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1968: Acaba en masacre el mitin en Tlatelolco; hay cientos de muertos, heridos y detenidos
1968: Acaba en masacre el mitin en Tlatelolco; hay cientos de muertos, heridos y detenidos
Foto de la colección de la Casa del Lago de la UNAM
14 minutos de lectura

1968: Acaba en masacre el mitin en Tlatelolco; hay cientos de muertos, heridos y detenidos

02 de octubre, 2018
Por: Viétnika Batres

Nota del editor: Desde el 23 de julio, Animal Político presenta materiales periodísticos para conocer los hechos, nombres y momentos clave del movimiento estudiantil del 68 que se vivió en México.

La cronología se publica en tiempo real, a fin de transmitir la intensidad con que se vivieron esos días y se tenga, así, una mejor comprensión de cómo surgió y fue frenado a un precio muy alto el movimiento político social más importante del siglo XX.

Queda mucho por saber y entender: 50 años después aún no sabemos por qué una riña estudiantil –como muchas que hubo previamente– detonó la brutal represión del gobierno.

Ciudad de México, 2 de octubre de 1968.-  El mitin convocado para este miércoles por el Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de las Tres Culturas, luego de 73 días de movimiento estudiantil, se inició con retraso de hora y media, bajo un cielo nublado que anunciaba la proximidad de la lluvia.

Desde las tres de la tarde había empezado a llegar gente, a pesar de la inusual cantidad de granaderos, policías y militares desplegados en las inmediaciones. La tensión se respiraba en el ambiente.

Los primeros miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH) llegaron, alrededor de las cuatro de la tarde, al tercer piso del edificio Chihuahua de la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco: Anselmo Muñoz se encargó de tomar la energía eléctrica de un departamento del quinto piso para instalar el equipo de sonido en el balcón-terraza que usarían como tribuna; Gilberto Guevara Niebla organizaba y se hacía cargo de que todo sucediera según lo acordado: esta vez habría más medidas de seguridad y mayor control para el acceso a tribuna.

Para las 17:30 había ya entre 8 mil y 15 mil asistentes –según las distintas versiones– y finalmente empezó el mitin, conducido por Myrthokleia González Gallardo, representante de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) ante el CNH. Buena parte de los presentes escuchaba atenta, sentada en el suelo.

El plan era que los oradores protestarían por la detención a Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, delegado ante el CNH por la Escuela de Chapingo que difundió, el 29 de septiembre, una carta en la que denunció la tortura de que ha sido objeto. Pero sobre todo, se anunciaría una huelga de hambre de los presos políticos, como un método pacífico y distinto para presionar al gobierno al diálogo público, y emplazarlo a frenar la ola violenta de las últimas semanas contra los estudiantes.

Sin embargo, ante las rondas de un helicóptero militar, que parecía zopilotear la plaza, y la llegada de más elementos del Ejército, que habían rodeado la zona, y de “hombres con el pelo muy corto, a la militar, pero sin uniforme, y un misterioso guante blanco en una mano”, comentó Luis González de Alba, integrante del CNH, los dirigentes estudiantiles decidieron apresurar el mitin, informar que se suspendía la marcha al Casco de Santo Tomás, aún ocupado por el Ejército, y que debíamos concluir con orden.

“El Pelón Vega –de Ingeniería Textil del Poli– estaba al micrófono: un joven del Poli con frente amplia de calvicie prematura. Uno tras otro fuimos murmurándole entre dientes: Apúrate y vámonos”, relató González de Alba.

Cosas extrañas atrás de tribuna

Cuando Florencio López Osuna, dirigente de la Escuela Superior de Economía del IPN, estaba en su turno al micrófono, en los accesos a la tribuna ocurrían “ cosas muy extrañas”, resaltó Guevara Niebla, que les prendieron los focos rojos.

Por ejemplo: “Llegó hasta la tribuna un sujeto de baja estatura, con todo el aspecto de guerrerense, y como tal me dijo: ‘Gilberto, traigo una carta de Genaro Vázquez para que se lea en el mitin’. Tomé la carta, la leí y rápidamente me di cuenta de que era falsa. Di entonces instrucciones para que no dejaran pasar a ese sujeto”.

Otro hombre, “muy alto y muy rubio”, haciéndose pasar por alumno de la Facultad de Derecho exigía “Déjenme subir a la tribuna”. Guevara Niebla dio la orden de no dejarlo pasar. “Ni siquiera dejé entrar a Selma Beraud, de la Facultad de Filosofía”, contó posteriormente.

“Dejamos entrar únicamente a los periodistas. Después nos dimos cuenta de que muchísimos policías estaban disfrazados de periodistas. Sobre todo, de la parte de abajo del mitin comenzaron a llegarme numerosos recados. Subían muchos compañeros a decirme lo mismo: ‘Gilberto, el mitin está lleno de pelones. Está lleno de judiciales’. Yo había estado en todos los mítines anteriores y nunca había pasado eso”.

Las luces de bengala

Ya había empezado a oscurecer cuando, entre las 18:10 y 18:15 estallaron en el cielo las luces de bengala.

No se sabe con certeza cuántas fueron ni de dónde salieron. Los testimonios hablan de una, dos o hasta tres bengalas de color verde y rojo. Tampoco se sabe con seguridad de dónde salieron.

Existen dos hipótesis: una dice que fueron lanzadas desde el helicóptero militar que para ese momento ya le había dado unas cinco vueltas a la plaza; otra, que provenían del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Otra posibilidad es que ambas versiones sean ciertas.

El coronel de infantería Ernesto Gutiérrez Gómez Tagle, encargado del batallón Olimpia, enviado supuestamente para detener a los miembros del CNH, se adjudicó haber lanzado las bengalas.

“Justo cuando un helicóptero sobrevolaba la plaza, yo disparé dos luces de bengala que servirían para alertar al capitán Careaga y su gente de la presencia física de la totalidad del Comité de Huelga”, manifestó.

Las que hayan sido: una vez escupidas al cielo, las bengalas tuvieron efecto inmediato. Todavía no tocaba el suelo la pólvora caliente, cuando se escuchó el primer disparo de arma de fuego. Y en segundos, la respuesta en ráfagas de ametralladora.

Había en la plaza más de 10 mil soldados y policías.

Caos, sangre y muerte

López Osuna fue el único que alcanzó a terminar su discurso, de los tres comisionados por el CNH para hablar la tarde de este miércoles en Tlatelolco. Los otros dos eran David Vega y Eduardo Valle, El Búho. No pudieron continuar.

Un francotirador accionó el gatillo desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua y desencadenó la respuesta de los soldados sobre los asistentes al mitin: estudiantes de secundaria, universitarios, politécnicos; profesores, trabajadores, mirones, vecinos de Tlatelolco –niños incluidos–; fotógrafos y periodistas nacionales y extranjeros. Como la reportera italiana Oriana Fallaci, que contó lo ocurrido ahí, esa noche, al resto del mundo.

Las luces de bengala fueron la señal para los elementos del batallón Olimpia, vestidos de civil y portadores de un guante blanco en la mano izquierda, para identificarse entre sí. Apostados en los edificios 2 de Abril, 15 de Septiembre, Revolución de 1910, ISSSTE 11 y la iglesia de Santiago –ubicada dentro de la plaza–, así como en departamentos del Chihuahua y en el corredor del tercer piso de este edificio, abrieron fuego en contra de los manifestantes y militares que resguardaban el lugar, al parecer, para hacerles creer a éstos que los estudiantes eran los agresores.

A las 18:15 entró el Ejército a la Plaza de las Tres Culturas; desde las posiciones que ocupaba, rodeó la plaza y empezó a disparar indiscriminadamente contra quienes escuchaban el mitin y hacia el edificio Chihuahua. La multitud se dispersó despavorida en dirección contraria a los soldados; buscaban las salidas, pero todo estaba cercado.

Trampa sin salida

Al filo de las seis de la tarde cuando de la multitud salió un bramido gigantesco, un grito de terror que crecía. Yo volví la vista desde la tribuna y vi que el Ejército avanzaba hacia la plaza del mitin desde el puente de Nonoalco (…) Sentí que todo se iba a acabar en ese instante”, reconoció Guevara Niebla.

En cuestión de minutos se generalizó la balacera. Mujeres, hombres, niños, jóvenes, adultos, todos corrieron despavoridos en todas direcciones. Unos se tiraron al suelo, otros buscaron una columna, una pared, un auto detrás del cual guarecerse. Un hueco en las escalinatas o entre los vestigios prehispánicos. Algunos más intentaron refugiarse en los departamentos de la unidad habitacional.

En la tribuna, “cerca del micrófono estaba Sócrates Campos Lemus. En una reunión anterior del CNH se había decidido que Sócrates no volviera a agarrar el micrófono en los mítines, porque era muy provocador. (…) Esta vez se había parado junto al micrófono, sin tomarlo. Lo tomó hasta que vimos a los soldados. Dijo por el micrófono: ‘Calma, compañeros. Esto es una provocación. Calma, compañeros’. Yo pensaba entonces en el fin de todo, en la multitud inerme y en cómo saldríamos de ahí”.

González de Alba, desde el barandal del tercer piso del Chihuahua, en ese instante veía a la multitud correr hacia las escaleras del borde de la plaza y, de pronto, detener su carrera: “los de atrás caían sobre los de adelante”. Luego, los gritos en el cubo de las escaleras del edificio rápidamente llegaron al tercer piso: “¡Ahora les vamos a dar su revolución, hijos de su puta madre!”.

“Miré a quienes gritaban: hombres jóvenes, sin uniforme, un guante blanco en una mano y pistola en la otra. No armas largas, pistola, porque al rodear el edificio habían debido ocultarla. El guante blanco lo llevaban para identificarse entre sí ya que no iban uniformados”.

La multitud formó “un remolino gigantesco”, describió Guevara Niebla. “Se me ocurrió ir abajo. Corrí a las escaleras, seguido de varios compañeros, y de repente vi que venían subiendo unos jóvenes armados, vestidos de civiles (…) Los muchachos que iban conmigo –me alzaron prácticamente en vilo y me subieron por la escalera en cosa de segundos. Ya se oían los disparos”. Subieron al quinto piso, “al departamento de la señora que nos había dado energía eléctrica para el equipo de sonido”.

Lo dejaron pasar, junto con Eduardo Valle Espinoza El Búho, Pablo Gómez, Anselmo Muñoz, Félix Hernández Gamundi y otros 30 jóvenes. “Me asomé por la ventana en plena balacera y volví la vista a la tribuna… y vi algo impresionante: decenas de armas que habían aparecido en la tribuna como por arte de magia y que desde el edificio apuntaban en dirección del Ejército o de la multitud –abajo, en la plaza–. No vi una sola cara. Sólo alcanzaba a ver las armas y las manos que las manejaban”.

Entonces, “en un acto milagroso, los estudiantes que me acompañaban me jalaron en el instante en que entró una metralla y destruyó el techo y los cristales. Comenzaron a entrar balas de un calibre enorme. Nosotros estábamos tirados en el suelo, cubiertos por el yeso que se desprendía”. Poco después,  las balas perforaron las tuberías y ese departamento –además del resto del edificio– se inundó”.

Mucha gente consiguió huir por el costado oriente de la plaza. Los menos afortunados se toparon con columnas de soldados que avanzaban a bayoneta calada –y no dudaban en atacar con ella, constataron testigos–, o quedaron tendidos, inertes, por el fuego cruzado.

En minutos quedó vacía la explanada. Sólo se veían decenas de muertos, heridos y soldados.

Oscurecía. La lluvia de balas que empezó a las 18:15 fue muy intensa cerca de dos horas. Luego cesó, con disparos aislados, pero reinició fuerte a las 22:55. Todas las salidas de la plaza estaban en manos del Ejército. Las ambulancias de la Cruz Verde –del Departamento Distrito Federal– también estuvieron controladas.

A las 21:00 varios edificios ya habían sido ocupados por la tropa y otros estaban siendo cateados. Más de 300 tanques, unidades de asalto y jeeps mantienen rodeada la zona: de Insurgentes a Reforma, hasta Nonoalco y Manuel González.

¡No disparen, batallón!… ¿de limpia?

“A mis lados vi a dos jóvenes disparando sobre la gente, al azar, aquí y allá, un grandote a mi derecha, un chaparrito a mi izquierda”, narró González de Alba, sorprendido de que “disparaban a pecho descubierto, tranquilos, seguros, aunque el Ejército regular, de uniforme, ya estaba sobre la Plaza”. ¿No temían que los soldados les respondieran el fuego? “Era claro que no. Pero les respondieron”.

“¿Quiénes eran?”, se preguntó el estudiante de psicología e integrante del CNH.

Cuando se dieron cuenta de que él no llevaba guante o pañuelo blanco, como ellos, le ordenaron ponerse contra la pared, junto a los elevadores, “con las manos en alto, como ya había varias decenas, y no mirar a los lados”.

Muchos de los allí detenidos son periodistas nacionales y extranjeros enviados a cubrir los Juegos Olímpicos, los cuales serán inaugurados en 10 días.

Cuando la balacera apretó y las esquirlas empezaron a caer sobre las espaldas de los detenidos, los hombres de guante blanco, tirados en el suelo para cubrirse, les gritaron a los detenidos “¡Tírense al suelo! ¡Tírense al suelo!”, dijo González de Alba.

“Los del guante blanco se comenzaron a arrastrar por el suelo empujándose con los codos, movimiento militar, luego unos gritaron a voz en cuello, pero sin sacar la cabeza por encima del barandal, desde el suelo. Entendí el grito: ‘¡Batallón de limpia…! ¡No disparen!’ (…) El fuego arreció. Estaban junto a mí, con la cara de lado los podía ver: pálidos, aterrados, en pánico”.

Para González de Alba era obvio que entre el estruendoso tiroteo y los gritos de la gente resultaba imposible que los oyeran los soldados sobre la Plaza. “Puse atención al grito ya mejor articulado: no, no eran de limpia… ¡Batallón Olimpia, no disparen! Era el grito. Olimpia, no de limpia. No había oído antes el nombre”.

En un momento comenzó a llover. “Por las escaleras escurría agua, quizá de calentadores y tinacos perforados en la balacera a un edificio sin paredes sólidas. Pasaron horas y oscureció. ¿Quién seguía disparando a lo lejos? Ya no era fuego nutrido, pero las detonaciones aisladas seguían. ¿Quién? ¿Por qué? Nos comenzaron a bajar. Bueno, primero nos dejaron en calzones. Ya en la planta baja estuve entre soldados de uniforme. Arriba todos eran policías y los de guante blanco”.

Según una versión, son una brigada de 120 hombres conformada días antes por el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, que echó mano de elementos de la Dirección Federal de Seguridad, la Policía Judicial del Distrito Federal y la Inspección Fiscal Federal.

Sin embargo, otra versión indica que se trata de un grupo especializado integrado por militares que, actuando de civiles, ocultaron su adscripción al Ejército. Ambas versiones se basan en documentos del Archivo General de la Nación, pero la que tiene más solidez en la segunda, por la misión que tenía encomendada: capturar a los dirigentes del movimiento estudiantil.

Respecto a los francotiradores –como los que dispararon desde el techo de la iglesia y del edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores–, también hay distintas versiones: que son miembros del batallón Olimpia; que pertenecen al Estado Mayor Presidencial, y la menos probable, según la cual eran población civil, vecinos de Tlatelolco o estudiantes.

Con destino desconocido a la medianoche

Escondido en la parte trasera del departamento del quinto piso, tiritando de frío, Guevara Niebla y sus compañeros vieron acumularse “una capa de balas en el suelo”.

“Para mí, el tiempo transcurría muy lentamente. Parecía que las balaceras duraban horas cuando en realidad duraban minutos. El lapso de tiempo que había entre una balacera y otra también me parecía larguísimo, y no lo era. La balacera se detenía y comenzaba otra. Había provocadores que disparaban desde lejos y de pronto se daba la respuesta abrumadora del Ejército. Al oírse el disparo lejano se soltaban todas las miles de armas que había esa noche en Tlatelolco”.

Al zumbido de las balas se sumó el sonido de los cañones de los tanques. “Espantoso. Mucha gente dice que eran tanquetas. Aparte de las tanquetas, sobre la plaza había tanques de oruga, que hacían un ruido absolutamente peculiar, de metal en movimiento”.

Los soldados, que se habían apoderado ya de las escaleras y de los pasillos. “Oíamos los gritos de los estudiantes cuando los golpeaban y los gritos de los soldados: “¡Agáchese, cabrón! ¡Agáchese, hijo de la chingada!”. Y luego otros gritos de los mismos soldados: “¡Batallón Olimpia! ¡Batallón Olimpia!”.

A las 23:30 los soldados tocaron a la puerta del departamento del quinto piso y amenazaron con tirarla si no les abrían. Un soldado entró, reunió a todos y ordenó: “¡Pónganse las manos atrás de la nuca y van saliendo de uno en uno!”. Avanzaron agachados “para que nuestra imagen no diera a las ventanas, porque desde fuera le disparaban a todo lo que se movía”.

Los bajaron al segundo piso, prosiguió Guevara Niebla, y de ahí los iban repartiendo en distintos grupos. Los metieron a un departamento vacío y ahí, a un cuarto en el que había un clóset con las puertas rotas. “Ahí estaba sentado un oficial militar, platicando con Sócrates. Sócrates estaba esposado pero platicaba, sentado cómodamente. ‘Ah qué Sócrates cabrón’, le decía el militar”.

En ese departamento había unos 20 detenidos. “Luego de robarnos, nos sacaban. Cuando yo bajé, no por el lado de la plaza, sino por el otro lado del edificio Chihuahua, había una multitud de soldados que gritaban histéricos, nerviosos, todos muy excitados, seguramente bajo el efecto de narcóticos”. Entre ellos, el dirigente del CNH identificó al policía rubio que unas horas antes se había fingido estudiante de Derecho para subir a la tribuna; también, “el sujeto de baja estatura que horas antes dijo traer un mensaje de Genaro Vázquez”. Ambos vieron a Guevara Niebla y se acercaron a golpearlo.

Los militares llevaron caminando a los detenidos –cientos de hombres y mujeres– en largas filas hacia la calle de Manuel González, donde estaban estacionadas decenas de camiones del Ejército, “de los que tienen una cubierta de manta con bancas a los lados”. A culatazos y gritos, los soldados los subían: “¡Hijos de la chingada! ¡Anden, cabrones agitadores!”.

“Íbamos tirados unos encima de otros. Formábamos por lo menos cuatro capas de cuerpos, una cosa tremenda sobre todo para los que iban abajo, mientras los soldados iban sentados en las bancas laterales del camión –relató Guevara Niebla–. De pronto se oía un quejido de alguno de nosotros y un soldado gritaba: “¡No levanten la cabeza, hijos de la chingada!”. A quien levantaba la cabeza, lo golpeaban. A mí me golpearon en una ocasión. Sentí el mayor vacío de mi vida”.

No lo sabían, nadie les informó que a unos se los llevaban a la cárcel de Santa Martha Acatitla y a otros, a los miembros del Consejo Nacional de Huelga principalmente, se los llevaban al Campo Militar No. 1.

Las autoridades no dieron un parte oficial de detenidos ni de heridos ni de muertos esta noche, pero se estima que esta noche han sido detenidas al menos 2 mil personas.

Referencias:

• Rodríguez Munguía, Jacinto, 1968: Todos los culpables, Ed. Debate, México, 2008, pp. 129 a 132.

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