Gerardo Ríos, de 63 años, se encontró el sábado por la tarde con la persona a la que llevaba buscando desde hacía más de un año. Fue en dependencias de la Fiscalía General de Justicia del Edomex. Allí, esposado, se encontraba Omar Santos Loera, su antiguo yerno, quien el 22 de junio del año pasado le llamó para comunicarle que había matado a su hija Elideth.
Los policías estaban confusos, ya que él alegaba que se trataba de otra persona. Durante muchos años utilizó nombres falsos, de hecho estaba registrado como Erick Hernández Camacho, y había logrado evadir a las autoridades durante años, ya que estaba buscado también por un doble homicidio por el que fue condenado a 122 años. Esta había sido su última huída. Estaba claro que era él. “Se quedó mirando, y ya aceptó que era Omar Santos Loera. Le lancé una patada, solo alcancé a darle una pinche patada y los policías me sujetaron y me sacaron de allá”, dice Ríos, en entrevista con Animal Político.
Apenas 24 horas después de identificar al asesino de su hija, Ríos acudió al juzgado para la audiencia inicial. Cuando llegó le anunciaron que el feminicida no iba a llegar: había muerto en el Centro Penitenciario de Reinserción Social de Nezahualcóyotl, Bordo de Xochiaca. Como nadie se había presentado para identificar el cuerpo, tuvo que ser el propio Gerardo Ríos, el padre de la víctima, quien dio fe de que ese era el asesino.
Al principio no querían dejarle verlo. Pero finalmente el juez dio la orden de que le permitieran acceder a la morgue para la identificación.
“En la foto no se parecía. La veía borrosa y yo decía que no era la persona, que quería ver el cuerpo”, explica.
Una vez en la morgue no hubo lugar a dudas. En la espalda estaba el tatuaje de la Santa Muerte que lucía su exyerno y que le hacía inconfundible.
Omar Santos Loera, o Erick Hernández Camacho, quien fue conocido como “El Cojo” por un balazo que tenía en la pierna, o “El Ninja de Iztapalapa”, por haber matado a una persona con un sable, había terminado con su vida apenas un día después de ser capturado. Lo único que se sabe es que se ahorcó. La Fiscalía del Edomex abrió la carpeta NEZ/NEZ/NZ1/062/297024/21/10 por el “delito de Suicidio”. Al cierre de la edición nadie había acudido a la morgue para reclamar el cuerpo.
Para Gerardo Ríos, esta muerte cierra el capítulo más terrible de su vida. El año largo que pasó desde que tuvo noticia de que su hija Elideth había sido asesinada hasta que el feminicida fue capturado. Durante todo este tiempo el hombre siempre pensó que las autoridades no habían movido un dedo para capturar al feminicida. Ahora, después de ver la carpeta de investigación, dice que cambió de opinión. “Sí hicieron su trabajo”, afirma.
Elideth Ríos Cabrera tenía 30 años cuando fue asesinada. Fue la noche del 21 de junio, cuando se celebra el Día del Padre. Antes del feminicidio, que estaba perfectamente planeado, Santos Loera llevó a su hijo con su abuela y le dijo que, si preguntaban por su madre, respondiese que se había quedado dormida. Posteriormente le echó alguna droga en la bebida y, cuando ya no podía defenderse, acabó con su vida estrangulándola. Aún tuvo tiempo para marcar a Gerardo y decirle que había matado a su hija. Después, se esfumó.
Desesperado, aún pudo manejar hasta la colonia Metropolitana Primera Sección, en Nezahualcóyotl, donde vivía el matrimonio. Cuando llegó, los policías del Estado de México a los que había alertado en su camino ya habían llegado. Por desgracia, la llamada decía la verdad. Ahí en la casa estaba el cuerpo de Elideth, inerte.
Desde entonces la vida de Gerardo Ríos estuvo dedicada a encontrar al feminicida. Dejó el trabajo en el taller, se compró una moto y comenzó su labor de detective. Cuenta que una vez entró en una colonia caracterizado como un vendedor de manzanas. Otra vez se rapó el pelo en los costados y se caló una gorra para pasear camuflado por la feria de Iztapalapa. Nunca llegó a verle, reconoce, pero no dejó de seguir su pista.
“ Si lo hubiera visto, me hubiera desmadrado, pero no se hubiera ido”, dice el hombre.
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Cuenta Gerardo Ríos que el día que supo que el feminicida de su hija había muerto se sintió como un viejito de cientos de años. Que no caminaba, se arrastraba. Que durmió muchas horas y que al día siguiente tuvo que ir a la audiencia en la que se cerró el caso.
Esto no es lo que Ríos esperaba. Pero así ha ocurrido. Es lógico pensar que ojalá se hubiese matado él antes de terminar con la vida de Elideth, pero el pasado no regresa y tampoco nadie puede cambiarlo.
“Ahora a rehacer mi vida y buscar mi sustento”, dice Ríos. Es un año de búsqueda incesante y el duelo todavía hay que procesarlo. Pero tiene que cuidar a su nieto, que quedó con ellos después del asesinato de la madre.
“No pagó el hijo de la chingada”, repite. “Ahora está muerto y tengo que buscar un trabajo”.