¿Es esta, por fin, la verdadera cara de la política exterior del gobierno del presidente Trump?
Ahora sabemos que las tropas terrestres estadounidenses se retirarán de Siria.
También se produjo la largamente anunciada partida del secretario de defensa James Mattis, un muy respetado secretario de Defensa que claramente ya no puede tolerar el enfoque impredecible del presidente hacia la seguridad y la defensa.
Y ahora hay informes (aún no confirmados) sobre un retiro parcial de Estados Unidos de Afganistán, donde proporciona ayuda crucial a las fuerzas de seguridad afganas en sus esfuerzos vacilantes para contener a la insurgencia talibán.
En cierto sentido, nada de esto debería ser una sorpresa. El presidente Trump ha criticado durante mucho tiempo las guerras legadas a Estados Unidos por sus antecesores.
Muchos analistas cuestionan la presencia de tropas de EE.UU. en Siria, al igual que señalan los problemas inherentes a la búsqueda de reforzar un gobierno afgano dividido por la corrupción, las luchas entre facciones, etc.
Una cosa es citar las deficiencias de estos despliegues y cuestionar a dónde se dirigen o qué valor aportan. Pero otra cosa es simplemente empacar e irse.
El retiro, al igual que la intervención, requiere un plan, una estrategia o un marco en el que se ubiquen las acciones de Washington. Y el hecho concreto es que el presidente Trump no parece tener estrategia.
¿Cómo, por ejemplo, la retirada de Estados Unidos de Siria encaja en cualquier plan coherente para estabilizar el país o contener los elementos de Estado Islámico (EI) que aún permanecen en él?
¿Cómo ayuda a EE.UU. a contrarrestar la creciente influencia de Rusia e Irán en la región? ¿Y qué señal envía a los aliados de EE.UU. sobre su compromiso con su seguridad?
La salida del Secretario de Defensa Jim Mattis plantea muchas preguntas similares.
Sí, renunció, pero claramente desde hacía semanas había caído en desgracia frente a Trump.
Había luchado una dura y pragmática campaña contra el desdén del presidente hacia los aliados de Washington en la OTAN. De hecho, a pesar de la retórica de la Casa Blanca, los despliegues de tropas y equipos de Estados Unidos en Europa se han incrementado significativamente bajo la supervisión de Trump.
La retirada de Trump en Siria, por supuesto, deja a los aliados kurdos de Washington en apuros, potencialmente atrapados entre tres incendios: el de los turcos que amenazan con una nueva invasión en el norte de Siria; los remanentes de EI; y el gobierno de Bashar al-Assad, que también tiene cuentas por cobrar.
Muchos expertos estadounidenses ven en las acciones de Trump una traición que resonará durante mucho tiempo en la región y más allá.
Pero lo fundamental es la pregunta sobre la estrategia. El mundo está cambiando.
China, una nueva potencia importante, está creciendo. Rusia, un jugador resurgente, busca regresar al escenario mundial y ha elegido a Medio Oriente como la primera región en la que busca demostrar su poderío.
Desde su ascenso, otros países menos poderosos la están tomando un ejemplo, argumentando que una economía de mercado puede coexistir con un gobierno autoritario.
En muchos casos, esto se ve reforzado por una marea creciente de populismo.
Y esto se extiende a Occidente, afectando a la alguna vez estable región escandinava, otros países europeos y al otro lado del Atlántico, incluyendo EE.UU.
El vínculo entre la economía de mercado y la democracia liberal que parecía triunfar al final de la Guerra Fría ahora está bajo amenaza y tiene que defenderse de una variedad de desafíos.
Los aliados de EE.UU. están mirando a Washington más que nunca, en busca de una estrategia visionaria que pueda ayudarlos a todos a resistir estos nuevos desafíos.
Pero no se ofrece una estrategia coherente. El presidente tuitea e ignora las voces de los expertos en su propio gobiern.
Pero, ¿qué es lo que queda en Siria, Afganistán o en cualquier otro lugar donde aterrice la fugaz mirada del presidente Trump?
Seamos claros. Los argumentos para una presencia continua de EE.UU. en Siria o incluso en Afganistán son complejos, difíciles y de ninguna manera siempre convincentes.
Los predecesores del presidente Trump cometieron muchos errores en el camino. Estas fueron situaciones que salieron muy mal. Pero una retirada precipitada solo puede empeorar las cosas.
Para consternación de sus amigos y aliados, EE.UU. no parece no tener una gran estrategia para Medio Oriente.
El actual equilibrio de poder significa que tiene menos margen de maniobra y ciertamente no puede imponer ningún acuerdo en Siria por sí solo.
Pero Trump parece estar lavándose las manos y entregando todo el trabajo a Rusia, Turquía e Irán.
Esta ausencia de un enfoque estratégico también se refleja en muchas otras áreas.
En cuanto al cambio climático y el control de armas, Trump discrepa con los amigos más cercanos de Washington.
Es ambivalente hacia Rusia y sus esfuerzos por comprometer al líder norcoreano, Kim Jong-un, son poco más que una adulación mutua y una estudiada desviación de los problemas reales.
Después del primer año de Trump, fui a Washington para participar en un programa que analizaba lo que había cambiado en materia de defensa y política de seguridad en los últimos 12 meses.
Sorprendentemente, la respuesta fue que poco había cambiado. Si ignorabas el "ruido", los tuits y los pronunciamientos de la sala de prensa de la Casa Blanca, parecía que el Pentágono seguía un rumbo familiar.
Ahora, sin embargo, sin duda las cosas han cambiado. Jim Mattis, el timonel, se está yendo.
El presidente Trump parece estar trazando su propio curso errático a través de un océano de arrecifes, rocas y monstruos sin ningún mapa estratégico que lo guíe.
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