En la fotografía sólo se mira la aleta caudal amputada. Esa ballena perdió parte de su cuerpo al golpear con un barco; años después, se quedó sin el resto de su aleta al enredarse con artes de pesca abandonadas. A mediados de 2020, su historia se difundió en reportajes y videos que hablaban de que la colosal nadadora agonizaba en el Mediterráneo.
Como esa ballena, hay miles que cada año quedan heridas y mueren durante las migraciones que hacen para alimentarse y reproducirse.
Un nuevo informe, publicado por la organización WWF y titulado Protegiendo los corredores azules, muestra las amenazas que encuentran las ballenas durante los recorridos que hacen a través del mundo. Para este estudio se reunieron los datos de rastreo satelital de 845 ballenas, generados durante 30 años, por 50 grupos de investigación.
“Analizamos cuáles son los corredores migratorios más importantes, la manera en que se conectan en los diferentes países. A partir de eso, empezamos a ver las problemáticas a nivel regional”, explica doctor Eduardo Nájera, coordinador de Paisajes Marinos de WWF México y quien fue uno de los especialistas que participaron en el estudio.
El informe corrobora, una vez más, lo que otros investigadores han señalado con insistencia en los últimos años: las principales amenazas que enfrentan los cetáceos hoy en día son la pesca incidental y el enredo con las artes de pesca abandonadas. Al año, 300 000 ballenas y delfines mueren por esas dos causas.
La colisión con barcos, la contaminación y los efectos del cambio climático son otras de las amenazas que están teniendo un impacto negativo en las poblaciones de ballenas. Hay otras actividades que no son tan visibles, pero que también afectan a varias especies. Por ejemplo, en algunas comunidades aún se utiliza a los pequeños cetáceos como cebo para la pesca. Esta práctica afecta a 42 especies en 33 países de América Latina, Asia y África.
Desde mediados de la década de los ochenta existe la prohibición internacional para la caza comercial de ballenas. Aunque contados países continuaron con la práctica, esta decisión fue uno de los mayores triunfos en la conservación de especies, sobre todo porque representó la posibilidad de que aumentara la presencia de los cetáceos en el océano.
Con el tiempo, los científicos observaron que se recuperaron buena parte de las especies de ballenas, pero algunas no lo han hecho al ritmo que se esperaba o no han logrado aumentar su población, resalta el doctor Nájera.
De acuerdo con los datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), un tercio de los cetáceos están en alguna categoría de riesgo. Y seis de las 13 grandes especies de ballenas están consideradas como vulnerables o en peligro. “Hay un riesgo de extinción real y inminente”, señala el informe de la WWF y recuerda que los científicos lo están alertando desde hace tiempo.
En septiembre de 2020, por ejemplo, más de 250 investigadores de 40 países firmaron una carta dirigida a los líderes globales para que se atienda la peligrosa situación que enfrentan los cetáceos a causa de las actividades humanas.
En 2020, la UICN enlistó a la ballena franca del Atlántico como en riesgo crítico, recuerda el informe de WWF. Para 2021, los científicos estimaron que la población total de esta especie era de 336 individuos, cifra que representa 30 % menos de lo que se tenía hace una década.
La ballena franca del Atlántico se suma a la lista de cetáceos que están al borde de la extinción. Ahí también se encuentran la vaquita marina, una marsopa endémica del Golfo de California y de la cual sólo hay alrededor de 10 individuos; y el delfín de Maui, originario de Nueva Zelanda y del que se estima que sobreviven 60 ejemplares.
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Hay varios datos que dibujan un panorama poco alentador para la ballena franca del Atlántico y, en general, para los cetáceos:
El 86% de las ballenas francas identificadas por los científicos han sido vistas enredadas en artes de pesca, al menos una vez en su vida.
Entre 2017 y 2021, 34 individuos murieron durante su ruta migratoria por las costas de Canadá y Estados Unidos, al impactarse con barcos y al enredarse en artes de pesca.
Cada año, 640 mil toneladas de equipos de pesca son abandonados en los océanos.
Como si se tratara de un monstruo marino insaciable, estas redes aprisionan a muchas ballenas; al quedar atrapadas sufren heridas mortales, pasan semanas y meses sin tener la libertad para moverse y alimentarse. Al final, muchas de ellas son condenadas a una lenta agonía.
El informe de WWF identificó que, por lo menos, 76 publicaciones científicas documentaron un total de 5400 cetáceos, de 40 diferentes especies, atrapados con redes de pesca.
Para tratar de disminuir el daño que hacen las artes de pesca abandonadas, en México se tejió la Red Nacional de Asistencia a Ballenas Enmalladas (RABEN), iniciativa que lidera la organización Ecología y Conservación de Ballenas (ECOBAC) en la que participan 15 equipos y 180 voluntarios que rescatan ballenas en diferentes puntos del pacífico mexicano, desde Ensenada hasta las costas de Huatulco, Oaxaca.
“Han encontrado ballenas que traen cuerdas y boyas desde Alaska. ¡Imagínate una ballena nadando 20 mil kilómetros y arrastrando una red enredada en su cuerpo!”, dice el doctor Nájera.
Desde 2014, los integrantes de esta red han registrado a 245 ballenas enredadas; 88 % de ellas son jorobadas. Sólo en la temporada 2020-2021, recibieron 37 reportes. Y en lo que va de la actual temporada de avistamiento de ballenas, que empezó en diciembre, han rescatado a cuatro individuos.
En sus rutas migratorias, las ballenas también se encuentran con todo tipo de embarcaciones, desde los grandes cargueros, barcos pesqueros, cruceros y hasta las lanchas que dan servicio de transporte o que hacen recorridos turísticos.
“Hay más barcos circulando y muchas de sus rutas se traslapan con los recorridos migratorios de las ballenas”, dice Nájera y menciona que aún no hay estudios que permitan tener una dimensión de cuántas ballenas mueren o resultan heridas por coaliciones con embarcaciones.
Aún así hay estudios que han identificado algunos puntos críticos. En el informe del WWF se menciona varios de ellos.
En el Pacífico Sur, la costa de Perú es una región importante para grandes cetáceos, entre ellos la ballena azul y la jorobada. En esta región, las rutas de navegación de los barcos se cruzan con la migración y de reproducción de algunas especies.
Las aguas que rodean la Península de Illescas, en Perú, sobresalen como una de las zonas de riesgo para las ballenas.
En la Patagonia chilena, las ballenas azules y aquellas que realizan sus migraciones por la parte más austral de Chile también corren un alto riesgo de colisión con los barcos.
En el caso de México, señala Nájera, la Bahía de Banderas o el sur del Golfo de California son dos sitios con alto riesgo de coaliciones.
En el informe de WWF también se destaca que los barcos de pesca están llegando a lugares donde antes no era tan común encontrarlos, entre ellos los sitios donde las ballenas buscan su alimento.
Además, la contaminación del océano —en especial por desechos plásticos— también está afectando a ballenas y delfines.
El informe de WWF hace énfasis en que proteger a los cetáceos no es solo una decisión adecuada para la naturaleza, también lo es para las personas: “Cada vez hay más evidencias de que las ballenas juegan un importante rol para mantener la salud de los océanos y el clima global”.
Las evidencias científicas muestran que las ballenas contribuyen a regular el clima al capturar el carbón a lo largo de su vida. Su ayuda al planeta se les compensa muy poco. Y, por si fuera poco, estas colosales nadadoras ya sufren los impactos del cambio climático.
El informe resalta que la rápida disminución del hielo marino en el Ártico provoca cambios en el hábitat, en las zonas de alimentación y en los tiempos de migración de varias especies de ballenas.
“El cambio climático está calentando nuestros océanos y eso afecta el lugar donde se distribuyen algunas de las presas o alimentos de las ballenas. Cambia el lugar y la abundancia y eso desencadena otros efectos como cambios en sus patrones migratorios y de comportamiento. Aún no podemos saber las consecuencias que eso puede tener en el futuro”, explica Nájera.
México fue el primer país en crear un santuario para las ballenas. Eso sucedió en 1972 y el lugar elegido fue Laguna Ojo de Liebre, en Baja California, lugar de reproducción de la ballena gris.
Es también en aguas mexicanas, en el Parque Nacional Revillagigedo, en Cabo Pulmo, alrededor de las Islas Marietas y frente a las costas de Huatulco, en donde se reproduce la ballena jorobada.
“Estos refugios han beneficiado mucho a la conservación de estas ballenas. En otras partes del Pacífico —en la zona de Rusia, Japón— no hay refugios y las poblaciones de ballena gris de esa área no se han recuperado”, destaca el doctor Nájera.
El informe menciona también la importancia de crear nuevas reservas y garantizar la existencia de zonas libres de pesca. Incluso, aplaude la decisión de los gobiernos de Ecuador, Costa Rica, Colombia y Panamá. En noviembre de 2021, estos países anunciaron que se ampliará el Corredor Marino del Pacífico Este Tropical (CMAR), el cual une las reservas marinas de estas naciones y forma una zona protegida interconectada.
Como parte de la ampliación se busca tener un corredor libre de pesca de más de 500 000 kilómetros, justo en una de las rutas migratorias más importantes para ballenas, tiburones, tortugas y mantarrayas.
Diversas organizaciones no gubernamentales y científicos también han señalado la necesidad de contar con una red de santuarios marinos y que se logre cumplir con la meta de proteger el 30% de los océanos antes del 2030.
Hasta ahora, sólo 7.91 % de los océanos se encuentran dentro de un área marina protegida.
En el estudio presentado por WWF también se subraya la urgencia de contar con un tratado global que permita proteger las especies y ecosistemas que se encuentran fuera de los límites territoriales de los diferentes países.
Ese tratado se discutirá durante la Cuarta Conferencia Intergubernamental sobre Biodiversidad Marina en Áreas Fuera de la Jurisdicción Nacional (BBNJ, por sus siglas en inglés), que se realizará a principios de marzo próximo.
Al tener un mayor número de reservas libres de pesca y un tratado internacional que proteja al océano, los científicos y organizaciones buscan contar con más herramientas que disminuyan los efectos de la pesca industrial o del tráfico náutico y, sobre todo, que eviten nuevas amenazas que se asoman para las especies marinas, entre ellas la minería en el fondo del océano.