Tarecuato, Michoacán.- Eran jornaleros, estudiantes y deportistas. Los seis adolescentes de entre 14 y 17 años de edad, así como los tres jóvenes de 19 y los dos adultos de 34 y 31, asesinados en la tenencia de Tarecuato, municipio de Tangamandapio, nada tenían que ver con grupos criminales, solo salieron a cortar panales de abejas para ofrendar a sus fieles difuntos, cuentan familiares y amigos.
Un oficial de la Policía Comunal explica a Animal Político que los pobladores salieron cerca de las 5 de la tarde para buscar panales en el predio conocido como Los Lavaderos.
Colocar en las ofrendas panales con abejas y una güilota, es parte de una tradición de más de 500 años en esa comunidad indígena, para recordar a quienes murieron en el último año.
Tres horas más tarde, recibieron el reporte de que había varios cuerpos tirados sobre un camino de terracería que comunica a Tarecuato con Los Ucuares. Eran los jóvenes, quienes antes de morir de un tiro en la cabeza fueron golpeados y torturados.
Uno de los jóvenes de 17 años estudiaba en el Colegio de Bachilleres y su ilusión era titularse de ingeniero agrónomo. “Su único vicio era jugar básquetbol. No tenía problemas con nadie y era muy trabajador, porque durante la pandemia, me ayudaba a vender papas”, comenta su padre.
Pero también habla de cómo encontró el cuerpo de su hijo.
“Mi hijo tenía el disparo en un lado de la cabeza, pero ya el forense nos comunica que primero los golpearon; les destrozaron la cara a todos y después les dieron el tiro”.
“No podíamos ni reconocerlos en la Fiscalía. No ha dejado un dolor; un vacío que no va a poder sanar esa herida de lo que nos hicieron, porque eran jovencitos”, agrega el hombre.
Juan tenía 34 años y era jefe de cuadrillas de cortadores de aguacate de la región y no bebía, no fumaba y practicaba el fútbol, como la mayoría de las víctimas, a nivel amateur.
Tenía el sueño de casarse, ser papá y formar una familia, cuenta su primo José Luis. Pero “ahorita se le quedó a la mitad todo eso y ahí se quedó su sueño, sepultado por la bala que le perforó el cráneo”.
“Traía golpes en los dientes, quebraduras de huesos y el tiro de gracia”, narra su primo.
José Luis dice que toda la gente de la comunidad se dedica al campo; sin embargo, “ahorita no pueden ir a sus labores por el miedo de que haya gente armada”.
“No sé a qué vienen esas personas armadas, o a qué vengan; yo respeto el trabajo de cada quien; lo que ellos no respetan es a la comunidad”, recrimina José Luis.
Otras familias recibieron la noticia de que dos de sus integrantes también habían sido asesinados.
En una de esas casas, estaban los féretros de dos jóvenes de 14 y 17 años de edad; el menor era estudiante de secundaria y por la pandemia se integró al corte de aguacate igual que su hermano.
El mayor se había convertido – hacía 25 días – en papá de un niño, el cual ya no pudo ver más, pues un disparo en la frente acabó con su vida.
Ambos jugaban futbol y a decir de la comunidad, eran adolescentes de bien; no tenían problemas con nadie y se distinguían por pegarle de manera muy educada al balón.
A decir del Concejo Comunal, el problema de su comunidad es grave, ya que se encuentran en una franja de disputas entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y Los Viagras.
Una integrante del Concejo, que pidió el anonimato, recordó que, a principios de este año, fue asesinado el tesorero de bienes comunales, Juan Govea Solares y otro concejal.
Se registró también un ataque armado hace unos meses a la Jefatura de Tenencia, donde los criminales también dispararon contra patrullas, comercios y viviendas.
Desde entonces “esta comunidad ha sido acechada por los criminales, porque se quieren apoderar de esta tierra donde hay gente buena”.
“A pesar de todo lo que nos ha pasado, ningún gobierno municipal, estatal o federal, han hecho algo por nosotros. Les hemos mandado solicitudes para reforzar la seguridad y seguimos abandonados, por lo que solo pedimos paz y que esta tenencia vuelva a ser libre de violencia”, agrega.
En esta tenencia ubicada a 135 kilómetros de la capital michoacana y conformada por siete barrios, solo cuenta con 18 integrantes de la Policía Comunal.
No son autodefensas. Apenas tienen tres armas largas y tres cortas, adquiridas por la comunidad y con las que combaten al crimen organizado, equipado con armas largas, vehículos blindados y hasta drones.
A pesar de la masacre, ninguna corporación de seguridad estatal, federal o municipal, desplegó sus tropas en esta comunidad indígena.
La seguridad estuvo a cargo de esos 18 policías comunales
Los familiares y amigos velaron a las víctimas en sus casas, luego los féretros llegaron al atrio de la iglesia de San Francisco, donde se ofició una misa.
El cortejo fúnebre recorrió las principales calles de esa comunidad.
El llanto y clamor de justicia se mezclaron en las calles de la tenencia de Tarecuato por los 11 habitantes asesinados, sin que las autoridades tuvieran un solo detenido como responsable de la masacre.
Los habitantes le prendieron fuego a dos camionetas y bloquearon todos los accesos en señal de protesta.
Después, las caravanas se dirigieron al panteón de la localidad, donde les dieron el último adiós a las 11 víctimas.
“Nada será igual para nosotros. Nos arrancaron parte de esta comunidad indígena, al asesinar a 11 de nosotros; a 11 personas inocentes, que solo querían cumplir la tradición cultural y regresaron a su casa muertos; asesinados como animales”, expresa un poblador, al pie de las tumbas de las víctimas.