Un grupo de mujeres arranca las hierbas que crecen junto a sus cultivos mientras intercambian algunas bromas y platican sobre la comida que les espera después de esa labor.
A lo lejos, después de los pinos y los largos sembradíos, montañas abajo, se ve Xalapa (la capital de Veracruz) y se puede imaginar el bullicio y las personas corriendo. Pero aquí todo es diferente, aquí la vida transcurre en calma y el ruido que se escucha son algunos niños corriendo o las mujeres dándose tips de una hortaliza a otra sobre la mejor manera de sembrar.
A lo lejos la individualidad es lo que prevalece, mientras que aquí es un intento de salir adelante juntas, como colectiva.
Las mujeres que sonrientes trabajan la tierra son las integrantes de la cooperativa “Quince Mujeres” que desde hace cuatro años se formó en la comunidad rural El Zapotal (en el municipio de Acajete, a las faldas del Cofre de Perote) y laboran para generar sus propios alimentos, obtener recursos y salir adelante como comunidad.
“La idea es que fuera de cada casa de cada una de nosotras, contemos con alimentos limpios que nosotras mismos cosechemos, no solo hortalizas sino carne, leche, para poder hacer queso, que tengamos fuera de la casa muy cerquita sin tener que bajar a trabajar a otro lado alimentos”, cuenta Mónica Hernández Abascal, mientras está sentada junto al cultivo con el que alimentarán las chivas que tienen.
Hace algunos años llegó a esa comunidad y convocó a las mujeres, quienes se unieron gustosas para trabajar juntas.
Desde entonces han construido en conjunto algunas granjas de conejos, hortalizas, crían chivas y están por hacer carpinterías y otros tantos proyectos.
La dinámica es sencilla, cada semana se juntan en casa de una integrante de la cooperativa o en un terreno común que tienen, para ayudarse en sus hortalizas o compartir conocimientos sobre los animales.
“Ahora que está el problema de la pandemia ha sido importante (…) sales y consigues tu comida, no tienes que salir a comprar, ni usar dinero que es la idea”, cuenta Mónica.
Pero el alimento limpio y fresco no es lo único que les ha dejado la unidad.
“Va saliendo para comprar algo más o va saliendo para tener para la casa. Es diferente porque ya se te antoja algo y ya es mío y ya no hay es que se me antojó algo y le tengo que pedir al marido o le tengo que decir en qué me lo gasté (…) yo ya solita puedo, le estoy demostrando que no dependo nada más de él, que yo también puedo salir adelante”, cuenta Rosa Isela.
Ella siempre ha sido ama de casa y recuerda que no tenía dinero propio pese al trabajo que hacía criando a sus hijas, haciendo la comida o limpiando la casa. Esas labores no son pagadas. No es la única, según Cepal una de cada tres mujeres de América Latina no tiene ingresos propios.
Ahora los tiene y al decirlo una gran sonrisa ilumina su rostro. Aunque no es mucho, la venta de ramitos de cilantro o las lechugas que siembra y cuida con sus propias manos o los conejos que ve desde pequeños hasta que los entrega a un restaurante, le dan la posibilidad de sentir la libertad.
Rosa Isela está sentada frente a la casita de mujeres, una casa comunitaria que renta la cooperativa para hacer sus reuniones y planear los proyectos que siguen o para recibir pláticas sobre violencia de género.
Acaban de comer conejo, la especialidad de la casa, todas juntas. Una gran mesa fue sacada al amplío patio, justo después de terminal el jornal.
Horas antes, mientras algunas acababan de levantar la herramienta que usaron, otras se adelantaron a prender el fogón que ocupa la mayor parte del espacio de la pequeña casita blanca y calentar la comida que habían llevado para ese día.
Esa dinámica que repite constantemente, cuentan, mientras sacan una bebida de leche y alcohol y brindan por su trabajo. Lo hacen en una zona rural donde el alcohol está destinado a los hombres, mientras las mujeres que lo consume pueden ser mal vistas. Ellas rompen esa imagen.
Pero romperla les ha costado. Algunas preguntan por sus compañeras que no acudieron ese día y cuentan sobre las enfermedades que enfrentan o las labores domésticas que las retuvieron en su casa.
Rosa Isela, a unos cuantos metros, narra cómo su esposo no estaba de acuerdo que se integrara a la cooperativa.
“Dice mi esposo vas a tener tiempo de andar por allá y las niñas, la escuela, pues ahí me hago un tiempo (…) le digo a mí me gustan muchos los conejos y la hortaliza y ver a ellas que conviven y todo eso, me llamó la atención”, asegura.
Aún con los años que han pasado, a veces se enfrenta a reclamos por no estar todo el tiempo en la casa. Pero los reclamos y doble jornada que representa trabajar en conjunto con sus compañeras y las labores del hogar, las sortea con la unión.
“Algunas tenían problemas de que no las dejaban venir en un principio los maridos, las parejas, pero ellas interesadas en el trabajo que estamos haciendo han enfrentado y han logrado pero sí ha habido lágrimas, ha habido sufrimiento de algunas pero aquí estamos y algunas se han salido por lo mismo de que sus señores no entienden”, dice Mónica.
Las cooperativas son una alternativa para las mujeres para ayudarse a encontrar la libertad económica, pero también para replantearse las relaciones de desigualdad que existen, según Alma Mora Pizzano y Jorge Moret en el texto Mujeres Cooperativistas: una experiencia de empoderamiento a través de la economía solidaria en la cooperativa Undeco en Morelos, México.
“El cooperativismo representa para las mujeres una alternativa organizacional (…) les permite apropiarse de un sentido de pertenencia, compromiso, capacidad para la toma de decisiones y liderazgo, que se traduce en una mayor participación en el ámbito público y mayores posibilidades de control en la administración del hogar y la autonomía personal (…) permite replantear las relaciones jerárquicas y de subordinación que la desigualdad estructural de las sociedades ha impuesto como natural”, aseguran en su texto.
Las integrantes de “Quince Mujeres” coinciden mientras celebran los logros que han tenido y los que están por venir.
“La fuerza de grupo te da fuerza como persona para decir porqué Fulanita sí puede ir, porque mi cuñada sí puede ir y yo no y voy a ir voy a ir, fue muy interesante esto porque se ha dado un empoderamiento natural en nosotras sin haberlo planteado”, narra Mónica.
Pero no son las únicas que los ven, por eso se han convertido en un ejemplo a seguir para los poblados cercanos. Cuatro cooperativas más (dos de mujeres, una mixta y una de hombres) les han pedido su apoyo y asesoría para hacer algo similar a lo que ellas han logrado. Ellas gustosas les dan su ayuda.
Para llegar al Zapotal hay que seguir durante cerca de 40 minutos un camino de terracería inclinado cuesta arriba y aunque Xalapa (la capital de Veracruz) es la ciudad más cercana, solamente hay dos autobuses tres días a la semana que pueden llevar allí. Por eso algunas mujeres cuentan que han hecho ese trayecto caminando cuando necesitan bajar.
La dificultad del camino y la burocracia, ha generado dificultades para conformarse legalmente como una cooperativa, pues aunque lo intentaron, fue un trámite que no lograron culminar al pedirles una y otra vez que fueran. Eso no les impide trabajar y ayudar a las nuevas cooperativas que se han creado.
La comunidad forma parte de un municipio (Acajete) donde el 73.6 por ciento de las personas viven en pobreza (casi 30 por ciento pobreza extrema), según el Gobierno del Estado.
Durante las mañanas el Cofre de Perote se ve entre las montañas dando una vista sin igual y en las noches la neblina baja provocando un frío que las y los pobladores están acostumbrados a sortear.
La mayor parte de las personas se dedican a cultivar maíz o papa, pero muchas más deben salir hacia los poblados de “abajo” a trabajar por lo que la mayor parte de quienes se quedan allí son mujeres que se dedican al hogar.
Mónica cuenta que cuando recién intentaron crear la cooperativa pensaban en hacerla mixta pero se encontraron que los hombres solo querían participar si se les pagaba el jornal del día. Con las mujeres fue distinto.
Por eso no le extraña que la mayor parte de quienes las busca de otros poblados cercanos para aprender a trabajar en conjunto, sean también mujeres.
Conejos grandes y pequeños se asoman entre las rejas en una choza que Cecilia les construyó. Ella muestra las que están recién paridas y en las que tiene esperanzas que lleguen a parir más.
Algunos de esos conejos son para consumo propio mientras que otros los vende a los restaurantes cercanos con quienes la cooperativa ya tiene un trato.
Cecilia Morales San Gabriel fue de las fundadoras de “Quince Mujeres” y allí ha aprendido a manejar los conejos que ahora tiene cuando en uno de los primeros proyectos que iniciaron juntas fue comenzar con esas jaulas.
Una de las primeras cosas que hizo fue invitar a su hija, María Vázquez Morales, para que formara parte de esa cooperativa. Ahora ambas se apoyan.
“A mi me invitó mi mamá, ella fue la que me dijo que vino doña Mónica y que quiere organizar a las señoras de la comunidad para trabajar juntas, trabajar en equipo (…) de hecho no teníamos mucho contemplado todo lo que hemos llegado ahorita”, cuenta María.
Ella, dice, la carne de los conejos que crían y las hortalizas que cosechan le ha apoyado económicamente pero además le ha dado la certeza de comer productos limpios.
“Es un beneficio muy bonito para nosotros porque como platico con mi esposo, si mato a la semana cuatro o cinco para el entro, mato uno y es lo que comemos, sino tenemos otra carne como es el pollo pues ya tenemos esa carne y lo mejor de ahí es que tú lo estás criando, tú sabes lo que te estás comiendo, limpio”, dice.
Pero para ella, el recurso que se ha ahorrado o el dinero que ha ganado es solo un poco de lo mucho que le ha dejado estar en la cooperativa.
“Es muy padre trabajar en grupo, trabajar en equipos (…) para mi lo más importante es compartir cosas con las demás, ser solidaria con las demás, el compartir el trabajo, a mi me gusta esforzarme mucho y para mi es lo más importante, la sensación de compartir con las demás”, asegura, tras contar la forma en que cada una se regala un pequeño tiempo y espacio para ayudar a la otra.
Para seguir ayudándose los planes de la cooperativa son muchos. Se convertirán en carpinteras, para lo que ya tienen las herramientas y les falta algo de apoyo. Junto a otras cooperativas buscan hacer una ruta turística en la región. Cultivarán el alimento para sus chivos y buscarán aprovecharlas. Y la lista sigue.
Saben, como ya les ha pasado, que no todos los planes se concretan tal y como esperan. Pero, optimistas, mientras se despiden para recorrer el camino de regreso hacia sus casas, se echan porras unas a otras y se levantan el ánimo en grupo, porque están convencidas que solo así podrán sacar todos los proyectos que se propongan.