En teoría, el Mundial de Clubes debería ser el trofeo más deseado en el fútbol más allá de las selecciones nacionales, pero está muy lejos de serlo.
Poder decir que uno es el mejor club del mundo debería ser la mayor ambición para cualquier equipo, pero la realidad es que en los últimos años se ha convertido en una procesión en la que al final el título queda en manos del campeón de la Champions League.
Pero incluso para los equipos europeos se trata muchas veces en una distracción que sobrecarga físicamente a los ya exprimidos jugadores por las exigencias de una larga temporada.
De allí que, tomando en cuenta las enormes diferencias de historia y presupuesto del campeón de Europa con el resto de las cinco confederaciones que participan, además el club anfitrión, el primer objetivo para el resto sea ver qué tan lejos pueden llegar en el torneo.
Ese es el caso de las Chivas de Guadalajara, campeón de la CONCACAF, que debuta este sábado frente al representante asiático, el Kashima Antlers japonés.
Un triunfo lo clasificaría a semifinales donde espera el Real Madrid, escolló que en teoría se presenta prácticamente insalvable para el representante de una confederación que nunca ha logrado llegar a la final.
El torneo en sí comenzó el pasado miércoles en los Emiratos Árabes Unidos con el triunfo en la definición por penaltis del Al Ain, el campeón local, frente al titular de Oceanía, el Team Wellington.
Ese partido pasó tan desapercibido en el mundo del fútbol que muchos se preguntan si se justifica un torneo que, en el mejor de los casos, solo interesa a los aficionados de los equipos participantes.
Una de las razones por las que eso pasa es que el torneo se suele organizar en lugares muy alejados de Europa y Sudamérica, históricamente las regiones más futboleras del planeta.
Es verdad que la primera edición se jugó en Brasil, y hubo dos en Marruecos, pero las onces restantes se disputaron entre Japón y los Emiratos Árabes Unidos.
Eso genera problemas con la hora en la que se juegan los partidos, que muchas veces caen en la madrugada para la audiencia europea o la sudamericana.
Luego está el espectáculo en sí que se suele ver en la cancha, donde la calidad de los partidos no logra estar a la altura de los niveles que se observan en una Liga de Campeones, una Copa Libertadores o la llamada Concachampions.
Y dado que se juega a mitad de la temporada del fútbol europeo, hay entrenadores que optan por alineaciones alternativas para no arriesgar a que sus jugadores se lesionen.
Este problema se vivió desde la primera edición en 2000, cuando el Manchester United decidió no participar en la Copa de la Asociación de su país para facilitar su participación en Brasil, quedando en la historia oscura del fútbol inglés al ser el único campeón en no defender el título del torneo más antiguo del planeta.
El United quedó eliminado en la fase de grupos.
La cantidad de partidos generó quejas desde Europa e hizo que se replanteara el formato, cambiándolo a un torneo de eliminación directa desde la primera fase.
Luego hubo una distribución por jerarquía, dando vía libre a los campeones de Europa y Sudamérica hasta semifinales.
En la edición 2018, por ejemplo, el Real Madrid y el River Plate recién entrarán en acción una semana después del comienzo oficial del torneo.
Y hasta entonces serán pocas las miradas que se fijarán en lo que pase en los Emiratos Árabes Unidos.
Es una combinación de lo peor de dos mundos. Uno que no atrae por la falta de calidad y otro que no tiene interés por lo predecible que termina siendo.
De las 14 ediciones que se han disputado, Europa ha ganado 10 y Sudamérica cuatro, incluyendo los tres que obtuvo en las primeras tres ediciones.
Solo los africanos TP Mazembe (República Democrática del Congo), el Raja Casablanca (Marruecos) y el Kashima Antlers japonés han logrado romper ese dominio geográfico en la final.
La pregunta que surge es que, ante la disparidad que hay entre los clubes y si al final son los equipos de Sudamérica los que definen el título contra los de Europa, ¿cómo se justifica organizar un torneo de estas características.
¿No tendría más sentido revivir la extinta y popular Copa Intercontinental entre los campeones de la Champions y la Libertadores?
La FIFA no se plantea esa posibilidad.
Es más, su idea es en lo posible seguir presionando para aumentar el interés en el Mundial de Clubes con el objetivo de aumentar los ingresos por derechos de transmisión en el futuro.
Es por eso que están estudiando la posibilidad de aumentar el torneo a 24 clubes y jugarlo cada cuatro años en el mes de junio, con ganancias que se calculan podrían alcanzar los US$25.000 millones para el período entre 2021 y 2033.
Aunque estos planes todavía permanecen muy lejos de concretarse, ya aparecen trabas en el horizonte desde distintas partes del planeta.
La UEFA sería reacia a aceptar un torneo que pueda representar una amenaza a la Champions League, su gallina de los huevos de oro.
Tampoco vería con buenos ojos más partidos en un sobrecargado calendario.
Por otra parte, hay dudas sobre la participación de los mejores jugadores africanos ya que el torneo podría chocar con la disputa de la Copa Africana de Naciones, que acaba de ser trasladada de enero a junio por presión de los clubes europeos.
Y es posible que sean los propios clubes lo que tengan la última palabra.
Los equipos con más dinero y con los mejores jugadores ya movilizan millones de aficionados alrededor del mundo y sus dueños tienen la intención de capitalizar ese interés en ganancias para sus clubes.
Por ahora se conforman con torneos de pretemporada y amistosos que se juegan en lugares tan distantes como Estados Unidos y Asia, pero no se puede descartar que en un futuro no muy lejano busquen una alternativa al modelo que rige actualmente.
Ha habido ejemplos de lo que puede que sea el fútbol en unos pocos años.
Los más recientes fueron la final de la Copa Libertadores jugada en Madrid y la edición de este año de la Supercopa africana en Qatar.
El temor es que, de formalizarse esta tendencia, el próximo paso podría dar pie a una superliga europea o posiblemente mundial, con partidos jugados en grandes ciudades sin importar la procedencia de los equipos.
El problema es que quienes tendrían el derecho a participar en esa liga sería un grupo reducido de clubes, protegidos por una estructura en la que no habría descensos ni ascensos, que iría en detrimento de las ligas nacionales.
Sin embargo, la idea de una liga global es un escenario que no parece factible por ahora dada las diferencias de los clubes en Europa con los del resto del mundo.
Y eso es lo que está aprovechando la FIFA para insistir con su Mundial de Clubes.
Es consciente que está lejos de ser el título más deseado del mundo, pero es uno al que los pequeños equipos todavía pueden aspirar.
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