea del Sur aún enfrenta desafíos.
Uno de ellos es el posible riesgo para la salud animal, ya que las raciones con restos de comida no procesados correctamente pueden transmitir enfermedades.
“Actualmente en la mayoría de los países industrializados se prohíbe o limita el uso de restos de comida en raciones para animales”, le dice a BBC Mundo Rosa Rolle, experta en pérdida y desperdicios de alimentos de la FAO.
En 2019 varios países asiáticos incluyendo Corea del Sur padecieron un grave brote de fiebre porcina africana, una enfermedad viral letal que causa fiebre hemorrágica en cerdos.
El brote llevó a que el gobierno surcoreano prohibiera temporalmente en granjas porcinas el uso de raciones elaboradas a partir de restos de alimentos.
Rolle aclara, sin embargo, que “hay estudios según los cuales, si se usan los métodos correctos de procesamiento, las raciones elaboradas a partir de restos de alimentos son seguras…La industria porcina en Corea del Sur no se ha visto afectada negativamente por el uso de estas raciones”.
Jang afirma que Corea del Sur tiene un sistema estrictamente regulado de procesamiento de residuos de comida para raciones animales a través de métodos como el calentamiento y la fermentación.
Otros desafíos del reciclaje en Corea del Sur son el alto contenido de sal de las comidas típicas (el exceso de sal puede ser nocivo para los animales) y la necesidad de mejorar la tecnología para hacer más eficiente la producción de biogás.
Un secreto del éxito del sistema coreano es que tiene numerosos pilares, como el pago por peso de residuos, las multas, y las campañas frecuentes que enseñan cómo separar residuos y el impacto ambiental de no hacerlo.
“Es un enfoque integral, que combina incentivos financieros con educación pública y regulaciones estrictas“, le explica el profesor Jang a BBC Mundo.
“El sistema ha demostrado ser eficaz para reducir el desperdicio de alimentos y podría servir como un modelo valioso para otros países que buscan mejorar su propio sistema de gestión de residuos”.
Otro factor clave es la aceptación por parte de la población.
“En general, los coreanos tienden a cumplir las reglas y tienen un fuerte estándar moral”, dice Yuna.
“Claro que no todos, pero en general. Y además, comparado con el salario promedio en Corea del Sur, el costo mensual de reciclar tus restos de comida no es tan alto”.
El ingreso neto mensual promedio en Corea del Sur es superior a los US$2000.
¿Funcionaría un sistema de “paga por tus restos de comida” en países con ingresos mucho menores?
Rosa Rolle señala que políticas como la surcoreana son muy eficaces para sensibilizar a los consumidores sobre sus hábitos de eliminación de residuos, cambiar comportamientos y promover el reciclaje.
Pero agrega que en países con inseguridad alimentaria, como es el caso de naciones en Latinoamérica, el énfasis debería ponerse en maximizar el uso de los alimentos mediante reducción de pérdidas y donación de alimentos, entre otras medidas.
Los sistemas de cada país “deben basarse en datos sólidos y una comprensión de dónde, por qué y en qué cantidad se producen la pérdida y desperdicio de alimentos. Las soluciones deben basarse en la evidencia científica y ser apropiadas al contexto“.
Para la experta de la FAO, “no hay una talla única que sirva para todos”.
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