De pronto se escucha un estruendo, una ola expansiva que cimbra las ventanas y vitrinas. Luego una sacudida tan fuerte que te levanta de la silla, te tambalea casi hasta caer. Sientes como si “algo” estuviera bajo el suelo listo para salir rompiendo el piso. Dura unos segundos, los suficientes para asustarte, pero muy pocos para entender qué pasó.
Así se siente estar sobre el epicentro de un sismo, una sensación desconocida hasta hace unos meses para muchos habitantes de la Ciudad de México, habituados y marcados —históricamente— por fuertes temblores.
En febrero se registró un sismo de magnitud 2.5 con epicentro en la alcaldía de Venustiano Carranza. Elena no sintió una sacudida, pero sí escuchó un estruendo, “como una explosión que cimbró las ventanas”.
La mañana del 14 de septiembre Claudia estaba en su departamento en la colonia Narvarte cuando sintió un jalón tan fuerte que casi se cae; apenas duró unos segundos.
Ese día se registraron tres sismos de magnitud 2.2, 1.8 y 1.5, todos tuvieron como epicentro la alcaldía de Benito Juárez. No se activó la alerta sísmica, pero vecinos de calles como Palenque, San Borja y la avenida José María Vértiz evacuaron algunas viviendas y negocios.
Septiembre cerró con otro sismo el día 27 a las 22:56 horas, con epicentro en la alcaldía de Coyoacán.
Ahí mismo se originó otro la mañana del pasado 5 de octubre. Ese día, Gilberto desayunaba en un restaurante cuando escuchó un estruendo; una “ola” debajo de sus pies lo levantó a él y otros comensales de sus sillas. Ana estaba en su oficina, en un cuarto piso justo frente al Parque Hundido. De pronto sintió un jalón, duró unos segundos, nadie desalojó.
“Pregunte a un habitante de la zona costera de Guerrero o Oaxaca cómo sienten los sismos y le va a decir que sienten como que lo empujan para arriba, o lo jalan, de la misma manera como lo siente la gente aquí en el Valle de México, pero con mayor intensidad”, explica a Newsweek en Español Luis Quintanar Robles, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
No es lo mismo, dice, sentir un sismo de magnitud 5 o 6 que ocurre en las costas del Pacífico —a miles de kilómetros de la capital— que uno de magnitud 2 que se genera justo debajo de los pies.
Gilberto ha vivido los sismos más fuertes de las últimas décadas: desde 1985 hasta los de 2017, pero nunca había sentido un movimiento como el de octubre pasado.
Esas sacudidas también han desconcertado a Ana. “Se me hace un fenómeno superextraño. Son temblores muy raros, no es algo normal, o no es algo que yo supiera que existía antes”, señala en entrevista.
Sin embargo, estos sismos son normales y comunes, más de lo que los capitalinos pueden pensar… y percibir.
De 2008 a la fecha, se tienen registrados 81 sismos con epicentro en Ciudad de México. Sus magnitudes van, en promedio, de 1.3 hasta 3.5; en su mayoría se presentan en la zona sur-sureste. El 15 de noviembre de 2003 ocurrió uno de magnitud 4 —este ha sido el de mayor intensidad en los últimos 20 años.
El secretario de Protección Civil local, Fausto Lugo, señala que en 2017, se presentaron 26 sismos y en lo que va del año se tienen registrados 15.
“Es un fenómeno normal, parte de vivir en Ciudad de México y parte de vivir en el país, porque formamos parte del cinturón de fuego, no es ninguna condición atípica o anormal para la ciudad”, explica el funcionario.
Ciudad de México está catalogada como zona sísmica B, un área intermedia donde se registran sismos no tan frecuentemente, aunque sí es una zona afectada por altas aceleraciones de otros puntos del país, como son las costas, de acuerdo con el Servicio Geológico Mexicano.
El resto del país se divide en zona A, donde no se tienen registros de sismos en los últimos 80 años y comprende la península de Yucatán y parte del noroeste del país. La zona C, que también es un área intermedia con sismos no tan frecuentes; y la zona D, donde se han registrado grandes sismos y comprende el Pacífico mexicano.
El Valle de México es una zona densamente poblada, explica el investigador Luis Quintanar, por ello cualquier sismo con epicentro en Ciudad de México, por pequeño que sea, lo siente una buena parte de la población.
A mayor cercanía con el epicentro, las ondas sísmicas se atenúan menos y el sismo se siente más fuerte, como ocurrió en los sismos del 14 de septiembre en la capital, señala un reporte del Servicio Sismológico Nacional (SSM).
“Los sismos son muy pequeños, de magnitud 2, 2.5, 3 cuando mucho, pero ocurren y se sienten en un radio muy pequeño. Si se aleja unas cuantas cuadras, a otra colonia, ya no lo sintieron. Pero la gente dice ‘es que está temblando más’. Está temblando igual, lo que pasa es que ahora lo detectamos más y hay más gente que lo siente”, comenta Quintanar.
Por eso, mucha más gente percibe un movimiento en alcaldías como Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Coyoacán, a diferencia de uno en zonas menos pobladas de Tláhuac o Xochimilco.
Los sismos en las costas del Pacífico —Guerrero, Oaxaca, Chiapas— y los del Valle de México se originan por fenómenos diferentes.
En la costa, explica Quintanar, la interacción entre placas tectónicas genera los movimientos. “La placa oceánica de Cocos se mete por debajo de la placa continental y entonces ese movimiento de fricción da lugar a rupturas considerables, produciendo sismos de magnitud 5, 6 o más como los ocurridos recientemente”, señala.
Mientras que los sismos que tienen epicentro en el Valle de México se deben al menos a tres factores, según el Sismológico Nacional: la existencia de pequeñas fallas activas y que atraviesan la zona; por la acumulación de tensión regional derivado del hundimiento del Valle o porque grandes sismos generan desequilibrios que ocasionan sismos locales.
El tamaño de las fallas (en el Valle de México) es mucho menor a las de la costa del Pacífico, por eso la magnitud también baja, aunque la manera como lo siente la gente es igual: un jalón, un empujón, porque se encuentra sobre el epicentro.
Como Gilberto, que sintió la fuerza de un estruendo debajo de sus pies. “Fue como una fractura que pasaba por debajo de nosotros. Como si algo estuviera debajo y fuera a salir por el piso. Fue tan fuerte, al grado que la onda nos levantó”, recuerda.
Cuando hay un sismo en la costa, en Ciudad de México se perciben de otra manera, dice el investigador, pues “sentimos que el movimiento es horizontal, que se mueve como un mecimiento, precisamente porque el sismo no ocurre aquí, sino a miles de kilómetros” y no bajo los pies.
El tamaño de los sismos también está relacionado con su duración. Los que se han sentido en la capital duran unos segundos porque tienen una magnitud baja. Entre mayor es la magnitud, también lo es la intensidad.
“Mientras más grande es el sismo, su duración es mayor, porque se generan muchos tipos de onda que empiezan a viajar. En los sismos muy pequeños, las ondas que se generan se atenúan rápidamente”, dice Quintanar.
Que el Valle de México haya sido un lago también es un factor relacionado a las fracturas y movimientos. La extracción de agua ha provocado que el terreno se hunda y se fracture, sobre todo en el oriente de la capital —Texcoco, Tláhuac, Ixtapaluca— donde han aparecido grietas en casas y calles.
“El fracturamiento puede originar pequeños movimientos como si fueran sismos pero son muy pequeños”, detalla el investigador.
Los temblores en el Valle de México suelen ser consecuencia de otros más grandes. Los sismos de ocurridos el 7 de septiembre de 2017 (de magnitud 8.2) y el del 19 del mismo mes (de magnitud 7.1) con epicentros en Chiapas y Morelos, respectivamente detonaron una serie de réplicas, entre ellas los sismos con epicentro en Ciudad de México.
No es la primera vez que esto ocurre. Tras los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 se registró un aumento en la sismicidad en el Valle de México, sobre todo en la parte sur, comenta Quintanar.
“La energía llega con gran fuerza, entonces reactiva pequeñas fallas. El terreno está fracturado y si encima se mueve con un movimiento lejano, pero muy fuerte, se rompen esas pequeñas fallas y da origen a la pequeña sismicidad disparada por el sismo grande”, detalla.
Allen Husker, investigador del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM coincide en que en el último año se han registrado más sismos porque son réplicas de los movimientos ocurridos en 2017. Tras un sismo fuerte las rocas cercanas al epicentro se reacomodan, lo que genera una serie de temblores, denominadas réplicas. El número de las réplicas puede variar desde unos cuantos hasta cientos en los próximos días o semanas de ocurrido el temblor principal, señala un especial del grupo de trabajo del Sismológico Nacional.
Los sismos con epicentro en el Valle de México, por su tamaño, rara vez presentan réplicas.
“México es un país muy activo sísmicamente”, dice Husker, pues en promedio, cada 1.6 años se registra un sismo fuerte con magnitud por arriba de 7, según la revisión de los datos sísmicos de los últimos 100 años realizada por la UNAM.
Hasta ahora, los sismos con epicentro en la Ciudad de México han sido de baja intensidad, pero ¿puede presentarse uno de magnitud mayor? A ciencia cierta, no se sabe.
Luis Quintanar señala que por el pequeño tamaño de las fallas que atraviesan la capital no se acumula tanta energía como en las costas, por lo que sería muy poco probable, aunque no hay una base científica sólida para descartarlo.
El titular de Protección Civil de CDMX señala que aunque no se tienen registros de sismos con magnitud superior a 4.4 en toda la historia de la ciudad, podría ocurrir, “existe el riesgo con cualquier sismo”.
Gilberto y los demás comensales del restaurante no supieron qué hacer después de la sacudida. “Todos nos quedamos sorprendidos”, dice, pues esperaban el sonido de la alerta sísmica.
Después de sentir el jalón que casi la hace caer, Claudia se asomó a ver si en su edificio alguien más había sentido el movimiento, pero nada. “Chequé en redes sociales y vi que no era la única que lo sintió, así fue como supe que había sido un temblor”, dice.
Ana pasó por algo similar. Sintió el movimiento pero no le dio importancia hasta que otras personas en la oficina comenzaron a decir que también lo habían sentido. “Entonces me metí a Twitter a verificar qué onda y salió que había sido un temblor con epicentro en Iztacalco”.
“No evacuamos porque fue algo superrápido, sin alerta, sin nada, cuando ya nos damos cuenta de que sí tembló fue media hora después”, cuenta Ana.
La alerta sísmica se activa en Ciudad de México cuando se registra un sismo en las costas del país. Los temblores generan dos tipos de ondas, las P y las S. Las ondas P viajan rápidamente y son menos destructivas. Las ondas S viajan 58 por ciento más lento que una P, y tienen gran capacidad de destrucción, de acuerdo al Instituto de Geofísica de la UNAM.
La velocidad de las ondas S permite al Sistema de Alerta Sísmica avisar con al menos 50 segundos de anticipación la llegada de ondas sísmicas importantes a la capital.
“Una alerta sísmica se basa en la distancia que hay del lugar donde se origina el sismo a la capital, o a los grandes centros poblacionales. El tiempo que se da de alerta es el tiempo que tardan en viajar las ondas desde el lugar donde se originan, hasta la Ciudad de México”, detalla Quintanar Robles.
El sistema de alerta actual sirve para los capitalinos, pero no para quien vive en donde se genera el movimiento.
“Si las ondas se originan aquí, dentro del Valle de México, pues no existe ningún tiempo (para alertar) sería simultáneo”, añade.
Fausto Lugo explica que para la capital no funcionaría un sistema que dé un aviso previo, debería de ser un sistema de alarma que se activaría cuando el sismo esté ya en operación.
Al presentarse un sismo en la capital, las autoridades siguen un protocolo de revisión en el área donde se percibe.
Sin embargo, “los sismos son parte de la condición en la que vivimos en el país”, dice el encargado de Protección Civil de la capital, debido a la actividad de las placas que lo rodean.
Lo más importante, coinciden los especialistas, es que los habitantes de Ciudad de México y el resto del país, “tenga conciencia que vivimos en una zona sísmica y que se debe estar preparado”, dice Quintanar.
Revisar periódicamente las construcciones, reforzarlas o rehabilitarlas y saber qué hacer y cómo evacuar.