Lorenza González Mariscal, es científica del Instituto de Fisiología, Biofísica y Neurociencias del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav), experta en contacto entre células, que está desarrollando una investigación sobre unos tumores cerebrales llamados glioblastomas para encontrar cómo introducir terapia directamente entre las células y tratarlos, ya que la esperanza de vida con este padecimiento es de 14 meses.
Sin embargo, sus posibilidades de experimentar se han reducido al mínimo ante la falta de dinero para comprar insumos de laboratorio.
“Ahorita es gravísimo porque todos los estudiantes que tenemos están con que no pueden comprar el reactivo, que no pueden hacer el experimento, que no sirve el aparato… Entonces estamos haciendo poquititas cosas, o buscando colaboración con otros departamentos o con la otra universidad, de ‘oye, ¿te quedó un reactivo de esto?, dame tres mililitros; ay, por favor, tengo un estudiante que viene de Estados Unidos, dame dos mililitros de tu anticuerpo…’”, relata.
“Y cosas que solo se deben utilizar una vez, las estamos utilizando cuatro”, agrega Rosa María Bermúdez, del departamento de Genética y Biología Molecular del Cinvestav. “Las celdas de transformación las reciclamos y las cajas de cultivo que solo se deben usar y desechar, las estamos usando tres, cuatro veces. No tenemos de otra. Estamos en crisis”.
Entrevistadas afuera de Palacio Nacional, tras entregar una carta de la comunidad científica para pedir que no haya más recortes a la ciencia, califican como crítica la situación, después de años en que los recursos que se asignan no son suficientes. González Mariscal asegura que cada año el Cinvestav tenía que pedir dinero extra, y se le otorgaba, pero ahora esto no está pasando y apenas alcanza para la operación del Centro, pero no para investigación.
“Lo más que nos pueden dar son 200 pesos por día por investigador; pero un anticuerpo puede costar 10 mil pesos”, se lamenta Bermúdez.
Además, no ha salido la convocatoria del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para otorgar apoyos a Ciencia Básica, a pesar de que ya ha transcurrido más de la mitad del año.
Estos apoyos, según aclaró el Conacyt y los propios académicos, no se han entregado desde 2015. El año pasado se publicó una convocatoria que anunciaba ser “2017-2018” porque un año antes no hubo; llegaron cinco mil propuestas y se seleccionaron menos de 300, pero nunca se liberaron los recursos, por lo que este año se planea recuperar casi 800 proyectos, detalló comunicación social del organismo.
El pasado lunes, la directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, aseguró en una reunión con los directores de los Centros Públicos de Investigación (CPI) que “en breve” será publicada la nueva convocatoria de Ciencia Básica.
Aunque algunos investigadores dicen que no es la primera vez en este año que oyen que va a salir “la próxima semana”, sin que ocurra. Además, los procesos son lentos y pueden pasar ocho meses hasta que realmente puedan usar el dinero.
La llamada Ciencia Básica es la que estudia un fenómeno sin buscar en principio una aplicación, pero sirve de base para que después se haga la ciencia aplicada, por lo que no se puede demeritar su impacto en la sociedad, defienden los investigadores.
Lorenza González Mariscal es un caso de esto. Ella dirigió una investigación sobre por qué el rotavirus provoca diarrea, analizando qué componente del virus logra abrir las uniones de las células y que se filtre el agua. Encontraron que era una proteína, y con ese conocimiento, después trabajaron en aislar esa proteína y usarla para abrir selectivamente las uniones celulares para pasar medicamentos, lo que derivó en una patente para facilitar la absorción de fármacos a través del intestino.
Un proyecto que en su momento contó con recursos del Conacyt.
La polémica por el gasto en ciencia no ha parado desde que inició este sexenio, ante las instrucciones presidenciales de recortar recursos en toda la Administración Pública Federal, que incluyó a los centros de investigación, y el memorándum del 3 de mayo que endureció aún más la política de control de gasto.
Por ello, investigadores tanto de centros Conacyt como de universidades públicas se han organizado en el movimiento ProCiencia, para pedir no solo que no haya recortes, sino que se garantice una inversión del 1% del Producto Interno Bruto (PIB), como establece la Ley de Ciencia y Tecnología, ya que actualmente no es ni el 0.5%.
También han reclamado que el presidente Andrés Manuel López Obrador los señale como una “élite” económicamente privilegiada, cuando aseguran que trabajan con el mínimo.
Tras la entrega de una carta con estos reclamos en Palacio Nacional, otros investigadores explicaron que aunque no hay proyectos cancelados, toda la actividad científica en México ha disminuido porque ya están trabajando con lo poco que les queda de años pasados, al tener cada vez menos presupuesto y sufrir el último año un recorte de casi el 12%.
“Pues han disminuido muchísimo en la actividad, porque si no tenemos dinero para comprar insumos, tenemos que plantearnos proyectos mucho más simples de resolver y trabajar con lo que ya tenemos, no podemos ir más allá y acercarnos a una manera óptima de trabajar. Sí se tienen que cortar cosas de los proyectos continuamente”, señaló Marcia Hiriart, investigadora de biomédica en el Instituto de Fisiología Celular de la UNAM.
Marisela Méndez Armenta, del Instituto Nacional de Neurología, aseguró que también se han reducido las becas a estudiantes, lo que los orilla a buscar otras opciones de remuneración, en lugar de dedicarse a la investigación.
“Muchos laboratorios, prácticamente todos, trabajan a base de la ayuda de los estudiantes, son los que hacen, vamos a decir, la talacha, el trabajo diario. Nosotros dirigimos, nosotros elaboramos los protocolos; ellos son los que hacen el trabajo rudo. Entonces la producción o el avance en los laboratorios también se ve disminuido”, afirmó.
“En el Instituto del Departamento de Genética, por ejemplo, una investigadora tenía alrededor de cinco, seis estudiantes, y algunos ya le dijeron ‘hasta aquí llegué’”.
Una de las preocupaciones generalizadas que expresan los investigadores es por los jóvenes, ya que consideran que si en lugar de garantizarse el presupuesto para ciencia, se reduce, quienes han pasado años formándose o se han ido al extranjero a estudiar, y que han sido una inversión del Estado, no van a querer regresar a México y dedicarse a algo para lo que no hay dinero.