Exequiel Ezcurra tenía dudas cuando escuchó por primera vez a Carlos Burelo-Ramos, botánico de la Universidad de México en Tabasco, hablar de la posibilidad de que hubiese manglares en el río San Pedro Mártir en el sur de México. El mangle rojo (Rhizophora mangle) habita en entornos de agua dulce —la bahía de Cochinos en Cuba y los Everglades de Florida son dos ejemplos destacados—.
Sin embargo, ¿manglares que se encuentran al menos 170 kilómetros tierra adentro? Eso parecía poco probable.
“Probablemente te equivocaste en su identificación botánica porque no parece plausible que los manglares crezcan en un río con agua dulce a semejante distancia de la costa”, dijo Ezcurra, profesor de ecología de la Universidad de California, Riverside, a Burelo-Ramos.
Sin embargo, un confiado Burelo-Ramos respondió y le dijo respetuosamente a Ezcurra, “soy un buen taxónomo. Conozco mis plantas y esto es mangle rojo”.
“Eso despertó mi curiosidad”, dijo Ezcurra a Mongabay. Efectivamente, en un viaje a San Pedro Mártir con sus hijas encontró mangle rojo, el cual, a diferencia de otras especies de manglares que crecen en el Golfo de México, puede establecerse en hábitats que carecen de sal, al menos la variedad de cloruro de sodio dominante en los océanos del mundo. Los árboles existen sobre una piedra caliza rica en calcio conocida como karst, que investigaciones anteriores han demostrado que sostiene árboles de mangle amantes de la sal.
Sin embargo, el mangle rojo no fue la única especie que habita en la costa que encontró en el medio del estado de Tabasco, en la base de la península de Yucatán. Encontró palmeras costeras y palisandros, helecho de cuero dorado (Acrostichum aureum), uben amigo (Coccoloba barbadensis) y la orquídea la flor de cacho (Myrmecophila tibicinis). En resumen, fue como si “todo un ecosistema costero” hubiera sido trasplantado desde el Golfo de México a este lugar en el río San Pedro Mártir.
El primer paso de Ezcurra fue volver a ponerse en contacto con Burelo-Ramos. “Tienes toda la razón”, le dijo. “Deberíamos estudiar lo que está pasando”.
El equipo interdisciplinario que reunieron descubrió no solo cómo llegó el ecosistema a este lugar, sino también nuevas perspectivas sobre el poder que un clima cambiante puede ejercer sobre todas las formas de vida, incluidos nosotros. Sus hallazgos, publicados el 12 de octubre en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences, sugieren que los niveles más altos del mar como resultado del deshielo global —debido a la subida de las temperaturas hace unos 115 000 a 130 000 años— fueron los responsables de la aparición de manglares en esta parte de México. Esencialmente, pensaron que este ecosistema se encontraba en una antigua costa en un mundo más cálido.
Investigaciones anteriores han presentado varias “hipótesis descabelladas” para explicar cómo terminaron los manglares tierra adentro, dijo Ezcurra. Quizás los huracanes o las aves los llevaron tierra adentro. Sin embargo, las semillas de los manglares son grandes y amargas, lo que lo hace menos probable que llegasen con el viento o en el vientre de un ave. Otros especularon que los maya podrían haberlos plantado aquí, pero transportarlos un par de cientos de kilómetros tierra adentro habría requerido mucho esfuerzo por poco beneficio aparente, dijo Ezcurra.
El propio ciclo de la vida natural de los manglares ofreció al equipo una ruta más plausible. Las plántulas pueden flotar como corchos en el agua durante un año o más antes de hundirse hasta el fondo y echar una maraña de raíces en los suelos costeros fangosos. Ezcurra y sus compañeros se preguntaban si las aguas del Golfo de México podrían haber subido lo suficiente como para llevar las semillas de mangle a donde existen hoy en día en el río San Pedro Mártir.
“¿Hubo algún evento por el que el océano pudo haberse elevado 10 metros [33 pies] por encima del nivel que tenemos ahora?”, dijo Ezcurra.
Sabían que, hace poco más de 100 000 años, los glaciares, los casquetes de hielo y las capas de hielo se habían retirado durante una oleada de temperaturas cálidas —lo que los científicos llaman el último período interglacial durante el período del Pleistoceno—. Ese deshielo llevó a un aumento de entre 6 y 9 m (20-30 pies) del nivel del mar, potencialmente suficiente para explicar la actual posición de los manglares. Después, el modelado por ordenador sugirió que este era un escenario probable.
Aun así, el equipo quería más pruebas para reforzar esta “hipótesis de trabajo”, dijo Ezcurra. Por ejemplo, ¿podrían mostrar que los mangles rojos en el San Pedro Mártir estaban relacionados con los que existían río abajo?
Para responder esta pregunta, el equipo sondeó el ADN de los árboles y lo comparó con las poblaciones de mangle rojo alrededor de la península de Yucatán. De hecho, los resultados mostraron que los mangles en las riberas del río San Pedro Mártir eran más parecidos a aquellos que se encontraron a lo largo de los márgenes del Golfo de México, en vez de a los mangles rojos del lado caribeño de la península.
Sin embargo, su análisis no acabo ahí. Mediante la profundización hasta el nivel de las bases del ADN, esos compuestos químicos que son la base para diferencias sutiles (y a veces no tan sutiles) dentro y entre especies, el equipo fue capaz de determinar cuándo tiempo hace que las variantes costeras y ribereñas de manglar se habían separado entre sí. El equipo estaba utilizando el código genético de la planta como un “reloj molecular”, dijo Ezcurra.
“Hay una historia completa del Pleistoceno escrita en el ADN”, dijo. Luego, el análisis fijó el momento de la división en alrededor de 100 000 años atrás, salvo unos pocos miles de años. En otras palabras, estaba dentro del espacio de tiempo durante el cual empezó una nueva glaciación, provocada por temperaturas más frías.
Los investigadores también examinaron los sedimentos en el área de los manglares en el San Pedro Mártir. La grava redondeada que encontraron en las canteras locales se parece más a lo que encontrarías en el océano que en el lecho de un río. También notaron la presencia de conchas de ostras que son indistinguibles del ubicuo ostión de Virginia (Crassostrea virginica) que, hasta el día de hoy, frecuenta los estuarios a lo largo del Golfo. Estos hallazgos llevaron a los investigadores a concluir “inequívocamente” que los manglares existen en los bordes de lo que una vez fue una antigua laguna costera y conspiran para dejar atrás esta “reliquia” de un tiempo diferente en nuestro planeta.
Sin embargo, más recientemente, la persistencia del ecosistema de los manglares en el San Pedro Mártir era mucho menos segura. En la década de los 70, el impulso por entregar los bosques de América Central y América del Sur a la agricultura y el pasto encontró su camino hasta Tabasco. Se talaron la mayoría de los bosques del estado, pero las excavadoras del equipo se vieron obstaculizadas por los suelos pantanos de los manglares y los dejaron como estaban.
Sin embargo, las granjas que los reemplazaron pronto se paralizaron una vez que la fina capa superior de suelo fértil que se encontró en las antiguas selvas tropicales se secó.
“Detrás quedan solo campos erosionados donde antes crecían magníficas selvas tropicales”, dijo Ezcurra. “Es una historia trágica de desarrollo equivocado”.
El declive del paisaje ha dejado a la población de Tabasco empobrecida, dijo.
“Es una historia verdaderamente triste”, dijo Ezcurra, “pero nos gustaría pensar que quizás los hallazgos en el río San Pedro traigan una nota esperanzadora”.
Los manglares todavía están allí, sus sistemas de raíces retorcidas que sujetan las orillas del río y ayudan a suministrar agua limpia para la población que permanece allí. Y, como hacen a lo largo de las costas por todo el mundo, incuban poblaciones de alevines que sirven como una importante fuente de alimento.
Sirven como un recordatorio de los importantes servicios que brindan los manglares dondequiera que se encuentren, dijo Ezcurra. Aun así, el descubrimiento de cómo acabaron a lo largo del río San Pedro Mártir también es un augurio, que presagia cómo la actual ronda de cambio climático podría alterar la faz del mundo que habitamos.
“Deberíamos tomar estas cosas más en serio, sin ser alarmistas”, dijo Ezcurra. “El aumento del nivel del mar está sucediendo”.
Este trabajo se publicó originalmente en Mongabay