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La búsqueda de un hijo es más fuerte que el COVID: padre de uno de los 43 normalistas
La búsqueda de un hijo es más fuerte que el COVID: padre de uno de los 43 normalistas
Franyeli García
9 minutos de lectura

La búsqueda de un hijo es más fuerte que el COVID: padre de uno de los 43 normalistas

26 de septiembre, 2020
Por: Amapola Periodismo

“No me venció esa maldita enfermedad del coronavirus porque pensé en mi hijo Alexander”, dice Ezequiel Mora Chona, padre de uno de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala hace seis años.

Alexander en enero del 2021 cumple 25 años. Es uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala durante la noche del 26 y madrugada del 27 de septiembre del 2014 y que oficialmente está muerto.

64 días después de la desaparición, con el fragmento de una muela y un pedazo de hueso, localizados en el río de Cocula, la PGR identificó al hijo de Ezequiel Mora.

El hallazgo fue confirmado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) luego de los estudios que realizó la Universidad de Innsbruck, Austria.

Superado el virus, Ezequiel o don Cheque como lo conocen aquí en la comunidad de El Pericón, del municipio de Tecoanapa, está seguro que desde el interior de su ser recibió las vibras para sobreponerse al COVID-19.

El recuerdo de Alexander a quien le dice “su chocoyote”, porque es el más pequeño de los seis hijos que tuvo con su fallecida esposa Delia, le dio fuerza para vencer esta enfermedad que lo tuvo postrado en cama casi tres meses.

A Ezequiel los recuerdos lo agobian. Su voz casi no se le escucha y dice que a lo mejor esto le sucede por las secuelas que tuvo por el coronavirus.

Respira profundo para agarrar fuerza y saca un hilo de voz: “Yo no estoy conforme con lo que me dijeron el 5 de diciembre (del 2014) de que mi hijo está muerto”.

Señala que en esa fecha le notificaron oficialmente del fallecimiento de su hijo y las autoridades federales de ese entonces le aseguraron que en 15 días le entregarían sus restos.

“Pero ni siquiera me han entregado la muela y el pedazo de hueso”, denunció.

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Ezequiel cuenta el caso de don Margarito Guerrero a quien (en septiembre del 2015) las autoridades de la entonces PGR le aseguraron que su hijo Jhosivani Guerrero de la Cruz era otro de los normalistas muertos.

Sin embargo, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) rechazó la identificación de Jhosivani.

Menciona también lo que ha dicho Clemente Rodríguez quien tampoco ha aceptado que su hijo Christian, otro de los normalistas desaparecidos, esté muerto como se lo notificó el 5 de julio el Jefe de la Unidad para el caso Ayotzinapa, Omar Gómez Trejo, y el subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas.

“Tenemos el derecho de no aceptar lo que te diga cualquier gobierno, en primera porque no nos han entregado los cadáveres o más pruebas”, refiere.

“Yo quiero vivo a mi hijo”, clama.

Durante la plática lo asaltan los recuerdos de los cuatro últimos meses del 2014, principalmente del viernes 5 de diciembre.

A veces desvía la mirada hacia el suelo. En este momento, en El Pericón son las 9:30 de la mañana y el calor ya está en aumento.

Da un respiro y retoma la plática.

Ese día (viernes 5 de diciembre) él venía llegando de Oaxaca cuando alguien de su familia le habló a su teléfono celular.

Era para decirle que tenía que presentarse a la escuela Normal de Ayotzinapa porque lo estaban buscando y urgía su presencia.

Dice que como pudo consiguió dinero para trasladarse a la Normal, a más de tres horas en vehículo.

Cuando llegó a la escuela ya lo estaban esperando algunos integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense y abogados (del centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan). Recibió la noticia.

“Sentí mucho coraje y tristeza”, sintetiza.

Menciona que ahí le dijeron que en dos semanas le entregarían el cadáver de su hijo, cosa que hasta el momento no ha ocurrido.

Era la segunda noticia triste que en las instalaciones de la Normal recibía don Ezequiel en ese 2014.

La primera fue el domingo 28 de septiembre cuando algunos estudiantes le dijeron que su hijo al que le apodaban “La Roca” no llegaba a la escuela y que estaba en una lista de alrededor de 60 jóvenes desaparecidos dos días antes en Iguala.

La lista se fue depurando hasta llegar a 43 luego de que fueron llegando más normalistas a la institución educativa.

Indica que estuvo toda la semana en la Normal esperando que su hijo llegara.

“Me la pasé muy triste en la escuela y varios de mis hijos me acompañaron en esos días “, contó.

En el trayecto cuando se trasladaba a la Normal abrigaba la esperanza de que su hijo ya estuviera en la escuela, pero a la vez iba más preocupado porque desde un día antes (el sábado 27) luego de que le avisaron de que su hijo no aparecía, no contestaba las llamadas en su teléfono celular.

Ezequiel viste una camisa morada y pantalón café.

Atrás de él, hay apiladas más de una veintena de cargas de leña que consume durante todo el año el fogón que la familia utiliza para guisar la comida y las tortillas.

Como tono costeño, don Cheque, luce la camisa desbraguetada. En el pecho le cuelga una pequeña medalla de plata.

Dice que la última vez que vio a su hijo Alexander fue el 15 de septiembre.

Ese día invitó a él y a otros tres de sus hijos a Tecoanapa para presenciar el grito de Independencia.

Se los llevó en un automóvil que en ese entonces tenía y que lo utilizaba como taxi.

Terminado el festejo oficial se regresó a su pueblo solamente con tres de sus hijos porque Alexander se quedó con algunos de sus amigos en Tecoanapa.

Ezequiel dice que el 16 de septiembre salió a trabajar en su taxi y ya no pudo ver a su hijo porque además éste le dijo que ya se regresaba a la Normal.

La última vez que supo de su hijo fue el 23 de septiembre cuando le dijeron en su casa que este le había hablado para pedirle que le depositara dinero.

“Le deposité dinero para sus gastos y también le puse una recarga a su teléfono celular para que me comunicara con él”, refiere.

Le contaron que Alexander le había informado a un familiar que en esos días irían a Guadalajara con sus compañeros normalistas.

“Ya después no supe nada de él”, dice.

Para don Ezequiel no hay duda de que fue el gobierno el responsable de la desaparición de su hijo y de los otros 42 jóvenes.

“No fue la maña o la mafia, fue el Ejército y el expresidente Enrique Peña Nieto lo sabía porque el representaba al gobierno”, asegura.

Recordó que en la primera reunión que tuvieron con Peña (el 24 de octubre del 2014) le reclamaron por qué no se investigaba al Ejército de la desaparición de los estudiantes.

“Nunca nos dijo nada”. Estamos seguros de que él (Peña Nieto) lo protegió (al Ejército).

Ahora con las nuevas investigaciones que está realizando el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Ezequiel, se muestra escéptico en los avances.

El presidente les ha dicho, en las reuniones que han tenido, que grupos políticos que aún están en el gobierno obstaculizan las investigaciones.

¿Si el propio presidente que es el que manda en el gobierno te está diciendo eso, entonces qué podemos esperar ? Se pregunta.

Ezequiel dice que a seis años de la desaparición de su hijo lo mantiene vivo la esperanza de encontrarlo vivo, a pesar de que en este tiempo ha vivido varias tragedias familiares, que él mismo dice, no lo han doblegado.

El 28 de agosto del 2017, su mamá Brígida Chora, falleció de una enfermedad.

El 16 de abril del 2018, seis meses después del fallecimiento de su madre, asesinaron a su hijo Irene, de 41 años.

Relata que ese día su hijo recién había llegado de Sonora donde trabajó de jornalero agrícola durante tres meses. El dinero que ganó lo utilizaría para rentar unas placas de taxi de esta zona.

Estaban en la mesa comiendo y tomando un refresco cuando el hijo de don Ezequiel, le dijo que iría a dejar en el automóvil a unos amigos a la comunidad vecina de Huamachapa.

“Después de una hora que se fue de aquí me avisaron que mi hijo estaba muerto”, indica.

La versión que le dieron las autoridades es de que su hijo murió en un accidente, pero él cree que los dos hombres a los que les dio un raid lo golpearon y eso provocó que perdiera el control del vehículo y se volcara.

“Qué casualidad que a ellos (los acompañantes de su hijo) no les ocurrió nada”, dice.

A pesar de que asegura que a su hijo lo mataron nunca pidió que se investigara por el temor de que estas personas le hicieran daño a su familia.

“Es más ni siquiera permití que el cuerpo se lo llevaran el Servicio Médico Forense porque para traerlo a mi casa, tenía que pagar y pues yo no tengo dinero”, afirmó.

El COVID tampoco lo venció

En mayo, Ezequiel empezó con dolores en el cuerpo, gripa y una poco de tos, pero pensó que era resfriado y que eso pasaría.

Sin embargo, los días pasaban y los malestares iban en aumento y se agregaba la dificultad para respirar.

Acudió con un médico conocido del centro de Salud en la comunidad vecina de Xalpatláhuac y le dijo que probablemente tuviera coronavirus.

“Me dio medicamentos y aquí en el pueblo me recomendaron muchos tés de hierbas”, dice.

Indica que prefirió no ir al Hospital de Ayutla a realizarse la prueba para saber si tenía COVID porque existen antecedentes de que en este nosocomio la gente se muere por la mala atención médica.

El Pericón es una comunidad que pertenece al municipio de Tecoanapa, tiene dos mil habitantes y durante los meses de abril hasta julio fallecieron 18 personas presuntamente de COVID-19.

Ezequiel asegura que estas personas murieron por coronavirus y no por dengue como dicen otras versiones.

“Un dengue no mata a 18 personas en menos de tres meses”, argumenta.

En la casa de Ezequiel se enfermó también la hermana, además de un vecino.

“Ellos salieron pronto porque son jóvenes”, afirma.

Confiesa que durante las semanas que vivió con el virus tuvo miedo de morirse y dejar a sus dos nietas, Gael y Larisa desamparadas.

Los dos niños que juguetean en el patio de la casa familiar son hijos de Irene, el hijo de Ezequiel asesinado en abril del 2018.

“No quería que mis nietas vivieran lo que yo viví cuando con mis hermanos quedamos huérfanos de padre ya que ninguno de mis tíos nos ayudaron “, añade.

Dice Ezequiel que no es lo mismo que te cuide un abuelo que un tío.

La mirada del papá de Alexander se desvía un poco para ver como sus dos nietos juegan.

Ezequiel empezó con la enfermedad en mayo y fue hasta el 20 de agosto cuando pudo salir a la calle y realizar sus labores cotidianas.

Ahora don Cheque ya acude a su parcela a trabajar la milpa.

Al tocar este tema de sus tierras de labor nuevamente le vienen a la mente los recuerdos de su hijo Alexander quien lo ayudaba en estas tareas.

“Desde la mañana me ayudaba en la parcela y a las 12 del día se regresaba a la casa para arreglarse a irse a estudiar a la preparatoria 15 de la Universidad Autónoma de Guerrero”, recuerda.

Reconoció que cuando Alexander le dijo que iría a la Normal de Ayotzinapa a presentar su examen de admisión él no estuvo de acuerdo.

“Mira hijo, aquí puedes estudiar y además también trabajar en el taxi”, le dijo.

Sin embargo, ante la insistencia de Alexander, Ezequiel aceptó que se fuera a Ayotzinapa pero con la promesa de que si no pasaba el examen se regresaría a su pueblo a estudiar en una universidad regional en Tecoanapa.

“Si no le hubiera pasado eso, Alexander ya fuera maestro desde hace dos años”, dice.

En la casa, todavía está el altar que el 6 de diciembre del 2014 su familia levantó para recibir el cadáver de Alexander a quien le rezaron durante una noche anterior.

A casi seis años, Ezequiel tiene la esperanza de que su hijo está con vida.

Esta nota fue publicada originalmente en Amapola Periodismo 

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