Algunas veces, vivir con una discapacidad y con ciertas enfermedades crónicas puede provocar preguntas que nadie se atreve a hacer, pero en medio de la incomodidad y la pena que pueden generar, también hay espacio para el humor.
El siguiente texto es una versión de la presentación que Philip Henry ofreció para la BBC en el Festival Fringe de Edimburgo. En ella, apela a su sentido del humor para contar cómo es una salida romántica con una chica cuando se sufre la enfermedad de Crohn.
No hay nada sexy en la diarrea. Y desde que ese es el principal, y más notorio, síntoma de la enfermedad de Crohn, hace que tener una cita romántica sea duro.
Por eso es que decidí que la mejor manera de enfrentar el problema era ignorarlo completamente.
Déjame contarte en qué terminó.
Siempre pensé que Lydia era linda, pero nunca pasó nada entre nosotros.
Pasaron unos años antes de que volviera a encontrarme con ella y notara la desnudez de su dedo anular.
¡Era soltera! Así que decidí invitarla a cenar.
El hecho de que mi Crohn hubiera mostrado su horrible cara desde la última vez que nos habíamos visto no fue mencionado…
Todo lo que necesitaba era una cita buena, lo suficientemente buena para hacerla desear una segunda, e incluso mucho mejor, una tercera.
La tercera cita era el momento para lanzar la "bomba C" (decirle que sufro de Crohn).
Puedes largarte después de dos citas, pero después de la tercera necesitas una buena razón y pensaba que ninguna mujer sería lo suficientemente insensible como para decir: "Es porque tienes una enfermedad crónica y pienso que eso se convertirá en un lastre".
Pensarías que mi cuerpo sería un cómplice fiel en este plan, pero no, no estaba dispuesto a dar dos citas sin percances. No me iba a dar ni siquiera una.
Esa noche, mientras esperaba por el taxi, mi estómago hacia ruidos, gorgoteaba como un radiador de aire bloqueado.
Quizás mis nervios estaban empeorando la situación. No sé, pero gracias al Imodium (fármaco prescrito para la diarrea) pude meterme en el taxi y llegar al restaurante.
Entré y la vi. Se veía muy bien.
Les puedo decir que se veía que ella quería que esto funcionara tanto como yo necesitaba… ir al baño.
Me aguanté y logré llegar a uno de los cubículos del baño del restaurante en un nanosegundo.
Tenía que mantenerme positivo. Ella no me había visto todavía y si conseguía salir de esta situación rápido, iba a poder estar bien el resto de la noche.
Después de unas pocas salidas en falso, pude salir del cubículo.
Dos hombres estaban parados en los lavamanos desafiándose entre sí para ver quién se tomaría una pastilla de éxtasis.
Yo me metí otra Imodium en la boca.
"La tercera de la noche", dije mientras les pasaba por el lado. Los dejé en shock.
Después de culpar al taxi por mi tardanza, Lydia y yo cenamos.
Tenía la esperanza de que la comida sólida asentaría mi estómago, que se había convertido en una especie de lavadora.
Mientras tanto ella se reía de mis chistes.
Tras la cena, nos fuimos a un bar donde una banda estaba tocando.
Era una noche cálida de verano y todo iba muy bien.
De hecho, casi había olvidado sobre el saboteador de citas que hay en mi tracto intestinal.
Cuando veíamos la banda, empezó otra vez.
Al principio el calambre raro, después los espasmos familiares que anunciaban algo así como una manguera de incendios siendo disparada dentro del inodoro.
Hice un escaneo rápido para ubicar los baños del bar y encontré uno a lo lejos.
Pero mientras hacía que veía hacia otro lado para planear mi ruta, algo inesperado pasó, ella se atrevió a hacer "la movida".
Su mano se desplazó hacia la mía y entrelazó nuestros dedos.
Fue el gesto más dulce que alguien me había hecho en años y se lo quería decir, quería ser recíproco, pero, en cambio, dije: "Creo que vi a alguien que conozco", aparté mi mano y corrí hacía el baño.
Cuando me senté y contemplaba la puerta del cubículo llena de grafitis, mi estómago se hundió de una manera que no tenía nada que ver con la enfermedad de Crohn.
Ella había dado el primer paso y yo la había avergonzado. Pensó que la había rechazado.
Cuando regresé, sus manos estaban cruzadas en su estómago. La conversación fue educada pero seca.
Tenía que salir limpio de esa situación.
"Lydia, perdona por meterme en el baño. Mi ex estaba en el pub y sabía que se iba a poner como loca si nos veía juntos, así que tenía que esperar hasta que se fuera".
Fue patético. Era la mentira más obvia que había dicho en mi vida.
Y ella se la creyó.
Veinte minutos después, nos estábamos besando en el asiento trasero del taxi rumbo a su apartamento.
Treinta minutos después estábamos juntos en la cama.
Una cantidad no revelada de minutos después, estábamos acostados, abrazándonos y con una sonrisa.
Me quedé dormido feliz, satisfecho y sin ninguna emergencia.
¡Buenos días!
Me senté derecho. Las mañanas son los peores momentos para mí. Cada día era una carrera de velocidad para llegar al baño.
Mientras observaba este cuarto extraño, me di cuenta que no sabía dónde quedaba el baño.
Vi el espacio vacío a mi lado. Ni siquiera ella estaba ahí para preguntarle.
Me paré, huí del cuarto y me di cuenta de que estaba en problemas. Podía escuchar la ducha.
Intenté abrir la puerta. Cerrada. "¿Ahora te las das de modesta?"
Miré a mi alrededor. Era ser demasiado optimista pensar que este pequeño apartamento tuviese dos baños. Toqué la puerta.
"Oye ¿tardarás mucho?"
"Dame unos 10, 15 minutos. Prende la tetera".
No me podía aguantar por tanto tiempo. Era imposible. Mi esfínter experimentaba la máxima capacidad de contracción. Mi estómago se estremecía violentamente.
Corrí por el pasillo y busqué cualquier cosa que pudiese ayudarme.
Me detuve y consideré por unos minutos la caja de arena del gato, pero simplemente no era factible.
Corrí hacia la sala, un par de jarrones funcionarían como mi plan b.
Gotas de sudar caían de mi frente cuando entré corriendo a la cocina.
Y vi la solución a mi problema: el cubo de la basura.
Tenía la altura de un asiento, tenía colocada una bolsa y muy cerca había un rollo de papel de cocina.
Era lo mejor que podía desear.
En un movimiento hábil, corrí hacia él, me bajé los interiores, me volteé e hice lo que tenía que hacer.
Cuando Lydia entró envuelta en una toalla, se detuvo en seco y quedó boquiabierta.
"¡Preparaste el desayuno!", dijo.
Asentí con la cabeza y le sonreí. La llevé a la mesa y le saqué la silla.
Se sentó frente al sándwich de tocineta que le preparé y la tasa de té.
Movía la cabeza mientras me decía: ‘No puedo creer que hayas hecho esto".
Me encogí de hombre y le dije: "También boté la basura".
Fuente: Sociedad Estadounidense de Cirujanos de Colon y del Recto (ASCRS: American Society of Colon and Rectal Surgeons)
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