"Medía 1,88 metros y operaba con un abrigo color verde botella y botas de goma. Saltó sobre los tableros manchados de sangre hasta donde yacía su paciente –desmayado, sudoroso, atado– como si fuera un duelista".
Esta es la descripción de una operación típica llevada a cabo por el cirujano Robert Liston en la década de 1830.
"’¡Tiempo, caballeros, tiempo, tiempo!‘,les gritó a los estudiantes con relojes de bolsillo asomados por las barandas de hierro de la galería.
"Todos juraron que el primer destello de su cuchillo fue seguido tan rápidamente por el chirrido de la sierra en el hueso que parecieron simultáneos.
"Para liberar sus dos manos, apretaba el cuchillo ensangrentado entre los dientes".
El detallado relato nos da una idea de cómo era la cirugía a principios del siglo XIX.
En esa época, los cirujanos, y más aún sus pacientes, seguían enfrentando los principales problemas de siglos: dolor, conmoción, falta de tiempo, pérdida de sangre e infección.
Uno de los grandes desafíos era la muy difícil tarea de operar con éxito a un paciente consciente.
La velocidad era esencial para minimizar el dolor de los pacientes y mejorar sus probabilidades de sobrevivir a la cirugía.
Un buen cirujano podía amputar una pierna en menos de tres minutos.
Liston era uno de esos buenos cirujanos.
De hecho, escritos de la época indican que necesitaba apenas segundos para realizar algunas operaciones.
Era un hombre de una fuerza fabulosa, cuya voz brusca era conocida pues atemorizaba a los estudiantes y pacientes, pero era insuperable por su destreza y velocidad al operar, y sus métodos de amputar muslos eran la envidia y la desesperación de otros cirujanos.
No obstante, su rapidez también lo convirtió en el único cirujano conocido en haber llevado a cabo una operación cuya tasa de mortalidad fue del 300%.
Durante una amputación a alta velocidad, le cortó los dedos de su asistente y rajó el abrigo de un espectador, que se desmayó del susto.
Los tres murieron: el paciente y asistente de sepsis y el espectador del shock.
Aunque suene como si Liston fuera incompetente, en realidad era muy respetado y fue el imperativo de velocidad lo que causó las muertes.
Cuentan que su reputación era tan buena que los pacientes preferían pasar días en su sala de espera que acudir a otro médico.
Los cirujanos que trabajaban más lentamente que Liston no sólo perdían a 1 de cada 4 pacientes, sino que en ocasiones los perdían antes de operarlos pues el dolor y el pánico los llevaba a liberarse y huir de la sala de operaciones.
En contraste, Linton, quien en 1835 se convirtió en el primer profesor de cirugía en el University College de Londres, salvaba a 9 de cada 10 de sus pacientes.
A principios del siglo XIX, los científicos comenzaron a experimentar con anestésicos para poner al paciente a dormir.
El primer gas utilizado fue el de la risa, que servía para sacar dientes, pero no podía usarse para operaciones más largas.
En 1846, el éter fue usado en Estados Unidos.
Ese mismo año, en Londres, Liston recibió a un paciente llamado Frederick Churchill, quien tenía un problema en una rodilla que ningún tratamiento le había podido curar.
La única opción era la amputación.
El día de la cirugía, Liston entró en la sala de operaciones y anunció: "Hoy vamos a usar una artimaña yanqui, caballeros, que hace que los hombres se vuelvan insensibles".
Paso seguido, sacó un frasco con éter y su colega se lo administró al paciente.
Liston comenzó la operación, que terminó 25 segundos después.
Churchill se despertó unos minutos más tarde y preguntó cuándo iba a comenzar la operación.
El éter no resultó ser el anestésico ideal, pues era inflamable y podía dañar los pulmones.
Sin embargo, con esa operación Liston se convirtió en uno de los médicos que hicieron que su especialidad acabara siendo obsoleta.
El dolor ya no sería un obstáculo para una cirugía exitosa, y la velocidad no sería la más importante cualidad del cirujano.
Pero Liston no se enteraría de cuán grande sería el cambio pues pocos meses después de esa operación murió en un accidente a los 53 años de edad.
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