“Cuando había Metro, sabías que te hacías 40 minutos y, aunque vinieras parada, rápido llegabas, pero ahora hasta tres horas de camino me he llegado a hacer”, afirma Georgina.
La mujer de 56 años nació en Tláhuac y al paso de los años ha visto cambiar su entorno. Cuando supo que construirían una línea del Metro, narra, no podía estar más contenta, porque pensaba que ya no pasaría horas en el microbús y que el camino al trabajo o a donde tuviera que ir sería más seguro.
Pero casi una década después de que se inaugurara la Línea 12, nada ha cambiado.
Georgina trabaja en una tienda de ropa en avenida Universidad, en la inmediaciones del Metro Zapata. Para llegar a tiempo, salía de su domicilio entre las 7:45 y 8:00 horas.
“Llegaba bien a tiempo. Me bajaba ahí en Zapata y caminaba unas cuadras. Era muy rápido y el regreso igual”.
“Algunas veces, y porque ahí en Zapata se llenaba un montón, me iba a Mixcoac y me regresaba sentada. En una hora, por mucho, yo ya estaba de vuelta en mi casa”, recuerda la mujer.
Desde hace un año, cuando una parte del viaducto elevado de la “Línea dorada” colapsó, causando la muerte de 26 personas y dejando a más de 100 heridas, la vida de Georgina ha ido en picada.
“Tuve que pedirle a mi patrón que me cambiara el horario y me dejara entrar a las 10:00 de la mañana porque no puedo llegar antes. En (avenida) Tláhuac no pasas, el tráfico, los peseros, los semáforos que no están bien… a veces agarro el Metrobús que me deja en Atlalilco, que según solo hace cuatro paradas, pero no sirve de nada porque igual el carro se queda atorado en el tráfico”, reprocha la mujer.
Y el regreso es aún peor, advierte: “Un día de esos que estuvo lloviendo, me hice tres horas de mi trabajo a mi casa, tres horas”.
“Prácticamente todo el trayecto lo hice parada, me ardían los pies, parece que me habían echado chile (…) No me pude sentar en todo el camino, el camión venía llenísimo y no había ni para dónde hacerse… estaba el aguacero y nada que avanzaba el RTP”.
Como Georgina, miles de personas padecen estragos físicos y mentales por el cierre de la “Línea dorada”.
Sus horas de descanso ahora son menos y su humor se ha deteriorado considerablemente. Todas coinciden en que han perdido calidad de vida.
“Salgo enojado y regreso enojado”, admite Vicente, trabajador de una empresa dedicada a la manufactura de ropa.
Sofía, rehabilitadora física, tuvo que pedirle asilo a su hermano que vive en Coyoacán porque, sin el Metro, llegar a las inmediaciones del World Trade Center, donde está la clínica donde labora, parecía una tarea imposible.
“Me dio chance de vivir con él como tres meses y, aunque no me corrió de su casa, ya era muy complicado con su esposa y mis sobrinos porque su departamento es muy chiquito”, explica la joven.
“Me tuve que regresar con mis papás y no tengo más opción que levantarme a las 4:30 y hacer todo el viaje en el camión para llegar a la clínica a las 8:00 de la mañana”.
Circular por la avenida Tláhuac siempre ha sido complejo. Se puede ir en una vialidad con tres y hasta cuatro carriles pero, al pasar un semáforo, estos se reducen a dos por aquellos que están ocupados como estacionamiento de autos particulares y de camionetas que surten las tienditas de barrio de la zona.
Entre los conductores enojados porque no pueden dar vuelta a la izquierda, los operadores del Metrobús hacen malabares para sortear pequeños embotellamientos que complican —todavía más— los trayectos de miles de personas.
Durante un recorrido por la zona se pudo observar cómo las unidades permanentemente deben abandonar su carril —que no es exclusivo como en todas las líneas que opera el Metrobús— a fin de evitar las largas filas de autos que buscan dar vuelta a la izquierda.
“Es un relajo. El gobierno ya cerró varias de las vueltas a la izquierda porque, si ve, están todas seguiditas, casi cada calle tiene su vuelta en U y es un despapaye. De antes no era tan problemático pero ahora con los carros que la hacen de Metro y los metrobuses, pues está más feo”, comentó Luis Fernando, quien trabaja en una vulcanizadora de la zona.
Pero eso no es todo. Vueltas a la izquierda, semáforos descompuestos o mal sincronizados y autos estacionados en avenida Tláhuac apenas representan una parte de lo que las personas deben sortear día a día, pues también están las obras propias de la zona que la alcaldía lleva a cabo.
El jueves 28 de abril, cuando se recorrió la zona, fue posible atestiguar cómo, por unas obras de drenaje que se llevaban a cabo en la calle San Rafael Atlixco, el camión de servicio emergente tardó 18 minutos en recorrer una estación: de Tlaltenco a la terminal Tláhuac, un trayecto de 1.3 kilómetros, más el kilómetro adicional que las unidades deben recorrer para poder ingresar al Centro de Transferencia Modal (Cetram) Tláhuac.
“Yo intento ya no enojarme porque ¿qué se gana con eso? Nada, las cosas no van a cambiar y el gobierno va a hacer lo que quiera, pero siempre que quedamos atrapados en el tráfico me da mucho coraje pensar en toda la vida que estoy dejando en los camiones”, compartió Laura, una joven enfermera que volvía de su trabajo.
“Solo estás viendo los carros que se atraviesan o que el semáforo ya se puso en rojo y por dentro los vienes insultado… quieres gritarle al chofer que se apure, pero pues ni su problema es”, agregó.
Un par de horas después del colapso de una parte de la Línea 12, a la altura de la interestación de Tezonco y Olivos, el 3 de mayo del año pasado, el Gobierno de la Ciudad de México anunció que dispondría camiones que cubrirían la ruta Tláhuac-Mixcoac, para así brindar apoyo a los usuarios.
Aunque al principio prevaleció la desesperación por subirse a las unidades, conforme pasaron los días, el orden para abordar los vehículos se hizo presente afuera de las estaciones de la “Línea dorada”, que permanece cerrada sin fecha de reapertura.
Este lunes, el secretario de Obras, Jesús Esteva, insistió en que el objetivo es que pueda ser reabierta a finales de 2022, pero no se acelerarán trabajos que puedan poner en riesgo la seguridad de los usuarios.
De inicio, las unidades enviadas a la zona parecieron suficientes para atender la demanda. Sin embargo, al paso de las semanas su número disminuyó y se incorporaron nuevas rutas.
El 4 de mayo del año pasado, un día después del colapso del viaducto elevado de la Línea 12, la Secretaría de Movilidad (Semovi) informó que se daría apoyo emergente con 490 unidades de la RTP.
Semanas después, se puso en marcha una línea de Metrobús emergente de Tláhuac a Atlalilco y, después, se incorporó un ramal más de Tláhuac a Coyuya.
De acuerdo con datos de la Semovi, hasta este 2 de mayo, el servicio emergente estaba compuesto por 387 unidades: 65 unidades de la Línea T del Metrobús, 70 unidades de la Línea 5 del Metrobús, 150 unidades de la RTP, 32 unidades de la Línea 7 del Trolebús y 70 unidades de la Línea 1 del Trolebús.