Matías De la Cruz Galindo, un albañil de 63 años, salió de la obra en la que trabajaba a eso de las 12 del mediodía del sábado 19 de junio y puso rumbo a su casa, a unos escasos 15 kilómetros de distancia.
Ese día, como muchos otros, el señor Matías iba acompañado por uno de sus cuatro hijos, un hombre de 34 años que lo ayudaba en la construcción. Los dos iban a bordo de la camioneta platicando de cualquier cosa. Matías pasó a dejar a su hijo, se despidieron, y siguió su rumbo a su casa, donde lo esperaba su esposa para comer.
Pero el albañil de origen veracruzano – hacía casi 21 años que dejó su Poza Rica natal para asentarse junto a su familia en Reynosa, Tamaulipas – nunca llegó a su destino. Tan solo unos minutos después de dejar a su hijo, y apenas a unas tres cuadras de su vivienda, un convoy de tres camionetas se cruzó en su camino y le dispararon sin razón alguna.
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Apenas iban a dar las 13 horas de la tarde. A esa hora, según el mapa que hizo después la Fiscalía tamaulipeca del posible trayecto que siguió el convoy armado. Además de Matías, los integrantes del crimen organizado ya habían asesinado a otras 11 personas, de las 15 en total que mataron ese sábado sin ningún motivo, en una de las peores masacres de las que se tenga registro en México y en la que también murieron cuatro presuntos agresores.
Juan, de 35 años, es otro de los hijos de Matías. Su nombre no es real, pero pide que se le modifique por temor a represalias. En entrevista, cuenta que se dedica al transporte de mercancías y que ese sábado acababa de llegar de hacer su primer viaje al otro lado de la frontera, a Estados Unidos.
Tras tomar un breve respiro, se disponía a hacer la segunda entrega. Pero antes de subir al tráiler, trabajo que su padre le pedía insistentemente que dejara debido al gran riesgo y a la inseguridad que conlleva, especialmente en la frontera norte, recibió la llamada telefónica de una sobrina.
– Mataron a tu padre – le anunció.
Juan cuenta que se quedó en shock.
“No sabía si era una mala broma”, asegura.
Luego se trasladó a una calle donde se juntan hasta tres colonias de Reynosa: la Lampacitos, la Unidad Obrera, y El Maguey.
Allí, bajo un sol abrasador, se encontraba una camioneta detenida en medio de la nada. En su interior, frente al volante, yacía su padre, Matías.
Le habían dado un tiro en la cabeza.
Para entonces, la ciudad ya era un completo caos de balaceras y asesinatos sin motivo, al azar. Y para colmo, testimonios recabados después de los hechos por la organización civil Comité de los Derechos Humanos de Nuevo Laredo refieren que las autoridades estatales y federales de policía tardaron hasta una hora en responder a los auxilios que la población hizo al 911 y por medio de las redes sociales. La Fiscalía estatal negó esta versión y aseguró que la primera respuesta de los uniformados se dio a los 13 minutos.
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“Su justificación es que se vieron rebasados por la cantidad de eventos que se dieron en una misma zona. Por eso dicen que no se dieron abasto para protegernos”, explica Juan.
Tras el asesinato del señor Matías, la policía estatal se apersonó en el lugar para precintarlo. Juan quería llegar hasta su padre, cubrirlo al menos con una sábana de las miradas morbosas y de las fotografías. Pero los uniformados se lo impidieron.
Juan denuncia que tuvo que esperar más de cuatro horas hasta que llegaron los peritos de la Fiscalía y el personal del Semefo a levantar el cadáver que pasó horas sometido a altas temperaturas en el interior del vehículo. “Fue una situación terrible, nos dolió mucho que lo dejaran ahí tanto tiempo”, lamenta Juan.
Debido al tiempo que permaneció su cadáver expuesto al sol, en espera de que las autoridades lo levantaran, Matías fue enterrado al siguiente día, el domingo por la tarde.
Juan cuenta que al sepelio asistieron muchos compañeros de la construcción, oficio al que dedicó buena parte de su vida. También lo despidieron los amigos de la colonia, los vecinos, y muchos familiares.
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“Mi padre era una persona muy querida, muy respetada. No se metía nunca con nadie. Jamás le hizo un mal gesto a nadie”, hace hincapié Juan.
Ahora, el transportista dice que no es momento de tomar decisiones apresuradas ni en caliente, ni mucho menos motivadas por el miedo. Porque, como muchos vecinos de Reynosa, tiene miedo, obvio.
Lleva 21 años viviendo en una ciudad que todo México sabe que es violenta, plantea. Por eso dice que toma las precauciones que todos toman: no salir en la noche, estar pendiente de las redes sociales, evitar problemas con la gente, etcétera.
¿Pero quién podría prever una masacre a plena luz del día? ¿Quién se imaginaba que así, de la nada, un grupo de sicarios atacarían a la población a balazos y al azar?
Son preguntas que se plantea Juan. Y para las que no encuentra respuesta.
“Ya tiene rato que hay este ambiente de violencia en Reynosa, de asesinatos. Pero siempre nos había tocado estar del otro lado, ¿sabes? Hasta este sábado que asesinaron a mi señor padre. Y no en un fuego cruzado, como a veces pasa, sino en un atentado. Y eso es lo que más coraje nos da a mí y a mi familia. Nos da coraje e impotencia. Porque a mi padre fueron a matarlo con todo el dolo. Fueron a hacer daño”, sentencia.
Ahora, a casi una semana de que sucedió la pesadilla, Juan sigue enfrascado en agotadores trámites burocráticos para conseguir recuperar el vehículo de Matías. “Tienes que tener los nervios de acero para, en pleno luto, hacer todo el papeleo y que te traigan a las vueltas de un lado para otro”, dice cansado.
Por eso, como una vía para tratar de sacar fuerzas de donde no las hay, Juan dice que acude al recuerdo de su padre. Al recuerdo de esa última comida hace apenas unos días; los dos sentados tomando una cerveza, disfrutando de las pláticas, de los silencios, de los consejos.
“Me quedaré siempre con el ejemplo de lucha de mi padre. Con su entrega, su pasión por su familia. Mi padre fue el mejor ejemplo de persona que he tenido en mi vida”, concluye emocionado Juan.
Este miércoles en Reynosa se registraron balaceras y persecuciones en varios puntos de la ciudad fronteriza.
El hecho más violento fue una persecución a balazos en la que participaron dos patrullas de la policía estatal y un convoy de hombres armados que se dispersaron por varias colonias del poniente de la ciudad. El tiroteo continuó por las colonias Aztlán, Las Fuentes, y Cumbres.
En el sector sur de la ciudad también hubo reportes de persecuciones y balaceras, aparentemente entre un comando y policías.
Habitantes de las diversas colonias compartieron en redes sociales los videos que captaron sobre las balaceras o donde se observa a elementos de la policía enfrentando a civiles armados.
Estos enfrentamientos se dan pocos días después del multihomicidio del pasado sábado 19 de junio, que dejó un saldo de 19 muertos, de los cuales 15 eran civiles y cuatro presuntos agresores.
Entre las personas asesinadas hay adultos mayores, obreros de la construcción y de la maquila, taxistas, un joven recolector de basura, comerciantes, familias, y un enfermero de apenas 19 años.
El fiscal de Tamaulipas, Irving Barrios, aseguró el 22 de junio que la hipótesis más fuerte detrás de la masacre era la intervención de grupos del crimen organizado de Matamoros y Río Bravo que se disputan el paso del puente internacional Pharr. Sin embargo, no se ha detallado mayor información al respecto.