Puede ser que el daño ya esté hecho: por mucho que la devaluación del peso argentino logre ser controlada, sus consecuencias en el corto plazo serán más inflación, pobreza y desempleo.
Y la súbita crisis también reconfiguró el tablero político de Argentina. Y no precisamente a favor del presidente, Mauricio Macri, elegido con la bandera del cambio y de la estabilidad económica.
El mandatario, que hace un año parecía destinado a la reelección, ahora está seriamente tocado, a 14 meses de las elecciones presidenciales.
Su popularidad en las encuestas ya venía en picada antes de la devaluación del peso, que perdió 30% de su valoren dos semanas. Y lo más probable es que en los próximos sondeos su imagen esté por debajo del 25% de aceptación.
El mayor reto de Macri, por tanto, será gestionar la crisis sin sufrir más desgaste político, dos tareas que parecen antagónicas para un gobierno que busca "traer normalidad" al país y "atacar la raíz del problema" económico.
Por lo pronto, tras haber pactado un millonario rescate financiero con el Fondo Monetario Internacional (FMI), una movida de por sí polémica en Argentina, el gobierno ahora reducirá el gasto público al máximo con tal de llegar al siempre anhelado "déficit cero".
Esta semana el presidente también se sentará con los 24 gobernadores —19 de ellos opositores— a negociar la repartición de daños: quién y cuánto sacrificará cada uno de su tajada en el presupuesto del próximo año.
Aunque aumentarán los ingresos por impuestos y el gobierno creó un plan de choque para los sectores vulnerables más afectados por la crisis, el ajuste y la crisis se sentirán en cada rincón de Argentina y los consiguientes insultos a Macri se escucharán proporcionalmente.
Si algo esperaban la mayoría de los argentinos con la elección de Macri —empresario, millonario y exitoso exalcalde de Buenos Aires—, era que resolviera "el desbarajuste económico" que dejó el gobierno de Cristina Kirchner.
Pero lo más probable es que Macri empiece su último año de mandato con peores números macroeconómicos que los que heredó: déficit, crecimiento, endeudamiento e inflación en rojo.
Tras la devaluación, su credibilidad en materia económica ha quedado herida no solo en el ámbito local, sino en el internacional, donde Macri quizá cuente con el respaldo político y financiero del FMI y las potencias occidentales, pero no necesariamente de los mercados e inversionistas extranjeros.
Por otro lado, la devaluación expuso por primera vez una grieta dentro de la coalición de gobierno, Cambiemos, que agrupa, entre otros, al joven partido macrista Propuesta Republicana (PRO) y a la histórica Unión Cívica Radical (UCR), de corte socialdemócrata.
Aunque en sus declaraciones públicas los líderes de las facciones apoyaron al presidente, a medida que se fueron profundizando los problemas los comentarios anónimos de críticas y desacuerdos dentro de la coalición coparon la prensa local.
Como parte de las medidas de austeridad que esperaban los mercados, Macri anunció un recorte de nueve ministerios y una pequeña restructuración del gabinete.
Se reportó que figuras prominentes del macrismo rechazaron importantes ministerios y que algunas otras no estuvieron de acuerdo con el equipo que quedó, ya que para ellos habría sido conveniente incluir figuras del radicalismo o de la oposición en busca de consensos.
Y está el daño por la otra medida que tomó Macri para complacer a los mercados y al FMI:el regreso de las retenciones a las exportaciones, un impuesto él mismo calificó de "malo, malísimo" y que le puede poner en contra a un sector de importante poder político y económico: el campo.
Con esto, Macri entra a la etapa final de su mandato con presión por todos los lados.
En estos primeros años fue usual ver protestas de sindicatos, gremios y asociaciones en el centro de Buenos Aires. Ahora la conflictividad probablemente se va a agudizar.
Con un detalle no menor: en noviembre, Macri será al anfitrión de la multitudinaria cumbre del G20, el grupo multilateral que una vez al año reúne a los jefes de Estado de las potencias.
Aún así, una de las ventajas más grandes del mandatario argentino —para muchos la única razón por la que todavía es presidenciable— es que la oposición está dividida.
Mientras que el kirchnerismo está acorralado política y judicialmente por denuncias de corrupción, el peronismo moderado no termina de encontrar un discurso y un líder que se desataque y actúe como alternativa a Kirchner.
Aunque en un escenario político en el que un tercio de los argentinos dice estar indeciso sobre sus preferencias, algunos observadores plantean la posibilidad de que irrumpa un outsider de la farándula, del fútbol o del periodismo.
En sus últimas declaraciones, Macri y sus coequiperos han dado pistas de lo que va a ser su discurso de ahora en adelante, que se puede resumir en una frase como "veníamos bien, volvimos a crecer, enderezamos el camino que nos llevaba a ser Venezuela, pero pasaron cosas fuera de nuestro control y entramos en crisis".
Macri desde ya apela a la confrontación con el pasado "corrupto y populista", aunque las encuestas muestran que la gente da más valor a la economía que a cualquier otra cosa.
Sus intervenciones intentan mostrar empatía con frases como "sabemos que muchos no llegan a fin de mes", pero la pregunta es cuánto le van a creer a un gobierno de empresarios que evade la autocrítica.
Inevitablemente, sus promesas de "pobreza cero", "un país normal" o "dejar atrás la confrontación" sufrieron un fuerte descalabro.
La pregunta, entonces, es si Macri puede revalidar su hasta ahora exitoso discurso de la esperanza, del futuro prometedor. O si, en su caso, el daño ya también está hecho.
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