Bajo el sol ardiente de la costa norte de Colombia, una familia venezolana se despide de su padre entre sollozos y música romántica que suena desde un celular.
Eduardo Sánchez murió en Colombia el 31 de julio en un aparente asesinato. Pero el cuerpo estuvo casi un mes en una morgue porque su familia no tenía suficiente dinero para enterrarlo ni para llevarlo a su país natal.
Sánchez recibió finalmente sepultura el 28 de agosto en Gente Como Uno, un humilde cementerio de suelos arenosos y bóvedas de cemento ubicado en las afueras de la ciudad de Riohacha, en el norte de Colombia.
El cementerio pertenece a Sonia Bermúdez, una médica forense de 64 años que ha luchado por décadas para darle sepultura digna a quienes, literalmente, no tienen dónde caer muertos.
Para muchas familias de migrantes venezolanos que ahora huyen de su país y luchan por subsistir en Colombia, Bermúdez y su cementerio son un aliado inesperado en el exilio.
"Me siento tranquila y me siento feliz de tener a mi hijo acá," dice entre lágrimas Magaly Valbuena, la madre del difunto Eduardo Sánchez. "Yo sé que podré volver acá por sus huesos, cuando Sonia me diga que es tiempo para sacarlos."
Según cifras de la Unidad Colombiana de Medicina Legal, 27 venezolanos murieron en 2017 en La Guajira, la provincia fronteriza de Colombia donde queda el cementerio de Bermúdez.
En los primeros cuatro meses de este año, Medicina Legal contabilizó 18 venezolanos más fallecidos en La Guajira.
Muchos venezolanos que mueren, según Bermúdez, lo hacen en la pobreza.
"Cuando las familias se encuentran conmigo, están en una situación muy precaria", dice. "También he tenido que enterrar a niños que llegan acá al hospital con desnutrición y no sobreviven".
La familia de Sánchez dice que su difunto fue hallado sin vida en la ciudad fronteriza de Maicao, donde trabajaba como vendedor ambulante.
Pero su rostro estaba quemado y desfigurado y tuvo que ser trasladado por la policía a Barranquilla, una ciudad a cinco horas de distancia donde se le hizo una autopsia para determinar las causas de su muerte. Las autoridades se demorarán meses para dar un informe final.
Lo que siguió para la familia fueron varios días de angustia en los que se dirigieron a por lo menos cinco instituciones para buscar recursos con los que enterrar al muerto.
"Fuimos al consulado de Venezuela y nos dijeron que no tenían fondos para repatriarlo", asegura Valbuena, la madre de Sánchez. "En la alcaldía nos ofrecieron un ataúd, pero no un espacio para enterrarlo," dice.
Después de varios días de carreras por oficinas gubernamentales, Valbuena dio con Bermúdez, quien gestionó el traslado del cadáver a Riohacha y lo sepultó en su cementerio sin cobrarle un peso a la familia.
Bermúdez dice que este año ya ha sepultado a 30 venezolanos cuyas familias no tienen cómo pagar un entierro.
"A la muerte no le importa si eres de Colombia o Venezuela", dice Bermúdez. "Todos a la hora de morir deberíamos ser iguales".
Y es que Bermúdez no solo se dedica a enterrar a venezolanos.
La madre de siete hijos dice que su labor con los muertos empezó en los años 80, cuando trabajaba haciendo autopsias en la Unidad de Medicina Legal de La Guajira.
En aquel entonces llegaban a la morgue de Riohacha cadáveres de habitantes de la calle que nadie reclamaba, así como cuerpos desfigurados de víctimas del conflicto interno de Colombia que eran irreconocibles.
Bermúdez cuenta que, por lo general, las autoridades disponían de estos cuerpos en una fosa común, donde se los enterraba desnudos y sin ataúdes. De vez en cuando sus caras se cubrían con una bolsa.
"Me parecía muy injusto cómo sepultaban a estas personas," dice la forense. "Y me preguntaba por qué a los ricos sí se les daba una digna sepultura y a los pobres no".
Entonces Bermúdez comenzó la labor que ha marcado su vida. Con su propia pala cavó tumbas para los muertos no reclamados de su ciudad en un terreno vacío que pertenecía al municipio. Ese lote árido frecuentado solo por chivos se convirtió con los años en el cementerio Gente Como Uno.
"Inicialmente enterraba a los muertos en el suelo y después los exhumaba" explica Bermúdez. "Pero desde el 2007 comencé a construir bóvedas."
Bermúdez calcula que en los últimos 30 años ha enterrado a unas 600 personas en su cementerio privado.
Es un trabajo arduo que ella ha desempeñado casi todo el tiempo sola y con su propio dinero, pero dice que es una labor que le da satisfacción, pues le ayuda a "cumplir la ley de Dios."
Bermúdez ha recibido reconocimientos públicos por su labor y ACNUR, la agencia de las Naciones Unidos para los refugiados, donó cemento y ladrillos para que la médica forense agregue más bóvedas a su cementerio.
Según Federico Sersale, el jefe de ACNUR para La Guajira, la agencia no vela normalmente por los derechos de los muertos. Pero vieron la necesidad de hacerlo aquí porque ninguna otra organización estaba abordando el tema.
"Inicialmente ayudamos a Sonia con uno que otro entierro", dice Sersale. "Pero cuando vimos la magnitud del problema, comenzamos a apoyarla de una forma más sistémica".
Bermúdez dice que en el futuro le gustaría que su cementerio se convierta en una especie de parque con árboles y un lugar techado donde la gente pueda visitar a sus muertos con más comodidad. También está buscando la manera de cercar el lugar para cuidarse de los ladrones.
Mientras sigue adelante con esos proyectos, dice que seguirá enterrando a los muertos que necesiten de su ayuda, incluyendo a las decenas de migrantes venezolanos que están muriendo lejos de casa.
"Los muertos también tienen necesidades" dice Bermúdez. "Y todos merecemos un entierro digno".
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