A mediados del siglo XIX, en un popular musical llamado "Florodora" aconsejaban: "Debes elegir a tu esposa con cuidado frenológico, pues en el reino que está debajo de su sombrero está mapeado tu futuro".
Hoy en día, la idea de que los jóvenes basen su elección de futura esposa en lo que se encuentra "debajo de su sombrero", es decir, las dimensiones de su cabeza, es ridícula.
Sin embargo, hace 150 años no era ningún chiste.
En esa época estaba en boga la "ciencia de la frenología" que declaraba que la mejor manera de leer el carácter de un individuo era a través de la forma de su cráneo.
Las colonias penitenciarias se basaban en principios frenológicos y la reina Victoria de Inglaterra le pedía a los frenólogos que inspeccionaran a sus hijos.
La frenología fue iniciada por médicos como Franz Joseph Gall (1758-1828), quienes creían que el cerebro está formado por numerosos órganos, cada uno vinculado a una facultad, como la benevolencia y la destructividad.
Como tal, una frente prominente, donde residían los órganos "perceptivos", indicaba un intelecto impresionante, mientras que una protuberancia en la corona era signo de un fuerte sentido de la moral.
Esas ideas ciertamente tuvieron eco.
Desde Nueva York hasta Calcuta surgieron sociedades frenológicas, y el público acudía en masa a conferencias sobre la ciencia del cráneo.
Muchos estaban convencidos de que la frenología podría hacer del mundo un lugar mejor, de varias y dispares formas, como verás a continuación.
Para el soltero victoriano, elegir una esposa podía ser complicado. Sin duda, la mayoría prefería a alguien que se acomodara y conformara con sus deberes de acuerdo a una sociedad dominada por los hombres: cuidar los niños, el hogar y su marido.
Pero, ¿cómo evitar casarse con una "rebelde"?
"La frenología popular de Coombe", publicada en 1841, explicaba: "Uno de los primeros requisitos en una buena esposa es verificar que tenga una buena cabeza".
Dos órganos frenológicos eran importantes: la ‘filoprogenidad‘, que producía afecto por los niños y aseguraba que la futura esposa sería una buena madre; y la ‘amatividad‘, que controlaba el deseo sexual -muy poco, y la noche de bodas no sería agradable; demasiado, y corrían el riesgo de ser cornudos-.
En una sociedad en la que se creía que la sexualidad femenina debía regularse cuidadosamente, los manuales frenológicos sobre el matrimonio resultaron increíblemente populares.
Semanalmente, en la prisión de mujeres de Nueva York se celebraba una conferencia frenológica.
La matrona, la señora Farnham, había decidido que la Biblia no le estaba haciendo mucho bien a las internas, así que comenzó a leer en voz alta "La Constitución del Hombre", la exposición clásica de George Combe sobre los méritos de la frenología.
Pronto, otros reformadores en Europa y Australia siguieron su ejemplo y recurrieron a la frenología para rehabilitar a la creciente población carcelaria.
Todo esto fue parte de un cambio más amplio en las actitudes hacia el crimen en el siglo XIX.
Muchos habían empezado a considerar el castigo físico como ineficaz, una reliquia de una era pasada. En lugar de ejecuciones y azotes, los criminales necesitaban ser reformados.
Las nuevas cárceles se convirtieron en los marcadores de una sociedad civilizada moderna.
¿Pero qué caracterizaba a la mente criminal? ¿Y cómo podría arreglarse? Con la frenología.
Farnham explicaba que el desarrollo del cerebro distinguía a los criminales del resto de la población.
Un gran órgano de "adquisición", que quedaba justo encima de la oreja, aumentaba la tentación de robar.
Eso era particularmente problemático si se combinaba con una protuberancia alrededor del área asociada con la "conciencia".
La idea era que si los internos entendían cómo funcionaban sus cerebros, podrían practicar más autocontrol.
La primera "escuela frenológica" del mundo se creó en Calcuta en 1825, una creación del cirujano George Murray Paterson de la Compañía de las Indias Orientales.
Estaba obsesionado con la maleabilidad del cerebro y sospechaba que la educación podía cambiar la organización física de la mente.
Cada mañana, a los alumnos bengalíes les medían la cabeza con un par de calibradores.
Después de seis meses, Paterson descubrió que las áreas del cerebro asociadas con el intelecto, en la parte frontal de la cabeza, aparentemente habían mostrado una gran mejoría.
Esto supuestamente apoyaba la creencia colonial típicamente racista de que los indios eran degenerados y débiles; se pensaba que sólo la educación y la cultura británicas podían convertirlos en sujetos civilizados.
Charles Caldwell era esclavo y frenólogo, lo cual no era inusual.
La frenología encontró simpatizantes en todo Estados Unidos en el siglo XIX, y particularmente entre los propietarios de plantaciones del sur. Proporcionó una aparente justificación para la esclavitud, supuestamente basada en las últimas teorías científicas.
Caldwell, un médico de Kentucky, ayudó a popularizar el tema en el sur. En la década de 1820 viajó por el río Mississippi a Nueva Orleans en giras de conferencias.
Según Caldwell, los órganos intelectuales de los africanos eran pequeños. Estos, combinados con grandes órganos animales, hacían que no fueran aptos para ser libres.
Lo fascinante fue la respuesta de los abolicionistas.
En lugar de rechazar la frenología, muchos abolicionistas pensaron que podría usarse para ayudar a su causa.
Según ellos, las cabezas de los africanos mostraban signos de "mejoría" cuando los esclavos recibían una educación adecuada.
Eso contradecía las afirmaciones de hombres como Caldwell, quienes sostenían que los africanos nunca alcanzarían "una igualdad con los caucásicos".
Para los que sufrían en carne propia la esclavitud, hasta el argumento abolicionista sonaba mal.
El afroamericano James McCune Smith, nacido esclavo en Nueva York, escribió que los abolicionistas blancos y los dueños de esclavos eran igual de culpables, ambos suscritos a la "falacia de la frenología".
Gustav von Struve fue el editor de Zeitschrift für Phrenologie, una revista frenológica publicada en Heidelberg, Alemania.
En la década de 1840, Struve vinculó la frenología con sus apasionadas campañas políticas. Quería establecer la democracia en Europa y acabar con el poder de los príncipes despóticos.
En 1848, el año en el que una ola de revoluciones se extendió por Europa, Struve decidió que estaba cansado de esperar.
Struve se unió al Levantamiento de Hecker en Baden, decidido a lograr un cambio político por cualquier medio.
"La frenología está en el fondo de todos mis actos", explicó Struve en medio de la violenta rebelión.
Para él, esta nueva ciencia mental demostraba que todos los hombres y mujeres, ricos y pobres, estaban sujetos a las mismas leyes de la naturaleza.
Como tales, hombres como Leopold I, el Gran Duque de Baden, no tenían derecho a decirle a las masas qué hacer.
Frenológicamente, los pueblos de Europa tenían derecho a gobernarse a sí mismos.
Struve no fue el único frenólogo revolucionario.
En Francia, los partidarios de la Revolución de julio de 1830 fundaron la Sociedad Frenológica de París.
En la década de 1870, en India, la frenología fue adoptada por los nacionalistas anticoloniales que luchaban contra las injusticias del gobierno británico.
Y a principios del siglo XX, los primeros libros frenológicos chinos se publicaron a raíz de la revolución de 1911.
Más de 6 millones de personas visitaron la Gran Exposición en Hyde Park, Londres, en 1851.
El Palacio de Cristal albergó todos los triunfos de la era victoriana.
Los interesados en las ciencias tenían a su disposición, entre otras maravillas, una colección completa de bustos frenológicos. Eran obra de un artesano llamado William Bally, un popular profesor de Manchester.
Los bustos de Bally eran únicos, pues los hizo en miniatura, lo suficientemente pequeños como para caber en el bolsillo y llevarlos a casa como un recuerdo.
La colección incluía desde bustos de pintores, poetas y famosos filósofos griegos, como Aristóteles, hasta criminales.
Conferencias frenológicas y museos también atrajeron grandes multitudes.
El frenólogo George Combe realizó una gira de dos años por Estados Unidos, llenando salas de Nueva York y Filadelfia.
En París, los visitantes pagaban para ver la colección frenológica de Pierre Dumoutier en la rue de l’École-de-Médicine. El museo albergaba bustos de yeso de isleños del Pacífico y esclavos de las Indias Occidentales. Para el propietario francés, pièce de résistance de la exhibición era un busto de Napoleón Bonaparte.
Exposiciones como estas transformaron la frenología en un movimiento social y político.
La frenología era una ciencia al alcance de todos, con algo que ofrecerle desde a los reyes hasta a los que limpiaban sus palacios.
*James Poskett es historiador de ciencias, raza e imprenta en la Universidad de Cambridge.
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