Violeta nunca antes había padecido trastorno de ansiedad o ataques de pánico. Con 29 años, un trabajo estable en una empresa de comunicación y una vida independiente, el mundo parecía girar sin mayor problema. Entonces llegó la pandemia de COVID-19.
El sábado 13 de junio de 2020 empezó con lo que para ella eran síntomas claros de la enfermedad. Estaba cansada, le dolía la cabeza y el cuerpo. Después empezó con tos. Llamó a Locatel. La anotaron como caso sospechoso. Le dijeron que se quedara en casa y que le darían seguimiento. No volvieron a contactarla hasta 15 días después.
Sola en su departamento y sin la guía de ningún personal de salud, Violeta, a quien llamaremos así para reservar su identidad a petición suya, se empezó a angustiar. Dos veces sintió que no podía respirar. Le llamó a una amiga médica. Ella le pidió que le describiera qué sentía cuando no lograba jalar aire. La joven le describió que sentía una fuerte opresión en el pecho.
“Me dijo que si la falta de aire fuera por COVID, sentiría un dolor en la espalda, que más bien todo indicaba que estaba teniendo ataques de pánico”.
“La pandemia global de COVID-19 y los cambios en la dinámica social como resultado de la misma han tenido impactos significativos en la vida de las personas, los cuales van más allá de las consecuencias directas de contagiarse del virus, e incluyen desafíos económicos, sociales y emocionales”, señalan los resultados de la *Encuesta de Acceso a la Salud y Estado de Derecho en el marco del COVID-19 del World Justice Project.
Según esta encuesta, el 27%, de los más de 2 mil entrevistados en todo el país, aseguraron que las medidas de seguridad de la cuarentena por la COVID-19 les habían ocasionado alguna enfermedad derivada del estrés. Casi 3 de cada 10 personas refirió este impacto en su vida y su salud.
Silvia Morales Chaine, coordinadora de Centros de Formación y Servicios Psicológicos de la Facultad de Psicología de la UNAM, cuenta que, en la estrategia que pusieron en marcha junto con el Instituto Nacional de Psiquiatría de la Secretaría de Salud para dar atención telefónica en salud mental a la población general, han dado, en seis meses, 2,567 servicios especializados por casos de violencia, depresión y riesgo de autolesión o suicidio.
“Para nosotros, en la UNAM, eso es un récord de atención. Nunca antes habíamos tenido tanta demanda”, señala Morales Chaine.
Violeta no había caído en cuenta, pero había estado exponiéndose mucho a las noticias de la pandemia y la crisis económica, y lo había hecho encerrada en su departamento. Acabó con miedo de contagiarse y morir.
Cuando su amiga le dijo que tenía ataques de pánico, trató de tranquilizarse pero para entonces vivía pegada al oxímetro con el que cada hora medía su nivel de oxígeno en sangre, que a veces solía bajar hasta 89 por el pánico.
“Tres o cuatro veces al día sentía que me asfixiaba, sobre todo en las mañanas. La sensación era tan fuerte que necesitaba sacar la cabeza por la ventana y jalar aire”.
La joven ya no podía salir a la tienda de la esquina por los víveres más indispensables sin sentirse aterrada y también le aterraba el contacto con la gente.
“Me daba miedo que me llevaran la comida, sentía que me iban a contagiar, la recibía con guantes y desinfectaba todo. Un día me quedé sin internet y no quería llamar a la compañía porque no quería que enviaran un técnico. Estuve paralizada como una hora frente al teléfono y solo llamé porque si no no podía trabajar”, cuenta.
Juan José Sánchez Sosa, profesor emérito y exdirector de la Facultad de Psicología de la UNAM, dice que tanto el sector salud como esta casa de estudios han documentado que hay ciertas afectaciones psicológicas derivadas de la pandemia que están generando padecimientos.
Entre los más frecuentes está la ansiedad, “esta especie de miedo flotante que en este caso no es tan flotante porque sabemos bien que ese miedo es a la COVID”, explica Sánchez Sosa.
También están los síntomas depresivos, como una tristeza profunda que no se puede quitar con nada y que impide disfrutar las cosas. “Empezamos a dejar de hacer cosas que hacíamos, empezamos a dejar de disfrutarlas, descuidamos nuestra apariencia y lo que estamos haciendo, empezamos a comer demasiado o dejamos de comer, dormimos demasiado”.
Además puede haber enojo, violencia familiar, irritabilidad, intolerancia, un estado de alerta permanente, hiperactividad, problemas para concentrarse.
El médico psiquiatra Gady Zabick Sirot, actual titular de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), explica que todos estos padecimientos de ansiedad o de ataques de pánico pueden derivar en otros de tipo físico.
“Un cuadro clínico ansioso, junto con un cuadro clínico depresivo es una condición que puede afectar muchas funciones fisiológicas, como el apetito, el sueño, y las personas pierden peso, su inmunidad está disminuida y esto va teniendo repercusiones”.
De acuerdo a los resultados de la encuesta telefónica realizada por WJP, las mujeres resultan más afectadas. De los hombres que respondieron, 25.7% dijeron que las medidas de seguridad de la cuarentena por la COVID-19 sí les habían ocasionado alguna enfermedad derivada del estrés y 73.6 que no. Mientras que de las mujeres, 28% dijeron que sí y 71.1% que no.
Violeta no entendía lo que le pasaba. “Fue incomprensible para mí cómo podía amanecer llorando, cómo podía dormir poco, cómo ya ni comía, cómo podía tener tanto miedo. Yo era joven, sana, independiente y de pronto sentía que ya no era funcional, que con este antecedente ya no saldría adelante. Estaba sentada tratando de comer y me ponía a llorar”.
Sánchez Sosa explica que ante la pandemia, la población se encuentra en una situación que combina modalidades del estrés que casi nunca ocurren juntas. Es un cóctel difícil de sobrellevar.
En México, explica el WJP, algunos de los impactos más frecuentes de la pandemia incluyen la pérdida de ingreso o trabajo, así como enfermedades derivadas del estrés.
El estrés no es más que la tensión creada por un cambio interno o externo que amenaza nuestra existencia organizada y requiere adaptación inmediata.
El WJP señala en el ensayo “The Twin Crises of Public Health and the Rule of Law”, que justo cuando las sociedades requieren de un estado de derecho fuerte para responder a la pandemia, las normas de buen gobierno y su capacidad para cumplirlas se deterioran.
Uno de los retos que ha revelado la pandemia, además de la crisis de salud pública, explica el WJP son las barreras al acceso al sistema de salud público, así como retos en materia de cobertura, y trato justo, imparcial y oportuno en las clínicas.
En esta crisis sanitaria al estrés crónico de la vida moderna y acelerada se le agregan episodios de estrés agudo, por ejemplo, por saberse positivos, percibir los síntomas, escuchar las noticias, tener miedo por la familia, por la muerte de una persona cercana. “Y lo que tenemos entonces es un estrés complicado, mezcla del crónico y el agudo”, explica el doctor en psicología y desarrollo humano.
Por edad, de acuerdo a la encuesta del WJP, la afectación más grande está en el grupo de 46 a 60 años, en el que 28.7% dijeron que sí tienen un padecimiento derivado del estrés y 70.6% que no.
Mientras que el grupo de edad de 18 a 25 años el 24.9% dijo que sí tiene una afectación por el estrés de la pandemia y 74.7 que no.
Martha Elena Echeverría, de 59 años y ya pensionada, dice que sentía una enorme angustia. “Tenía la boca seca, pensé que me estaba volviendo diabética y tomaba más agua. Un día me empecé a sentir mal y me fui a mi recámara. Sentía que me faltaba el aire, que me asfixiaba. Pensé que me iba a dar un infarto. Llamé a mi hermano que es médico pediatra y me dijo, eso es ansiedad”.
Ella nunca la había padecido, por eso no sabía cómo era y tampoco había relacionado que varias cosas la estaban afectando: el encierro, escuchar las noticias, las charlas de su hermano médico, la preocupación por su madre, ya muy mayor, y su nieto, aún muy menor y, sobre todo, el que su hija no pudiera dejar de ir al trabajo y tuviera que andar en transporte público.
“Mi hija trabaja en una empresa del sector financiero, de las que no pararon. Y en las tardes, cada que daba la hora en la que yo sabía que ya iba a tomar el transporte público, me daba mucha angustia”.
Martha llegó al punto de no poder salir ni al patio. “Sentía que ni adentro de la casa estaba a salvo, que el bicho se metía. Tenía un vacío en el estómago, pero no podía comer porque sentía que no había desinfectado bien la comida y el bicho estaba ahí”.
Zabick Sirot explica que las condiciones de vida por la pandemia pueden hacer que las personas que no han tenido antes un trastorno de ansiedad o ataques de pánico debuten con ellos, como en el caso de Martha y Violeta.
“Todos, pero principalmente los que vivimos en las grandes ciudades estamos muy expuestos a estresores, ahora además hemos visto cambiar mucho los hábitos de vida, y algunas personas necesitaban esta gota que derramara el vaso, para que una situación que habían logrado contener se desbordara por completo”.
Los nuevos estresores, señala Zabicky Sirot, también condicionan a que quienes ya tenían un problema de salud mental previo se les pueda agudizar.
Eso le sucedió a Monserrat Muñoz, de 31 años. En abril de 2019, empezó a tener ataques de pánico, justo un año después del asesinato de su hermano.
“Busqué una terapeuta y me dijo que era tristeza acumulada. Con las terapias ya había mejorado. Antes de COVID ya no tenía ataques de pánico, en marzo ya no tenía. Empecé a tenerlos otra vez en junio. Sobrellevé bien los primeros meses del confinamiento: marzo, abril y mayo. Me llenaba de actividades para estar ocupaba. Pero en junio empecé otra vez con los ataques de pánico, sobre todo los fines de semana, por las mañanas”.
Una de las partes difíciles del confinamiento para Monserrat es cuidar a su hija de cinco años, mantenerla entretenida y ayudarla en sus clases escolares; mientras sigue con su trabajo, se encarga de las faenas del hogar y lidia con las restricciones sanitarias.
“Es difícil porque yo trabajo en una editorial y aunque he podido trabajar a distancia, tengo video llamadas frecuentemente en la mañana, cuando ella tiene sus clases y si las está siguiendo sola se distrae mucho. Y cuando no tiene nada que hacer se aburre mucho, quiere que yo juegue con ella, pero yo debo trabajar y piensa que no quiero jugar. Además está la parte de que no la dejaban entrar al súper, ahora ya la dejan, pero yo tenía que ver a quien se la encargaba para no dejarla sola. Ha sido difícil”, cuenta Monserrat.
Primero hay que entender que es normal sentir miedo o ansiedad en una crisis sanitaria como la actual. Tanto Sánchez Sosa como Zabicky Sirot coinciden en que hay técnicas que pueden ayudar a controlar estas sensaciones, como la respiración diafragmática, la meditación y el yoga.
También hay que empezar a hacer cosas para las que por lo general no se tiene tiempo, como leer, aprender un idioma, hablar con parientes que queremos y amigos, tratar de ayudar a alguien.
Y lo más importante, hay que cuidarse y buscar la forma de adaptarse, recomienda el especialista de la UNAM.
“Hay personas que están aumentando la percepción de riesgo de la posibilidad de infección, pero ya sabemos cómo se contagia este virus y cómo reducir las probabilidades de contagio, si usamos cubrebocas, si nos lavamos las manos, si no estamos demasiado cerca de la gente, si hacemos eso deberíamos tener la tranquilidad básica de que estamos haciendo lo necesario para no contagiarnos”.
Además, dice, “hay que irnos acostumbrando a que lo más probable es que nos convenga adoptar por mucho tiempo estas estrategias y hay que adaptarnos. No hay que pensar que no hay forma de comunicarse o de compartir con quienes queremos porque no podemos estar a un metro de distancia, porque entonces sí nos vamos a sentir mal pero es una reacción exagerada”.
Si estas estrategias no funcionan y el miedo y la angustia no solo no ceden sino que causan sufrimiento y empiezan a provocar conductas y reacciones que interfieren con la vida y la rutina entonces hay que buscar ayuda profesional.
En el caso de Violeta, ella acudió primero a una psicóloga, quien la refirió también con una psiquiatra. “En mi caso, dice, voy a estar en tratamiento con fármacos durante un año, pero ya estoy mucho mejor, ya estoy empezando a recuperar mi vida”.
Montserrat está en consultas con la terapeuta que la trataba desde antes de la recaída y ha ido mejorando de a poco. A Martha la atendió una sola vez por teléfono una psicóloga privada que le recomendó un familiar, le dijo que le echara ganas y que estaría bien.
Martha ha buscado por su cuenta estrategias para relajarse y lidiar con la angustia y los ataques de pánico. Pero está considerando buscar otra opción.
Los especialistas consultados subrayan que nadie debe lidiar solo con esto, que para nada es cuestión de echarle ganas cuando ya se trata de un trastorno. Y tampoco se trata de automedicarse ni de consumir sustancias.
En la encuesta realizada por el WJP, 5.8% de los consultados dijo que había aumentado su consumo de alcohol o de alguna droga.
Zabicky Sirot dice que desafortunadamente algunas de las personas que estaban en tratamiento por adicciones están recayendo. En los Centros de Integración Juvenil se tiene registrado un 30% de incremento en el número de atenciones por recaídas.
En cambio, el miedo a un factor que complica los cuadros de COVID ha hecho que 45% más personas pidan atención de primera vez para dejar de fumar. Sobre el consumo de alcohol no hay datos exactos todavía, pero el comisionado teme que haya aumentado y lo mismo el consumo de fármacos para dormir y para la ansiedad, lo que en ningún caso es recomendable sin supervisión médica.