Hace cuatro años intenté suicidarme.
Hice mis planes y no le conté a mis amigos ni a mi familia lo que pensaba hacer.
A todos les envié un mensaje antes, preguntándoles como iba su día y diciéndoles que esperaba que estuvieran bien en las próximas semanas.
Algunos respondieron. Todavía recuerdo sus mensajes, aunque para ellos era una charla normal y corriente. No creo que supieran que al otro lado de la charla yo me sentía en una agonía total.
Mientras caminaba hacia el acantilado donde pensaba que terminaría mi vida saqué rápidamente una foto de la vista y la publiqué en mi página de Facebook, sin ningún comentario.
Ahora, mirando atrás, supongo que eso fue un grito final de ayuda. Parte de mí esperaba que alguien se diera cuenta de dónde estaba y por qué y viniera a rescatarme.
Pero eso no ocurrió.
Lo que la gente comentó fue que era una vista bonita.
Cuando estaba a punto de saltar, en el último minuto, llegó un guardacostas y me convenció para que no lo hiciera.
Su trabajo es, precisamente, caminar por esa zona y evitar que la gente haga, bueno, lo que yo pensaba hacer.
Ahora que pienso en todo lo que ha pasado desde entonces, me siento súper agradecido hacia ese hombre por haberme detenido.
Tengo 32 años pero empecé a experimentar problemas de salud mental a los 12, en la época en que mi padre murió.
Falleció de repente de una trombosis. Sucedió inesperadamente, como si le cayera un rayo a nuestra familia. Se encontró mal un viernes y murió el domingo.
Mi infancia fue muy feliz hasta ese punto. Pero la muerte de mi padre produjo un cambio dentro de mi.
Su muerte me hizo aislarme del resto del mundo. Me sentí cada vez más abrumado por el duelo y empecé a tener dificultades para hablar con otros chicos en la escuela.
Y como no se podían relacionar conmigo, empezaron a dejarme de lado y a llamarme "raro".
A medida que yo me distanciaba, empezaron a meterse conmigo aún más.
No pasó mucho tiempo hasta que empezaron a acosarme por ser gay.
Yo no había salido del armario pero eso no evitó que me golpearan, diciendo "a ver si los maricones sienten dolor". En el fondo, yo ya sabía que era gay, pero el acoso hizo que me resultara muchísimo más duro admitirlo, incluso a mí mismo.
En silencio fui soportando todo lo que me hacían. Pero por dentro me estaba viniendo abajo.
En ese momento no lo sabía, pero ya estaba desarrollando rasgos asociados al Trastorno Límite de la Personalidad (TLP).
Cada paciente lo experimenta de una manera diferente, claro, pero yo fluctuaba entre un estado de ánimo pésimo, como depresivo, y uno de euforia, como si me pudiera comer el mundo.
Podía alternar entre esos estados en el mismo día o incluso en la misma hora. Puedo sentirme intensamente feliz pero de repente un estímulo puede arrastrarme hasta un punto realmente bajo.
Según investigaciones recientes un 2,4% de la población entre 16 y 64 años de Reino Unido tiene TLP, que es el trastorno de la personalidad más frecuente.
Esta condición me hace mirar las cosas en blanco y negro: o algo es absolutamente perfecto o es un desastre total. Y eso me pasa también con las personas.
Un pequeño malentendido puede hacer que en mi cabeza una persona pase de ser la más perfecta que jamás haya conocido a la peor.
Nunca sé ver áreas grises, ni intermedias, aunque sé que sí las hay.
Y por eso siempre me ha costado tanto hacer amigos, y más aún mantenerlos.
Sé que es duro para la gente quedarse a mi lado porque con frecuencia me tomo las cosas de una manera personal cuando no debería, o saco las cosas de contexto o les doy un giro realmente negativo. Por ejemplo, mi mente puede convertir automáticamente un piropo en un insulto.
Afortunadamente sí tengo cuatro amigos verdaderos que me han apoyado en todo, y además cuento con el apoyo incondicional de mi madre.
Desde la escuela primaria hasta la universidad me sentí igual: era profundamente infeliz y reaccionaba de una manera extrema a todo, sin entender realmente qué me pasaba. Cuando conseguí un trabajo bueno y estable como informático esos sentimientos tampoco desaparecieron.
Así, hasta que en 2009 me dio un bajón depresivo en el trabajo, desencadenado porque mi madre se enfermó. Eso me llevó más allá del límite.
Pero incluso después de tocar esas profundidades de la tristeza no le presté atención al mensaje de alerta que me estaba enviando mi cuerpo. Y lo que hice fue volver a correr en mi rueda de hámster: volví a empezar tratando de empujar el dolor fuera de mi mente.
No funcionó.
Unos años después, en 2014, volví a decaer, y ahí fue cuando intenté quitarme la vida.
Mi madre estaba mejor de salud, pero yo estaba sumido en deudas, y, para decir la verdad, estaba harto de la vida.
No lo conté a mi madre lo que había pasado hasta una semana después, porque no quería preocuparla.
Pero ella sabía que me pasaba algo. Fue tan comprensiva y me apoyó como yo esperaba. Me sentí bien al contárselo.
Entonces me di cuenta de que ya no podía seguir así y un año después en 2015 decidí que ya no podía ocultar quién era y salí del armario con mi sexualidad. Pensé que al admitir públicamente cómo era podría dejar a un lado la ira que sentía por el abuso homofóbico que sufrí de niño.
La mayoría de la gente de mi entorno, incluida mi madre, me aceptó con comprensión. Pero a la vez me decepcioné a mí mismo por no tener un gran sentimiento de alivio al salir del armario, como esperaba.
Pensé que de repente me iba a sentir feliz y que todo se resolvería en mi cabeza. Pero no fue así, y eso me sumergió en otro período depresivo.
Fue entonces cuando fui al médico y me diagnosticaron con TLP.
El diagnóstico fue solo el principio. Me dieron medicación para estabilizar mi estado de ánimo y me pusieron en una larga lista de espera para recibir Terapia Conductiva Dialéctica. Al menos ya sabía por qué me sentía así.
Después del intento de suicidio y de mi diagnóstico dejé de trabajar en informática y empecé a hacer voluntariado para ayudar a otras personas con problemas similares al mío.
A principios de 2017 me uní a un grupo que hace caminatas por Londres, organizadas por una organización local de apoyo a la salud mental.
Esa experiencia fue increíble. Aunque eran rutas pequeñas, caminar con un pequeño grupo de personas que pasaban por experiencias parecidas a la mías me hizo sentir mucho menos solo, y el ejercicio mejoró también mi bienestar.
El joven que lideraba las caminatas fue toda una inspiración por la manera en la que le había dado la vuelta a su vida.
Me fui involucrando cada vez más en la organización de estas salidas y cuando él anunció que debía dejar el grupo porque empezaba otro trabajo me propuso como su sucesor.
¿Te imaginas lo feliz que me sentí? Era una oportunidad para hacer algo que me encantaba, de ayudar a otros con problemas mentales y, clave, de volver a ganar dinero.
Y desde finales de 2017 empecé a hacer terapia conductiva dialéctica. Ahora voy una vez a la semana y hablo con mi terapeuta sobre mi infancia, el acoso y la muerte de mi padre.
Esto me ha permitido ver las cosas de una manera más positiva. Incluso he logrado perdonar a los niños que me acosaron en el colegio, algo que parece increíble. Ahora puedo ver que quizás proyectaban sobre mí muchos problemas que debían tener ellos mismos.
Me di cuenta que la ira no me ayudaba en absoluto. Más bien se convirtió en una fuente de tormento.
Ahora incluso estoy pensando en convertirme algún día en terapeuta, para poder ayudar a otras personas a tiempo completo.
Y además ahora tengo novio, se llama Dale. Juntos somos ridículamente felices, y eso es un sentimiento increíble.
Nos conocimos en una aplicación de citas para personas con problemas de salud mental, y eso facilita mucho las cosas: quiere decir que los dos instintivamente entendemos por lo que está pasando el otro.
Y además, mi madre lo adora, que siempre es un buen indicio. Este mes celebramos nuestro primer aniversario.
Llegar a este punto me ha tomado mucho tiempo y mucho esfuerzo. He llegado muy lejos desde ese momento en el que estaba parado al borde de un acantilado, sintiéndome totalmente desamparado y listo para tirar la toalla.
Pero ahora me siento genuinamente feliz. Solo espero que pueda seguir ayudando a otras personas a sentirse también así.
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