El zumbido de las abejas no incomoda ni asusta al apicultor gaucho Salvador Gonçalves, de 58 años. Por el contrario. Criador desde hace 34 años, el sonido lo hace sentir como en casa. “Estar en medio de las abejas para mí es la misma cosa que estar en medio de la gente”, dice. Y es por eso que el día del gaucho de Cruz Alta, municipio localizado en el interior de Rio Grande do Sul, estado al sur de Brasil, no puede comenzar sin una visita temprano al apiario. “Tengo unas 50 cajas de mieles cerca de casa.
Llego en la mañana y no hay una abeja. Pasan unos cinco minutos y ellas ya me están rodeando. Me detengo para conversar con ellas, y ahí les digo ‘¿ustedes no van a trabajo hoy?’, de ahí en un ratito ya están todas allá trabajando”, completa.
Mientras conduce su camión hasta la Feria de los Productores de Cruz Alta, donde los apicultores de la región venden miel, Salvador ríe al recordar los buenos momentos de las casi cuatro décadas de profesión. Para él, las abejas son insectos inteligentes, fieles e incluso celosos. “Si llega una persona extraña hablando alto conmigo puede prepararse porque en breve ellas la sacan de allí corriendo”, cuenta. En la feria, él saluda a los compañeros de profesión y lamenta la mayor crisis vivida por los productores locales de miel. “No da más ganancia, si continúa así esa va a ser la última generación de apicultores”, cuenta.
El motivo son los recurrentes casos de muertes en masa de abejas en Brasil. En los últimos tres meses, más de 500 millones de abejas fueron encontradas muertas por apicultores solo en cuatro estados brasileños —Rio Grande do Sul, Santa Catarina, São Paulo y Mato Grosso do Sul— según el levantamiento de la Agencia Pública y Repórter Brasil. Fueron 400 millones en Rio Grande do Sul, según estimaciones de asociaciones de apicultura, secretarías de agricultura e investigaciones realizadas por universidades.
Pero el número puede ser mucho mayor, ya que es imposible contabilizar las muertes de abejas silvestres —aquellas que no son criadas por apicultores.
Salvador es presidente de la Asociación de Apicultores de Cruz Alta (Apicruz), la ciudad más afectada en el país. En poco más de un mes, cerca de 20% de las colmenas se perdieron totalmente y cerca de 100 millones de abejas murieron. Según él, el primer aumento significativo de mortalidad de abejas en la región ocurrió entre 2015 y 2016. En diciembre del año pasado, tuvo inicio un nuevo aumento de muertes. Según científicos, la muerte de las abejas tiene un culpable claro: los pesticidas.
El ingeniero agrónomo y profesor de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Aroni Sattler es especialista en sanidad de las abejas y trabaja en el área desde 1973. Él dice haber notado que los casos de muertes de enjambres se volvieron más recurrentes en la última década y que, con cada vez más casos, no había señales de enfermedades en los insectos que explicaran mortandades tan agudas.
Por ello, el año pasado, Aroni orientó un trabajo de colecta y análisis de muestras de 30 casos de grandes bajas en enjambres de Rio Grande do Sul. Los resultados mostraron que cerca de 80% ingirieron o tuvieron contacto con el pesticida Fipronil antes de morir. El especialista apunta que, incluso en aquellas que no presentaban vestigios de los pesticidas, pueden haber tenido contacto. “En el otro 20% la recolección de las muestras no fue hecha adecuadamente, lo que dificulta la identificación de los tóxicos”.
Los principales enemigos de las abejas son los pesticidas neonicotinoides, una clase de insecticidas derivados de la nicotina, como por ejemplo la clotianidina, el imidacloprid y el tiametoxam. La diferencia con otros venenos es que él tiene la capacidad de esparcirse por todas las partes de la planta. Por eso, se acostumbra a colocarlo en la semilla y todo termina con vestigios: flores, ramas, raíces y hasta en el néctar y en el polen. En Brasil, son usados en diversos cultivos como los de algodón, maíz, soya, arroz y papa.
Además de los neonicotinoides, hay casos de mortandad relacionados con el uso de pesticidas hechos a partir de fipronil, insecticida que actúa en las células nerviosas de los insectos, también utilizado contra plagas en plantaciones como las de manzana, soya y girasol, es usado incluso hasta en correas antipulgas de animales domésticos. El producto fue prohibido en Europa hace más de una década. Pero, en Brasil, frecuentemente ese veneno es aplicado en pulverización aérea, esparciéndose por el ambiente y exponiendo directamente a las abejas. Según una investigación producida por Embrapa —Empresa Brasileña de Pesquisa Agropecuaria— en 2004, 19% de los pesticidas manejados a través del método de pulverización aérea es dispersado en áreas fuera de la región de aplicación.
La muerte de los polinizadores por contacto con pesticidas puede ocurrir de varios modos. La más común es cuando la obrera sale para la polinización. Muchas terminan muriendo en el momento, otras quedan desorientadas e infectadas, intentan volver a la colmena, pero no resisten el camino. Las que consiguen regresar terminan infectado a toda la colmena, y el enjambre acaba muerto en poco más de un día.
El profesor e investigador de la Universidad Estadual Paulista (Unesp), Osmar Malaspina, dice que, en São Paulo, estado más poblado del país, los casos se acentúan a partir de 2012. Una investigación conducida entre 2014 y 2017, con la participación de la Unesp y la Universidad Federal de São Carlos (UFScar), realizó un mapeo de los factores que contribuyen a la pérdida de enjambres. Ellos localizaron, en tres años, 107 productores en 78 ciudades diferentes que sufrieron bajas —cerca de 255 millones de abejas—.
Las muestras de esas abejas fueron tomadas para el análisis enfocado en la relación con la aplicación de pesticidas. De los 88 casos que recolectaron, en 59 casos —cerca del 67%— el resultado fue positivo para residuos de pesticidas. En 27 casos, la hipótesis es que la aplicación del tóxico haya sido hecha fuera del cultivo donde queda la colmena, y en 21 casos la sospecha es de uso incorrecto dentro de la propia residencia (11 de estos fueron causados por productos hechos a base de neonicotinoides y 10 a base de fipronil).
Solo este año, el gobierno ya aprobó el registro de 121 nuevos productos elaborados con pesticidas —una media de más de uno por día—. El número de tóxicos aprobados en Brasil crece anualmente. En 2005, apenas 91 registros fueron aceptados, mientras el año pasado, fueron 450, récord histórico. Y el número debe continuar aumentado.
Con una población por encima de los 200 millones y una economía basada en el negocio agrario, Brasil se tornó en el mayor consumidor de pesticidas del mundo —cerca de 7,3 litros de pesticida por persona cada año—. Con eso, los ojos de multinacionales productoras de todo el planeta se voltean al país.
Sobre el alto número de aprobaciones, el Ministerio de Agricultura afirmó que el aumento en el número de registros “busca promover la competencia entre las empresas en el mercado y también disminuir el tiempo necesario para aprobar un pesticida o afín”.
“Aparecieron unos venenos muy bravos. Ellos los colocan desde aviones por la mañana y en la tarde las abejas ya comienzan a aparecer muertas”, relata el apicultor Salvador Gonçalves, presidente de Apicruz.
Más allá de eso, Aroni Sattler destaca que muchas veces los desastres ocurren por falta de información. “Hay casos de mortandad que suceden porque los agricultores utilizan el pesticida de modo errado o, por falta de conocimiento, incluso hasta creen que la abeja perjudica el cultivo y propaga veneno”. El coordinador de la Cámara Sectorial de Apicultura de Rio Grande do Sul, Aldo Machado, afirma que es necesario un trabajo de concientización. “Necesitamos de agrónomos en los campos, acompañando esas aplicaciones, viendo si se está haciendo conforme a la norma”.
Los apicultores de Cruz Alta no son propietarios de tierras. Ellos hacen acuerdos con los productores de soya, que les ceden espacio en los cultivos para que sean instaladas las cajas. Con eso, las dos partes ganan. Los apicultores reciben un espacio para producir, y los agricultores ven mejorar la calidad de la plantación de soya con la presencia de polinizadores.
Pero, ese acuerdo también crea una relación que dificulta las denuncias de uso exagerado de pesticidas. “Estamos con nuestras cajas en las tierras de ellos. Si denunciamos o reclamamos, ellos nos mandan a sacar nuestras abejas de allí y nos quedamos sin lugar para trabajar”, cuenta Salvador.
Con la baja en el número de abejas, los productores temen por el futuro de la actividad. Salvador cuenta que, en una semana, además del daño de soltar el enjambre, tuvo que botar 400 kilos de miel debido al riesgo de tener veneno en el producto. En promedio, el kilo de miel es vendido por 20 reales. Con eso, de una vez, el apicultor tiene una pérdida de 8 mil reales solo con el producto. “Es un trabajo difícil, ese de apicultor. Cada vez menos gente quiere dedicarse al oficio, todavía más con esos perjuicios que sufrimos. Si continúa así no sé qué va a ser de nuestra producción de miel en el futuro”, se desahoga.
Además del impacto en la producción de miel, la muerte de las abejas tiene un gran impacto en el medio ambiente. Ellas son las principales polinizadoras de la mayoría de los ecosistemas del planeta y cada especie es más adecuada para la polinización de ciertos cultivos. En Brasil, hay más de 300 especies de abejas nativas y, sumándose a las extranjeras, hay cerca de 1,6 mil especies del insecto, según informe del Ibama (Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables).
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), 75% de los cultivos destinados a la alimentación humana en el mundo dependen de las abejas. En Brasil, de las 141 especies de plantas cultivadas para la alimentación humana y producción animal, cerca de 60% dependen en cierto grado de la polinización de este insecto.
Los apicultores de Cruz Alta reunieron fotos, videos y publicaciones sobre la mortandad para introducir una denuncia ante el Ministerio Público, lo que todavía no se ha hecho. Actualmente, discuten el mejor rumbo de la acción. “No sé si iba a tener respuesta, el mercado de la soya es muy fuerte”, explica Salvador.
Para mantener el trabajo como productor de miel, él piensa hasta en dejar el municipio. “La única salida es ir para la región de la frontera, cerca de Uruguay. Es un lugar de mucho campo, mucho ganado. Soya no entra ni va a entrar”, dice con franqueza.
“Hay gente a la que le gusta pescar, hay gente a la que le gusta montar caballo. Para nosotros la abeja es una distracción. Me hace sentir conectado con el mundo, con el medio ambiente”.