La decisión provocó una oleada de críticas. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador mantuvo el reconocimiento a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela.
Maduro enfrenta una nueva crisis interna. El 23 de enero el diputado Juan Guaidó se proclamó “presidente encargado” del país.
En pocas horas obtuvo el respaldo de varias naciones como Estados Unidos, Canadá, Brasil o Argentina. No de México.
El gobierno de López Obrador dijo que reconoce al presidente Maduro como “democráticamente” electo de Venezuela.
Además, junto con Uruguay, pidió “a todos los actores encontrar una solución pacífica y democrática” al problema.
En México muchos cuestionaron la decisión. Pero más allá del debate, algunos creen que puede ser el primer paso para una salida negociada al conflicto venezolano.
Una estrategia donde López Obrador tiene un papel fundamental.
“Maduro tiende a quedarse aislado y eso podría anticipar un desenlace violento en Venezuela”, dice a BBC Mundo María Cristina Rosas, investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“México tendría la posibilidad de hablar con él, de tender una interlocución y llevar a mejor puerto el desenlace de esta crisis”.
Es, de hecho, la posición del gobierno mexicano. “Nosotros no estamos buscando otra cosa más que el que se pueda avanzar hacia el diálogo y la paz” dice el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubón.
Hasta ahora, aclara el canciller, no existe una petición formal de Venezuela para que México promueva o albergue ese diálogo.
México es uno de los fundadores del Grupo de Lima, creado en agosto 2017 con el respaldo de 14 países.
El objetivo original fue encontrar una salida pacífica a la crisis política de Venezuela. Desde el principio los firmantes demandaron elecciones libres y libertad para los que ellos consideran como presos políticos.
La representación mexicana fue una de las más activas en esta posición, explica Mario Torrico, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).
“El último par de años el canciller Luis Videgaray (del gobierno anterior) fue muy activo en presionar al gobierno de Venezuela”, le dice a BBC Mundo.
“El de (Enrique) Peña Nieto fue uno de los gobiernos más activos en esta presión”.
El escenario cambió el 1 de diciembre, cuando López Obrador asumió la presidencia de México.
El 4 de enero, el Grupo de Lima pidió al reelegido presidente venezolano que no asumiera el cargo, y convocara a nuevas elecciones. México no respaldó la determinación.
Incluso pidió al Grupo “reflexionar sobre las consecuencias que tendrían para los venezolanos aquellas medidas que busquen injerencia en asuntos internos, que entorpezcan el diálogo entre los actores involucrados y la comunidad internacional”.
Semanas después ocurrió la nueva crisis. El Grupo de Lima reconoció al autoproclamado presidente Juan Guaidó.
De nuevo la posición mexicana fue en sentido contrario y respaldó a Nicolás Maduro. ¿Por qué?
“Hay varias razones”, le dice a BBC Mundo Humberto Garza, investigador de El Colegio de México.
La primera es que López Obrador quiere distanciarse de la diplomacia aplicada por su antecesor, el expresidente Enrique Peña Nieto.
También es un mensaje a sus electores, una forma de marcar “un principio de independencia” en la política exterior.
Es decir, puntualiza el investigador, en este caso “solo nosotros decidimos y no nos dejamos influenciar ni por Estados Unidos ni por el conjunto de países que reconocen al presidente encargado” de Venezuela.
Y el tercer argumento es que el respaldo a Maduro es una decisión política “de bajo costo” para México, sobre todo porque se respalda en las leyes.
López Obrador insiste en que la política exterior de su gobierno se basa en la Constitución. “Es parte de la historia de la diplomacia mexicana”, insiste.
“Para no equivocarnos, lo mejor es ceñirnos a lo que establece la Constitución y poder conjugar en armonía cuatro principios básicos: no intervención, autodeterminación de los pueblos, solución pacífica de las controversias y respeto a los derechos humanos”.
“No queremos pleito, queremos llevar una relación de amistad con todos los pueblos y gobiernos del mundo”.
Algunos en México criticaron esta posición diplomática, entre ellos el expresidente Vicente Fox, quien lamentó la decisión de López Obrador.
Pero otros creen que abre la puerta a un nuevo intento por resolver la crisis política de Venezuela.
Además de reconocer a Maduro, el gobierno mexicano apoya la propuesta de Naciones Unidas para que todos los actores “reduzcan las tensiones” y eviten una confrontación violenta.
Este respaldo diplomático puede crear un espacio de confianza de López Obrador con el presidente de Venezuela, dice la investigadora María Cristina Rosas.
“Maduro tiene muy pocos interlocutores que podrían tener capacidad de resolver la crisis, y México es particularmente valioso”, explica.
“Si ves la lista de países latinoamericanos que respaldan a Maduro, México es el que quizá tiene mayor margen de maniobra”.
México y Uruguay pueden ser el camino para la intermediación que necesita un nuevo proceso de diálogo en Venezuela, dice la investigadora.
Otros, sin embargo, no son tan optimistas como la analista Rina Mussali, integrante del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales.
La decisión del presidente de México “sí lo convierte en un actor ante los ojos de Nicolás Maduro para mediar, pero le resta votos ante los ojos de la oposición”.
El investigador Mario Torrico recuerda que, para algunos gobiernos y organizaciones civiles, un diálogo en Venezuela necesita la salida del presidente y una convocatoria a nuevas elecciones.
“Lo veo difícil, no hay forma de que el diálogo prospere sin la salida de Maduro del poder y la convocatoria a nuevas elecciones presidenciales”, dice.
¿Aceptaría México tal escenario? No está claro. El canciller Marcelo Ebrard insiste en que México busca una salida pacífica al conflicto.
“Cualquier paso que pueda llevar al diálogo y finalmente paz, es algo que vale la pena”.
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