El presidente estadounidense, Donald Trump, anunció este miércoles la retirada de sus tropas terrestres en Siria, después de asegurar que Estado Islámico había sido derrotado. En este análisis, el periodista especializado en Defensa y Diplomacia de la BBC Jonathan Marcus advierte de las consecuencias de esa decisión.
Hasta ahora, la posición oficial de Estados Unidos ha sido que sus fuerzas permanecerían en Siria para asegurar la derrota de Estado Islámico (EI).
"Nadie está declarando misión cumplida", había dicho Brett McGurk, el enviado especial de EE.UU. a la coalición mundial para derrotar al EI, hace tan solo dos semanas.
Pero en los últimos meses se ha ido imponiendo una nueva narrativa, sobre todo entre las voces más estridentes de la política exterior del gobierno de Trump.
El argumento es que una presencia de largo plazo en Siria ayudaría a contener a Irán y a contrarrestar la creciente influencia de Rusia en la región.
Las tropas terrestres de EE.UU. se involucraron por primera vez en Siria en otoño de 2015, cuando el presidente Barack Obama envió una pequeña cantidad de fuerzas especiales para entrenar y asesorar a los combatientes kurdos locales que luchaban contra e EI. Estados Unidos hizo esto a regañadientes, después de varios intentos de armar a grupos anti Estado Islámico que habían terminado en desastre.
Con el paso de los años el número de tropas estadounidenses en Siria aumentó, situándose hoy en unos 2.000, aunque algunas estimaciones sitúan el número incluso más alto. Se ha establecido una red de bases y pistas de aterrizaje en un arco a lo largo del noreste del país.
¿Pero cuál es su objetivo estratégico ahora? EI está en camino de ser derrotado. El presidente de Siria, Bashar al Assad, sigue en pie gracias al apoyo de sus aliados en Moscú y Teherán.
Si el objetivo ahora es contener a Irán o la creciente influencia de Rusia en la región, entonces 2.000 soldados tendidos en una vasta franja de territorio pueden ser una fuerza demasiado pequeña para lograrlo.
En ese sentido la decisión del presidente Donald Trump es lógica, y encaja con su aparente reticencia -a pesar de una gran retórica belicosa-, de involucrarse en guerras extranjeras.
Sin embargo, otros podrían argumentar que la presencia de tropas le otorga a EE.UU. una presencia importante.
En ocasiones las fuerzas estadounidenses han estado involucradas en enfrentamientos directos con milicias proiraníes y contratistas militares rusos que intentaron atacar las posiciones de sus aliados.
Estado Islámico puede ser ampliamente derrotado, pero ¿qué va a pasar en el aproximadamente tercio de Siria que permanece fuera del control del presidente Assad y sus aliados? ¿Podría surgir una nueva fase de la guerra civil?
Si grandes partes del país se internan en un nuevo caos, algo relacionado con EI o similar podría emerger fácilmente de nuevo.
Estados Unidos también han desempeñado un papel importante en el fortalecimiento de los grupos kurdos en el norte de Siria, que han sido el elemento local clave para derrotar a EI. Pero estos grupos son vistos por Turquía como una amenaza significativa.
Es revelador que el cambio de política de Trump haya ocurrido en un momento en que Washington y Ankara intentan sortear una nueva serie de tensiones, mientras que las autoridades turcas advierten que planean atacar más a Siria, teniendo como objetivo a los kurdos.
Entonces, ¿Washington ha hecho un trato con Ankara? ¿Qué garantías de seguridad habrá para los aliados locales de Washington en el futuro?
Y si los kurdos son abandonados a su destino, ¿qué dice eso con respecto a la confiabilidad de EE.UU. como aliado en futuros conflictos? ¿Debería alentarse a los combatientes locales a que se alineen con Washington?
Pero, sobre todo, ahora habrá nuevas preguntas acerca del enfoque del gobierno de Trump en la región: ¿cuáles son sus objetivos estratégicos? ¿Cuáles son los intereses perdurables de Estados Unidos allí? ¿Qué medios hay que invertir para asegurar estos objetivos?
No hay duda de que Medio Oriente, que alguna vez fue un proveedor de energía crucial para Washington y un foco para la competencia de las superpotencias, es hoy menos importante en términos puramente geoestratégicos para Estados Unidos.
Pero sigue siendo una región de gran inestabilidad y de enorme importancia para los más cercanos aliados europeos de Washington, que enfrentan numerosos problemas en el Mediterráneo.
Así que Washington necesita una política coherente, que se extienda más allá de un simple eslogan de "contener a Irán".
Con el presidente Trump a menudo parece que la política de Estados Unidos está excesivamente alineada con Arabia Saudita e Israel, o más precisamente con el enfoque de dos figuras influyentes, el líder saudita de facto, Mohammed Bin Salman, y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quienes quizás están aprovechando la debilidad percibida de Washington en la región para promover sus propias opiniones políticas.
La decisión del presidente Trump revierte las líneas oficiales que tanto se ensayaron en el Pentágono y en el Departamento de Estado, y pone a los aliados kurdos de Washington en mayor peligro.
Una retirada de EE.UU. reavivará las preguntas sobre el enfoque del gobierno Trump hacia esta región que, aunque quizás sea menos importante en los cálculos de Washington, todavía tiene el potencial de generar alteraciones polémicas y conflictos.
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