Gloria de la Cruz, de 45 años, pasó la noche del viernes santo durmiendo en un banco frente al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). Al cumplirse la medianoche, la mujer asumió que tendría su propio calvario: con 38.6 grados de fiebre, diagnosticada como posible caso de COVID-19 y con su hijo Sebastián, que tiene 14 años y síndrome de Down, ingresado en el INER.
Un día después, ella misma sería puesta bajo atención médica en el Hospital de Nutrición, convertido también en centro de referencia para enfermos de COVID-19.
“Hay gente que dice que no se cree lo del coronavirus, que es una cosa del gobierno para aumentar los impuestos”; dice, desde su domicilio en la alcaldía Benito Juárez.
Allí lleva más de una semana aislada junto a su esposo Justino, de 45 años. El martes, el mismo día en el que el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell anunciaba que México entra en la fase 3 de la pandemia, la de los contagios masivos y el incremento de víctimas mortales, su hijo regresaba a casa tres diez días ingresado.
Para traérselo a casa la familia tuvo que alquilar un equipo de oxígeno por mil pesos. Y comprar dos inhaladores por otros mil.
Mucho dinero, demasiado, para De la Cruz, que perdió su empleo el 6 de abril. Trabajaba en una empresa de exportación por 3 mil 500 la quincena. No es derechohabiente y no tiene ingresos, pero debe pagar la renta y los medicamentos. “Por suerte tengo el apoyo de mi familia, que me ayuda con una despensa”, dice.
Su hermana Lucero fue la encargada de recibir a su sobrino a las puertas del INER. Ella era una de las pocas personas al exterior del hospital, convertido en centro dedicado exclusivamente a los enfermos de COVID-19.
Ella, junto a otra cuñada, fueron las encargadas de recoger las recetas en administración y pagar los medicamentos en una farmacia durante la estancia de Gloria y Sebastián en el hospital. Dicen que, durante toda la estadía, gastaron unos 5 mil pesos. Por ser pacientes con coronavirus no pagaron la atención, pero sí los medicamentos. Además, para alquilar el oxígeno debió poner como avalista a su suegra, ya que ella carece de propiedades.
Animal Político consultó a las secretarías de Salud de los gobiernos federal y de la Ciudad de México. Al cierre de la nota la primera no había respondido, mientras que la segunda alegaba que en sus cuatro hospitales los medicamentos son gratuitos.
Una trabajadora del INER que habló a condición de anonimato aseguró que los precios varían según el estudio socioeconómico que se realiza en la institución.
La alcaldía Benito Juárez, donde reside De la Cruz, dispone de planes de ayuda para pagar medicamentos, que están destinados a adultos mayores y personas con discapacidad. La mujer, hasta el momento, no ha accedido a ninguno do ellos. De hecho, no sabía que existían.
El calvario de Gloria de la Cruz comenzó antes de Semana Santa. El 4 de abril pasó la noche en el Hospital de La Villa, acompañando a su suegra. Por aquel entonces, México apenas registraba 1,890 casos y 79 decesos, según datos de la Secretaría de Salud.
“Ahí ya estaba la pandemia, pero no tenían la protección de que fueran con cubrebocas”, dice.
Cree que fue ese día el que enfermó. Los síntomas comenzaron el 5 de abril.
Un día después, la empresa en la que trabajaba cerró. “No estaba directamente en nómina”, dice. No tiene prestación de desempleo ni tampoco le dieron una compensación. No dice el nombre de la compañía. Confía en que, cuando se reabra, pueda volver a ser contratada.
Explica que para el día ocho los síntomas eran más evidentes. Preocupada, llamó al teléfono de COVID-19, pero le dijeron que sería un resfriado. “Me tomaba parecetamol y me bajaba la temperatura”, dice. No pasaron 48 horas cuando se fue directa al INER: su hijo también estaba contagiado.
A partir de ahí comienza un difícil peregrinaje.
“Llegamos al INER el día 10 a las 9 de la mañana. Hasta las 10 de la noche nos dijeron que mi hijo tenía resultado positivo. Me bajaron con él, se lo llevaron para hospitalizarlo, pero me dijeron que tenía los síntomas pero que no me podían atender”, dice.
Así que, con síntomas, la mujer fue dirigida al hospital Manuel Gea González, muy cerca del INER. “Ahí me dijeron que no estaban recibiendo pacientes con Covid”, dice. A pesar de ello, le hicieron su valoración. Tenía 38.6 y los pulmones dañados. Le dijeron que se quedase internada.
Ella, sin embargo, creía que todavía podría quedarse con su hijo. Así que firmó el alta voluntaria y regresó al INER.
“No me permitieron ingresar. Me dijeron que no tenían camas y que regresara al Gea González. Al volver no me aceptaron. Ya me habían dado las 12 de la noche. Me dijeron que me quedase a dormir ahí en las bancas”, asegura.
“No tenia dinero para regresarme, así que me quedé ahí”, explica.
Al día siguiente regresó al Gea González. Tampoco la recibieron. Pero le indicaron que fuera a Nutrición. “Iba con dolor de cabeza, los oídos me zumbaban”, explica. Inmediatamente la ingresaron. Estaría en el hospital desde el sábado a las 8 de la mañana hasta el martes, que le dieron el alta.
Para añadir surrealismo a la situación, mientras ella peregrinaba de hospital en hospital su familia recibió una llamada de trabajo social. Le dijeron que estaba desaparecida, que no sabían dónde estaba. Ella, en ese momento, se encontraba en la puerta del INER pidiendo que la dejasen entrar.
Diez días después de aquel peregrinaje los hospitales del sur de México están colapsados y madre e hijo se encuentran ya en su casa.
Ni Nutrición ni el Gea reciben ya pacientes y el INER está cerca del colapso por falta de ventiladores. Gloria, por su parte, se mantiene en cuarentena con su marido y su hijo. No pudo regresarlo en ambulancia porque hubiese sido un gasto extra. Y el bolsillo no está para excesos. No puede salir a trabajar porque está en cuarentena y porque no hay trabajo.
Desde que inició la crisis, unos 350 mil mexicanos han perdido su empleo. Si alguien todavía no cree en el COVID-19 puede preguntarle a Gloria, todavía asustada porque nadie le garantiza que, tras pasar la enfermedad, no pueda volver a caer.