¿Alguna vez te contaron el aterrador cuento de hadas "Barba Azul", en el que una mujer descubre que su marido oculta en una habitación prohibida los cadáveres de sus anteriores esposas?
En una región del noroeste de Francia, esta historia está curiosa e inextricablemente vinculada a la de un asesino que vivió allí en el siglo XV, 200 años antes de que Charles Perrault escribiera su "Barba Azul".
Eso a pesar de notables diferencias.
Una es que, como buen cuento de hadas, el de Perrault tiene un final feliz: la mujer se salva de que su esposo la degolle como hizo con las otras y se casa con un hombre bueno que borra el recuerdo de aquel monstruo.
Y la otra es que los crímenes del noble bretón asesino del siglo XV eran aún más espeluznantes.
Tanto que "los del Nerón del imperio y los tiranos de Lombardía" habrían palidecido en comparación, según el historiador Jules Michelet (1798-1874) en su "Historia de Francia".
"Sería necesario agregar (…) los sacrificios de aquellos dioses execrables que devoraban a los niños" para llegarle a los tobillos al Barba Azul de la vida real.
Gilles de Laval nació en cuna de oro en 1404, quedó huérfano a la edad de 11 años y fue criado por un abuelo violento.
El nombre con el que se le recuerda en el papel de villano es Gilles de Rais, pues tras la muerte de su abuelo se convirtió en barón de Rais y heredó dos inmensas fortunas, que lo hicieron más rico que el rey Carlos VII.
Era dueño de tierras tanto en Francia como en Bretaña, que era una región autónoma aliada a Inglaterra.
Los dos reinos estaban enfrentados en la Guerra de los 100 Años y Francia estaba a punto de reconquistar la ciudad de Orleans, una campaña liderada por Juana de Arco, quien logró esa y varias victorias para los franceses.
Gilles de Rais cabalgó con Juana de Arco y fue su mano derecha; sus vidas fueron una mientras la de ella duró.
A la edad de 25 años, De Rais se ganó el título de Mariscal de Francia.
Pero luego vio de cerca la traición contra Juana de Arco de los militares franceses y hasta del rey, quienes la entregaron a los ingleses.
Luego fue juzgada por la Inquisición bajo la acusación de hechicería, condenada a muerte y quemada en la hoguera en Ruan en 1431.
Mientras ella es recordada como una santa, él pasó de ser un héroe a la personificación del mal en Francia.
Joven e inmensamente rico, dejó las armas, se retiró y, según los libros de historia, se entregó a una vida de excesos, brujería, orgías y a su obsesión con el sexo y la muerte.
No obstante, nunca dejó de rezar. Su hogar eclesiástico contaba con unas 80 personas que incluía un coro privado.
Además era extremadamente generoso.
Pero ni siquiera una fortuna como la de él podía sostener tal estilo de vida; debido a ello, recurrió a la alquimia.
Sabía que era ilegal, pero su dinero se estaba acabando así que necesitaba esa elusiva fórmula para convertir metales en oro.
No lo logró, por supuesto, así que se vio forzado a vender propiedades.
Fue entonces cuando sus excesos dejaron de ser tolerados por sus parientes que temían por su herencia.
Y también fue entonces que sus pares, como el duque de Bretaña, vieron la oportunidad de hacerse con cuanto pudieran quitarle.
Delitos de los que probablemente la aristocracia tenía conocimiento durante años, pero a los que no les habían prestado atención pues las víctimas, a sus ojos, no tenían ningún valor, se convirtieron en el pretexto para un juicio en su contra.
En septiembre de 1440 Gilles de Rais fue acusado de asesinato, brujería y sodomía. Fue juzgado por el tribunal eclesiástico y el civil.
Las descripciones de sus actos son espantosas.
De acuerdo a los rumores, cada vez que el barón de Rais visitaba alguna de sus propiedades, niños del área desaparecían.
Se dijo que Gilles de Rais empleaba a una mujer que persuadía a menores a que fueran a sus suntuosos castillos.
Lo que pasaba tras las puertas aparece en las minutas del juicio, en la confesión de uno de sus sirvientes.
"A veces les cortaba la cabeza; otras, solo la garganta, y en otras ocasiones les rompía el cuello a golpes. Después de que las venas estaban cortadas para que languidecieran mientras su sangre se derramaba, Gilles a veces se sentaba en las barrigas de los niños y sentía placer. Inclinándose sobre ellos, los veía morir".
Otros testigos cuentan cómo abría los cuerpos de niños y tenía relaciones sexuales con ellos mientras sus cadáveres todavía estaban calientes.
También lo acusaban de hacer cosas inmencionables con el diablo.
Los historiadores subrayan que los sirvientes fueron torturados y que Gilles fue sentenciado también a ser torturado.
Lo llevaron a la cámara de tortura y lo amarraron. Sabiendo que era imposible resistir el dolor, prefirió hablar antes que después de la tortura.
"Gille de Rais le habló abierta y voluntariamente a todos los presentes y confesó que debido al ardor y placer al satisfacer sus deseos carnales, había tomado a un gran número de niños. A veces los había sometido a varios tipos de tortura.
"Cometió el vicio sodomítico con ellos cuando estaban agonizando y sentía placer besando niños que ya estaban muertos y juzgando cuál de ellos tenía la cabeza más bella.
"Después hacía que sus sirvientes tomaran los cuerpos, los quemaran y los redujeran a cenizas".
Estas no son de lejos las confesiones más repugnantes o macabras de Gilles de Rais o sus sirvientes, pero dan una idea de cuán espantosos eran los crímenes de los que se hablaba.
Se calculó que mató entre 80 y 200 menores, la mayoría varones.
Gilles de Rais pidió que su confesión fuera publicada en francés, para que la multitud la pudiera entender, en vez del obligatorio latín usado en las cortes.
Lo habían amenazado con la excomunión, una eternidad en el infierno, a menos de que confesara. Con su detallado testimonio se aseguró su lugar en el cielo.
"El tribunal condena al acusado a ser ahorcado y quemado. La ejecución tendrá lugar mañana entre las 11 de la mañana y el mediodía", fue el veredicto.
Es difícil imaginar crímenes más atroces que aquellos por los que Gilles de Rais fue a la horca el 26 de octubre de 1440; probablemente por eso su historia no ha sido olvidada.
Pero también es quizás por ello que desde entonces ha habido personas que cuestionan el veredicto de la Iglesia, desde el rey Carlos VII hasta el ensayista de los años 20 Salomon Reinach y los biógrafos Fernand Fleuret y Jean-Pierre Bayard, entre otros.
En 1992, se convocó incluso un tribunal de casación que se reunió en un salón dorado del Palacio de Luxemburgo en París.
Examinaron el acta del juicio de Gilles de Rais a manos del obispo Jean de Malestroit de Nantes y escucharon los argumentos de que fue víctima de pruebas circunstanciales y que puede que no hubiera matado a ningún niño.
Gilbert Prouteau, autor de una biografía de Gilles de Rais y organizador del evento, argumentó que fue ejecutado porque el obispo Malestroit y su aliado Jean V, Duque de Bretaña, codiciaban sus propiedades.
Este último procesó el caso secular y recibió todos los títulos de las tierras del ejecutado barón de Rais.
Para Michel Crepeau, exministro de Justicia francés, el noble bretón fue juzgado por brujería cuando la verdadera motivación del juicio era política, como había ocurrido con Juana de Arco.
Henri Juramy, el abogado que presidió la sesión, dijo que dado que no se habían presentado pruebas materiales de la culpabilidad de Gilles de Rais y que su confesión se obtuvo claramente mediante tortura, el tribunal lo declaraba inocente y le solicitaba al entonces presidente François Mitterrand que restaurara "la verdad histórica".
Si bien quizá sea posible demostrar que, en un proceso legal contemporáneo, la falta de pruebas contundentes y la forma en la que se consiguieron las confesiones no permitirían que se le declarara culpable, probar la inocencia de Gilles de Rais o determinar la verdad de lo que ocurrió todos estos siglos después es casi imposible.
No obstante, siguen publicándose libros y blogs defendiéndolo y culpándolo, y su historia sigue atrayendo turistas a esa esquina de Francia en la que vivió y murió.
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