Cristina Alhamad durmió con su “mejor pijama” y su bebé a un lado, lista para salir corriendo ante la posibilidad de que temblara de nuevo.
Vive en Los Ángeles, a unos 240 km de donde se registraron jueves y viernes fuertes sismos, de magnitud 6.4 y 7.1, que despertaron en esta metrópoli de California el temor de que el “Big One” está cerca.
Con el “Big One” se refieren a un terremoto catastrófico que, según los sismólogos, ya debió haber ocurrido.
El del viernes fue 11 veces más fuerte que el del día anterior, con epicentro en el desierto de Navajo cerca de Ridgecrest, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes.
No solo lo sintió Alhamad y sus vecinos que gritaban y corrían en los pasillos de su edificio. También en otras ciudades como Las Vegas, y desde el jueves se han reportado miles de réplicas de diferente intensidad.
Y aunque los sismos se registraron en otra falla menor, que no está directamente conectada a la gigantesca de San Andrés, estos terremotos enviaron un mensaje a los angelinos: estén listos.
“Para mí fue un shock porque no sabía exactamente qué hacer”, recordó Alhamad, de 29 años. “Había gente que gritaba que no salieran y otros que sí”.
Al final, tomó a su bebé de un mes y se quedó en el pasillo del edificio. El día anterior, después del sismo de 6.4, había preparado un bolso con cosas esenciales para el niño y sus documentos, que colocó cerca de la puerta.
“Pero ayer en lo menos que pensé fue en agarrar las cosas… solo agarré a mi bebé y salí”, dijo a la AFP.
Bares, restaurantes, edificios residenciales, mercados y cines de Los Ángeles fueron evacuados después del temblor.
Buen recordatorio
Las autoridades han exhortado a estar listos después de años de una especie de “sequía sísmica” con nada por encima de magnitud 6 desde principios de 2010.
Tras el fenómeno del viernes, la sismóloga de Caltech Lucy Jones advirtió que había 10% de probabilidad de que un nuevo sismo de magnitud 7 o más golpeara la próxima semana.
“La gente del sur de California sabe que vive en una zona sísmica, pero como no habían experimentado un fuerte temblor en muchos años bajaron la guardia”, explicó a la AFP John Bwarie, presidente de la firma Stratiscope, que trabaja en educar a comunidades sobre estos temas.
Estos temblores son un “buen recordatorio” de que hay que prepararse para un fenómeno mayor, añadió.
Las autoridades de la ciudad han dado prioridad a la preparación sísmica, sobre todo después de que en 1994 el terremoto Northridge matara a 54 personas.
Desde 2008 se hace un gran simulacro anual llamado “Great ShakeOut” (“Gran Sacudida”) en todo el estado y muchos edificios de oficinas hacen los suyos propios.
Andrea Briceño, una productora de televisión, tiene años preparándose y aun así el viernes sintió pánico.
En casa tiene un kit de emergencia con agua y comida enlatada.
“Tanto como un plan, no tengo. Solo sé que si estoy en casa me debo ubicar bajo un escritorio cerca de donde está el bolso. Si me agarra en otro lugar, no sabría qué hacer”, indicó.
Una encuesta de 2008, más de una década después de Northridge, mostró que poco menos de la mitad de las familias de California tenían un plan de evacuación, y cerca de 20% había inspeccionado su casa o adquirido un seguro en caso de sismo.
Y aunque el alcalde Eric Garcetti ha emitido ordenanzas para renovar unos 10 mil edificios y hacerlos más seguros, expertos advierten que esas resistencias tienen un límite.
De hecho, están diseñadas principalmente para evitar bajas humanas, no para garantizar la viabilidad del inmueble después del evento.
“Si ves el inventario de edificios en el sur de California notarás que la mayoría no están construidos siguiendo el código moderno”, dijo a la AFP Ken O’Dell, presidente de la Asociación de Ingenieros Estructurales de California.
Indicó que cada edificio responde diferente a un sismo, pero advirtió que estructuras de concreto levantadas antes de la normativa introducida en la década de 1970 podrían fácilmente “colapsar”.
Los sismos de esta semana no generaron daños, pero muchas personas comienzan a preguntarse si su casa resistiría el “Big One”.
“Afectaron más la psique de las personas que a los propios edificios”, indicó O’Dell.