El sol se pone sobre el barrio de North End, en Winnipeg. Eso significa una cosa: es hora de salir a caminar.
Cada noche, miembros del la Patrulla Bear Clan, una organización comunitaria que vela por la seguridad, patrulla las calles de la ciudad, limpia los desechos generados por el consumo de droga y se mantiene alerta ante cualquier señal de peligro.
Pero, más que nada, simplemente conversan.
"Hola Bear Clan", grita una mujer sentada en un sofá en su jardín, mientras sus hijos corren hacia el frente para saludar a los voluntarios.
"Hola", responde el voluntario Travis Bighetty.
Cuando el grupo se dispone a cruzar un estacionamiento vacío, un hombre en bicicleta los detiene.
"¿Han visto a mi gato?", les pregunta. "Estén atentos, tiene ojos verdes", les pide, antes de irse pedaleando en otra dirección.
"No hay problema", promete otro voluntario.
Con sus chaquetas amarillo brillante, se han vuelto una presencia regular en Winnipeg en los últimos cuatro años, y los vecinos han aprendido a confiar en ellos.
Este año, el grupo ha repartido 32 toneladas de alimentos para los necesitados, y han ayudado a poner en contacto a personas vulnerables con los servicios sociales.
"Se trata de crear un sentido de familia en esta zona", le dice Bighetty a la BBC.
Eso fue lo que se perdió en 2014, cuando se encontró en el Río Rojo el cuerpo de Tina Fontaine, una joven de 15 años de la nación originaria Sagkeeng.
La muerte de Fontaine desató una protesta nacional por las mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas.
Winnipeg se transformó en el centro de la crisis, y la revista nacional Maclean la catalogó como "la ciudad más racista de Canadá".
Hogar de la población indígena urbana más grande del país, Winnipeg tiene cerca de 95.000 residentes indígenas (12% de la población de la ciudad).
Al igual que el resto de Canadá, los indígenas en Winnipeg tienen más chances de ser pobres, sin techo, y de interactuar con los servicios correccionales o para las familias que sus vecinos no indígenas.
El artículo de Maclean cayó en muy mal momento para el alcalde de la ciudad, Brian Bowman, elegido el año anterior.
Si bien muchos creen que él debería haber ignorado el artículo o incluso haberlo atacado públicamente, Bowman dijo que sintió que tenía que responder a lo que había de cierto en esa crítica.
"Las historias en el artículo eran desgarradoras y la nota era implacable en su evaluación de la comunidad y sus fallas", dice.
"Reconocimos que el racismo existe, que tenemos que mejorar, y prometimos hacer nuestra parte para convertirnos en líderes en reconciliación".
Esa palabra -reconciliación- tiene un gran peso en Canadá, donde entre 1840 y 1996, más de 150.000 niños de las naciones originarias Metis e Inuit fueron separados de sus familias y enviados a escuelas del gobierno, en un intento por borrar los rastros de su cultura.
Más de 3.000 niños murieron en esas escuelas en el último siglo y otros sufrieron abusos físicos y sexuales, según el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de 2015.
El informe también estableció vínculos entre los abusos sufridos en estas escuelas y la pobreza, enfermedad y violencia -como la muerte de Fontaine- que afecta desproporcionadamente a las poblaciones indígenas en al actualidad.
"Ese fue el punto de quiebre, fue la gota que rebalsó el vaso", le dice James Favel, miembro del Bear Clan a la BBC.
Favel había estado discutiendo la posibilidad de crear una policía comunitaria para lidiar con el creciente problema de la prostitución y el tráfico.
Pero más que formar el típico grupo de vecinos vigilantes, Favel tenía en mente un modelo de grupo indígena único que había empezado a funcionar hace décadas en el North End.
La Patrulla Bear Clan fue fundada inicialmente en 1992 por un grupo de jóvenes indígenas que querían proteger a sus comunidades de las bandas.
Desapareció después de unos años, pero, con el permiso de sus fundadores, Favel la revivió en 2014 con un puñado de voluntarios.
Hoy, la organización cuenta con una red de 1.000 voluntarios en toda la ciudad.
El Bear Clan no es el único grupo liderado por indígenas que surgió tras la muerte de Fontaine.
La organización llamada Drag the Red fue fundada por Bernadette Smith después de que se encontró el cuerpo de la joven en el Río Rojo para ayudar a las familias indígenas con algunos de sus miembros asesinados o desaparecidos.
El grupo de más de 100 voluntarios busca restos humanos en el río. Aunque suena muy lúgubre, esperan pode identificar víctimas para ayudar a las familias a hacer un cierre.
Michael Champagne, activista comunitario y fundador de la organización de servicios sociales Oportunidades para los Jóvenes Aborígenes en 2010 cree que la respuesta de Winnipeg a la muerte de Fontaine es un "mensaje importante para Canadá".
"Nuestro sueño es que podamos alentar a nuestras familias en todo Canadá a emprender acciones comunitarias midiendo y celebrando las cosas positivas que hacen los indígenas en vez de caer en la desesperanza", dice.
Mientras tanto, la ciudad de Winnipega ha hecho progresos en torno a la reconciliación. Bowman creó un centro de asesoramiento indígena, organizó una cumbre contra el racismo, y organizó entrenamientos obligatorios para los empleados públicos.
La ciudad también creó acuerdos indígenas, en los que los signatarios acordaron implementar cambios para trabajar hacia una reconciliación con las comunidades indígenas.
Estos esfuerzos han servido para cambiar la reputación de la ciudad, que pasó de ser la más racista en Canadá a llevar la delantera en implementar cambios en este sentido.
La mayor parte del mérito lo tienen las organizaciones de base que han trabajado para cambiar la cultura en la calles, dicen los organizadores indígenas.
"Hemos demostrado que es posible", señala Favel. "Hay gente a la que le importa la violencia y quería frenarla y para ello estaban dispuestos a abandonar su zona de confort".
Winnipeg todavía tiene un largo camino por recorrer. En los últimos dos años, las calles se han inundado de metanfetaminas, y esto afecta a las poblaciones más vulnerables, como las indígenas.
Muchos continúan viviendo en la pobreza, y muchos niños todavía siguen siendo separados de sus familias por los servicios sociales.
"Para mí estos son intentos e iniciativas fantásticas que debe reconocerse a la ciudad", dice Champagne. "Sin embargo, no podemos quedarnos en la intención, tenemos que prestar atención al impacto", concluye.
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