Las elecciones del domingo en Brasil, que determinan una segunda vuelta entre el candidato presidencial ultraderechista Jair Bolsonaro y el izquierdista Fernando Haddad, muestran un país que se aleja de su mejor idea.
El escritor brasileño Luiz Puntel advierte que uno de sus libros para niños entró de forma absurda en la dinámica de polarización que vive su país en estas elecciones presidenciales.
Antes del voto del domingo, que envió a una segunda vuelta al candidato ultraderechista Jair Bolsonaro y al izquierdista Fernando Haddad, un colegio tradicional de Río de Janeiro suspendió el texto "Niños sin patria" de Puntel ante quejas de padres que lo tildaban de propaganda comunista.
Es un libro de ficción sobre una familia obligada a exiliarse por los militares que gobernaron Brasil desde 1964 a 1985, que ha sido leído en escuelas de todo el país desde su publicación en 1981.
"Lo curioso es que en el 81 todavía teníamos dictadura; ni en aquella época pasó esto", le dice el autor a BBC Mundo.
A su juicio, la división en Brasil hoy "no es sólo una cuestión política, sino de valores, de comportamiento".
"Perdimos la alegría de ‘discrepar sambando’, como dicen los brasileños: discrepo contigo, pero vamos a bailar samba juntos", señala Puntel.
De hecho, la atmósfera de crispación y perplejidad que cubre Brasil tras los escándalos de corrupción y la dolorosa crisis económica de los últimos años, ha permeado diferentes ámbitos de la vida cotidiana, como aulas escolares o estadios de fútbol.
Y, según expertos, muestra una realidad muy distante de la imagen de júbilo, esperanza y cordialidad que el gigante tropical de Sudamérica solía transmitir al mundo.
El alma de Brasil está diferente, y eso lo refleja el duelo entre Bolsonaro (que tuvo 46,7% de los votos válidos con 96,4% de las urnas escrutadas) y Haddad (28,5%) para el 28 de este mes.
Hay varias señales de que los brasileños votaron con ira el domingo: una encuesta de Datafolha reveló la semana pasada que ese era el sentimiento de dos de cada tres votantes (68%).
También indicó que prácticamente cuatro de cada cinco electores en el país del carnaval decían estar tristes (79%) o desanimados con su propia nación (78%).
Esta amargura contrasta con el entusiasmo que Brasil tenía años atrás, en pleno boom económico: en 2011 una encuesta internacional lo ubicó entre los países más optimistas del mundo.
"Brasil, el país del futuro", definió el escritor y dramaturgo austríaco Stefan Sweig en 1941.
"Aquel futuro de Stefan Sweig no existe más", escribió el cronista y guionista brasileño Antonio Prata en el diario Folha de S.Paulo el mes pasado. "El presente es un patíbulo que se abre bajo nuestros pies todos los días —para descubrir que debajo hay una guillotina y delante un pelotón de fusilamiento".
Ronald Inglehart, un politólogo y profesor emérito de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, argumenta en su reciente libro "Cultural Evolution" que los valores y actitudes de los pueblos varían según la seguridad que sienten sobre su supervivencia: cuando es baja, tienden a cerrar filas detrás de un líder fuerte.
Define este fenómeno como el "reflejo autoritario".
Quizá esto ayude a explicar en parte el resultado electoral del domingo en Brasil.
Bolsonaro es un diputado y excapitán del Ejército que ha expresado nostalgia por el régimen militar brasileño, ha elogiado a un coronel reconocido como torturador por la justicia y promete mano dura contra el crimen.
Haddad es un exalcalde de São Paulo que buscó heredar los votos del líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, que presidió Brasil en la bonanza de la década pasada y encabezaba las encuestas cuando fue preso en abril, para cumplir una pena de 12 años por corrupción.
Pero tanto Bolsonaro como Haddad tienen también altas tasas de rechazo en la población.
Así las cosas, se han reportado varios episodios de agresiones políticas en esta campaña, incluida una puñalada a Bolsonaro en septiembre que lo dejó semanas internado en un hospital, o disparos contra una caravana de Lula en marzo.
Y todo indica que la división crecerá aún más ahora.
Las elecciones de Brasil, con dos candidatos en las antípodas ideológicas, también parecen echar por tierra la vieja noción de que en el país prima la búsqueda de acuerdos en pos de la estabilidad y la convivencia.
Es una idea que se remonta al nacimiento mismo de Brasil: se independizó en 1822 sin armas ni violencia, una gran diferencia con sus vecinos de América Latina.
Pero las imágenes de pacifismo y cordialidad "se aplicaban a un país gobernado por élites ilustradas, sin la perturbación del pueblo", advierte José Murilo de Carvalho, un prominente historiador brasileño, a BBC Mundo.
"A partir de la segunda mitad del siglo XX, el pueblo invadió nuestro sistema político vía elecciones y los conflictos distributivos se agravaron y se añadieron a nuevos conflictos religiosos y culturales manifestados diariamente en las redes sociales, la nueva ágora política, mucho menos civilizada que la griega", añade.
La confrontación y la violencia hoy son rasgos de Brasil más allá de la política: el año pasado, el país registró un récord histórico de 63.880 asesinatos, una media de 175 al día, una tasa superior a la de México.
Jóvenes, negros y pobres son las principales víctimas de la violencia, impulsada por grupos criminales o la propia policía.
La sensación de inseguridad también ha influido el debate electoral.
Bolsonaro, cuyo apoyo aumenta entre los brasileños blancos o de mayor renta y escolaridad, según encuestas previas a la primera vuelta, promete facilitar el uso de armas de fuego para combatir la delincuencia, lo que según sus críticos agravaría el problema.
Vera Chaia, profesora de ciencia política en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, señala que en Brasil "las posturas están cada vez más radicales: eso lo ves en todos los lugares, hasta en la propia universidad".
La disputa política llegó incluso al fútbol, la gran pasión popular de Brasil, con hinchas de clubes como Corinthians o Flamengo que emitieron mensajes de rechazo al candidato de extrema derecha.
Por otro lado, hinchas del Atlético Mineiro entonaron el nombre de Bolsonaro, que ha dicho que prefiere un hijo muerto antes que gay, en un canto homofóbico y amenazante contra sus rivales que obligó al club a emitir un comunicado de repudio.
Felipe Melo, un futbolista de Palmeiras que ha protagonizado incidentes violentos en su carrera, generó polémica al dedicar un reciente gol al "futuro presidente Bolsonaro".
"Brasil no es un país cordial; es un país violento, con una exclusión social enorme y una de las mayores concentraciones de renta del mundo. Todo esto hace su cotidiano agresivo, de confrontación", dice el sociólogo brasileño Mauricio Murad a BBC Mundo.
"Estas polarizaciones, tanto en el mundo del fútbol como en la política ahora, revelan eso", agrega. "El país no es lo que se piensa".
El temor de muchos ahora es que Brasil se aleje aún más de su mejor idea en las tres semanas que restan para su segunda vuelta del domingo 28.
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