Luis Bernardo recorre los seis metros de su puesto de un lado a otro para despachar, pone las manzanas para pesarlas en la báscula, las embolsa; sigue con las naranjas, el melón, la sandía. Hace la suma mental en segundos, cobra 340 pesos por esa venta. Apenas termina con un cliente y sigue con el otro, por eso la gente no se arremolina, él y otros dos jóvenes que también atienden no hacen esperar demasiado a nadie.
Así pasa gran parte del día, hasta las 5 o 6 de la tarde cuando levantan su puesto en el tianguis de la colonia CTM Aragón, en la alcaldía Gustavo A. Madero, aunque la jornada de trabajo la comienza a las 2:30 de la madrugada, cuando se alista para salir a comprar su mercancía en la central de abasto de Iztapalapa.
Está enterado de que ante la presencia de coronavirus en nuestro país, la Secretaría de Educación suspendió clases y la Secretaría de Salud inició la Jornada Nacional de Sana Distancia para detener la propagación, pero Luis, como cientos comerciantes más que trabajan en mil 474 tianguis en la Ciudad de México, no puede parar.
“Los que nos dedicamos al comercio no podemos dejar de trabajar porque vamos al día. Con el virus, ahora hay que tener más higiene, pero hay seguir trabajando, no nos queda de otra”, dice.
Ha escuchado las recomendaciones de las autoridades y toma precauciones, pero nada que lo paralice porque “el miedo no nos deja nada bueno”. Aunque sabe que el coronavirus es de fácil propagación, lo enfrenta como lo hace con el resto de peligros en esta ciudad.
“Nos paramos de madrugada a persignarnos a ver qué Dios dice porque no nada más está esto del coronavirus, nosotros luchamos diario con la delincuencia, con el frío, con el calor, así es nuestro trabajo”.
Por eso dice, “mientras no haya una orden federal, mientras no haya algo que diga el presidente que no se pueda controlar, estaremos aquí”.
Lo mismo pasa con Marco Reyes, que con sus dos hijos, su esposa, su hermano y su prima venden quesadillas y tlacoyos. Su jornada empieza a las 4 de la mañana, cuando empiezan a preparar los guisados, pasar al molino para preparar la masa y emprenden camino desde Toluca, hacia la Ciudad de México.
“Se nos hace complicado dejar de trabajar porque es de lo que vivimos. No hay otra cosa de dónde sacar. Si tuviera uno otro ingreso tal vez, pero desgraciadamente no, es a lo que se dedica uno. Vamos al día”.
Aunque sus hijos dejaron de tener clases, los gastos no paran, dice. Por eso confía en que la gente pueda seguir saliendo y comprarle comida para llevar, como ha ocurrido en los últimos días. Para que sus clientes tengan confianza, dice, “tratamos de tener lo más indispensable, traer cubrebocas, lavarse las manos con agua clorada, y las mesas también las limpiamos con agua clorada”.
Marco dice que, de momento, sus ventas no han bajado. Luis coincide. En los tianguis a los que va, por el metro Chabacano, a la Glorieta de Camarones, cerca del metro Rosario, Villa de Cortés, la afluencia de gente “ha sido normal”, será porque la gente va con confianza al estar “al aire libre y no en un lugar cerrado”.
Además de que estos comercios representan el sustento de miles de familias que no tienen un ingreso fijo, también son un servicio indispensable para miles de personas en todas las alcaldías de la Ciudad.
Es por eso que la Secretaría de Desarrollo Económico (Sedeco) determinó que todos los canales de abasto que incluye 329 mercados públicos, 10 rutas de mercados sobre ruedas y 203 concentraciones de comerciantes, más los mil 474 tianguis, continuarán ofreciendo sus servicios.
Roselia Sánchez tiene más de 60 años y sólo vive con su esposo, por eso el tianguis, a dos cuadras de su casa, es de gran ayuda ante la pandemia. “Somos adultos mayores y no salimos a otro lugar más que aquí o a las tortillas. Nuestros hijos viven en el extranjero y otros aquí, pero cada quien en su casa. Si vamos a una tienda o centros comerciales, siento que hay más gente y aquí por lo menos andamos al aire libre, rápido hacemos nuestras compras y vámonos a casita”.
Otros como Rafael Chávez prefirió que su madre de 76 años, al ser un grupo vulnerable en la propagación se quedara en casa, pero él usa cubrebocas y lleva gel desinfectante para hacer las compras en el mercado de la CTM.
Su hijo, dice, también está tomando medidas de prevención al quedarse en casa. Trabaja en Sanborns, una cadena de restaurantes y tiendas propiedad de Carlos Slim, el hombre más rico de este país, pero la sucursal cerró debido a la pandemia. “Le dijeron ‘o te vas a otra sucursal o te vas nueve días sin pago’, y prefirió nueve días sin pago”, comenta Rafael.
Beatriz Reyes tiene 67 años. Su madre fue fundadora del tianguis de La Lagunilla, uno de los más emblemáticos de la Ciudad de México, que ha inspirado a cineastas, o a escritores como Carlos Monsiváis, que en sus recorridos compró objetos que terminaron en el Museo del Estanquillo.
Como cada domingo, Beatriz vende aguas de frutas en vitroleros transparentes.
Aunque ya pasa de mediodía y no hay tantos clientes como es habitual, ella contesta a los reporteros con una sonrisa, aunque lo que cuenta podría ser una tragedia.
Vive sola y sólo se mantiene de las ventas de su puesto cada domingo. Por eso no imagina si quiera qué haría si un día prohíben la instalación del tianguis. Tampoco tiene la pensión para adultos mayores, uno de los principales programas de entrega directa creado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad de México hace 20 años.
“Todavía no tengo la pensión porque apenas voy a entrar al programa, a ver si alcanzo lugar. Si tuviera yo esa ayuda, me quedaba en mi casita, muy contenta a descansar, ya no tendría la necesidad de venir”.
Con todo y el temor por el contagio sale a trabajar ‘porque voy al día’, por eso, dice, quienes sí tienen la posibilidad de evitar salir deben hacerlo. “Si tienen un trabajo estable, pues yo no saldría. Los que lo tienen, no hacen el caso de no salir, y los que queremos, no lo podemos hacer”.
En la última semana, usuarios de redes sociales han promovido la iniciativa de quedarse en casa. Muchos pueden trabajar sin necesidad de ir a sus oficinas, pero 30 millones de mexicanos que trabajan en la informalidad, no.
Jesús Gómez, abogado de profesión, sí es de los que ha podido trabajar en casa esta semana, pero igual que su abuelo, ya estaban hartos del encierro y decidieron salir a visitar La Lagunilla para distraerse.
Lo mismo dice Esther Salas, de 63 años, quien vive con su esposo, sus hijos de 21 y 27 años, y su nieta de tres años. Su hija, dice, acaba de recuperarse de una gripe y nadie más se ha enfermado. Aunque asegura que se lava las manos constantemente, no cree demasiado en la información oficial sobre el coronavirus.
“Han dicho que no salgamos y esto. Pero más que eso yo pienso que ponen pánico los medios tradicionales, no sé si sea verdad el coronavirus, yo trato con miles de personas y no conozco a nadie que tenga eso. Es como la influenza (H1N1), que tampoco conocí a alguien que se haya enfermado”.
Cuando se le pregunta si teme a la propagación, responde que no. “No tengo temor, dicen que cuando te toca te toca”. “Yo estoy diabética, pero he estado muy bien, ni mi hija me pegó la gripa”, por eso, dice, todos salen a la calle a hacer sus actividades habituales.
Marco, el comerciante del tianguis de Gustavo A. Madero, también ha escuchado que mucha gente cree que el coronavirus no es verdad, pero para él lo más importante es cuidar a las familias, porque “lo que se ve no está para estar jugándole al vivo”.