Una lesión en la cabeza no solo dejó a Byron Schofield con secuelas físicas y mentales. También lo llevó a cometer el crimen por el que acabó en prisión.
Era una noche de agosto de 2010, y Byron Schofield, quien acababa de cumplir 19 años, caminaba por su ciudad natal de Liversedge, Inglaterra, con su hermano menor, Reece.
Al entrar en un callejón un grupo de hombres empezó a perseguirlos, y sin previo aviso uno de ellos atacó a Byron con un martillo.
Byron recuerda poco del incidente, pero está seguro de que nunca había visto a estos hombres antes. No le robaron, así que no se sabe la razón del ataque. Nadie ha sido procesado nunca.
En el hospital le diagnosticaron una hemorragia cerebral y una fractura de cráneo. Le extirparon parte del cráneo para aliviar la presión sobre su cerebro y lo colocaron en coma inducido durante tres días bajo supervisión constante.
Nadie sabía si sobreviviría, pero se recuperó.
Seis meses más tarde, cuando finalmente fue dado de alta del hospital, había perdido la mayor parte de su fuerza en el lado izquierdo de su cuerpo.
También arrastraba palabras al hablar y su memoria a corto plazo era deficiente.
"Una lesión cerebral es muy distinta a una herida", dice Byron. "Un corte tarda una semana o un par de días en sanar. Pero lleva años curar una lesión cerebral".
Por eso, una vez que recibió el alta, su madre se convirtió en su cuidadora a tiempo completo.
Los médicos habían recomendado un centro especializado para que siguiera tratando su lesión cerebral. Pero el servicio nacional de salud británico dijo que no había espacio para Byron, ya que había personas más necesitadas.
Durante los dos años siguientes, el objetivo de Byron fue sentirse lo suficientemente sano como para poder vivir solo.
Pero lo que no sabía era que su lesión también tenía efectos invisibles que podrían arruinar su futuro.
Tres meses después de mudarse a su propio piso Byron fue a una fiesta en casa de un amigo.
Allí vio a un grupo de personas que se parecían a las personas que lo habían atacado años atrás. No pudo detenerse y empezó a pelear con ellos. Llamaron a la policía, lo arrestaron, y lo enviaron a prisión en espera del juicio.
Los expertos dicen que una lesión cerebral traumática (TBI, por sus siglas en inglés) puede hacer que una persona experimente problemas para manejar sus emociones, formar y guardar recuerdos y, como en el caso de Byron, controlar sus impulsos.
A menudo el individuo también se vuelve más agresivo.
Según un estudio realizado en Suecia que recopiló y analizó datos durante un período de 35 años, las personas con lesión cerebral traumática tienen hasta cuatro veces más de probabilidades de ser encarceladas que el resto de la población.
Cuando Byron llegó a prisión en marzo de 2013 le dieron un formulario para que apuntase cualquier problema de salud. Byron apuntó su lesión cerebral, pero no tuvo ninguna reunión con un médico.
Debido a su debilidad en el lado izquierdo del cuerpo, necesitaba ayuda para lavarse y vestirse, y no podía llevar una bandeja de comida él solo.
"Tuve que pedir a un compañero de celda que me llevase la comida", cuenta.
Fue entonces cuando Byron tuvo un golpe de suerte y conoció a James Liddement del Disabilities Trust, una ONG para personas con discapacidades. Liddement trabajaba en la prisión para evaluar a los recién llegados.
En la audiencia para dictar sentencia, siete meses después de su arresto, Liddement dijo ante el tribunal que Byron estaba demasiado enfermo para cumplir sentencia.
En vez de ir a prisión, Liddement sugirió que lo llevaran al centro que los médicos del hospital habían recomendado cuando Byron fue dado de alta dos años y medio atrás.
El tribunal aceptó la propuesta y Byron pudo salir de la cárcel ese mismo día.
En el centro especializado, Byron se sometió a ejercicios diarios de neurorehabilitación y fisioterapia.
El tratamiento consistió en entrenar a Byron para la vida cotidiana, primero a través de juegos de rol y luego mandándole tareas para cumplir en el mundo real.
Todos estos ejercicios fueron grabados y luego reproducidos para que Byron los analizase y viese lo que había hecho bien y mal.
Las primeras veces, cada vez que Byron iba de compras era acompañado por un miembro del centro. El personal lo reprendía si se volvía demasiado ruidoso o agresivo y monitoreaba su interacción con las otras personas.
Durante este proceso Schofield no solo recibió entrenamiento sobre cómo comportarse de manera adecuada con otras personas sino que también volvió a aprender a controlar su propio comportamiento.
Después de varios meses en el centro de rehabilitación, le trasladaron a un pequeño piso para ver si podía vivir sólo.
La prueba fue satisfactoria, y ahora Byron tiene su propio apartamento.
Byron todavía tiene problemas importantes de habla y memoria y el lado izquierdo de su cuerpo permanece débil, pero sus médicos ahora confían en quepueda controlar sus impulsos.
Antes del ataque, a Byron le interesaba el boxeo, la pesca y la caza. Ya no puede hacer esas actividades, y tampoco puede volver a su trabajo de albañil.
Pero ha aprendido a conducir, ya que al andar se cansa fácilmente.
Byron ahora actúa como embajador de la ONG The Disabilities Trust y colabora con el centro que le ayudó hablando con hombres y mujeres que se encuentran en la misma situación en la que él se encontraba no hace mucho.
"Ellos me ayudaron, así que yo quiero ayudarlos ahora", dice. "Creo que todos merecemos una segunda oportunidad".
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