El 6 de diciembre de 1998 un ciclón político barrió Venezuela.
El comandante Hugo Rafael Chávez Frías logró una victoria abrumadora en las elecciones presidenciales celebradas aquel día.
El nuevo presidente inició el desmantelamiento del sistema político anterior, al que consideraba corrupto y antidemocrático.
Héroe de los pobres para sus partidarios, enemigo de las libertades para sus detractores, Chávez despierta todavía pasiones encontradas.
Hoy, 20 años después de aquel episodio histórico, BBC Mundo le pidió a tres venezolanos que contaran cómo recuerdan el hombre y el día que cambiaron la historia reciente del país.
A sus 51 años, a Odalys Montserrat le vienen a la memoria pocos días más felices que ese 6 de diciembre.
"Fue apoteósico", resume.
Vivía entonces en la parroquia de la Vega, una humilde barriada en los cerros de Caracas en la que la alegría se desbordó.
"Tuvimos la sensación de vivir por fin algo nuevo y distinto, y la gente se echó a la calle a celebrar. Allí no teníamos para pagar los fuegos artificiales, pero aquella noche los hubo por todas partes; no sé de dónde salieron", relata entre risas.
Odalys no se había movilizado nunca antes por la política, pero aquella noche acabó encaramada a una camioneta y lanzando vivas a un candidato que se había ganado las simpatías de muchos ya en 1992, cuando lideró la rebelión militar que intentó derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez.
"En 1992 vimos por primera vez a alguien que daba la cara por nosotros", cuenta Odalys.
Muchos en Venezuela se enamoraron de aquel joven comandante de paracaidistas que se alzó en armas en 1992 contra el presidente que había ordenado la represión de la revuelta popular de 1989 conocida con el nombre de "El Caracazo" y cuya popularidad se desplomaba por la aplicación de las impopulares medidas exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) para sanear la economía venezolana.
Para Odalys, el embrujo se mantiene. "Vivimos un cuento maravilloso y transformador".
Todavía se emociona cuando rememora el día en que se sorprendió al distinguir desde la ventana de su casa las siluetas de Chávez, ya presidente, y de su entonces homólogo cubano, Raúl Castro.
Bajó las escaleras a toda prisa para ver y palpar a su adorado líder. "Si lo tocabas, sentías algo especial".
Los dos líderes recorrían aquel día Ciudad Caribia, una urbanización construida a las afueras de Caracas por orden de Chávez para ofrecer casas gratis a gente con pocos ingresos.
Odalys fue una de las beneficiadas.
"La casa en la que vivía en La Vega se derrumbó por las lluvias y me pasé un año en un refugio. Fue durísimo, pero cuando llegué aquí mi casa estaba ya construida y no tuve que pagar nada".
No es lo único que le agradece a Chávez.
Hoy es docente y supervisora en el Ministerio de Educación. Antes de 1998, nunca pudo trabajar. "Había que tener un título que costaba mucho dinero, pero el gobierno con Chávez empezó a emplear también a maestros sin titulación, y a partir de ahí fue más fácil acceder a la educación y la cultura".
Desde entonces, vive dedicada con pasión a su trabajo, que le consume horas y energías entre clases y reuniones.
Para ella, eso es la revolución que despertó su conciencia política en 1998 y con la que sigue comprometida. Por más que, como admite, " Venezuela ahora no está bien".
Cuando uno lo encuentra en una parroquia universitaria dando una rueda de prensa a la que apenas han acudido periodistas no diría que este hombre enjuto fue ministro de Chávez y dirigió las negociaciones para la adhesión de Venezuela al Mercosur.
Gustavo Márquez era en 1998 diputado y dirigente nacional del Movimiento al Socialismo (MAS), organización que debatía hacía tiempo si apoyar la candidatura de Chávez.
Mientras que históricos de la izquierda venezolana como Teodoro Petkoff recelaban de su procedencia militar y de un discurso en el que intuían el peligro de una deriva autoritaria, Márquez fue de los que querían ir con el comandante en las elecciones.
"Chávez para mí no fue una creencia, sino una apuesta para acabar con el modelo bipartidista de Acción Democrática (AD) y Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), los principales partidos entonces, que habían caído en la corrupción".
Márquez abogó por que el MAS apoyara al comandante y de ahí surgió una relación entre ambos que define como "cordial y respetuosa".
El día de la votación estaba en el estado Carabobo, donde pudo sentir el masivo apoyo al comandante.
"AD solía poner unos autobuses para llevar a sus votantes a los colegios electorales. Ese día la gente se subió en ellos pero al llegar a la urna votaban a Chávez".
"Fue un momento estelar", recuerda.
Ya en el gobierno, Chávez lo nombró ministro de Industria y Comercio, pero luego decidió fusionar esa cartera con la de Agricultura, y comenzaron las desavenencias.
Márquez estaba en contra de aquella fusión y se lo dijo al presidente.
"Me escuchó, pero luego tomó esa decisión y me ofreció ser viceministro. Yo rechacé la oferta por coherencia".
"En aquel primer gabinete las cosas se decidían por votación de los ministros", afirma.
En 2005 regresó al ejecutivo, esta vez como ministro de Integración y Comercio Exterior.
Eran los años del boom en los precios del petróleo y Chávez impulsaba una activa diplomacia que buscaba construir y financiar alianzas alternativas a la supremacía estadounidense en América Latina.
En aquel gobierno las cosas eran distintas. "Había muchos más ministros y mucha menos unidad e integración entre ellos. Todo lo dirigía el vicepresidente, José Vicente Rangel, en quien Chávez había delegado el día a día del gobierno".
Márquez todavía se dice orgulloso de lo logrado por el primer gobierno del que fue parte: "Aprobamos la Constitución más democrática del mundo, que rompía con el modelo liberal al servicio de los grupos dominantes".
Aquel carácter democrático original, asegura, se fue perdiendo y en él, como otros muchos, cundió la desilusión.
Aunque Chávez no fue el único responsable, según él. "El intento de golpe de estado que sufrió en 2002 fue un impacto en la cara y acabó con el Chávez abierto y dialogante que había llegado a la presidencia".
A partir de ahí se inició una involución, dice, de la que discrepó.
"Ya no había un proyecto de crear un poder popular autónomo, sino una burocratización del poder popular a imitación del modelo cubano, perpetuando el modelo rentista petrolero".
Para Márquez, el peor error de Chávez se llama Nicolás Maduro, su sucesor tras la muerte en 2013.
"Aquel proyecto naufragó y el sepulturero ha sido Maduro, al que Chávez designó en lugar de propiciar una elección democrática entre las bases".
Para Márquez, "Maduro no ha tenido otro norte que mantenerse en el poder", desvirtuando definitivamente los ideales originales de Chávez y "dejando al país en el colapso total en que se encuentra".
Cuando a comienzos de 1990 el empresario Vicente Brito tenía buenas relaciones en el estado Maturín con el entonces mayor Chávez, responsable de relaciones públicas de la Brigada de Cazadores allí, no imaginaba que aquel oficial activo y dicharachero llegaría a presidente de la República y le dejaría sin muchas de sus propiedades.
Fueron hasta 17 fincas y negocios, la mayoría explotaciones agrícolas, pero también algunos establecimientos hoteleros que, según cuenta Brito, le fueron arrebatados por la vía de las confiscaciones o de las invasiones de grupos afines al gobierno.
"Consideraba que éramos amigos entonces. Pudimos conversar, asistíamos juntos a eventos de acción social y él siempre mostró inquietud por los problemas del país".
Ocho años después de que sus caminos se cruzaran en Maturín, Chávez estaba a punto de convertirse en jefe de Estado, y Brito había escalado hasta la vicepresidencia de la principal organización empresarial del país, Fedecámaras.
El 6 de diciembre, tras votar por el candidato Henrique Salas Römer, rival de Chávez, Brito contempló con preocupación la algarabía en todo Caracas.
"Yo no estaba contento porque sé que el dinero no se puede crear mágicamente. Hay que producirlo, de lo contrario pasa lo que pasa hoy en Venezuela".
Su batalla con el gobierno de su antiguo amigo no había hecho más que comenzar.
A partir de 1999, ya como presidente de Fedecámaras, capitaneó la oposición de la patronal a la reforma constitucional impulsada por el nuevo presidente, en la que los empresarios veían restricciones inaceptables a la iniciativa privada.
En 2002 su sucesor en el cargo, Pedro Carmona, aceptó convertirse en presidente de facto del país después de la intentona que apartó momentáneamente a Chávez del poder.
Asegura que nunca supo de los planes de Carmona pese a participar en la dirección de Fedecámaras. "De haberlo sabido le hubiera dado algunos consejos".
A la pregunta de cuáles, no responde: "Eso queda para mi conciencia".
La guerra entre Fedecámaras y el gobierno era irreversible y Brito participó en la vanguardia.
"Me tocó asumir un rol muy fuerte frente al gobierno, y explicar por qué no se debieron tomar algunas decisiones".
En 2005 comenzaron las confiscaciones y ocupaciones de sus propiedades.
"Lo considero una especie de escarmiento por haber sido críticos, simplemente querían arruinarnos por plantarles cara".
Brito afirma que fueron 17 las propiedades y negocios que les quitaron, mediante resoluciones del Instituto Nacional de Tierras o a veces por la vía de los hechos.
Cuenta que en la localidad de Caripe les expropiaron 800 hectáreas destinadas a la producción de café y talaron el millar de cedros, robles y otros árboles que había allí.
En Maturín fueron mil hectáreas de cultivos de soja.
"Nunca recibimos ninguna compensación".
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