José Manuel Galván, de 67 años, cuyo sobrino Iván Lorenzoni Mendiola fue asesinado hace poco más de un año para robarle sus tenis, camina la mañana del domingo con su bastón metálico por Reforma, en la Ciudad de México.
Decenas de kilómetros después de que el pasado jueves saliera de Cuernavaca en la Caminata por la Paz convocada por el poeta y activista Javier Sicilia y por la familia Lebarón, el hombre dice que claro que está exhausto. Aunque, de inmediato, matiza con una sonrisa franca que la emoción de haber completado el trayecto en memoria de su sobrino y de tantos miles de víctimas de la violencia es mayor que el dolor de sus pies agotados.
Por su parte, Sandra Jazmín Luna, que tuvo que hacer de detective para buscar por su cuenta y riesgo pistas del paradero de su esposo Juan Serafín Hernández, dice procurando no alzar mucho la voz para no romper la solemnidad de la marcha que transcurre en silencio, que en su interior siente una mezcla de sensaciones difícil de explicar: cansancio por el peso del asfalto recorrido, tristeza por el motivo de la caminata, y satisfacción por haber completado un largo trayecto en el que las víctimas se escucharon, se abrazaron, y salieron fortalecidos para continuar con las búsquedas de sus seres queridos.
Sin embargo, cuando apenas quedan unos metros para poner punto final a cuatro días de marcha, los familiares de las víctimas se encuentran con un último obstáculo: a un costado de la explanada del Zócalo, frente a Palacio Nacional, un numeroso grupo de manifestantes les bloquean el paso.
Al interior de la Caminata por la Paz, los organizadores se desgañitan pidiendo que nadie entre en provocaciones y que la caminata siga su curso en silencio, como lo hizo desde que a las 9.30 de la mañana partiera desde la Estela de Luz.
Pero las escenas de tensión se disparan en cuanto los dos grupos se encuentran cara a cara.
“Es un honor estar con Obrador”, ruge un bloque de manifestantes favorables al actual Gobierno Federal de México, impidiendo el paso de la Caravana durante varios minutos, bajo el sol corrosivo del mediodía.
“Fuera chayoteros”, exigen otras personas que portan pancartas que rezan “Basta de mentiras Sicilia”. Mientras que otros gritan consignas como ‘No somos bots’, y otros más lanza a la familia Lebarón, de origen mexico-estadounidense, insultos como “vendepatrias”, o los increpan pidiéndoles que se marchan a su país.
Finalmente, tras empujones, gritos, y la aglomeración de cámaras y de periodistas en busca de la foto de la jornada, la caminata logra encontrar un hueco por el que escabullirse y puede acceder sin mayores incidentes al templete que tenían preparado a un costado del zócalo, junto a la Catedral Metropolitana.
Allí, Adrián Lebarón pide en su discurso la unidad de los mexicanos para combatir la violencia. “Juntos le ganaremos al miedo”, grita en el alegato final de su mensaje. Mientras que Javier Sicilia dedica duras palabras al presidente López Obrador, a quien acusa de haber dado la espalda a las víctimas de la violencia.
“Hoy no estás presente por graves prejuicios hacia las víctimas, a los que redujiste a un show”, dice Sicilia, ante la rechifla generalizada del grupo de manifestantes que, a unos pocos metros del templete, gritan sonoros “¡Fuera, fuera!”.
Tras los discursos, una comitiva de la Caravana entrega en Palacio Nacional al gabinete de Seguridad un documento de propuestas de reforma de justicia transicional, mismo que también dejaron una hora antes, en torno a las 11 de la mañana, en el Senado de la República; donde legisladores de Morena, el Partido Verde, Encuentro Social, y Partido del Trabajo, no estuvieron presentes para recibir a las víctimas. Según tuiteó después Ricardo Monreal, jefe de la bancada morenista, fue invitado al encuentro, pero no pudo asistir porque tenía otros “compromisos previos” que atender.
Una vez que el gabinete de Seguridad recibe el documento de propuesta, Javier Sicilia da por terminada la Caminata por la Paz que duró cuatro días.
“Gracias a todos -dice el poeta y activista-. Y recuerden, siempre juntos, los criminales no nos tocan”.
Un par de horas antes de que escuchara en la explanada del Zócalo insultos como “borregos”, Edith Isabel Galván, de 32 años, explica que no está interesada en los golpeteos políticos.
“No vengo aquí a pelear con nadie, ni a confrontarme con ninguna de las personas que se oponen a que salgamos a caminar”, subraya. “Lo único que quiero es que me escuchen las autoridades. No vengo por política, ni por protagonismo, ni por un show. Solo quiero que me regresen a mi hermano”.
Su hermano es Adrián Galván Pérez. Tenía 19 años cuando el 16 de enero de 2012 fue secuestrado en Tlalnepantla, Estado de México. Los delincuentes llamaron por teléfono a la familia y le exigieron 750 mil pesos si querían volverlo a ver con vida.
Edith narra que solo pudieron reunir 250 mil pesos. Pagaron. Y nunca más volvieron a saber nada de los delincuentes, ni de Adrián, que era mecánico de aviones en el Aeropuerto Internacional de Toluca.
Ocho años después, Edith responde cuando se le pregunta si aún tiene esperanza de hallar a su hermano con vida, que ya lo único que quiere es tener certeza: “Solo pedimos saber dónde lo tiraron, o dónde lo abandonaron. Que nos lo regresen como sea. Muerto o vivo. Pero que nos lo regresen para ya dejar de tener esta incertidumbre que nos mata lentamente”.
Al paso de la Caminata por el monumento a la Diana, Lenzo Whitman, integrante de la familia Lebarón, convoca a los ‘caminantes’ a que se quiten un zapato en honor a Mackenzie, la niña de nueve años que sobrevivió a la masacre ocurrida en noviembre pasado en Bavispe, Sonora. La niña, tras el ataque de un comando armado que asesinó a nueve integrantes de los Lebarón, consiguió huir y perdió un zapato en el camino de más de diez kilómetros que recorrió en busca de auxilio.
Cerca de la vanguardia de la caravana está Nancy Aurora, originaria de Tlaxcala. Lo primero que dice nada más comenzar la entrevista es que, tan solo cuatro semanas atrás, jamás hubiera imaginado en sus peores pensamientos que estaría en una marcha como esta como víctima directa de la violencia.
Su esposo, Benjamín Mendoza, de 37 años, y al que sus amigos llaman ‘La Manzana’, desapareció el pasado 16 de diciembre en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Benjamín es chofer de autobuses turísticos. Viajaba junto a su amigo y compañero Ignacio Márquez García, ‘Nachito’, de 33 años, quien también está desaparecido.
De lo poco que sabe, dice Nancy sujetando una larga manta de plástico con las fotografías de Benjamín y de Nacho y el emblema ‘¡Ayúdanos a Encontrarlos!’, es que su esposo le mandó su ubicación cuando iba por Monterrey a las 3 de la madrugada. Ya estaba en la parte final de un larguísimo trayecto, que inició en el sur de la frontera, en Tapachula, y que estaba previsto que terminara en la frontera norte, en Ciudad Acuña, Coahuila.
Pero al pasar por Nuevo Laredo, la pista se pierde.
Nancy explica que, según le dijeron las autoridades tamaulipecas, el autobús fue hallado con todo y pasaje. Pero nadie sabe qué sucedió con los dos choferes.
Por su parte, Ceci Campos, de 34 años, cuenta que lleva ocho años enfrentando dos calvarios: el “calvario personal” de buscar a su madre Cecilia Navarro Sánchez, una maestra de la Normal de Naucalpan que tenía 52 años cuando desapareció el 2 de septiembre de 2012. Y el “calvario burocrático” de lidiar con un Ministerio Público, que para zafarse del caso les ha llegado a plantear todo tipo de teorías y conjeturas.
“Una vez me dijeron: tu mamá se fue a España, se cambió la cara, y engordó 10 kilos”, dice Ceci, que asegura que los investigadores de la fiscalía mexiquense le enseñaron la fotografía de una persona para sustentar tal afirmación. Lo que no pudieron explicarle, matiza con una ironía cargada de dolor y hastío, es cómo su supuesta madre de la fotografía, además de cambiarse la cara, “se achicó 20 centímetros de estatura”.
Ahora, ya próxima a terminar la caminata, Ceci comenta que marchar junto a tantas otras víctimas ha sido una experiencia reconfortante. Aunque la lucha por encontrar a su madre, y la de cientos de personas de la Caravana, no termina ni mucho menos cuando lleguen a Palacio Nacional.
“Esto no se acaba aquí, con esta marcha. Se acabará el día que encuentre a mi madre -recalca-. Y aunque la busque entre los muertos, la esperanza será siempre encontrarla con vida”.