El mismo virus, pero diferentes realidades. La pandemia de COVID-19 se extendió a lo largo del mundo conforme transcurrieron los días y los meses de 2020, y mexicanos fueron testigos de ello no solo en su propio país, sino al trabajar o hacer sus estudios en el extranjero.
En charla con Animal Político, una decena de ellos nos contó cómo se ha vivido la emergencia sanitaria en distintas regiones de Corea del Sur, Italia, Alemania, Reino Unido, Canadá, Estados Unidos y Guatemala. Ocho naciones con experiencias contrastantes, en cuanto a números de casos y fallecimientos por COVID, como resultado de medidas y actitudes también contrastantes tanto de sus gobernantes como su población en general, para enfrentar la pandemia.
El propósito de hablar con ellos fue tratar de tener más elementos para entender cómo algunas naciones o incluso ciudades han tenido mejores resultados que otras ante COVID, siempre considerando que cuando llegó el virus cada país tenía una situación política, social, sanitaria, educativa y económica distinta, que les dio más armas o por el contrario, los hizo enfrentar la epidemia más debilitados.
A continuación puedes leer la primera parte de los testimonios recopilados:
Lucero Santiago viajó más de 12 mil kilómetros para llegar a Corea del Sur. Eligieron a su empresa en un programa de aceleración de startups y aterrizó en agosto en el país asiático. “Llegué aquí en plena cuarentena, en pleno COVID”, recuerda sobre la forma en que ha vivido la epidemia en una nación distinta, lejos de México.
En la charla, tras varios meses en Corea, Lucero hace énfasis en un par de puntos que ha observado sobre el comportamiento ante el coronavirus, en ese país. Respecto a la gente, resalta su disciplina para seguir las órdenes y recomendaciones de confinamiento, uso de cubrebocas y distanciamiento social. Más allá de que haya multas por incumplir las medidas, señala, la gente “toma consciencia” de lo útil que es seguir las indicaciones.
“Aquí en Corea, cuando se toma una medida, todos la tratan de acatar. Al menos el 90% de las personas acatan todo”, relata la periodista de K Magazine. “El tema del cubrebocas es esencial aquí, todo el mundo lo usa”, agrega Lucero, además de apuntar que ahí sería una auténtica rareza toparse con gente que haga fiestas en su casa, cuando está la epidemia.
La propia cultura de la gente, relata, ha servido para disminuir riesgos. Al subir al Metro, por ejemplo, recuerda que en México es muy común que la gente ‘se apachurre’ al subir a los vagones, es mucha la cercanía. En Corea del Sur, en cambio, “es como que te subes, pero te aprietas a ti mismo, para no tocar el brazo de nadie más. Es muy chistoso, es algo cultural”.
En cuanto a la acción de las autoridades, Lucero destaca que cuando se presentan aumentos de contagios se toman medidas “drásticas y rápidas”, como el ordenar este mes que todos los restaurantes y centros comerciales cerraran a las 9 de la noche, prohibir las reuniones de más de 5 personas, establecer al menos dos días a la semana de ‘home office’ y volver a implementar las clases en línea para todos, luego de que hubo cierta relajación en las acciones de confinamiento.
Desde el inicio de la epidemia, Corea del Sur llamó la atención del mundo por su sistema de rastreo de casos utilizando la tecnología, y la aplicación masiva de pruebas, con lo que pudo combatir contagios incluso sin establecer un confinamiento o lockdown total.
Lucero, al llegar como extranjera, tuvo que bajar una aplicación y registrar su código QR, al entrar a cualquier comercio, para que las autoridades pudieran rastrearla a ella y a su posibles contactos, en caso de un contagio, y así dar avisos al resto de la población sobre zonas de riesgo de coronavirus. Antes de que existiera esa app, cuenta, las autoridades rastrearon contactos de personas con COVID siguiendo las transacciones que habían hecho con sus tarjetas de crédito.
Además, relata que para entrar a Corea del Sur la gente debe presentar una carta, en la que se señala a una persona dentro de ese país como responsable de su llegada, y a esa persona la contactan las autoridades para dar un seguimiento, ante posibles contagios. Otra acción es el obligar a personas que llegan con síntomas a confinarse en hoteles, para pasar un periodo de cuarentena.
Con el contexto de esas medidas, Corea del Sur tiene uno de los niveles más bajos de mortalidad por COVID, con 739 fallecimientos por coronavirus hasta el 23 de diciembre; este país de Asia tenía en esa fecha una tasa de 1.49 muertes por cada 100 mil habitantes; México, hasta ese punto, acumulaba más de 119 mil muertes y una tasa de 94.69, según los datos de la Universidad Johns Hopkins.
Pese al buen desempeño, el reto y el peligro aún persisten para Corea del Sur. Lucero cuenta que, como en el resto del mundo, los casos han ido a la alza al cierre del año, entre otros motivos por la baja de temperatura. La semana pasada, alarmó en ese país que sumaran en un día más de 1,000 casos, una de sus cifras más altas en la epidemia.
Aún con la esperanza de la vacuna, Corea del Sur tendrá que seguir lidiando con la epidemia, en esa balanza entre cuidar la salud de los habitantes pero también tratar de impedir daños económicos, con cierres de comercios y el confinamiento.
Desde hace 3 años Karen vive en Módena, Italia. En febrero estaba por comenzar el cuarto mes de embarazo. Entonces una amiga que vive en China la alertó sobre la gravedad de lo que se vivía con una enfermedad apenas descubierta.
“Aunque no teníamos mucha información, mi esposo y yo decidimos que lo mejor era que yo me mudara a la casa de sus padres porque él es doctor, trabaja en el hospital y comenzaba a tener contacto con todo esto”, señala.
Karen nació en la Ciudad de México pero su esposo es italiano. Se conocieron 8 años atrás en San Luis Potosí, donde ella cursaba la licenciatura en biología y él una especialidad en medicina.
Al siguiente mes, el gobierno italiano comenzó a tomar medidas sanitarias para contrarrestar una epidemia que pronto acaparó los titulares de la prensa internacional. Por varias semanas, Italia fue señalado como el país con mayor número de muertes y menor control.
“En general me da la impresión de que la sociedad italiana lo veía como una cosa que le sucede solo a los chinos, lo veían muy lejos de su realidad y había mucha gente que no tomaba medidas”, dice Karen.
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Ella narra que “cuando empezó la verdadera cuarentena la gente estaba muy espantada, nadie podía salir por mandato oficial, no era a tu voluntad”. Los italianos permanecieron encerrados por orden del gobierno durante un par de meses.
“La gente estaba preocupada, nadie salía, las escuelas y las empresas cerraron. Solo podías salir por enfermedad y para ir al super. Todos tenían que llevar mascarilla, y la gente que salía usaba guantes y gel antibacterial”.
Sin embargo, al llegar el verano, “la gente empezó a salir y no solo de sus casas, se fueron de vacaciones a otros países y ahorita estamos pagando las consecuencias porque los contagios aumentaron muchísimo”, dice Karen sobre la ‘segunda ola’ de coronavirus.
Ella volvió a casa con su esposo en mayo y pudieron vivir juntos los últimos dos meses del embarazo. Su bebé, León, nació en julio.
“Cuando nació aquí todo estaba relajado con el tema COVID, pero de todas formas era tenso el ambiente. En el hospital todo era muy intenso porque para entrar te hacían la prueba de coronavirus, tenías que tener cuidado en todo lo que haces, no tocar nada , limpiarte las manos todo el tiempo. Tener al bebé en esa condición no fue lo mejor, pero tampoco fue terrible”, señala.
Tras el “descontrol” del verano, las restricciones volvieron en noviembre y los restaurantes, por ejemplo, debían estar cerrados a las 6 de la tarde. A decir de Karen “fue muy complicado porque mucha gente empezó a manifestarse para quejarse porque no tenían trabajo”.
En respuesta, el gobierno repartió algunos bonos y apoyos. Para incentivar las ventas navideñas, en Italia decidieron regresar el 10% de las compras realizadas con tarjetas de crédito “para lo cual tenías que bajar una aplicación a tu teléfono y agregar datos personales, muchos lo descargaron” .
En contraste, la aplicación para hacer el rastreo de los posibles contagios no fue tan exitosa porque “los italianos decían que no lo iban a descargar porque se tenían que poner datos delicados”.
El impacto de la COVID en Italia también demostró una sociedad polarizada. “Yo quiero mucho a este pueblo porque me ha recibido muy bien, pero está muy dividida la sociedad. Hay quienes están a favor de las vacunas, pero también está el grupo de los antivacunas”.
Aunque en Italia aún no se habla de un plan de vacunación, los avances científicos para encontrar una vacuna contra el virus que causa la COVID han corrido a la par de teorías de la conspiración.
“A mí me da mucho la impresión de que se dejan llevar por la idea de que toda esta pandemia fue creada y fue para beneficio de algunos, lo cual me parece un poco macabro e irreal, pero acá se escucha mucho esas cosas”, menciona.
Karen señala que la sociedad italiana está compuesta mayoritariamente por adultos mayores y casi toda la desinformación que circula allá “se mueve platicando”. Otra de las situaciones que observa Karen es que “hay mucho racismo y la gente que es racista piensa que la COVID es culpa de los chinos”.
Karen y su familia viven en el centro de Módena, por lo que desde su ventana alcanza a ver “que la gente se pasea sin necesidad” aunque con cubrebocas, porque allá el no usarlo amerita una multa. Incluso hace unos días presenció “una manifestación de negacionistas”.
“A mí me hace enojar mucho que a costa de mi libertad haya mucha gente que sigue en las plazas. Está muy dividido, habemos quienes estamos en casa y solo salimos para lo indispensable, pero está la otra mitad de la población que se la pasa dando una vuelta en la plaza”.
Hasta el 23 de diciembre, en Italia se han contabilizado 1 millón 977 mil 370 casos de COVID-19 y se han registrado 69 mil 842 muertes, de acuerdo con cifras de Johns Hopkins University & Medicine. El país registró en esa fecha una tasa de 116.20 muertes por cada 100 mil habitantes, una de las más altas del mundo, solo por debajo de San Marino, Bélgica, Eslovenia y Perú.
Para Mario, un mexicano que vive desde hace nueve años en Guatemala, al encarar la epidemia se establecieron acciones “duras” pero necesarias, con restricciones como evitar clases presenciales, permitir solo actividades esenciales y establecer vigilancia de la autoridad.
“Yo creo que eso se debe a que el presidente de Guatemala es de oficio doctor, entonces creo que conocía muy bien que el sistema de salud está deteriorado, así que privilegió más la vida que la economía”.
Sin embargo, explica, con el paso del tiempo las presiones empresariales y la desesperación de las personas provocaron un cambio, con el que “aflojamos las medidas”. Ahora, en pleno invierno, “la gente sale por montones y algunos no es por necesidad”.
Más que fiestas, lo que ha visto es que la gente se quita el cubrebocas, pese a que es obligatorio. También ha observado a la gente hacer largas filas en restaurantes y plazas comerciales, cuando “en realidad no es una necesidad”.
Mario agradece que él y su esposa Carola no tuvieran la necesidad de acceder a un apoyo económico durante la contingencia sanitaria, pues han podido conservar sus puestos gerenciales.
El gobierno de Guatemala, relata, activó dos acciones luego de que se declarara “Estado de calamidad” en el país, por la pandemia.
“A los más afectados (en las zonas más pobres) les hicieron partícipes de un programa para que recibiera entre 600 a 800 quetzales (entre mil 500 y dos mil pesos mexicanos) de manera mensual, en los primeros cuatro meses de la contingencia”.
Además, comenta, hubo entrega de despensas y obligaron a las empresas de telecomunicación a no suspender el servicio, aún y cuando no les pagaran, para que la gente pudiera seguir con internet y seguir las noticias, sobre la epidemia.
Sobre casos de desinformación, Mario recuerda que a inicios de la contingencia en Guatemala era común escuchar teorías sobre que la enfermedad fue producida o que todo estaba contaminado, “lo que sí terminó creando psicosis”, asegura.
Entre lo que vio circular en redes sociales fue el uso y venta de la ivermectina para tratar el coronavirus, aunque no existan pruebas científicas de su utilidad.
Hasta el 23 de diciembre habían sido confirmados en Guatemala 4,718 decesos por COVID-19, una tasa de 27.35 muertes por cada 100 mil habitantes; en México, en tanto, la tasa para esa fecha era de 94.69.
Para Sandra, bióloga mexicana de 32 años que vive en Vancouver, Canadá, desde 2013, las medidas de la contingencia en ese país han sido claras y cumplidas, la mayoría de las veces. Al inicio de la pandemia, recuerda, las escuelas cancelaron clases presenciales, se retomaron en verano, y ahora cuando suceden brotes se suspenden clases en ese salón, turno o escuela.
En Canadá, dice, se permite a las personas hacer actividades al aire libre, aunque existen restricciones al viajar, como no desplazarse a zonas donde hay comunidades indígenas, pues se busca no contagiarlas.
En el área donde vive sus vecinos son amables y de momento no han organizado fiestas. “Sólo hubo una situación en Halloween, que organizaron una fiesta masiva en las calles en el distrito de Granville, pero cerraron el sitio para festejar”.
Respecto a los apoyos por afectaciones debido al confinamiento, Sandra recuerda que en Canadá “casi todo mundo tiene seguro para el desempleo, entonces mucha gente lo recibió al quedar desempleado”.
Además, menciona que durante unos meses se dieron apoyos económicos para la gente que no podía pagar la renta, ya que suelen ser muy caras en Canadá, y se estableció que los caseros no podían echarlos durante la pandemia.
Canadá, hasta el 23 de diciembre, había confirmado 14 mil 444 muertes por COVID, una tasa de 38.98 decesos por cada 100 mil habitantes; en México, la tasa hasta entonces era de 94.69.
También en Vancouver Pamela Lechuga, editora de video de 33 años, cuenta que como en el caso de Corea del Sur en general a la gente “no se le tiene que estar diciendo una, dos o tres veces qué hacer sino simplemente acatan las órdenes” de confinamiento, distancia social o uso de cubrebocas, aunque sí conoció algunos casos de fiestas de jóvenes o de un restaurante que no respetó el orden del cierre, pero que fue clausurado y se le impuso una multa muy alta.
“Si haces una fiesta corres el riesgo de que te vea la policía o que algún vecino te reporte y te lleve con la policía, eso pasó varias veces durante la primera ola”, cuenta sobre su experiencia en Montreal Valente Villamil, de 33 años, quien trabaja en la industria de videojuegos.
En cuanto a apoyos, Pamela y Valente también mencionan las ayudas que se dan a quienes se quedan sin empleo, y a pequeñas empresas, aunque aún con esto hubo negocios que quebraron.
Respecto a cómo se informa la gente sobre la epidemia, Pamela relata que en Vancouver ha observado que la gente no pasa tanto tiempo en redes sociales, aunque procura estar bien informada, con otras fuentes. Si bien se han visto manifestaciones antivacunas o contra el uso de cubrebocas, tanto ella como Valente refieren que han sido grupos reducidos.
“(Las autoridades) han sido bastante transparentes en cuanto al manejo de las cifras y las expectativas, entonces, no ha habido mucho espacio para desinformación”, expresa Valente sobre su experiencia en Canadá.
Mañana puedes leer los testimonios de mexicanos en Reino Unido, Estados Unidos y Alemania…
Con información de Lidia Sánchez, Samedi Aguirre, Siboney Flores y León Ramírez