Una nueva instalación de arte se inauguró esta semana en la galería Tate Modern, en Londres.
Eso sí, la obra tiene un pequeño detalle: no se puede ver.
Si entras a la Sala de las Turbinas (Turbine Hall), lo que verás es un suelo pintado de negro.
La obra, escondida debajo, solo se deja ver cuando la superficie del suelo recibe suficiente calor humano.
En otras palabras, se revela solamente cuando un grupo grande personas se acuesta en el piso al mismo tiempo.
"Es una tarea casi imposible", dice entre risas Catherine Wood, curadora de arte internacional del museo.
Tania Bruguera es una artista cubana reconocida internacionalmente por sus provocadoras propuestas sobre el poder y los controles sociales.
Con esta instalación "eligió poner una imagen debajo del suelo utilizando material sensible al calor, porque le encantaba la idea de hacer un mural horizontal".
"Pero este requiere un llamado a la acción, porque no hay manera de ver la imagen a menos que te unas a muchas, muchas personas".
La imagen que eventualmente se ve es la de Yusef, un joven refugiado sirio que llegó a Reino Unidos desde Homs, y ahora estudia medicina.
El tema de la inmigración domina toda la instalación, un asunto que artistas y escritores tocan con frecuencia en la actualidad.
Pero esta exhibición es distinta porque trata, activamente, de hacerte sentir físicamente incómodo.
El retrato está acompañado de una "habitación para llorar", diseñada para hacerle saltar lágrimas a los espectadores.
La música que suena de fondo es pesada, y también busca ponernos incómodos.
"La vida no es fácil, quiero que la gente salga de su zona de confort".
Esta artista de 50 años, nacida en La Habana, dice que lo que motivó su obra no es solo la crisis migratoria en sí, sino la creciente indiferencia que hay en torno a este tema.
Un cartel en la exhibición dice: "El periodismo y las redes sociales nos brindan información de los eventos mundiales las 24 hs. La migración se presenta como una crisis en desarrollo y da la sensación de que no podemos cambiar lo que está ocurriendo".
Por ello la instalación busca "combatir esa sensación de apatía".
Una de las secciones más curiosas de la instalación es la mencionada habitación para llorar.
En esta pequeña sala el aire está impregnado con un compuesto químico orgánico que te irrita los ojos apenas pones un pie en la habitación.
Es una sensación similar a la que se tiene cuando se corta cebolla.
Pero el olor aquí es a menta.
Parte de la experiencia en la Tate involucra un sello que reciben los participantes en la mano con unos números.
Esta se refiere a una estadística sobre la migración masiva que cambia constantemente.
"Es el número de personas que migraron el año pasado en el mundo, más el número de personas que murieron tratando de huir de su país", explica Wood.
En cuanto a la habitación, Wood explica que es una forma de lidiar con las consecuencias emocionales de la crisis migratoria.
"Tania quería crear lo que llama ’empatía forzada’".
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