“Está todo tétrico, las ventas bajaron un 80%, me voy a la quiebra”
Jonathan Gabriel Navarrete Esparza, de 33 años, extrañaba la comida de su estado natal, Campeche, cuando trabajaba en una oficina de gobierno en Ciudad de México. Hace casi cuatro años, junto a su hermano, decidieron poner el restaurante “La casa de mi apa”, ubicado en la colonia Narvarte. “Es toda una carrera, he puesto mis ahorros, mi empeño, he trabajado 365 días al año”, dice.
Explica Navarrete que ya aguantó los tiempos del sismo de 2017. “Tuvimos tres meses muy difíciles, pero lo logramos. Rompimos el guardadito y salimos delante de ese madrazo, que también fue grande. La gente desapareció y lo sobrevivimos. Ahora lo veo muy difícil”, lamenta.
El miedo ante la pandemia de coronavirus, que en México contabiliza 316 casos y dos fallecidos, pero que en el mundo suma ya más de 330 mil contagios y cerca de 15 mil muertes, ha derrumbado su negocio. “Hemos perdido el 80% de las ventas”, dice.
El hombre dice que quería seguir trabajando, pero que tuvo que pedir que sus seis empleados se marchasen a casa porque en día de pago se vio obligado a poner de su bolsillo. “Puedo aguantar uno o dos meses más, pero tengo que saber a qué voy, no puedo endeudarme más”, dice.
El domingo, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, decretó el cierre de teatros, bares, cines, antros, cantinas y espacios deportivos a causa de la epidemia de COVID-19.
Horas más tarde, la Secretaría de Cultura seguía su ejemplo y anunciaba la supresión de las actividades culturales en todo el país.
A Navarrete no le afecta porque los restaurantes no tienen todavía orden de cerrar. Pero sabe que la orden podría llegar bien pronto. Además, incluso si no hubiera instrucción oficial, quizás tendría que echar la persiana ante la ausencia de clientes.
“Esto empezó a notarse hace tres semanas, pero el impacto duro fue la semana pasada”, dice. Para el fin de semana, explica Navarrete, apenas acudieron al local sus amigos, los irreductibles. “Mucha gente me dice que tiene miedo. La sociedad tiene miedo”, refiere.
Dice Navarrete que quiere aguantar todo lo posible para ver si llegan las ayudas prometidas por Sheinbaum. Pero no se fía.
“No quiero seguir endeudándome. Por lo que he leído esto va a durar un buen rato”, explica. “Esta semana me sentaré con la inmobiliaria. Estoy a cuatro meses de terminar con mi contrato. No se qué voy a hacer. Tengo los pinches ánimos por los suelos”, lamenta.
A pesar de la amenaza de quiebra, hoy abrirá su negocio. Y si puede, tratará de servir alimentos a domicilio. “Yo abro. Llegaré hasta el último momento. Preferimos morirnos de coronavirus que morirnos de hambre”, dice.
El cine Tonalá, en la Roma Sur, tuvo el domingo su última sesión. Las películas: “Las Olas” de Trey Edwars Shults, y “Honey Boy”, de Alma Har’el. Solo hubo espectadores para la segunda: dos personas. A partir del lunes, la pantalla se apagará indefinidamente.
“Estamos extremadamente preocupados”, dice Rodrigo David Ortigosa, de 41 años y director comercial del cine y restaurante. “Somos un proyecto que prácticamente vive al día. Además, no estamos despidiendo a nadie, los queremos apoyar”, explica.
El mismo día en el que Sheinbaum anunció el cese de actividades culturales cerró el cine Tonalá, tanto las salas como el restaurante. “Nos quedamos solo con la entrega a domicilio a través de Rappi, explica Ortigosa.
“Esto no va a ser suficiente para cubrir”, dice. La empresa tiene 30 empleados en Ciudad de México y otros 20 en Tijuana. Así que tratan de inventar otras fórmulas de aguantar el tirón hasta que el coronavirus pase.
Ortigosa explica que tienen prevista una campaña de donaciones en Donadora que comenzará el próximo miércoles. Además, adelantarán el proyecto Tonalá TV, una plataforma de streaming en la que también se podrán rentar películas por 30 pesos.
“La situación se viene dura. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar así”, dice.
Su preocupación, asegura, son los salarios de los empleados. Por eso confía también en las ayudas prometidas por la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum. Explica Ortigosa que restaurantes de las colonias Roma, Condesa y Juárez se han unido en un grupo llamado Barrio Unido para plantear de forma conjunta sus demandas.
Entre sus reclamos: Apoyo con el pago de servicios electricidad y agua desde el bimestre pasado, plazo de 90 días adicionales para declaraciones fiscales y pagos de impuestos, ayudas para el pago de nóminas y subsidios para quienes dependen del ingreso por propina y que se reconozca el COVID-19 como siniestro “para poder reclamar daños y pérdidas consecuenciales”.
Sheinbaum anuncio que hará públicas las medidas de apoyo el martes. Ortigosa recuerda que muchos de sus trabajadores “viven al día” y confía en los apoyos estatales y la solidaridad de la comunidad. “Hay grupos grandes que hicieron prácticas con los que no comulgamos. Nosotros somos un proyecto comunitario para transformar a la sociedad a través de la cultura”, dijo.
Rodrigo Estrada, chef ejecutivo y socio de Agua y Sal, restaurante ubicado en Polanco, dice que ha tenido suerte esta semana. Asegura que ha perdido el 80% de la clientela pero que podría haber sido peor, que otros han llegado a perder hasta el 95%,
“No tenemos cómo resistir esto”, dice.
Explica que su plantilla cobra la mitad de su suelo, medida acordada con el mismo personal, para reducir los gastos de nómina un 50%. “Con esto esperamos aguantar tres semanas, que es lo que calculamos que pueda ser esto. No queremos vernos en la necesidad de despedir”, dice.
La crisis del coronavirus ha sido un desastre para el negocio, explica el chef.
“Muchos restaurantes ya cerraron, los pocos que seguimos abiertos confiamos en que nos apoye la comunidad”, explica.
Para ello, en Agua y Sal han desarrollado dos estrategias: una, la comida a domicilio, que parece el refugio de todos los restaurantes que van a intentar seguir abiertos hasta que el último cliente deje de llamarles. Otra, los “bonos gastronómicos”, unos vales por 500 y 1000 pesos, una especie de “tarjeta regalo” que el cliente paga ahora y podrá disfrutar cuando la situación haya mejorado.
Sobre las posibles ayudas del gobierno, Estrada explica que unos 200 locales se han unido a un grupo de restauranteros para llevar una posición común en el dialogo con Sheinbaum. “Queremos tratar de unirnos en una sola voz”, dice.
Entre sus peticiones están: créditos bajos para los restaurantes, negociar con los arrendadores para lograr alguna quita en el pago de la renta y una renegociación de los créditos a los que accedieron antes los locales.
“El panorama no es nada alentador”, dice el chef. La recomendación sanitaria de no salir de casa para evitar el contagio golpea directamente a un negocio que depende de la visita del cliente.
“Nosotros no podemos hacer home office”, señala.
Laura Vega, de 48 años, debería haber saltado por última vez al escenario del Centro Nacional de las Artes este fin de semana. Ella es una de las actrices que participan en “Proyecto Mujeres”, una obra de la compañía Vaca 35 Teatro en Grupo que reflexiona sobre “qué significa ser mujer”.
Durante cinco semanas debía haberse representado la obra. Pero solo se alcanzó la cuarta. Según explica Vega, la semana pasada ya les advirtieron que tendría que cancelarse. Ni siquiera esperaron al anuncio de Sheinbaum. Al final, muchas instituciones, públicas y privadas, se adelantaron a las restricciones del gobierno y clausuraron sus proyectos.
Para Vega, el cierre de los teatros es también el fin de casi toda actividad laboral: castings, ensayos, futuros proyectos.
“No tenemos seguro, estamos desprotegidos”, explica, en referencia al gremio de los artistas.
La actriz explica que, con el colapso previsto por el coronavirus, muchos compañeros están buscando alternativas como la creación de canales en Youtube.
“El Estado demuestra que para ellos la cultura no es importante. Pero sí que lo es”, asegura.
En su opinión, no es reprochable una política de clausuras que afectan a diferentes sectores. Pero sí que considera que la secretaría de Cultura debería articular un plan para garantizar el pago incluso si la función no tiene lugar. Como les ocurrió a ellas.
“Hay 200 personas en la sala y no hay espacio, puede haber contagios”, reconoce.
Para ella, la búsqueda diaria de papeles ha sufrido un frenazo. Al menos, mientras que dure la pandemia.
El COVID-19 llegó para cambiar la vida a todos.