Emilio Lozoya estaba a las 10:00 de la mañana emanando confianza. Postura relajada, cigarrillo electrónico en la mano, sonrisa marcada, un libro abierto sobre sus piernas cruzadas, una botella con agua sobre la mesa. Por momentos, parecía estar en un café de la colonia Condesa y no en una sala de audiencias.
La cita que originalmente se había programado para que la FGR presentara la acusación final y las pruebas en su contra, por el caso de la compra a sobreprecio de la planta Agronitrogenados, se había convertido en una audiencia donde se anunciaría un acuerdo y se daría por cerrado el proceso. Lozoya se alejaría de un juicio y estaría más cerca de volver a casa.
Más temprano, se había dado a conocer en la prensa la existencia de una propuesta de arreglo entre Lozoya y Pemex que le permitiría salir libre. El exfuncionario pagaría 10 millones de dólares y devolvería algunas propiedades para cerrar no solo este caso, sino el proceso por Odebrecht que también pesa en su contra. Pero al ser cuestionado en su conferencia matutina, el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó sus dudas.
“Ya pedí que se hiciera la investigación porque el daño fue de 200 millones (de dólares), según una evaluación… Sí nos importa una reparación del daño, pero que sea justa”, dijo.
En la audiencia, de esas declaraciones Lozoya no estaba al tanto. Por el contrario. A él se le observaba tranquilo, relajado, sereno, de buen ánimo. A veces estaba recargado en la barandilla como si estuviera en un parque y a veces sentado. Clavaba los ojos en el libro, mientras vapeaba de su cigarrillo electrónico rojo.
En una sala contigua, los 12 periodistas en la cobertura de la audiencia esperaban el inicio. Un proyector con todos los ángulos de las cámaras colocadas en la sala de audiencias permitía saber qué sucedía. No había sonido, pero la imagen era nítida. Lozoya esperaba, se movía, bostezaba, estiraba los brazos, se paraba y regresaba al asiento.
Cinco minutos después de las 10:00, la entrada de una mujer lo distrajo de su lectura. Era su madre, Gilda Margarita Austin Solís, quien iba a hacerle compañía. Ambos se fundieron en un abrazo que se extendió por casi 10 segundos. Ella le acarició la mejilla, le besó la frente. Por el movimiento de los labios, pero sobre todo por los gestos, parecía darle ánimos y decirle que faltaba poco.
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Poco después, llegó alguien que no se había presentado a ninguna de las audiencias previas: Emilio Lozoya Thalmann, exsecretario de Energía en el gobierno de Carlos Salinas y padre de Lozoya Austin. El saludo a su hijo fue menos efusivo que el de su madre, aunque se notó el gusto de verlo. “Ya todas las partes están de acuerdo”, se alcanzó a oír en un momento en el que accidentalmente habló cerca del micrófono, antes de dejar de nuevo la sala. Era cosa de detalles para finiquitar el documento.
Y entonces… Los minutos pasaron: 10, 15, 30… 40. Al cuarto para las 11:00, el monitor mostraba a Lozoya en una charla más pausada con su madre, inhalando cada vez con más frecuencia de su cigarrillo. Cerca de las 11:00, su padre volvía a ingresar para decirle algo, pero esta vez el intercambio fue más breve. Se veía apurado, nervioso. Los rostros alegres de Lozoya y su madre ya menguaban cuando el hombre dejó la sala.
Un auxiliar del juzgado ingresó al cuarto contiguo para explicar a los periodistas lo que sucedía. “La defensa está hablando con los abogados de Pemex. Es una entrevista privada a la que tienen derecho las partes. No sabemos el tema ni cuánto dure. Ya notificaron al juez que están en ello”, dijo el funcionario.
Se podía deducir qué pasaba. La charla era entre los abogados de Lozoya y los de Pemex para sellar el acuerdo reparatorio. Pero lo que parecía cerrado y resuelto en realidad se continuaba negociando.
La segunda hora de espera fue visiblemente distinta para Lozoya. Se llevaba las manos al rostro y a la cabeza constantemente. Se movía y se levantaba de su silla. Su madre, que lo acompañó durante toda la jornada, le hacía gestos con las manos para que tratara de guardar la calma. Otra vez, 10, 15, 30 minutos… y nadie regresaba. Ni su padre, ni los abogados, ni los fiscales. Quien sí entró fue el auxiliar de la sala para indicar a Lozoya que ya no podía usar su cigarrillo electrónico. La indicación fue fácil de descifrar porque el funcionario señaló el vapeador y Lozoya inmediatamente lo guardó.
A las 11:40, Lozoya Thalmann entró por última vez a la sala. Caminó lentamente, jaló una silla y se sentó enfrente de Emilio. Colocó su mano izquierda sobre la rodilla derecha de su esposa, quien quedó entre padre e hijo, e inició la charla. Tres minutos después, el semblante del exdirector de Pemex ya se había descompuesto. La piel de su rostro se había enrojecido, cerraba los puños y negaba con la cabeza. Sus ademanes denotaban que no entendía los argumentos que su padre le transmitía. Levantaba la mirada al techo y suspiraba. Por un momento, parecía incluso contener una exclamación, un grito o tal vez el llanto.
Su padre abandonó la sala y Lozoya volvió a quedarse solo con su madre. Ella le tocó el rostro y luego lo abrazó. Una, dos, tres veces. Los semblantes lucían desencajados.
En dos horas, todo el arreglo se había venido abajo.
La audiencia oficial comenzó a las 12:25 y terminó a las 12:40. Duró apenas 15 minutos. Se confirmó lo que las imágenes ya habían desnudado: los abogados defensores dijeron que sí había un acuerdo reparatorio platicado previamente, pero que no se había cerrado porque Pemex “había pedido más tiempo”. Que faltaba entregar unos papeles. La apoderada legal de Pemex, Dayreen Zambrano, se limitó a expresar que “no estaban las condiciones” para cerrar algún trato.
A petición de las partes, el juez federal Artemio Zúñiga aceptó aplazar la sesión por un plazo de aproximadamente 10 días en lo que las partes tratan de ponerse de acuerdo. Dio por cerrada la audiencia no sin antes advertirles que, para la otra, le avisen hasta que ya se hayan puesto realmente de acuerdo.
El desacuerdo, según autoridades ministeriales, tiene que ver con el monto de la reparación del daño. El exdirector de Pemex ha puesto sobre la mesa la posibilidad de pagar poco más de 10 millones y medio de dólares como monto para considerar reparado el daño tanto del proceso Agronitrogenados como de Odebrecht. Esto, en la lógica de que son las cantidades que se le imputan haber recibido por concepto de sobornos en ambos asuntos. También dejaría como garantía cinco inmuebles.
Sin embargo, ayer los funcionarios federales comentaron al exdirector de Pemex que las repercusiones causadas al erario por los contratos que presuntamente se entregaron por los sobornos son mayores, por lo que será necesario negociar otro monto.
En su conferencia matutina de ayer, el presidente López Obrador recordó que, de acuerdo con un análisis de la Auditoría Superior de la Federación, el daño causado al Estado tan solo por el tema de la planta Agronitrogenados fue de 200 millones de dólares.
Animal Político ha documentado que tan solo uno de los contratos de Odebrecht dejó pérdidas por mil 250 millones de pesos.
Hoy se había programado una segunda audiencia relacionada con el caso Odebrecht, en la que la defensa de Lozoya expondría también un posible acuerdo con Pemex, pero se preveía que dicha sesión fuera aplazada a la luz de los desacuerdos.