Una extraordinaria curiosidad por lo casi invisible fue lo que llevó a un humilde comerciante de telas holandés a hacer uno de los descubrimientos más importantes de la historia de la Biología.
Sucedió un día de 1677 cuando Anton van Leeuwenhoek examinó a nivel microscópico su propia eyaculación.
"Quedó inmediatamente impactado por los pequeños ‘animálculos’ que encontró retorciéndose".
Así lo cuenta Laura Poppick en el reportaje The LongWinding Tale of Sperm Science… and why it’s finally headed in the right direction ("La larga y tortuosa historia de la ciencia del esperma y por qué finalmente va en la dirección correcta") del Instituto Smithsonian.
Después de lo que vio no estaba muy seguro de qué hacer. No tenía ninguna formación científica, pero tenía una ansia insaciable por descubrir y aprender.
Ya había visto piojos y microorganismos en muestras de agua de lagos con un microscopio que desarrolló, y había escrito sus observaciones.
Sin embargo, le preocupaba que "escribir sobre el semen y el coito pudiera ser indecente".
Aun así, este hombre casado dio un paso clave para la ciencia y valiente para su época.
Leeuwenhoek informó a la Royal Society de Londres, la institución científica más importante de Europa en esa época, sobre su hallazgo.
Había hecho lo mismo con descubrimientos previos.
"Si su señoría cree que estas observaciones pueden molestar o escandalizar a los eruditos, le ruego encarecidamente a su señoría que las considere privadas y que las publique o las destruya como su señoría lo considere oportuno", escribió desde Holanda.
En una carta fechada en noviembre de 1677 y dirigida a Lord Brounker, secretario de la Royal Society, Leeuwenhoek explicó que había visto una multitud de "animales pequeños".
En el artículo Anton van Leeuwenhoek (1632-1723): Father of micromorphology and discoverer of spermatozoa ("Anton van Leeuwenhoek (1632-1723): padre de la micromorfología y descubridor de los espermatozoides"), de la Revista Argentina de Microbiología, se resalta que el biólogo "entendió los espermatozoides".
Los autores, liderados por Marianna Karamanou, transcriben los hallazgos expuestos por el científico:
La reacción de Brounker, quien estaba a la cabeza de una de las primeras organizaciones en practicar ciencia experimental, estuvo muy lejos de escandalizarse.
Era consciente de que tenía ante sí el nacimiento de un nuevo campo de estudio de la biología.
De hecho, como señala Karamanou y su equipo de investigadores de la Universidad de Atenas, el secretario de la Royal Society lo alentó a llevar a cabo sus estudios en cuadrúpedos.
En marzo de 1678, Leeuwenhoek le informó que "había notado una cantidad de ‘animales’ en el semen de perros y conejos, y que esperaba encontrarlos en todos los animales machos".
El análisis de Leeuwenhoek fue más allá del instante de la eyaculación.
Guardó la muestra del esperma de un perro en un tubo de vidrio y se dio cuenta de que los espermatozoides empezaron a morir poco a poco.
"Siete días después de su recolección, pocos espermatozoides seguían vivos y con capacidad de ‘nadar’", señala el artículo de la publicación argentina.
Otra de las grandes contribuciones de Leeuwenhoek a la ciencia se refiere a la reproducción.
"Describió los espermatozoides de moluscos, peces, anfibios, aves y mamíferos, llegando a la novedosa conclusión de que la fertilización ocurría cuando los espermatozoides penetraban en el óvulo", señala una biografía de la BBC sobre el biólogo.
De acuerdo con Karamanou y sus colegas, "Leeuwenhoek fue el primero en descubrir la presencia de espermatozoides en las trompas de Falopio y el útero femenino y también demostró que los espermatozoides se producían en los testículos y adquirían movilidad en el epidídimo".
Sus hallazgos en este campo fueron muy importantes. Y es que para la ciencia el origen de los bebés era todo un misterio.
Como indica el biólogo Bob Montgomerie, de la Universidad de Queen en Canadá -quien es citado por Poppick-, se llegó a pensar que "el vapor emitido por la eyaculación masculina de alguna manera estimulaba a las mujeres a hacer bebés, mientras que otros creían que los hombres en realidad fabricaban los bebés y los transferían a las hembras para su incubación".
Algunos creyeron que cada espermatozoide tenía un diminuto ser humano completamente preformado.
Leeuwenhoek, quien procedía de una familia de comerciantes sin fortuna, rompió el paradigma del científico de su época.
El no haber cursado estudios de educación superior y hablar un solo idioma (el holandés) "hubiese sido suficiente para excluirlo de la comunidad científica completamente", indica una breve biografía realizada por la Universidad de California Berkeley.
Y es que para la élite científica de la época, el latín era fundamental.
"Aun así, con habilidad, diligencia, una curiosidad infinita y una mente abierta, libre del dogma científico de sus días, Leeuwenhoek consiguió hacer con éxito algunos de los descubrimientos más importantes en la historia de la biología", indica esa casa de estudios.
Y procede a enumerar algunos. Descubrió la bacteria, células sanguíneas, células de esperma, nematodos y rotíferos microscópicos, miembros del reino protista y mucho más.
"Sus investigaciones, que empezaron a circular ampliamente, abrieron la puerta a todo un mundo de vida microscópica para que los científicos fueran conscientes de ella", señala la universidad.
Contrató a un ilustrador para que dibujara lo que él veía y de esa forma sus escritos pudieron ir acompañados de imágenes.
"La mayoría de sus descripciones de microorganismos son inmediatamente reconocibles", dice la institución educativa.
En sus actividades como comerciante, Leeuwenhoek tenía que usar lupas para analizar textiles.
Se cree que eso lo llevó a aprender a pulir vidrio, una habilidad que desarrolló de forma magistral.
El paso siguiente fue hacer sus propias lupas, que después convirtió en poderosos microscopios simples.
Se estima que construyó más de 500 y los usaba para hacer sus observaciones, que empezaron como un pasatiempo.
Una de sus inspiraciones fue el libro ilustrado de Robert Hooke: Micrographia, en el que el gran científico inglés plasmó lo que observó a través de su microscopio.
"Con los lentes que fabricaba analizaba todo lo que se le ocurría", le cuenta a BBC Mundo Carlos Gamazo, director del departamento de Microbiología de la Universidad de Navarra (España).
"¿Cómo es posible que alguien del siglo XVII fuera capaz de pulir aquellos lentes de esa manera?", añade con admiración.
Y eso es algo que le gusta transmitirles a sus estudiantes.
De hecho, el docente tiene una réplica de una de las lupas de Leeuwenhoek que lleva a sus clases.
"Les digo: ‘Miren qué maravilla que con esta lupa, que puede parecer irrisoria comparada con la microscopía que ustedes usan en los laboratorios, este hombre hizo tantos descubrimientos’", cuenta.
"Tenía que trabajar a la luz de una vela. Es increíble".
El microbiólogo explica que Leeuwenhoek describió formas que miden una micra, es decir la milésima parte de un milímetro.
Uno de los sujetos de estudio de Leeuwenhoek fue él mismo.
Un buen día decidió ver el interior de su boca, analizó su sarro dental y descubrió las bacterias.
"Cuando vio lo que denominó como ‘animálculos’ moviéndose dijo: ‘Pero si es que estos son seres vivos… Voy a ver si los mato’. Tomó té hirviendo y observó que el calor mató aquellos animales diminutos", evoca Gamazo.
También se sacaba la placa de la boca, la rociaba con agua de lluvia y observaba lo que ocurría.
"Para mi sorpresa, contiene una gran cantidad de animales que se mueven de forma extravagante. Son tantos, que el número supera a los habitantes de un reino", concluyó el comerciante.
Realizó el experimento con varios voluntarios, entre ellos se cree que estuvieron su esposa y su hija.
Y pensó en cómo sería la boca de alguien que no tuviese hábitos de higiene.
"Le tomó una muestra de la boca a una persona que vivía en la calle y encontró una gran cantidad de bacterias", recuerda el docente.
El científico británico Andrew Parker cuenta en un programa de la BBC que Leeuwenhoek llegó incluso a no lavarse los pies por días e incluso semanas para dejar que creciera algún cultivo entre sus dedos y así poder observarlo.
También dejó que vivieran piojos en sus piernas para analizarlos.
El biólogo británico Brian J. Ford cuenta que incluso poco antes de su muerte, en 1723, cuando se acercaba a los 91 años, Leeuwenhoek "se mantuvo ocupado".
"Tomaba nota de las muestras (que recogía) en los últimos días de su vida. Pasó tiempo analizando su propia enfermedad y la información microscópica que obtenía a través de la disección de los síntomas que experimentaba durante su última enfermedad", narra Ford en Antony van Leeuwenhoek, microscopist and visionary scientist ("Antony van Leeuwenhoek, microscopista y científico visionario").
Los biógrafos de Leeuwenhoek cuentan que fue un hombre que mantuvo una personalidad muy humilde, pese a la fama que fue adquiriendo.
Gamazo indica que reyes y líderes de toda Europa iban a visitarlo para ver sus hallazgos, sus instrumentos, su trabajo.
"Al final tenía montada una especie de exposición con diferentes microscopios o lupas y en cada uno ponía una muestra y la gente iba a observar lo que decían los científicos que él había descubierto", dice el académico.
"Tuvo que fabricar más microscopios ya no para usarlos sino para dejarlos listos con las muestras preparadas para cuando llegara algún visitante".
Mi trabajo, el cual he venido haciendo por largo tiempo, no buscaba obtener la alabanza que ahora disfruto, sino principalmente (satisfacer) una ansia de conocimiento, la cual noto que habita en mí más que en otros hombres.
Y, en consecuencia, cada vez que descubrí algo notable, he pensado en mi deber de plasmarlo en un papel para que todas las personas ingeniosas también puedan ser informadas al respecto.
Anton van Leeuwenhoek, 1716
Para Leeuwenhoek no fue fácil ingresar a la élite a científica de su tiempo.
"Sus biógrafos cuentan que convencer a los expertos de la Royal Society de Londres fue complicado", dice el microbiólogo español.
"Decirles a los científicos que iban con sus pelucas y que eran considerados los sabios de la época que alguien que no era científico había descubierto algo, no les hizo mucha gracia. Hubo mucha reticencia", añade.
Incluso llegó a ser ridiculizado por algunas de las mentes más brillantes de Londres.
Pero, tras muchas investigaciones y hasta intentos por desacreditarlo, en 1680 "se tuvieron que rendir ante él y lo nombraron miembro de esa organización".
Muchas de sus observaciones, algunas de las cuales se remontaban a 1673, fueron traducidas al latín y al inglés.
El comerciante se mantuvo en comunicación a través de cartas con la Royal Society, que publicó varias de sus misivas.
Se estima que les envió casi 200.
Pero no todo salió a la luz pública.
Así lo cuenta J. Kremer en The significance of Antoni van Leeuwenhoek for the Early Developmente of Andrology ("La importancia de Antoni van Leeuwenhoek para el desarrollo temprano de la andrología").
"Es algo peculiar, pero característico de la época posterior a Leeuwenhoek", indica.
"Sus hallazgos sobre los espermatozoides fueron mantenidos en secreto. Entre 1798 y 1807, ‘Los trabajos selectos de A. van Leeuwenhoek’ fueron publicados. Todos los pasajes que eran considerados ofensivos para muchos lectores fueron omitidos".
No fue hasta finales de los 50 del siglo XX que las investigaciones sobre espermatozoides de Leeuwenhoek "recibieron la apreciación que merecían", explica Kremer.
Su legado es extraordinario. Es el padre de la microbiología y de la microscopía óptica. Fue el precursor de la bacteriología, el hombre que vio "lo invisible".
Gamazo lo resume así: "Esa es la maravilla de Leeuwenhoek, una persona que estuvo fuera del mundo científico pero cuya capacidad de imaginar, descubrir, lo llevó muy lejos".
Y, con él, al resto de la humanidad.
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