Alma Carolina, una mujer sobreviviente de cáncer de mama y que actualmente vive con cáncer de tiroides, es ejemplo de cómo el retraso en el diagnóstico puede hacer la diferencia entre librarse de la enfermedad o no.
Hace 15 años, Alma salió de su pueblo en Oaxaca rumbo al entonces Distrito Federal para acudir al Instituto Nacional de Cancerología (INCan) a que le revisaran una bolita que se había descubierto en un seno. Le realizaron una biopsia y la diagnosticaron con cáncer de mama.
Debido a que el cáncer se encontraba en una etapa temprana, Alma no requirió de quimioterapias. Bastó con un tratamiento de medicamentos que se administran por vía oral y que le realizaran una mastectomía.
Cuatro años después no tuvo la misma suerte. Por más de un año, la mujer pidió al médico que la atendía en el INCan por el seguimiento al cáncer de mama que le realizara la biopsia de un tumor que tenía en el cuello. El doctor ignoró su solicitud y le dijo que siguiera con su tratamiento.
Sin embargo, otro médico del Instituto le solicitó realizarse la biopsia para descartar anomalías y la diagnosticó con metástasis de cáncer de tiroides. El estado avanzado de la enfermedad no permite que pueda tratarse con quimioterapias o radioterapias, por lo que la única forma de controlarlo es extirpándole tumores cada que aparecen.
En México, el cáncer es la tercera causa de muerte: 14 de cada 100 personas mueren por esta causa. Mientras el promedio de esperanza de vida en el país es de 74.95 años, para los pacientes de esta enfermedad se reduce a los 63.
De acuerdo con el estudio Cáncer y desigualdades sociales en México 2020, elaborado por la Red de Estudios sobre Desigualdades de El Colegio de México (Colmex), la incidencia del cáncer, en general, es mayor en regiones de ingresos medios y altos, sin embargo, en zonas menos desarrolladas hay mayor mortalidad y se vive en contextos menos propicios para prevenirlo.
“En los estados más desarrollados, sobre todo Ciudad de México y varios estados del norte, pues la probabilidad de que te mueras cuando te enfermas es menor en comparación con los estados del sur como Chiapas, Oaxaca o Guerrero. Estamos hablando de que la probabilidad de muerte en los estados menos desarrollados es superior al 60%, mientras que en las regiones más desarrolladas es inferior al 50%.
Entonces es muy clara la brecha y vemos cómo la desigualdad regional también juega un papel importante”, comenta a Animal Político Carlos Moreno, coautor del estudio e integrante de la Red de Desigualdades del Colmex.
La posibilidad de buscar y conseguir atención contra el cáncer es también menor para quienes viven con bajos ingresos, porque, en general, carecen de seguridad social o viven en regiones con falta de personal y equipo médico especializado, lo que complica su diagnóstico temprano, advierte el Colmex.
Entre 1990 y 2017, el número de casos de cáncer en México se incrementó 2.5 veces, de 150 mil a 374 mil casos y las personas que fallecieron por esta enfermedad pasaron de 47 mil a 97 mil en el mismo periodo.
En el caso del cáncer de mama, el estudio señala que las mujeres de estatus socioeconómico bajo, residentes de zonas rurales, con bajos niveles educativos y que no cuentan con seguridad social se involucran menos en acciones como la autoexploración y las mamografías, lo que incide en que se detecte el cáncer en etapas avanzadas.
El análisis del Colmex detalla que el estado con mayor número de establecimientos de salud es Oaxaca (42.96 por cada 100 mil habitantes), sin embargo el estado aparece entre los que tienen menos consultorios de oncología (0.26) y menos mastógrafos (0.76).
Por el contrario, la Ciudad de México se ubica como la entidad con menor cantidad de establecimientos de salud (7.94 por cada 100 mil habitantes), sin embargo es el que tiene más médicos especialistas (3.88), consultorios de oncología (1.64), camas para atención oncológica (4.69) y la segunda con más mastógrafos (2.92).
Después de la capital, las entidades con más especialistas médicos de oncología son Aguascalientes (1.86 por cada 100 mil habitantes), Nayarit (1.57), Colima (1.54) y Yucatán (1.02). Los que tienen menos son Quintana Roo (0.23), Estado de México (0.24), San Luis Potosí y Veracruz (0.35), Hidalgo (0.41) y Puebla (0.42).
En cuanto a número de consultorios oncológicos, la Ciudad de México encabeza la lista, seguida de Aguascalientes (1.27 por cada 100 mil habitantes), Nuevo León (1.05), Colima (0.92) y Baja California Sur (0.78), mientras los que cuentan con menos son el Estado de México (0.14), Guerrero (0.15), Chiapas e Hidalgo (0.19), Quintana Roo (0.23) y Oaxaca y Veracruz (0.26).
Laura Flamand, directora de la Red de Desigualdades de El Colmex y autora del estudio, explica que en México hay un buen número de especialistas en oncología, pero el gran problema es la concentración en áreas metropolitanas.
En esto coincide Carlos Moreno, pues señala que en algunas regiones los pacientes tienen que desplazarse a otros puntos solamente porque las clínicas y hospitales de su lugar de residencia no tienen la capacidad para atender su padecimiento.
“Si no tuviéramos este tremendo problema de fragmentación organizacional entre subsistemas, ahora esta fragmentación también ha promovido en muchos sentidos una altísima concentración regional de recursos. Si ustedes revisan los datos del informe, pueden darse cuenta que una gran proporción de oncólogos, se concentran sobre todo en Ciudad de México, en Guadalajara, en Monterrey. Y así otros otros recursos. Eso es producto de la fragmentación institucional”, explica el doctor en políticas públicas.
El Colmex advierte que existe una desigualdad en la atención en los servicios de salud públicos: las personas que no tienen empleos formales se ven desfavorecidas, debido a que no cuentan con seguridad social ni con recursos para acudir al sector privado.
Las personas que carecen de seguridad social porque laboran en el sector informal de la economía acuden a los servicios estatales de salud, que difieren entre sí en términos de los recursos y personal especializado.
Por ejemplo, Alma, tuvo que viajar desde Oaxaca para poder ser atendida, y corrió con suerte de que, sin diagnóstico previo de cáncer, le realizaran una biopsia y la ingresaran como paciente del INCan, un Instituto de alta especialidad que atiende a personas sin seguridad social. No todos tienen la misma fortuna.
Leonardo, un hombre de 63 años que vive con cáncer de pulmón, lleva nueve años buscando ingresar como paciente al INCan, pero no lo ha conseguido. Fue diagnosticado, en un servicio privado, debido a que no cuenta con seguridad social porque tiene empleos informales temporales, y ha recibido atención en hospitales públicos del sector Salud.
“Desde hace 9 años estoy viviendo con este problema de cáncer y ya hasta lo hice mi amigo, porque yo vivo con él y él vive conmigo. Me di cuenta de él porque un día haciendo ejercicio me dio un tirón del lado izquierdo de las costillas y ahí empezó mi calvario. Me mandaron a hacer estudios de muchas cosas, hasta que en una tomografía de contraste salieron los nódulos en mis pulmones”, cuenta.
Al día de hoy lleva 148 quimioterapias, algunas de las cuales tuvo que pagar con su propio dinero, hasta que ingresó a tratamiento por carcinoma pulmonar en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). Actualmente su cáncer se encuentra en cuarta etapa.
Gracias al tratamiento que recibió, el cáncer pulmonar de Leonardo se encuentra controlado, pero tiene metástasis a nivel óseo.
Actualmente se encuentra recibiendo solo una consulta médica cada seis meses, pues debido a la pandemia el INER se convirtió en un hospital COVID, y los pacientes por otras enfermedades que atendía son atendidos en otros centros. Es por esa razón que Leonardo actualmente recibe seguimiento en el INCan.
En el caso específico de la atención al cáncer, la fragmentación institucional del sector salud ocasiona que las personas tengan un acceso diferenciado a la infraestructura disponible, y la comunicación deficiente entre subsistemas complica la gestión de registros médicos de las personas, que en ocasiones deben atenderse en diferentes instituciones.
Carlos Moreno detalla que con el análisis de la política pública de atención al cáncer se detectó que “el hecho de que la atención está fragmentada en subsistemas ligados al empleo de las personas, ello entorpece la gestión de la atención para pacientes”.
“Lo grave de este tema es que si tú adquieres cáncer, depende a dónde esté tu afiliación es el tipo de protocolo con el que vas a recibir atención, al igual que el tipo de medicamentos y terapias”, detalla en entrevista con Animal Político la doctora Flamand.
Patricia se autoexploró y encontró una bolita en un seno en 2011. Gracias a su trabajo es derechohabiente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y que vive en Guadalajara, una de las ciudades más desarrolladas del país, tuvo un diagnóstico temprano de cáncer de mama.
En Jalisco, donde radica Patricia, existen 14.73 establecimientos de salud, 0.76 médicos especialistas y 0.41 consultorios oncológicos por cada 100 mil habitantes.
El número de camas de oncología es de 1.99 y tiene 1.23 mastógrafos por cada 100 mil habitantes, apenas por debajo de la media nacional.
Afortunadamente, dice, no requirió quimioterapia y bastó con que se practicara una mastectomía, pero en 2015 tuvo un dolor en la ingle tan intenso que la llevó a buscar un diagnóstico médico y le dijeron que era una lesión lítica, provocada por el cáncer de huesos en grado de metástasis.
Para conocer mejor el estado de su salud, Patricia tuvo que buscar realizarse estudios en laboratorios particulares, pues en el IMSS no realizaban la tomografía que necesitaba, y que pudo pagar con descuento en un privado.
Cuando tuvo que realizarse una biopsia, acudió al Hospital Civil de la Universidad de Guadalajara, ciudad donde radica, porque en el Centro Médico de Occidente del IMSS se descompuso el tomógrafo. Ahí solo le tomaron la muestra, después tuvo que llevarla a un laboratorio particular para que la estudiaran.
Además de los medicamentos y estudios que ha tenido que conseguir por cuenta propia, Patricia narra que ha experimentado otro tipo de dificultades, como el día en el que le dijeron que se había perdido su expediente en el IMSS.
“Mi papá tiene la manía de sacarle copias a todo, y en el IMSS un día me dijeron que se perdió mi expediente. Afortunadamente lo tenía triplicado, imagínate si no hubiera sacado copias”.
“He ido aprendido todo el malabarismo y escapismo hospitalario en el IMSS. A veces hay que pelearse, es muy fácil desanimarse. Muchos sobrevivientes sacan fuerza de quien sabe donde, porque está cabrón, el sistema es muy rígido… pero también pienso que si no tuviera seguro social ya no estaría viva”, cuenta.
“Estoy convencida de que mi recuperación fue comunitaria. El enfermo de cáncer no puede pelear solo, su organismo pelea solo, pero todo lo otro lo tiene que contener la comunidad”.
Alma Carolina coincide con Patricia en el hecho de agradecer que ha tenido el apoyo de muchas personas e instituciones para enfrentar el cáncer, a pesar de las dificultades que ha enfrentado en el proceso, incluido su diagnóstico tardío.
“Es difícil aceptar que no puedo tener más tratamientos, pero estoy echándole ganas, igual cuando me dicen que me tienen que operar, aunque no me gusta y me da mucho miedo. Ni modo. Luego digo que no me ha ido bien, porque tengo cáncer, pero tampoco me ha ido mal porque muchas personas me han ayudado”, señala.
Para los académicos Laura Flamand, Carlos Moreno y Rafael Arriaga, autores del estudio del Colmex, es indispensable que en México se coordinen los programas nacionales de control de cáncer, lo que permitiría establecer estrategias más sistemáticas y equitativas en el país.
El panorama a futuro apremia la necesidad de establecer una estrategia nacional para atender este padecimiento, pues de acuerdo con Moreno, la reconversión de hospitales por la pandemia de COVID provocó un descuido en la atención de casos de cáncer.
“El hecho de que ahorita COVID sea el foco de atención no demerita el problema estructural que tenemos como país en la enfermedad del cáncer. Es lógico que nuestra atención ahora esté puesta en esta crisis pandémica, pero no hay que olvidar el largo plazo y la tendencia histórica que existe en México con esta enfermedad”.
La falta de citas para el seguimiento de pacientes con cáncer o que están en etapa de detección se traducirá en que, nuevamente, las personas más pobres, con menos educación y con trabajos precarios son quienes padecerán en mayor medida las consecuencias de la detección tardía del padecimiento.
“La falta de detección temprana afecta no solo en lo individual a los pacientes, sino al país, porque son vidas que se encuentran en edades productivas, personas que dejan huérfanos a miles de niñas y niños”, concluye.