El 12 de julio de 2015, un satélite voló sobre los extensos desiertos y ciudades del lejano oeste de China.
Una de las imágenes que logró capturar ese día fue un parche de arena gris vacío, deshabitado.
El lugar menos pensado para comenzar una investigación sobre uno de los temas más delicados en derechos humanos de los últimos años.
En menos de tres años, el 22 de abril de 2018, una foto satelital en el mismo lugar de desierto mostró algo totalmente distinto.
Una enorme instalación de seguridad había aparecido sobre la arena, enmarcada por un muro exterior de 2 km de largo salpicado por 16 torres de vigilancia.
El año pasado se conocieron los primeros reportes de que China estaba operando un sistema de campos de detención para los musulmanes que residían en la provincia de Sinkiang.
La foto satelital fue descubierta por investigadores que estaban buscando evidencia de los campos en el archivo del sistema de mapeo global Google Earth.
La foto sitúa el lugar a pocos kilómetros de la localidad de Dabancheng, a una hora por carretera de la capital de la provincia, Urumqi.
En un intento por evitar el escrutinio de la policía sobre los periodistas que llegan de visita, llegamos al aeropuerto de Urumqi a primera hora de la mañana.
Pero en el preciso momento en que salimos de la terminal, una caravana de cinco vehículos nos persigue, con varios policías y funcionarios chinos a bordo.
Queda claro que nuestro plan de visitar al menos una docena de lugares que podrían ser campos de detención en el curso de los próximos días no va a ser fácil.
Mientras nos dirigimos a una de las vías de acceso de la ciudad sabemos que más temprano que tarde los vehículos oficiales van a intentar detenernos.
De repente, vemos algo inesperado.
Aquel amplio y deshabitado rectángulo de arena gris que mostraba la imagen satelital de 2015 ya no está vacío.
En su lugar, un enorme proyecto está tomando forma.
Es como una mini ciudad que ha emergido de la tierra, llena de grúas, con filas y filas de edificios grises, todos de cuatro pisos.
Nuestras cámaras intentan capturar la extensión de la construcción, pero antes de que podamos ir más lejos la caravana oficial se pone delante de nosotros.
Nuestro carro se detiene. Nos piden que apaguemos las cámaras y nos retiremos del lugar.
Hemos descubierto algo de importancia: una incesante actividad que no había sido hasta ahora reportada al mundo exterior.
En las zonas más remotas de la Tierra, las imágenes que se suben a Google Earth pueden tardar años en actualizarse.
Pero otras fuentes de fotos satelitales -como la base de datos Sentinel de la Agencia Espacial Europea- proveen imágenes de manera más más frecuente, aunque con una resolución mucho menor.
Y fui allí donde encontramos lo que estábamos buscando.
Una imagen de octubre de 2018 muestra cómo ese espacio en suelo chino ha crecido mucho más de lo que esperábamos.
Lo que sospechábamos era un campo de detención, ahora luce como una instalación enorme.
Y es solo uno de las estructuras estilo prisión que han sido construidas en la provincia de Siankiang en los últimos años.
Antes de intentar una visita al lugar, nos detenemos en el centro de Dabancheng.
Es imposible hablar con alguien sin problemas. Nuestros vigilantes oficiales nos rondan, amenazadores, e interrogarían agresivamente a cualquier persona que siquiera nos saludara.
Nuestra opción es llamar por teléfono al azar a varios números en la zona.
Nuestra pregunta: qué es ese enorme complejo que 16 policías y funcionarios intentaron que no grabáramos con nuestras cámaras.
"Es una escuela de reeducación", nos dijo un hotelero.
"Sí, una escuela de reeducación", confirmó otro comerciante.
"Allí hay miles de personas. Tienen algunos problemas con su forma de pensar", dijo.
Ahora, esta instalación gigantesca, por supuesto, no encaja en la definición objetiva de un colegio.
En Sinkiang, el "ir al colegio" ha llegado a adquirir otro significado.
China ha negado en numerosas ocasiones que esté encerrando musulmanes sin juicio previo.
Pero desde hace tiempo utiliza un eufemismo para los campos: campos de reeducación.
Casi con certeza, y como una respuesta a las críticas internacionales, las autoridades chinas han comenzado a reforzar el uso de ese concepto, acompañado de un gran esfuerzo propagandístico.
La televisión estatal ha estado presentando reportajes sobre estos lugares, llenos de salones lustrosos y limpios, y estudiantes que aparentemente se someten por propia voluntad a los cursos que les dictan.
Y no hacen ninguna mención a las razones que han tenido los estudiantes para escoger estos "cursos" ni cuánto duran.
Pero hay algunas pistas.
Las entrevistas suenan más bien como confesiones.
"He comprendido cuáles han sido mis propios errores", un hombre le dice a la cámara, y promete que será un buen ciudadano "una vez llegue a casa".
El principal propósito de estas instalaciones, nos han dicho, es combatir el extremismo, a través de una combinación de teoría, capacitación laboral y clases de mandarín.
Este último renglón muestra que –como sea que se los llame, escuelas o campos– el objetivo es el mismo.
Las instalaciones son exclusivas para las minorías musulmanas que habitan la provincia, las mayoría de las cuales no tiene el mandarín como lengua materna.
El video sugiere que la escuela tiene un riguroso código de vestimenta: ninguna de las estudiantes mujeres lleva velo.
Hay cerca de 10 millones de musulmanes uigures en Sinkiang. Ellos hablan una lengua de la familia túrquica y se asemejan a los pueblos de Asia Central tanto como a la población mayoritaria china, los chinos han.
Al respecto, a menudo se dice que la ciudad de Kashgar está geográficamente más cerca de Bagdad que de Pekín, y ciertamente también se siente culturalmente más próxima.
Y con un historial de rebelión y resistencia al gobierno chino, la relación de los uigures con los políticos que los mandan ha sido tan distante como tensa.
Antes de que llegara el gobierno comunista, Sinkiang vivió breves periodos de independencia.
Y desde entonces ha intentado constantemente tomarle el pulso al gobierno chino, con protestas y erupciones de violencia esporádicas.
La riqueza mineral -en particular petróleo y gas- de una región que tiene cinco veces el tamaño de Alemania ha traído una fuerte inversión china en infraestructura, un robusto crecimiento económico y un importante flujo migratorio de chinos han.
Y ahora, el resentimiento de los uigures por la falta de distribución de esa riqueza se ha cocinado a fuego lento.
En respuesta a las críticas, las autoridades chinas señalan las mejoras en la calidad de vida de las personas que residen en Sinkiang.
Pero lo cierto es que, en los últimos diez años, cientos de personas han muerto debido a las marchas, la violencia intercomunitaria, los ataques premeditados y la consecuente respuesta policial.
En 2013, un carro embistió a un grupo de peatones que circulaban por la plaza de Tiananmen, en Pekín, y causó la muerte de dos personas -además de los tres ocupantes del vehículo, que eran de origen uigur-, lo que marcó un giro significativo en la política china.
Aunque el número de víctimas fatales fue bajo, el ataque golpeó los ideales fundacionales del Estado chino.
Al año siguiente, 31 personas murieron apuñaladas en un ataque perpetrado por uigures en la estación de trenes de la ciudad de Kunming, a unos 2.000 kilómetros de Sinkiang.
A partir de allí, y durante los últimos cuatro años, Sinkiang se convirtió en el foco de las medidas de seguridad más restrictivas y exhaustivas que un Estado haya desplegado jamás contra su propio pueblo.
Esas medidas incluyen el uso de tecnología a gran escala, con cámaras de reconocimiento facial, dispositivos capaces de leer contenido de celulares y recolección de datos biométricos a gran escala.
Y la instauración de nuevas y más severas medidas para recortar la identidad y la tradición musulmanas: se prohibió, entre otras cosas, vestir velos y llevar barba larga, dar instrucción religiosa a los niños e incluso usar nombres que suenen como musulmanes.
Las políticas tienden a marcar un cambio fundamental en el pensamiento oficial: el separatismo no puede verse como un problema de unos pocos individuos, sino como algo inherente a la cultura uigur e islámica en general.
Este pensamiento va en línea con la idea de establecer un control más estricto de la sociedad que viene desarrollando el presidente Xi Jinping, en el que las lealtades a la familia y la fe están por debajo de la única lealtad que importa: al Partido Comunista.
La identidad única de los uigures los convierte en un objetivo simplemente por sospecha.
Y esa visión se ha visto reforzada por los informes, muchas veces creíbles, de que cientos de habitantes de esta zona habían viajado a Siria para pelear con los grupos radicales.
Ahora, los uigures son tratados de acuerdo a este estereotipo cada vez que pasan por los miles de puestos de control que hay en la región, mientras que a los otros chinos generalmente los dejan pasar sin problemas.
Los uigures además deben afrontar muchas restricciones de transporte, dentro y fuera de Sinkiang, con un edicto que fuerza a los residentes a entregar sus pasaportes en "custodia" a la policía.
Los funcionarios uigures que trabajan para el gobierno tienen prohibido practicar el Islam, asistir a las mezquitas o hacer el ayuno durante el Ramadán.
En este escenario, tal vez no sorprenda que China haya adoptado otra vieja y obtusa solución a lo que se percibe como una deslealtad de muchos de sus ciudadanos uigures.
Y, más allá de que el gobierno chino lo niegue, la prueba más fehaciente de la existencia de estos campos de detención viene de información emitida por las propias autoridades.
Decenas de páginas de documentos oficiales que invitan a contratistas a postular para quedarse con proyectos de construcción fueron descubiertos en internet por el académico alemán Adrian Zenz.
En dichos documentos se pueden leer detalles de la construcción o la remodelación de distintas instalaciones en la provincia de Sinkiang.
En algunos casos, el gobierno solicita la instalación de ciertas funciones de seguridad integral, como torres de vigilancia, alambres de púas, sistemas de vigilancia y cuartos para guardias.
En un cruce de información con otras fuentes, Zenz sugiere que centenares de miles -y posiblemente cerca de un millón- de uigures y otros miembros de minorías musulmanas podrían estar internados campos para someterlos a procesos de "reeducación".
Los documentos, por supuesto, nunca se refieren a las instalaciones como campos de detención, pero sí como centros de educación o, en una traducción más acertada, "centros de reeducación".
Uno de ellos casi seguramente se relaciona con el sitio enorme que visitamos: una licitación de julio de 2017 para la instalación de un sistema de calefacción en una "escuela de transformación a través de la educación" en algún lugar del distrito de Dabancheng.
Entre esos eufemismos, se puede hallar sustancia inequívoca para pensar que existe una red de confinamiento masivo en rápida expansión.
En 2002, Reyila Abulaiti viajó desde Sinkiang hasta Reino Unido para estudiar.
Allí conoció y después se casó con un británico, se convirtió en ciudadana británica y formó una familia.
El año pasado, su madre -Xiamuxinuer Pida, 66 años- la visitó como lo hacía usualmente a mitad de año para pasar un tiempo con ella y con su nieto y, por supuesto, se dedicó a hacer algo de turismo por Londres.
Es ingeniera con un largo historial de servicio en una empresa estatal china. El 2 de junio, voló de regresó a Sinkiang. Pero ese día no llamó para confirmar si había llegado bien a casa.
Entonces Reyila la llamó y la comunicación fue breve y espantosa: "Me dijo que la policía estaba requisando la casa", contó Reyila.
Parecía que el objetivo de la investigación era Reyila. Su madre le dijo que ella tenía que enviar los siguientes documentos: prueba de la dirección en Reino Unido, una copia del pasaporte británico, sus números de teléfono e información sobre el curso que estaba tomando en la universidad.
Después de que le pidió que le enviara los documentos por un servicio de chat chino, Xiamuxinuer le dijo algo que le erizó la piel.
"No me vuelvas a llamar. Nunca más me vuelvas a llamar".
Fue la última vez que supo de ella.
Reyila cree que desde ese día su madre está en uno de los campos de detención.
"Mi madre ha sido detenida sin ninguna razón. Por lo que yo sé, el gobierno chino quiere borrar la identidad uigur del mundo", dijo.
La BBC entrevistó a ocho uigures que viven fuera de China.
Sus testimonios son bastante consistentes y proveen evidencia de las condiciones y rutinas dentro de los campos y las razones por las que los uigures son detenidos.
Aparentemente, las actividades religiosas masivas, pequeños disensos y cualquier relación con uigures que viven en el extranjero son suficientes para llevarlos a estos campos.
Cada mañana, cuando Ablet Tursun Tohti, de 29 años, se despertaba una hora antes de la salida del sol, él y sus compañeros en el campo tenían un minuto para llegar al patio.
Después se ponían a hacer ejercicio. "Había una sala de castigo especial para aquellos que no corren suficiente. Había dos personas allí, uno golpeaba con un cinturón y el otro solo pegaba patadas", contó Ablet.
El patio de ejercicios donde Ablet corría se puede ver claramente en la foto satelital del complejo ubicado en la ciudad oasis de Hotan, en el sur de Sinkiang.
"Allí cantamos una canción que se llama ‘Sin el Partido Comunista no puede haber una nueva China’", recordó Ablet.
"Y nos enseñan leyes. Si no puedes recitar las leyes de forma correcta, entonces te golpean", agregó.
Él estuvo allí por un mes a finales de 2015 y, de alguna manera, es uno de los afortunados.
En los primeros años de los campos dedetención, la duración de los "cursos" de reeducación parecía ser menor. No hay ningún reporte de que en los dos últimos años alguien haya salido de un centro.
Y desde entonces ha habido una confiscación masiva de pasaportes, con lo que Ablet fue uno de los últimos uigures que pudo huir de China.
Buscó refugió en Turquía, donde hay una gran diáspora uigur dada la cercanía lingüística y cultural.
Ablet me dice que su padre, de 74 años, y ocho de sus hermanos están en los campos. "No han dejado a nadie afuera".
Abdusalam Muhemet, de 41 años, también vive en Turquía.
Él fue detenido por la policía en Sinkiang en 2014 por recitar un verso del Islam en un funeral. La policía china decidió no presentar cargos en su contra, pero eso no significaba que estaba en libertad.
"Me dijeron que necesitaba ser educado", explicó.
Las instalaciones donde lo llevaron no le parecieron realmente las de una escuela. En la foto satelital, se distinguen las torres de vigilancia y el cercado de doble perímetro del Centro de Capacitación en Educación Legal de Han’airike.
Las líneas de alambres con púas se pueden identificar por las sombras que proyectan en la arena bajo el intenso sol del desierto.
Muhemet describió la misma rutina de ejercicio, acoso y lavado de cerebro.
Alí -ese no es su verdadero nombre- tiene 25 años y es uno de quienes tienen mucho miedo de hablar abiertamente.
En 2015, cuenta, terminó en un campo después de que la policía hallara la foto de una mujer llevando una niqab -un velo facial- en su celular.
"Una mujer fue llevada a estos campos por peregrinar a la Meca. Y un señor por no pagar la cuenta del agua a tiempo", relató.
Durante una de las sesiones de ejercicio forzado, un carro de un funcionario ingresó al campo y la puerta quedó abierta por unos instantes.
"De repente, un niño pequeño corrió en dirección de su madre, que estaba haciendo ejercicio con nosotros. Ella corrió hacia él, lo abrazó y comenzó a llorar", relató.
"Entonces el policía tomó a la mujer por el pelo y sacó al niño del campo", añadió.
En lugar de los alrededores diáfanos que muestra la televisión estatal, una imagen muy diferente emerge en el relato.
"Las puertas de nuestros dormitorios las cierran con llave por las noche. Pero no hay baño adentro. Nuestras necesidades las hacemos en un recipiente que nos dan", narró Ablet.
No existe manera de verificar de forma independiente estas afirmaciones. Le preguntamos al gobierno chino sobre las acusaciones de abuso, pero no recibimos respuesta.
Para los uigures que están afuera de Sinkiang, las noticias que les llegan desde allí son cada vez más escasas.
El miedo alimenta el silencio.
Los reportes de personas que son borradas de los chats familiares o que les piden que nunca más los vuelvan a llamar se han vuelto un lugar común.
Dos de los elementos centrales de la cultura uigur -fe y familia- están siendo sistemáticamente atacados.
Como resultado de la detención de familias enteras, existen reportes de que muchos niños están siendo enviados a orfanatos estatales.
Bilkiz Hibibullah llegó a Turquía en 2016 con cinco de sus hijos. Su hija menor, Sekine Hasan, que ahora tendría tres años y medio, se quedó en Sinkiang con su esposo.
La menor no tenía pasaporte y el plan era que, cuando tuviera uno, la familia se reuniría en Estambul.
La niña nunca recibió ese pasaporte. Bilkiz cree que su esposo fue detenido el 20 de marzo de 2017.
Desde esa fecha ella perdió contacto con su familia y no sabe dónde está su hija menor.
"A medianoche, después de que mando a la cama a mis otros hijos, me pongo a llorar. No hay nada peor que no saber dónde está tu hija. Si está viva o muerta", dijo.
"No sé si ella pueda escucharme, pero ahora lo único que le diría es que lo siento mucho", añadió.
Usando solo documentos públicos, información satelital abierta, es posible conocer más sobre el oscuro secreto de Sinkiang.
GMV es una compañía aeroespacial multinacional con experiencia en monitorear infraestructura desde el espacio en nombre de la Agencia Espacial Europea, entre otros organismos.
Su análisis abarcó una lista de 101 instalaciones a través de toda la provincia y fue elaborado a partir de diversos informes de los medios de comunicación e investigación académica sobre el sistema de campamentos de reeducación.
Uno por uno, midieron el surgimiento de nuevos lugares y la expansión de los que ya existían.
GMV identificó y comparó características comunes, como torres de vigilancia y vallas de seguridad, el tipo de cosas que se necesitan para monitorear y controlar el movimiento de personas.
Y categorizaron la probabilidad de que cada sitio fuera realmente una instalación de seguridad: 44 de ellos quedaron en las categorías "alta" o "muy alta".
Luego buscaron la primera detección por satélite de cada una de esas 44 instalaciones, y el cambio en las imágenes a lo largo del tiempo.
GMV no puede establecer para qué se están utilizando esos lugares. Pero es claro que en el curso de los últimos años China ha construido muchas instalaciones de seguridad, a una velocidad notoria.
Hay una conclusión: la tendencia más reciente es la de construir instalaciones más grandes.
El número de construcciones nuevas este año ha caído, si se compara con 2017. Pero la superficie total de las dependencias construidas ha crecido: menos, pero cada vez más grandes.
GMV calculó que, solo si se considera este grupo de 44 estructuras, el área total de las instalaciones de seguridad en Sinkiang ha aumentado en 440 hectáreas desde 2003.
Las medidas se refieren a todos los predios incluidos los muros externos, no solo los edificios. Lo cierto es que 440 hectáreas representa mucho espacio adicional.
Para darnos contexto, el complejo carcelario en la ciudad estadounidense de Los Ángeles -que tiene la unidad correccional de Twin Towers y la cárcel central para hombres- está habitado por unos 7.000 presos y ocupa un espacio de 14 hectáreas.
Tomamos uno de los hallazgos de GMV -el incremento del tamaño de los edificios en Dabancheng- y se lo mostramos a un experimentado equipo australiano de diseño de prisiones, Guymer Bailey Arquitectos.
Usando las medidas entregadas por las imágenes de los satélites, ellos calcularon que esas instalaciones podrían albergar como mínimo a unos 11.000 detenidos.
Incluso con ese mínimo estimado, el centro estaría entre las prisiones más grandes del mundo.
Por ejemplo: Riker’s Island, en Nueva York, es considerada la cárcel más grande del planeta (en magnitud) y tiene espacio para 10.000 presos.
La prisión de Silivri, en las afueras de Estambul y una de las más grandes de Europa, puede acoger a 11.000 prisioneros.
Guymer Bailey nos da detalles sobre las posibles funciones que tiene cada uno de los edificios en los complejos chinos.
El mínimo estimado en Dabancheng se basa en que los detenidos estén cada uno en una habitación individual.
Si en cambio se utilizan dormitorios comunes, la capacidad total de Dabancheng se incrementa dramáticamente: podría llegar a 130.000 presos.
También le mostramos estas imágenes a Raphael Sperry, arquitecto y presidente de Arquitectos/Diseñadores/Planificadores con Responsabilidad Social.
"Este es un centro de detención verdaderamente masivo y sombrío. Parece un lugar diseñado para tener a la mayor cantidad de gente en la menor superficie posible con el costo de construcción más barato", dijo Sperry.
Y agregó: "Creo que 11.000 personas es subestimar la capacidad de este lugar. Con la información disponible no podemos saber cómo está diseñado por dentro o qué porcentaje de los edificios están destinados a la retención de personas. Y aún así, el estimado de 130.000 personas, tristemente, me parece plausible".
La falta de acceso al lugar hace imposible verificar de forma independiente ese análisis.
Le preguntamos a las autoridades en Sinkiang qué es lo que se hace en el complejo de Dabancheng, pero no obtuvimos respuesta.
Ahora, no todos los campos de detención son iguales.
Algunas de estas instalaciones de seguridad no han sido construidas desde cero, sino que son remodelaciones de estructuras que previamente habían sido usadas con otros propósitos, como escuelas o fábricas.
Este tipo de complejos son a menudo más pequeños y están ubicados en el centro de las ciudades o localidades.
En el condado de Yining, en el norte de China, tratamos de visitar varios de estos campamentos.
Habíamos tenido acceso a documentos oficiales del gobierno local sobre un proyecto para crear cinco "centros de capacitación en educación vocacional" con el propósito de "salvaguardar la estabilidad".
En el centro de la ciudad nos detenemos frente a un grupo de edificios que solía ser una escuela de bachillerato.
Ahora hay una valla alta y sólida rodeando el lugar y una fuerte presencia de seguridad en la puerta de entrada.
En el lugar donde estaba el patio de juegos, ahora hay una torre de vigilancia. Lo mismo ocurre donde estaba la cancha de fútbol.
En el campo de juego se levantan ahora seis edificios con techo de chapas.
Afuera, las familias que vienen a visitar a algún interno están haciendo fila para ingresar.
De nuevo, a donde vamos en esta localidad, dos o tres carros nos siguen.
Cuando intentamos filmar uno de estos campamentos, nos lo impiden.
Los funcionarios, con las manos tapando las cámaras, nos dicen que se está realizando un importante ejercicio militar en el área y que debemos abandonar el lugar.
Afuera de la antigua escuela nos encontramos con una familia, una madre y sus dos hijos, que esperan delante de la valla.
Uno de los funcionarios intenta evitar que hablen con nosotros, pero otra funcionaria llega y ordena lo contrario.
"Déjalos que hablen", dice.
Les pregunto a quién vienen a visitar. Entonces uno de los jóvenes responde: "A mi padre".
Las manos de los funcionarios cubren de nuevo el lente de nuestra cámara.
En la ciudad de Kashgar, que fue alguna vez el corazón de la cultura uigur, en las estrechas calles solo habita el silencio. Muchas de las puertas permanecen cerradas con candados.
Frente a una de las casas, podemos ver una nota en la que se le enseña a las personas cómo deben responder las preguntas sobre los miembros de la familia que ya no están.
"Digan que ellos están siendo cuidados par el bien de la sociedad y sus familias", se puede leer en el cartel.
La mezquita de la ciudad parece un museo. Queremos averiguar la hora del siguiente momento de oración, pero nadie puede decírnoslo.
"Yo solo estoy aquí para recibir a los turistas. No sé nada de los horarios para la oración".
En la plaza nos encontramos a dos hombres sin barba que conversan. Les preguntamos dónde está el resto de la gente.
Uno de ellos hace un gesto con su boca cerrada, como indicando que es muy riesgoso para él hablar con periodistas.
Pero el otro susurra: "Nadie viene ya por acá".
Un policía, a unos pasos de distancia, está limpiando las escaleras de la mezquita. Turistas chinos están tomando fotos.
Entonces dejamos Kashgar y nos dirigimos hacia el suroeste, una zona salpicada de granjas y pequeñas localidades uigures. Y con varios lugares sospechosos de ser campos de internación.
Como ha sido usual en este viaje, nos vienen siguiendo, pero algo inesperado ocurre.
Vemos que la autopista por la que vamos circulando está cerrada unos metros más adelante.
Hay varios policías en la carretera y nos explican que el asfalto de la carretera se ha derretido por el calor del sol.
"No es seguro que continúen", nos dicen.
Notamos que los otros vehículos son desviados a un estacionamiento en un centro comercial y por la radio escuchamos instrucciones de que los retengan allí por "un momento".
A nosotros nos dicen que la espera puede alargarse unas cuatro o cinco horas y nos sugieren que nos devolvamos.
Buscamos rutas alternativas, pero otro bloqueo parece materializarse, aunque la explicación esta vez cambia.
Nos dicen que la carretera está cerrada por "entrenamiento militar".
Cuatro veces, en cuatro rutas distintas, tuvimos de devolvernos antes de que finalmente admitiéramos la derrota.
Solo a unos kilómetros estaba otro campo que se cree alberga a unas 10.000 personas.
Hay uigures en posiciones de poder en Sinkiang.
Muchos de los funcionarios y miembros de la policía que nos siguieron y nos interceptaron eran uigures.
Si ellos sienten un conflicto interno con lo que hacen, por supuesto que no lo pueden decir.
Pero mientras el sistema de control y discriminación ha sido descrito como una especie de Apartheid, claramente no es comparable.
Muchos uigures participan en el sistema. En realidad, tal vez el mejor paralelismo que se puede establecer es con el pasado totalitario de China.
Al igual que en la Revolución Cultural, a una sociedad se le dice que debe ser desarmada para ser salvada.
Shohrat Zakir, que es un uigur y en teoría el segundo político más poderoso en la región, sugiere que la batalla está casi ganada.
"En los pasados 21 meses, no se ha presentado un solo acto terrorista y el número de casos criminales, incluidos aquellos que amenazan la seguridad pública, se ha reducido significativamente", le dijo a los medios estatales.
"Ahora Sinkiang no solo es hermosa sino segura y estable", añadió.
Pero una vez que los detenidos sean liberados, ¿qué pasará?
Los exdetenidos del campamento con los que hablamos estaban todos carcomidos por el resentimiento.
Y el mundo aún no ha escuchado a nadie que haya estado recluido en instalaciones como Dabancheng, la instalación siniestra y secreta de proporciones tan inmensas.
Nuestros informes se suman a la evidencia de que el programa de reeducación masiva es la detención disfrazada con otro nombre: el encierro de muchos miles de musulmanes sin juicio ni cargo.
De hecho, sin siquiera acceso a un proceso legal.
China ya lo está proclamando como un éxito.
Pero la historia tiene muchos precedentes preocupantes sobre dónde podría terminar un proyecto de este tipo.
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