El festejo del cumpleaños número 8 de Laura será inolvidable para ella y sus siete invitadas: se disfrazaron, jugaron y cantaron Las Mañanitas mientras la festejada soplaba las velas de su pastel. Lo peculiar de esta fiesta es que fue en línea. Cada una de las niñas celebraba detrás de la pantalla y se reunieron con la plataforma zoom, tan de moda en estos días de pandemia.
Al finalizar la fiesta, Ana, una de las invitadas, se echó a llorar. “Ya quiero que esto se acabe, quiero ver de verdad a mis amigas, quiero que todo sea normal otra vez”.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Educación Pública, son cerca de 26 millones los niños menores de 16 años que llevan ya casi un mes sin ir a la escuela y con la recomendación oficial de no salir de sus casas ahora hasta finales de mayo. Muchos, sobre todo los que asisten a una escuela privada, han podido tomar clases en línea, otros se enfrentan a tareas interminables, algunos más han visto la contingencia como unas vacaciones largas en las que se pueden levantar tarde, disfrutar a sus papás todo el día y comer más postres.
Para expertos en psicología, nutrición y pedagogía, el confinamiento que ha traído consigo la propagación del coronavirus COVID-19 tendrá un impacto positivo y negativo a nivel emocional, físico y social en los niños, resultado del permanecer en su casa muchas más horas de lo acostumbrado, no realizar actividad física, cambiar sus rutinas e incluso su alimentación.
Un primer ejemplo: a diferencia de los adultos, el peso y la salud de un niño depende en un 80% de la actividad física que realiza, por lo que el confinamiento necesariamente repercutirá en este aspecto, afirma la nutrióloga Mariana Hinojosa.
“Va a tener un impacto importante en ellos porque no van a tener la misma actividad que va desde el párate, ve a la escuela, todo el movimiento del día a día, los juegos en los recreos y porque no tienen las clases de actividad física.
“Además, los papás están haciendo home office, entonces están ocupados y los van a estar callando porque cada vez vivimos en espacios más pequeños, eso puede hacer que los niños coman un poco más por la ansiedad, además que para tener a los niños entretenidos los papás les van a estar dando comida, y comida no saludable porque la economía tampoco está tan bien”, señala.
A ello se suma la falta de exposición a la luz solar, que impacta en sus niveles de vitamina D, que a su vez influye incluso en el estado de ánimo, advierte.
Para Xóchitl Castañeda, directora del centro especializado “Psicología para Niños”, las principales afectaciones que pueden vivir los niños en estos tiempos de confinamiento son la falta de socialización, sobre todo en edad escolar, quienes expresan con mayor frecuencia cuánto extrañan convivir con sus amigos, además de que muchas escuelas han incrementado la carga académica, lo que les puede generar más ansiedad.
En los preescolares en cambio, señala por su parte Fabiola Estévez, psicóloga y directora técnica del Kínder Tots, de la Colonia del Valle, los papás podrán ver a sus niños irritables y confundidos, pues por su edad todavía no pueden comprender la razón por la que no pueden salir de sus casas y pueden vivir esta etapa como un castigo.
“Está muy delicada la situación porque si para un adulto es difícil comprenderlo, al menos tenemos la oportunidad de ponerlo en palabras a diferencia de los niños y sobre todo a los menores de 6 años les cuesta mucho trabajo entender lo que es un riesgo porque es algo que no están viendo, y poder entender que la causa de este confinamiento es consecuencia de este riesgo es muy complejo para ellos y desata sentimientos que no pueden procesar. A esta edad tienen poca empatía y les cuesta entender que hay otros niños en la misma situación que ellos”, plantea.
Para Castañeda, es posible que en los meses posteriores al levantamiento de la contingencia se encuentren casos de estrés postraumático en los menores a causa de lo vivido en esta etapa, el cual se puede manifestar principalmente en cambios en su comportamiento e irritabilidad.
A ello se suma la ansiedad que perciben en sus padres, o incluso la violencia entre ellos, debido a que los adultos también viven la epidemia como una situación nueva, llena de incertidumbre.
“Yo veo a los niños en general tranquilos pero algunos angustiados por qué va a pasar, pues los papás a veces no les saben aclarar la situación porque nadie la ha vivido”, relata por su parte Grisel de León, maestra de primero de primaria en el Colegio Suizo de la Ciudad de México.
De León considera que si bien la parte académica no está entre las preocupaciones de los menores, el no ir a clases puede afectarles en cuanto a sus habilidades motrices, su socialización e incluso por la ausencia de rutinas claras, aunque también confía en que sea la oportunidad para desarrollar nuevas competencias.
En el mismo sentido, Castañeda destaca que esta etapa debe ser aprovechada para trabajar una de las partes más vulnerables en la pandemia: la salud mental, pues ni los padres ni las escuelas están acostumbrados a atender este tema en los niños.
“Creo que después de cuidar la salud física -estamos lavándonos las manos, no saliendo- lo que sigue en orden de prioridades es cuidar la salud mental, no solo es que me centro y se me quita la ansiedad, sino de buscar ayuda, ahorita toda la gente debería de tener sesiones de grupo al menos una vez a la semana o a la quincena en donde hablar de cómo nos estamos sintiendo porque estamos acostumbrados a desviar nuestras emociones.
“En lugar de estar enseñando matemáticas, las escuelas deberían de poner a los psicólogos escolares a hacer grupos con niños, ponerlos a interactuar y hablar de sus emociones en lugar de que solo hagan la tarea juntos”, propone.
A pesar de este escenario, todas las especialistas consultadas coinciden en que el confinamiento puede representar también una oportunidad para los niños: no solo para convivir de una manera diferente con sus papás, llevar una vida más relajada lejos de las prisas y las presiones cotidianas, sino también para desarrollar su tolerancia a la frustración y su capacidad de resiliencia.
“La resiliencia es precisamente sacar un aprendizaje positivo de una situación difícil, algo que a mí me pareció muy liberador como mamá y como maestra es el dejar de sentirme abrumada porque sentir que yo tengo la responsabilidad de hacer que la pasaran lo mejor posible y al depositarla en ellos, y hacerlo compartido, ha sido más llevadero el proceso, porque también aprenden a resolver un problema, a adaptarse y encontrar el lado positivo de la situación. Eso los vuelve resilientes, dentro de toda esta oscuridad está esa brecha de luz y es algo muy importante.
“Sí pueden quedar marcados pero depende cómo aprovechemos el momento, si fue el evento traumático que estuvo de la patada donde nos la pasamos peléandonos, o decidir que lo logramos superar como familia, donde cada quien se hace cargo de su propio aburrimiento y eso baja la tensión y algo bien importante y necesario que hagamos las mamás es aprender a identificar los estados de ánimo de nuestros hijos y ayudarlos a ponerlos en palabras, sobre todo en este momento, si de pronto los ves come y come, entonces les digas que se sienten ansiosos por estar encerrados, y es necesario para entender lo que está pasando”, apunta Estévez.